viernes, 28 de diciembre de 2007

"¡¡Adiós 2007!!. Y gracias por tu ayuda. Espero que 2008 será tan bueno para mí como lo fuiste tú.

No aparezco en las listas de la gente famosa pero sí en la lista de los que aún siguen vivos, lo cual es más importante. Quiero agradecerte por ello, 2007; podría tan fácilmente haber sido una historia muy diferente.

¿Tienes alguna influencia sobre 2008?... ¡Ejércela!, ¡Bien!. Y, por favor, hazme un favor más y pídele que me otorgue las mismas oportunidades. Sabes que probablemente enfrentaré momentos difíciles, que mi salud y mi estabilidad podrían sufrir alteraciones, que mis finanzas y proyectos podrían padecer pérdidas, que mis seres queridos podrían alejarse y que mi paz interior podría romperse en algún momento del 2008; así que pídele que mantenga mi suerte calientita, lista, a fuego lento, hasta que la necesite.

Nuevamente, 2007, ¡gracias por tu ayuda!. Que Dios te bendiga, año 2007.”

Reciban mi abrazo, mi saludo cordial y mis mejores deseos para todos ustedes en este 2008.

lunes, 17 de diciembre de 2007

La gran revelación

Desesperamos por llegar a conocer el origen del universo, su fin, sus leyes y sus intenciones, y concluimos por dudar que las haya. Más sabio sería decirnos humildemente que aún no estamos en aptitud de concebir tales ideas. Es probable que si mañana se nos entregase la clave del enigma, nos sucedería lo que a un perro al que se le enseña la llave de un reloj de la que no comprenderá su uso. Revelándonos su gran secreto, no nos enseñaría gran cosa; o al menos, tal revelación, no tendría más que una influencia insignificante en nuestra vida y en nuestra moral; en nuestra felicidad, esfuerzos y esperanzas, porque al extender sus alas se cernería a tal altura que nadie la percibiría y sólo despejaría el cielo de nuestras ilusiones religiosas dejando en su lugar el vacío infinito del éter.

Por lo demás, nadie ha dicho que no seamos poseedores de esa revelación, porque es posible que las religiones de los pueblos desaparecidos, como Lemures, Atlántida y otros más la hayan conocido; y que nosotros descubramos los escombros en las tradiciones esotéricas llegadas a nuestro conocimiento. En efecto, no hay que olvidar, que al lado de la historia secreta de la humanidad que saca la sustancia de sus leyendas, de los mitos jeroglíficos y monumentos extraños; de escritos misteriosos y del sentido oculto de los libros primitivos. Es muy seguro que si la imaginación de los intérpretes de esta historia oculta es a menudo atrevida, todo lo que afirman no es desdeñable y merece ser examinado más seriamente de lo que ha sido hasta ahora.

Los iniciados siempre han considerado cada continente como un ser sometido a las mismas leyes que el ser humano. Para ellos, los minerales constituyen la osamenta; la flor, la carne; la fauna, las células nerviosas; y las razas humanas, la sustancia gris del cerebro. Este continente no sería más que un órgano de la Tierra del que cada ser humano sería una célula pensante y de los que la totalización de los pensamientos humanos expresarían el pensamiento general. La Tierra misma, no sería más que un órgano del sistema solar considerado a su vez como individuo, y nuestro sistema solar también no sería más que un órgano de otro ser del infinito, del que la estrella Alfa de la constelación de Aries vendría a ser el corazón. En fin, por una síntesis última, se llega al Cosmos, que expresa la totalización general de todo, en un ser del que el cuerpo es el mundo; y el pensamiento, la inteligencia universal, divinizada por la religiones.

La evolución universal es una cadena sin principio ni fin, en la que desaparecen los eslabones, uno a uno, en el campo de nuestra conciencia. No hay muerte ni disolución, más que desde el punto de vista individual. La oscuridad es la recompensa de la luz; la tarde compensa la mañana; la vejez es el precio de la juventud; y la muerte es el reverso de la vida. En realidad, sin embargo, toda evolución es continua al mismo tiempo que interrumpida. Es el acceso directo a la ley del Karma, la más admirable entre los descubrimientos morales, porque representa la libertad abstracta; y basta para libertar la voluntad humana de todo ser superior y del infinito. Somos nuestros propios creadores y únicos señores de nuestro destino: nadie más que nosotros se recompensa o se castiga; no hay pecado sino solamente consecuencias; no hay moral, sino únicamente responsabilidades. En virtud de esta ley soberana, el individuo debe renacer para cosechar lo que ha sembrado.

Las revelaciones de los libros sagrados de las culturas ancestrales, sean verdad indiscutible y científicamente comprobada por nuestras investigaciones, o que una comunicación interplanetaria o una declaración de un ser sobrehumano no permita dudar más de su autenticidad, ¿qué influencia tendrían en nuestra vida semejantes revelaciones?. ¿Qué transformarían, qué elemento nuevo traerían a nuestra moral y a nuestra dicha?. Muy poca cosa, sin duda, porque pasarán muy alto y no descenderían hasta nosotros, ni nos tocarán; nos perderemos en su inmensidad y, en el fondo, sabiéndolo todo; no seremos ni más felices ni más sabios que cuando nada sabíamos.

No saber a qué ha venido a la Tierra, he aquí la preocupación constante del ser humano. Y lo más probable es que la verdad real del inverso, si la llegamos a saber algún día, será tan parecida a alguna de las revelaciones que, pareciendo enseñarnos todo, no nos enseñan nada. Tendrá al menos todo el carácter humano. Necesitará ser tan ilimitada en el tiempo como en el espacio, tan común y tan extraña a nuestro sentido como a nuestro cerebro. Cuanto más inmensa y alta sea la revelación, tanto más será ocasionada a ser cierta; mas cuánto más se aleje de nosotros, tanto menos interesará. Nosotros ni siquiera podemos salir de este dilema: las revelaciones, las explicaciones o las interpretaciones muy pequeñas tampoco satisfarán porque las consideraremos insuficientes; y las que fueren muy grandes pasarán muy lejos de nosotros para atestiguarlas y alcanzarlas.

Todos sabemos que vivimos en el infinito; pero para nosotros este infinito no es más que una palabra seca y desnuda, un vacío negro e inhabitable, una abstracción sin forma; una expresión muerta que nuestra imaginación no reanima un momento, sino al precio de un esfuerzo agotante, solitario, inútil e infructuoso. De hecho, nos hemos estancado en nuestro mundo terrestre y en nuestros pequeños tiempos históricos, y cuando más levantamos los ojos hacia los planetas de nuestro sistema solar y ponemos nuestro pensamiento de antemano decepcionado, hasta las épocas nebulosas que precedieron la aparición del ser humano sobre la Tierra. De repente volteamos y deliberadamente tornamos sobre nosotros mismos toda la actividad de nuestra inteligencia y por una desgraciada ilusión óptica, cuanto más pierde su campo de acción, más creemos que lo profundiza. Nuestros pensadores y nuestros filósofos, temerosos de extraviarse como sus predecesores, no se interesan más que en los aspectos, en los problemas, en los secretos menos discutibles, pero si son los menos discutibles también, son los menos elevados y el ser humano se convierte en objeto de sus estudios, pero sólo como animal terrestre.

Hay una multitud de iluminados, más o menos inteligentes, las jóvenes y las señoras grandes desequilibradas; los ingenuos que adoptan por anticipado y ciegamente lo que no comprenden; los descontentos, los guasones, los vanidosos, los ingeniosos que pescan a río revuelto; y en una palabra, toda la turba que se aglomera alrededor de toda doctrina, de toda ciencia, de todo fenómeno un poco misterioso, para desacreditar las primeras interpretaciones esotéricas, cuyo origen también, no está muy claro.

En el fondo, no estamos aclarando el enigma del misterio primordial, todo lo demás no se aclara más que por grados que parten del conocimiento relativo a la ignorancia absoluta. Es probable que será lo mismo para todas las revelaciones que se dirijan a la inteligencia humana mientras que viva sobre este planeta, porque la inteligencia tiene límites que ningún esfuerzo podrá traspasar. Mientras tanto, es cierto que estos grados, que no conducen a nada, en verdad lo han colmado y, desde los primeros días, conducido al más alto punto que haya esperado, y que pueda esperar alcanzar. La más antigua explicación abraza desde el primer golpe todos los ensayos de explicaciones propuestas hasta ahora. Concilia el positivismo científico con el idealismo más trascendental; admite la materia y el espíritu, concede la impulsión mecánica de los átomos y de los mundos con su dirección inteligente. Nos da una divinidad incondicional, acusa sin causa de todas las cosas, digna del universo, que ella misma es y de las que la ha sucedido en todas nuestras religiones, no son más que miembros esparcidos, mutilados y desconocidos. Ella nos ofrece, por fin, a través de su ley de Karma, en virtud de la cual cada ser lleva en sus vidas sucesivas las consecuencias de sus actos y se purifica poco a poco; el principio moral más alto, el más justo, el más invulnerable, el más fecundo, el más consolador y el más lleno de esperanzas que sea posible proponer al ser humano. Por cuya razón parece que todo amerita que se le examine, que se le respete y que se le admire.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Apuesta por la Felicidad

¿Se puede partir de cero después de haber invertido en una vivencia mucho tiempo, recursos, energía, expectativas y emociones?. Sí, sí se puede; y además, se debe. El mundo tiene muchas voces y el alma tiene sus horas y momentos para cada cosa. En la vida, se da y se toma, se pelea y se disfruta, se ríe y se llora; y todo debe ser registrado. La existencia es producto de los valores y no de los sentimientos; es decir, es resultado de la responsabilidad personal y de las actitudes. Por eso es que se deben subordinar las emociones a la inteligencia.

Realizar pruebas piloto, a la hora de vivir, permite pequeños fracasos. Nuestra mayor debilidad consiste en rendirnos y la manera más segura de triunfar es tratar, siempre, sólo una vez más. La mayor experiencia espiritual de que somos capaces los seres humanos es siempre una reconciliación entre la razón y el respeto, un reconocimiento profundo de igualdad entre las grandes contradicciones. La acción y el cambio ocurren exclusivamente en el ser humano, y no pueden tener lugar con ayuda de teoremas, sino mediante la propia experiencia. Encarar la vida, tal cual es, es un buen camino para medir la propia personalidad y darse cuenta de las propias capacidades. Porque ante lo inevitable, están los valores de actitud. A todos nos toca experimentar etapas de vivir y etapas de sobrevivir.

Y aunque en el mundo actual reina una extraña confusión, una preocupación es como un sentido nuevo que se abre en nuestro espíritu y que nos permite percibir mil cosas, ignoradas para quien pasa distraído al lado del problema que nos obsesiona. Hay que aprender a apreciar las partes que la vida nos muestra; y, si es posible, apreciar el todo. En el momento en que uno comprende la conciencia, ésta surge. La ecuanimidad es la aceptación voluntaria de las cosas que nos son asignadas por la naturaleza global.

No podemos tener miedo a apostar por nuestra felicidad. Siempre se debe enriquecer nuestra propia verdad, porque hasta que la mente no sepa lo que es la felicidad, no podrá plantear objetivos claros. La felicidad es lo único que permite tener objetivos claros, y eso sólo se logra venciendo la negatividad.

Pero como la gente, en lugar de aprender de los golpes, llora por los golpes, nunca aprender a crecer. Sin embargo, ¿por qué, si en un momento se produce la desesperación, no debe darse en un momento la alegría?. Comprender esto nos debe permitir vivir abiertos a todas las posibilidades. Esta conciencia genera e impulsa nuestro optimismo: la búsqueda de lo óptimo, de lo mejor, del desarrollo.

Uno tiene que saber quién es para poder construir; encontrar la esencia de nuestra vida para saber dirigir nuestros propios proyectos. Existe una actitud que consiste en descubrir en cada instante muchos aspectos de los objetos, lugares, personas y experiencias conocidas, en lugar de tenerlas por consabidas y de que la vista los relegue a la condición neutral; este hecho, esta actitud, se llama interiorizarse en las cosas y es una tarea de amor puro.

El espíritu, lo que es el espíritu, es como la luz; tan tranquilo y sensible, tan elástico y penetrante, tan poderoso e imperceptiblemente activo como este precioso elemento lumínico que se reparte sobre todas las cosas en la justa y exacta medida, y que las hace aparecer a todos con una encantadora variedad.

No debemos temer ni creer ilícito nada de lo que nuestra alma desea de nosotros. Nunca se debe perder la confianza en la vida; ella sabe lo que hace. Pero se necesita serenidad; es decir, control de las propias emociones. No es algo que esté fuera de nuestro control. Creo en el amor, en la paz, en el pensamiento positivo. Mientras hay vida hay esperanza. En mi caso, nacida del amor, la tristeza y los presentimientos, creció la conciencia.

martes, 20 de noviembre de 2007

La Responsabilidad y la Culpa

Toda la gente tiene su secreta desventura. Todos poseemos demonios en nuestra forma de ser y algunas veces debemos esforzarnos para obtener lo mejor de ellos; por eso creo que lo más importante es recordar que nadie escapa al hecho de equivocarse de vez en cuando y que lo esencial es aprender de los errores y buscar siempre la alternativa más positiva.

Si cometí un error, mi vida no se destruye; solamente pago consecuencias y sigo adelante. Pese a todo, hay que reponerse y reeducar a los sentidos liberando al instinto y aprendiendo a escuchar aún a sus sugerencias más sutiles. Esta transformación no deja de ser dolorosa, cruel y destructiva de nuestra piedad y ternura para con nosotros mismos, aunque a la larga fortalece al ánimo y a la voluntad.

El temperamento más firmemente forjado surge de las experiencias más bruscas. Y si sacas tu propia fuerza, sin necesariamente perder contacto con tus semejantes, te fortaleces y sacas provecho de cada dificultad; creces un poco más. Porque sólo está perdido quien se da a sí mismo por perdido. Quien se abandona se abate más fácilmente; mientras que quien se esfuerza en mantener la propia personalidad puede soportar mejor las incomodidades y los dolores. Uno gana experiencia con cada nueva vivencia.

La resurrección eficaz y duradera es la renovación. Por eso perduran los que aprovechan el exilio en su propio interior para incubar una ideología nueva, en la que el pasado ha sido digerido y rehecho en formas distintas y generosas. Y es que la vida comienza todos los días y tiene muchas maneras de interpretarse; una de ellas es la responsabilidad, que es la capacidad de dar respuesta a todas las situaciones.

Siempre es mejor una actitud de comprensión y entendimiento, en lugar del juicio. Se trata de vivir en el presente, no en el pasado. Ver la realidad y no el juicio. Ésta es la diferencia entre la responsabilidad y la culpa. De este modo, se está siempre en paz, porque se es responsable, se es consciente de los hechos y las situaciones. La persona culpable no se siente responsable. La persona responsable no se siente culpable.

lunes, 8 de octubre de 2007

La importancia y la ruta del Dolor

Por lo general, el ser humano cree que la salud, la felicidad y la libertad son regalos del cielo o, al menos, elementos obligados de la Naturaleza; sin embargo, cuesta mucho dolor merecerlas y conquistarlas. La paz no es un regalo de Dios, sino un deber arduo que hay que conquistar cada día a fuerza de gracia y de sobrehumano amor. En estos tiempos, el ser humano sabe muchas cosas pero no se conoce a sí mismo, por lo que también olvida que sin un mínimo de dolor no se pueden forjar los grandes estados de conciencia, personal y colectiva; que la vida se renueva siempre en el dolor.

Y es que si no se interioriza, si no se medita, se empobrece. Dentro del ritmo que la vida cotidiana nos imprime, es más que necesario intentar dos cosas: limitar el reloj y el espíritu binario, que irremediablemente matan a la espiritualización, a la fuerza humana. Es importante rescatar la mesura y la paciencia.

Supongamos que nuestra vida se complica, que padecemos un dolor. Un tormento es tanto más cruel por cuanto es grande el amor que lo dicta, entendiendo ese amor como la expectativa, la esperanza y el compromiso con el que asumimos una vivencia. Sin embargo, un ser humano realmente bueno escapa del infortunio. ¿Acaso el mal que nos ocurre nos impide ser justos, magnánimos, templados, prudentes, modestos y libres?. Supongamos que los demás nos lastiman, ¿en qué puede eso impedir a nuestro espíritu ser puro, sabio, sobrio y justo?.

Con frecuencia se olvida que el dolor nos educa a todos, nos iguala a todos y a todos nos redime. Es el único elemento que acierta a mirarnos con compasión. Y del mismo modo, se ignora la vena escondida de alegría, por lo menos de conformidad, que lleva en sí el contratiempo más duro, la más terrible adversidad. Y es que la existencia es un misterio total, mantenido a raya por el hábito y la costumbre. Sin embargo, la base de la verdadera paz es no eludir ninguna de las consecuencias de nuestra experiencia; no inquietarse porque se és, ni atemorizarse porque se deja de ser.

La vida no es una novela; es la vida. Y la vida es así: anverso de gloria, reverso de dolor. El olvidar este reverso es lo que lleva a las grandes catástrofes personales y sociales. Los seres humanos sabemos que es preciso repartir el bienestar entre todos. Pero también hay que repartir el dolor, buscarlo donde exista, beber el trago que a cada quien nos toca; y saber encontrar en sus heces, la fuente de la paz.

Para encontrarla, necesitamos ubicar y asimilar los recuerdos que estremecen, contentan o lastiman el corazón, hecho que requiere en no pocas ocasiones del perdón. Perdonar no significa olvidar, sino recordar sin dolor. Perdonar significa quitarle la carga emotiva al recuerdo, para entender y asimilar una experiencia y que, en su caso, nos lastime menos.

Otra manera de afrontar la existencia es la Resignación... Resignar... Resignificar... La asimilación y la adaptación implican humildad, recibir de la vida y la propia experiencia sin prejuicios para resignificar las vivencias, porque todo debe retomarse para crecer; o sea, aceptarlo para responder, ante todo, con tranquilidad y libre albedrío.

Morir al pasado para ubicarnos en el presente, esa es la única vida. La existencia requiere convertir la culpa en responsabilidad. Lo que no se repara se repite; y para repararlo, contamos con la intensidad de nuestras experiencias, porque la pasión estimula la reflexión.

Ante todo, el dolor es el antecedente necesario de la acción. El valor agregado del aprendizaje, antes de la acción, supera en mucho los costos de la sorpresa desagradable. Es necesario reparar para no repetir porque la comprensión del error pasado es esencial para construir la verdad futura.

lunes, 24 de septiembre de 2007

El Valor, fundamento del Amor

Sea cual sea tu destino sentimental, no pierdas el valor. Sobre todo, no vayas a creer que no habiendo conocido la felicidad del amor, ignoras por completo la gran felicidad de la existencia humana. Así tome la felicidad la forma de un río, de un arroyo subterráneo, de un torrente o de un lago, no tiene más que una sola fuente en los lugares secretos de nuestro corazón, y el más desdichado de los hombres puede formarse una idea de la más grande de las felicidades.

Hay en el amor una embriaguez, pero esa embriaguez no dejaría, en el fondo de un corazón grave y sincero, más que una gran melancolía, si no se encontrara en el amor verdadero, algo más seguro, más profundo, más inconmovible que la embriaguez; y lo más seguro, lo más profundo, lo más inconmovible que hay en el amor, es también lo más seguro, lo más profundo, lo más inconmovible que hay en una noble vida.

El menos favorecido de nosotros puede ser justo, leal, dulce, fraternal, generoso; el menos bien dotado puede acostumbrarse a mirar en torno suyo sin malevolencia, sin envidia, sin rencor, sin tristeza inútil; el más desheredado puede tomar no sé qué silenciosa parte, que no es siempre la menos buena, en la alegría de aquellos que lo rodean; el menos hábil puede saber hasta qué punto perdona una ofensa, disculpa un error, admira una palabra y una acción humanas; y el menos amado puede amar y respetar el amor.

Obrando así se inclina sobre la fuente ante la que van los felices a agacharse también en las horas ardientes de la felicidad. Muy en el fondo de las felicidades del amor, como en el fondo de la humilde vida del justo a quien el azar no ha querido sonreír, sólo son inalterables e inmóviles la justicia, la confianza, la benevolencia, la sinceridad, la generosidad. El amor da un poco más de brillo a esos puntos luminosos; y por eso es que hay que buscar el amor. La mayor ventaja del amor es que abre nuestros ojos para ciertas verdades pacíficas y dulces.

La mayor ventaja del amor es que nos da la oportunidad de amar y de admirar, en un objeto único, lo que no habríamos tenido ni la idea ni la fuerza de amar o de admirar en mil objetos diversos; es que así nos ensancha el corazón para lo porvenir. Pero en la base del amor más maravilloso, no hay más que una felicidad muy simple, una ternura y una adoración muy comprensibles, una confianza, una seguridad y una sinceridad muy accesibles, una admiración y un abandono muy humanos que, de la mano de la buena voluntad, todos podemos cultivar con un poco menos de amargura, un poco menos de impaciencia, un poco más de iniciativa, un poco más de energía.

lunes, 10 de septiembre de 2007

Las posesiones del Amor

Hay a veces destinos tan completamente felices; pero si toda persona tiene más o menos el derecho de esperar uno semejante, haría mal en aprisionar su vida en esa esperanza. No puede más que prepararse para ser digno un día de un amor de tal género, y a medida que se prepare, su espera se hará más paciente.

¿No serías tú quien habría traído lo mejor que hubiera habido en el amor que echas de menos?. El alma no posee al fin más que lo que puede dar, ¿no es ya poseer un poco acechar incesantemente la oportunidad de dar?. No, no hay, creo yo, en esta tierra, felicidad más deseable que un admirable y largo amor; pero si no lo encuentras, lo que hiciste para ser digno de él, no se perderá para la paz de tu corazón, para la tranquilidad más valerosa y más pura de tu vida.

Siempre se puede amar. Ama admirablemente por tu cuenta y tendrás casi todos los goces de un amor admirable. Aún en el amor más perfecto, la felicidad de los dos amantes más unidos no es exactamente la misma, y, con toda certeza, el más bueno, será el que ame mejor, y el que ame mejor será el más feliz. No es tanto por la felicidad del otro sino por nuestra propia felicidad, que debemos hacernos dignos del amor.

No se imaginen que en las horas desgraciadas de un amor desigual, sea el más justo, el más sabio, el más generoso, el más noblemente apasionado quien sufra más. Casi nunca es el más bueno la víctima a la que hay que compadecer. No se es víctima del todo sino cuando se es víctima de las propias faltas, de los propios errores, de las propias injusticias. Por imperfectos que seamos, podemos bastar al amor de un ser maravilloso, pero el ser maravilloso no bastará a nuestro amor si no somos perfectos.

La vida puede traer hasta nosotros al gran amor, a una persona adornada con todos los dones de la inteligencia y del corazón, no nos daremos cuenta si no hemos aprendido a conocer y a amar esos dones en la vida real, y ¿qué es, después de todo, la vida real para cualquier persona, sino su propia vida?. Nuestra lealtad es la que florecerá en la lealtad de la amante; nuestra verdad es la que se apaciguará en su verdad y la fuerza de nuestro carácter será la que disfrute de la fuerza que se encuentra en el suyo. Pero una virtud del ser amado que no encuentre, en la entrada de nuestro corazón, una virtud que se le parezca un poco, no sabe a qué manos confiar la alegría de que es portadora.

lunes, 27 de agosto de 2007

El Amor Ideal

Si buscan un gran amor, ¿creen posible encontrar un alma tan hermosa como sus sueños, si sólo sus sueños salen en su búsqueda?. ¿Es justo ofrecer más que deseos, votos y sueños sin forma, y exigir, en cambio, palabras precisas y actos decisivos?.

No se tiene ninguna probabilidad de encontrar el ideal fuera de uno mismo sino después de haberlo cumplido, hasta donde es posible, dentro de uno mismo. ¿Esperas conocer y retener a una alma leal, profunda, amante, fiel, inagotable; a una alma vasta, viva, espontánea, independiente, valiente, benévola y generosa, si no sabes tan bien como ella lo que son la lealtad, el amor, la fidelidad, el pensamiento, la vida, la espontaneidad, la independencia, el valor, la benevolencia, la generosidad?.

Nada más exigente, nada más torpe, nada más ciego como la bondad, la belleza, la perfección moral en estado de deseo. Si quieres hallar el alma ideal empieza por parecerte tú mismo al ideal que buscas. No hay otro medio de obtenerlo. Y es justo que sea siempre así. A medida que su ideal se realice con el contacto de la vida se extenderá, se dulcificará y mejorará. Entonces descubrirán sin trabajo en lo que aman, lo que es verdaderamente hermoso, lo que es sólidamente bueno, lo que es eternamente verdadero en ustedes mismos; porque nada nos advierte tanto el bien que está en torno nuestro, como el bien que está en nuestro corazón.

Entonces, en fin, concederán menos importancia a imperfecciones que no herirán ya en ustedes la vanidad, el egoísmo o la ignorancia; es decir, a imperfecciones que no serán ya semejantes a las suyas; porque el mal que está en nosotros, es el que soporta con menos paciencia el mal que se encuentra en los demás.

Tengamos confianza en el amor, lo mismo que tenemos confianza en la vida. El pensamiento más funesto es el que tiende a desconfiar de la realidad. El amor no destruye en un corazón más que los objetos frágiles, y si lo rompe todo es porque todo era frágil en él. Hay seguramente, en el amor, como en el resto de nuestro destino, muchas casualidades felices o desgraciadas. El amor que resiste a los años está hecho de esos cambios deliciosamente desiguales, y en los cuales lo que se da es lo que se posee por fin, y lo que se recibe, lo que ya no se es el único en poseer.

lunes, 13 de agosto de 2007

¿A quién se puede amar?

¿A quién se puede amar?... Hay multitud de almas en el mundo que pierden los mejores años del amor en hacerse, respecto de su porvenir sentimental, preguntas de este género. En el imperio del destino, la mayor parte de las quejas, de las lamentaciones, de las esperas ociosas, de los temores vanidosos, de las esperanzas desproporcionadas, se agolpan en torno de la imagen del amor.

Entre las almas que menos esfuerzos han hecho para comprenderse, es donde en general se encuentran más almas no comprendidas. En general, el ideal más débil, más reducido y más arbitrario es el que se alimenta, con mayor abundancia, de temores, de decepciones, de exigencias y de mezquinos desprecios. Tememos, sobre todo, que lastimen o desconozcan las virtudes, los pensamientos, las cualidades y las bellezas morales que no poseemos aún más que en la imaginación. Sucede con los méritos de esta clase como con los bienes materiales; que la esperanza se adhiere más obstinadamente a aquellos que probablemente no se tendrá jamás la fuerza de adquirir.

Cuando somos en realidad puros, desinteresados y sinceros; cuando nuestros pensamientos se elevan habitual y simplemente por encima de la vanidad o del egoísmo instintivo, nos preocupamos mucho menos de que quienes nos rodean nos aprueben, nos comprendan, nos admiren. Es cuando se cree que lo mejor de la virtud se encuentra precisamente en lo que todos pueden admitir sin esfuerzo. Lo que se desconoce, no sin razón porque siempre hay una razón superior en la inercia general de un sentimiento; lo que se desconoce son las virtudes enfermizas a las cuales concedemos demasiada importancia; y es enfermiza toda virtud a la que damos gran importancia y para la cual exigimos respetuosa atención.

Pero nada debe esperarse lejos de la verdad. A medida que nuestro ideal mejora, admite mayor número de realidades; a medida que nuestra alma se engrandece, menos teme no encontrar otra alma de su talla; porque un alma que se engrandece es un alma que se acerca a la verdad, y no lejos de la verdad todo participa de la grandeza de la verdad misma.

Podemos contar los pasos que damos en el camino de la verdad, por el aumento de la curiosidad, del amor, del respeto y de la admiración hacia todo lo que no nos acompaña en la vida.

Parece natural que un corazón noble espere un gran amor; pero es mucho más natural aún que ame esperando, y que mientras ama no crea esperar. En el amor, lo mismo que en la vida, es casi siempre inútil esperar; amando es como se aprende a esperar, y con las supuestas desilusiones de los pequeños amores es con lo que se alimentará más fácil y más seguramente la llama inconmovible del gran amor que vendrá tal vez a iluminar el resto de la vida.

Se es a menudo injusto con las desilusiones. Se les da un rostro pálido, triste, desalentado; son, por el contrario, las primeras sonrisas de la verdad. La mayoría es gente de buena voluntad, aspirantes a ser justos, útiles, sabios y felices; pero si una desilusión los entristece ¿es acaso que echan de menos la mentira en la que se encontraban?. ¿Prefieren vivir en el mundo de sus errores y de sus sueños que en la realidad?. Las horas mejores de las mejores voluntades se pierden muy a menudo en torno de la lucha de un sueño hermoso contra una ley inevitable, cuya belleza no perciben sino hasta después de que el hermoso sueño ha agotado sus fuerzas.

Si el amor, verbigracia, los ha engañado, ¿creen que les hubiera sido más provechoso creer, durante toda su vida que el amor es lo que no es, lo que no puede ser?. ¿Creen que una ilusión de tal género no falsea sus actos más importantes, y no vela por mucho tiempo una parte de la verdad que quieren alcanzar?. Y si esperan hacer grandes cosas y la desilusión los coloca de nuevo en su sitio entre las cosas de segundo orden, ¿es justo que maldigan, hasta el fin de sus días, al enviado de la verdad?.

En resumidas cuentas, ¿no es esa la verdad misma que nuestra ilusión buscaba, si era sincera?. Aprendamos a formarnos con nuestras desilusiones una guardia de amigas misteriosas y fieles, de consejeras incorruptibles. Si alguna de ellas, más cruel que las demás, nos abate un momento, no nos digamos sollozando: la vida no es tan hermosa como nuestros sueños; digámonos: algo faltaba a nuestros sueños puesto que no fueron aprobados por la vida. En suma, toda la tan ponderada fuerza de las almas fuertes no está hecha más que de desilusiones que esas almas han acogido bien. Cada decepción, cada amor desdeñado, cada esperanza aniquilada, agrega cierto peso al peso de nuestra verdad, y mientras más caen las ilusiones a nuestro alrededor, más noblemente, más seguramente aparece la gran realidad, como el sol, que se percibe más claramente entre las desnudas ramas de la selva invernal.

martes, 31 de julio de 2007

La Copa de nuestro Destino

Los destinos oscuros nos enseñan que aún en el seno de las grandes desgracias físicas, nada hay irreparable; quejarse del destino es casi siempre quejarse de la indigencia del alma. En los días de angustia y de infortunio es cuando se conoce por fin el valor único y verdadero de la vida.

El grito de todos los que conocieron el amor, de todos aquellos cuya alma supo hallar un interés, una curiosidad, una esperanza, un deber en la vida, poseen la llama que anima en el fondo de su noche, así como anima al sabio en el fondo de las horas uniformes. El amor es el sol inconsciente de nuestra alma.

El amor no siempre piensa; muy a menudo no necesita de ninguna reflexión, de ninguna concentración sobre sí mismo para disfrutar de todo lo mejor que hay en el pensamiento; pero lo mejor que hay en el amor no es menos semejante a lo mejor que hay en el pensamiento. Cuando amamos, es porque no vemos sino la faz luminosa de nuestros sufrimientos; pero reflexionar, meditar, mirar más allá de la pena, y obrar más alegremente de lo que se necesitaría dentro del orden aparente del destino, ¿no es hacer voluntaria y seguramente lo que sólo hace el amor, a pesar suyo, por una feliz casualidad?.

A cualquier lugar donde vayamos, el río de la vida corre con abundancia bajo las bóvedas celestes. Lo que a nosotros nos importa, no es la extensión, la profundidad o la violencia del río que pertenece a todos y que corre siempre, sino la pureza y la capacidad de la copa que sumerjamos en él. Cuanto podemos absorber de la vida toma por fuerza la forma de esa copa, y ésta, por su parte, ha sido modelada sobre nuestros sentimientos y sobre nuestros pensamientos; en una palabra, sobre el seno de nuestro destino íntimo. Tenemos la copa que nos hemos hecho; casi siempre se tiene lo que se ha aprendido a desear. Así que, aprender que nuestro deseo podría ser más hermoso, ¿no es ya embellecerlo?.

El que espera un sentimiento más ardiente y más generoso no tiene por qué quejarse. No tiene de qué quejarse el que espera el deseo de un poco más de felicidad, de un poco más de belleza y de justicia.

lunes, 16 de julio de 2007

Del Pensamiento a la Acción: El ejercicio de la Vida

Mientras más se vive, mejor se ve que casi no hay genio en lo extraordinario y que la verdadera superioridad está formada por los elementos que todos los días ofrecen a todas las personas. En esto, como en todo lo demás, se trata de la vida interior. De la misma potencia, la misma vitalidad, la misma abundancia de amor, la misma sonrisa interna del ser que parece saber a donde va, la misma amplia certidumbre del alma que ha logrado hacer la paz en las alturas con las grandes incertidumbres y las grandes miserias de este mundo.

No todo el mundo tiene derecho a esperar. Se hace mal en morir virgen. ¿No es acaso el primer deber de todo ser el de ofrendar a su destino todo lo que se pueda ofrecer a un destino humano?. Más vale una obra inacabada que una vida incompleta. Conviene despreciar las satisfacciones vanidosas o inútiles, pero no es cuerdo rechazar las principales probabilidades de una felicidad esencial. No le está prohibido al alma desgraciada alimentar nobles pesares.

¡Qué largo, qué estrecho es, en casi todos los seres, el camino que conduce de su alma a su vida!. Sucede con nuestros pensamientos de audacia, de justicia, de lealtad y de amor, lo que con las bellotas: miles se pierden y se pudren en el musgo. En cuanto hay acción intervienen los instintos, el carácter se impone y el alma, la parte superior del ser, nos parece aniquilada.

Nada se hace mientras no hemos aprendido a endurecernos las manos, mientras no hemos aprendido a transformar el oro y la plata de nuestros pensamientos en una llave que no abre ya la puerta de marfil de nuestros sueños, sino la puerta misma de nuestra casa; en una copa que no sólo contiene el agua maravillosa de nuestras ilusiones, sino que no deja huir el agua muy real que cae sobre nuestro techo; en una balanza que no se conforma con pesar vagamente lo que vamos a hacer en lo porvenir, sino que señala con exactitud el peso de lo que hicimos hoy. El más alto ideal no es sino un ideal provisorio en tanto que no penetre familiarmente en todos nuestros miembros.

Es preferible obrar a veces contra el pensamiento, a no atreverse nunca a obrar de acuerdo con los pensamientos. El error activo es raras veces irremediable; las cosas y las personas se encargan de corregirlo pronto; pero, ¿qué pueden hacer en contra del error pasivo, que evita cualquier contacto con la realidad?. Se necesita un mar de buena voluntad para poner en movimiento el menor acto de justicia o de amor. Es preciso que nuestras ideas sean diez veces superiores a nuestra conducta para que nuestra conducta sea simplemente honrada. Es necesario querer enormemente el bien para evitar un poco el mal. Por eso se necesita ser heroico en los pensamientos, para ser, a lo sumo, aceptable o inofensivo en las acciones.

lunes, 2 de julio de 2007

El contenido del Corazón

¿De qué lado se debe considerar la vida para descubrir su verdad, para juzgarla, aprobarla y amarla?. Es raro que pueda sorprenderse así la vida de un alma en un cuerpo que no tuvo aventuras; pero menos raro de lo que se cree, es que un alma tenga una vida personal casi independiente de los acontecimientos de la semana o del año.

Cuanto se produce en torno suyo, todo lo que percibe y todo lo que oye se transforma en ella en pensamientos, en sentimientos, en amor indulgente, en admiración, en adoración por la vida. El agua que vierte una nube es para quien la recoge; y la felicidad, la hermosura, la inquietud saludable o la paz que se encuentran en un gesto del azar no pertenecen sino a quien ha aprendido a reflexionar.

La última palabra de una existencia es palabra que el destino cuchichea en lo más secreto de nuestro corazón. Hay una vida interior tan real, tan experimentada, tan minuciosa como la vida de fuera. Se puede vivir, se puede amar, se puede odiar, sin tener a alguien a quien rechazar o a alguien a quien esperar. El alma se basta para todo. A cierta altura ella es la que decide. Las circunstancias no son tristes o infecundas sino para aquellos cuya conciencia duerme todavía.

Debe haber siempre en el corazón, luz, alegría silenciosa, confianza, curiosidad, animación y esperanza. Es perfectamente posible existir sin reflexionar, pero no es posible reflexionar sin vivir. La esencia feliz o desgraciada de un acontecimiento se encuentra en la idea que de él se extrae: para los fuertes, en la idea que ellos mismos extraen; para los débiles, en la que de él extraen los otros. La felicidad íntima está exactamente representada por su moral y su concepción del universo. He aquí el claro que en el bosque de los accidentes, debería medirse siempre al final de una vida, para estimar la extensión de una felicidad.

Una alegría destrozada no agobia sino cuando se le pasea sin razón, como el leñador que no descargara nunca su fardo de madera. Pero la madera muerta no es para que se la pasee siempre a cuestas, sino para que se le encienda y se transforme en llamas deslumbradoras. No hay desgracia sin horizonte, no hay tristeza sin remedio para aquel que, sufriendo y afligiéndose como todos los demás, aprende a seguir en el fondo de la tristeza y en el fondo de la desgracia, el gran gesto de la naturaleza, que es el único gesto real. El sabio nunca puede decir que sufre, porque domina su vida; la juzga a vuelo de pájaro, y si sufre hoy es porque ha vuelto su pensamiento del lado de la parte inacabada de su alma.

Perdonar es también no comprender sino a medias. Admirar, admitir, amar. Admite y ama al bien tanto como el mal, porque, después de todo, el mal es el bien que se equivoca. Nos enseña, a la manera con que los años y los hombres nos enseñan las verdades que estamos en aptitud de recibir, la impotencia final de la maldad ante la vida, el apaciguamiento de todo en la naturaleza y en la muerte, que no es más que el triunfo de la vida sobre una de sus formas particulares. La inutilidad de la mentira más hábil y más llena de fuerza y de genio, ante la verdad más débil y más ignorante, y las decepciones del odio que siembra, sin saberlo, la felicidad y el amor en el porvenir que creía devastar.

miércoles, 6 de junio de 2007

El poder y el atractivo misterioso de la verdadera Felicidad

Parece que por un momento se ponen a la altura normal de un alma tranquila y fuerte, las estériles vanidades, las satisfacciones brillantes pero provisorias, esas mentiras que hablan alto pero que tiemblan en la sombra. Acontece, más o menos, lo que sucede cuando los niños se divierten con juegos prohibidos, arrancan o aplastan flores, se preparan a robar frutas, o torturan a algún animal inofensivo, y pasan un sacerdote o un anciano que no piensan, sin embargo, en regañarlos... Los juegos se interrumpen bruscamente; hay un despertar de conciencia asustada, y las miradas temerosas se fijan a pesar suyo, en el deber, en la realidad y en la verdad.

Pero las personas, por lo común, no se detienen mucho más tiempo que los niños para seguir con la vista al anciano, al sacerdote o a la reflexión que se alejan. No importa: han visto; porque el alma humana, no obstante que los ojos se vuelvan o se cierren demasiado voluntariamente, es más noble de lo que, para su tranquilidad, lo desearían la mayor parte de las personas, y entrevé sin trabajo lo que es superior al instante inútil por el que se trata de interesarla. En vano es cuchichear a lo largo del camino del sabio que desaparece: ha trazado, sin saberlo, en los errores y en las vanidades, un surco que no se borrará tan pronto como se cree. Ese surco reverdecerá, sobre todo, a la hora inesperada de las lágrimas.

Apenas si nos interrogamos acerca de la felicidad en los días en que nos creemos dichosos; pero venga el instante del sufrimiento, y no tenemos dificultad en recordar el sitio donde se esconde una paz que no depende de un rayo de sol, de un beso rehusado o de una desaprobación real. Si quieres saber en dónde se esconde la felicidad más segura, no pierdas de vista las gestiones de los miserables en busca de consuelo. El dolor se parece a la varita adivinatoria de la que se servían antaño los buscadores de tesoros o de manantiales de agua; indica al que la lleva la entrada de la morada en donde se respira la paz más profunda.

Debemos discernir la presencia de una felicidad que no nace de la benevolencia o del brillo de una hora, sino de la aceptación amplificada de la vida.. El alma que llora definitivamente percibe la alegría que se esconde en el retiro o en el silencio más impenetrables. Y en cuanto la conciencia despierta y se pone a vivir en un ser, hay un destino que comienza. Se trata de la conciencia activa que acepta el acontecimiento, sea cual sea, como una reina, que, aunque se la haya arrojado a una cárcel, sabe aceptar una dádiva.

martes, 22 de mayo de 2007

Los Sentimientos: Valor y Luz de la Vida

Tenemos pensamientos que creemos muy profundos y mejores, y sobre los cuales establecemos nuestra felicidad moral y todas las certidumbres de nuestra vida. Sin embargo, lo que vale, lo que ennoblece e ilumina nuestra vida, es, más que nuestros pensamientos, los sentimientos que despiertan en nosotros. El pensamiento es, tal vez, el objeto; pero sucede con él como con el objeto de muchos viajes: el trayecto, las etapas, lo que se encuentra en el camino, lo imprevisto que nos acontece, es lo que nos interesa más. Lo que queda aquí, como en todo, es la sinceridad de un sentimiento humano. De una idea, nunca sabemos si nos engaña; pero el amor con que la hemos amado recaerá sobre nosotros sin que una sola gota de su claridad o de su fuerza se pierda en el error. Lo que constituye, lo que alimenta el ser ideal que cada uno de nosotros se esfuerza por formar en sí mismo, no es tanto el conjunto de las ideas que perfilan su contorno, sino, la pasión pura, la lealtad, el desinterés con que rodeamos esas ideas. La manera con que amamos lo que creemos ser una verdad, tiene más importancia que la verdad misma. ¿No nos hacemos mejores, más por el amor que por el pensamiento?. Amar lealmente un gran error vale más, a menudo, que servir bajamente a una gran verdad.

Esa pasión, ese amor, pueden encontrarse en la duda y en la fe. Lo mejor que hay en un pensamiento que nos parece muy alto, muy puro o profundamente incierto, es que nos ofrece la ocasión de amar alguna cosa sin reserva. El metal precioso que se encuentre un día en el fondo de las cenizas del amor no provendrá del objeto de ese amor sino del amor mismo. Lo que deja una huella que no se borra es la sencillez, al ardor, la firmeza de un afecto sincero. Todo pasa, se transforma, se pierde tal vez, menos la irradiación de esa profundidad, de esa firmeza, de esa fecundidad de nuestro corazón.

Los pensadores son quienes viven del lado de la fidelidad a los mejores pensamientos de la amistad, de la lealtad, del respeto a sí mismo y de la satisfacción interior; pasan bajo una luz sencilla y apacible entre las vanidades, las ambiciones, las mentiras y las traiciones. Son sabios; no salen de la vida; permanecen en la realidad. No basta amar a Dios ni servirle lo mejor que se pueda, para que el alma humana se fortalezca y se tranquilice. No se llega a amar a Dios sino con la inteligencia y con los sentimientos que se han adquirido y desarrollado con el contacto de las personas. El alma humana sigue siendo profundamente humana a pesar de todo. Se puede enseñarle a amar muchas cosas invisibles; pero una virtud, un sentimiento completa y simplemente humano la alimentará siempre más eficazmente que la pasión o la virtud más divinas. Cuando encontramos un alma en verdad tranquila y sana, estemos seguros de que debe su salud y su tranquilidad a virtudes humanas. Las llamas de todas las virtudes se albergan en el alma y en el corazón.

Tal vez se necesiten, en una hermosa vida, menos horas heroicas que semanas graves, uniformes y puras. Quizás una alma recta y absolutamente pura sea más preciosa que una alma tierna y abnegada. Si de ella se debe esperar un poco menos de abandono, un poco menos de entusiasmo en las aventuras excesivas de la existencia, se puede descansar en ella con más confianza y más certeza en las circunstancias ordinarias, ¿y qué persona, por extraña, por agitada, por gloriosa que sea su vida, no la pasa casi toda en circunstancias ordinarias?.

Hay que volver siempre a la vida normal; allí es donde se encuentra el suelo firme y la roca primitiva. Exige una fuerza más constante, no dejarse nunca tentar por un pensamiento inferior, y llevar una vida menos altiva, pero más igualmente segura. Nuestro deseo de perfección moral al nivel de la verdad cotidiana, para reconocer que más fácil es hacer por momentos un gran bien que no hacer nunca el menor mal, hacer sonreír algunas veces que no hacer llorar nunca.

En la vida, muchas felicidades, muchas desgracias sólo son debidas al azar; pero la paz interior no depende nunca de él. Para el instinto del alma, las vivencias y sus resultados siempre son útiles... Pensamientos, afectos, dolores, convicciones, decepciones, aún las dudas, todo les sirve, y lo que la tempestad destroza al arrancarlo, se hace más fácil de manejar para reconstruir algo más lejos un edificio menos orgulloso pero más apropiado para las exigencias de la vida.

Ocurre con las raíces de la felicidad interna lo que con las de los grandes árboles: las que más azota la tempestad son las que más a menudo acaban por tener más poderosas y más nutritivas raíces en el suelo eterno; y el destino que nos sacude injustamente sabe tanto de lo que ocurre en el alma como puede saber el viento de lo que sucede bajo tierra.

lunes, 9 de abril de 2007

El Alma, escenario del Destino

En el conjunto de las vivencias cotidianas, no es el destino, sino el alma la que debe tener elevación. Aquel para quien tales cosas representan el destino de un ser, no tiene la menor idea de lo que es un destino. ¿Por qué desdeñar el hoy?. Desdeñar el hoy es demostrar que no se ha comprendido el ayer. El hoy tiene sobre el ayer, que ya no es, la ventaja de existir y de estar hecho para nosotros. El hoy, cualquiera que sea, sabe más largo que el ayer, y por consecuencia es más vasto y más bello.

¿No puede un destino ser hermoso y completo por sí mismo?. Una alma verdaderamente fuerte que dirige una mirada hacia atrás, ¿se detendrá en los triunfos de que fue objeto, si tales triunfos no sirvieron para hacerla reflexionar acerca de la vida, para aumentar en ella la noble humildad de la existencia humana, para hacerla amar mucho más el silencio y la meditación en los que se recogen los frutos madurados en algunas horas al calor de las pasiones que la gloria, el amor, el entusiasmo ponen en efervescencia?. Al final de esas fiestas y de esas acciones heroicas, benéficas o armoniosas, ¿qué le quedará fuera de algunos pensamientos, de algunos recuerdos, de algún aumento de conciencia, en una palabra, y un sentimiento más tranquilo, más extenso también de la situación del humano sobre esta tierra?.

En el momento en que los deslumbradores ropajes del amor, del poder o de la gloria, caigan en torno nuestro para la hora del descanso. ¿Qué nos llevamos al retiro en donde la felicidad de cualquier vida acaba por pesarse por el peso del pensamiento, por el peso de la confianza adquirida, por el peso de la conciencia?. ¿Se encuentra nuestro verdadero destino en lo que ocurre en torno nuestro o en lo que vive en nuestra alma?. Por potentes que sean los rayos de la gloria o del poder de que disfruta una persona, su alma no tarda en justipreciar los sentimientos que le proporciona cualquier acción exterior, y se da pronto cuenta de su verdadera nulidad, al no encontrar nada cambiado, nada nuevo, nada más grande en el ejercicio de sus facultades físicas. La felicidad depende de las impresiones personales que se experimentan y de las cuales se mantiene una memoria, ya que las almas de las que aquí hablamos no conservan recuerdo de todas las aventuras de su vida, sino de las que las hicieron un poco más grandes, un poco mejores.

Si un hermoso destino exterior no es indispensable, se necesita, sin embargo, esperarlo y hacer lo que se pueda para obtenerlo, como si se le concediera la mayor importancia. El gran deber del pensador es llamar a todos los templos, a todas las moradas de la gloria, de la actividad, de la dicha, del amor. Si nada se abre después de un serio esfuerzo, tras una larga espera, quizá haya encontrado en el esfuerzo y en la espera misma el equivalente de la claridad y de las emociones que buscaba. Actuar es anexar a nuestra reflexión campos de experiencia más amplios. Obrar es pensar más pronto y más completamente de lo que el pensamiento puede hacerlo. Actuar, no es pensar ya sólo con el cerebro, es hacer pensar a todo el ser. Obrar, es cerrar en el sueño, para abrirlas en la realidad, las fuentes más profundas del pensamiento. Pero no es necesariamente triunfar. Actuar, es también ensayar, esperar, tener paciencia. Obrar, es también escuchar, recogerse, callarse.

El esfuerzo y el recuerdo de las acciones son fuerza viva y preciosa porque el esfuerzo que hacemos y el recuerdo de lo que hemos hecho, transforman en nosotros, muchas veces, más cosas que el pensamiento más alto que, moral e intelectualmente, valdría mil esfuerzos o recuerdos de esos. Sí, y esto es lo único que debería envidiarse de un destino agitado y brillante; a saber, que extiende y despierta cierto número de sentimientos y de energías que jamás habrían salido de su sueño o del encierro de una existencia demasiado apacible.

lunes, 26 de marzo de 2007

El Destino, fruto de la Actitud

¿Para qué afligirse mucho tiempo de los errores o de las pérdidas?. Suceda lo que suceda, en los últimos minutos de la hora más triste, al fin de la semana, al cabo del año, siempre tendrá tiempo de sonreír la persona de buena fe, cuando se recoja en sí misma. Aprende poco a poco a apesadumbrarse sin lágrimas. Los beneficios de inspeccionarnos a nosotros mismos, se encuentran menos en el examen de lo que nuestra alma, nuestro espíritu, nuestro corazón han emprendido o consumado durante nuestra ausencia, que en esa inspección misma.

No hay días mediocres sino en nosotros mismos; pero siempre habría lugar para el destino más alto en los días más mediocres, porque tal felicidad se desarrolla mucho más completamente en nosotros. El lugar de un destino, no lo es la extensión de un imperio, sino la extensión de un alma. Nuestro verdadero destino se encuentra en nuestra concepción de la vida, en el equilibrio que acaba por establecerse entre las cuestiones insolubles del cielo y las respuestas inciertas de nuestra alma.

No hables del destino mientras un acontecimiento te alegre o te entristezca sin cambiar nada la manera con que admites al universo. Lo único que nos queda después del paso del amor, de la gloria, de todas las aventuras, de todas las pasiones humanas, es un sentimiento cada vez más profundo del infinito; y si no nos ha quedado éste, no nos ha quedado nada. Hablo de un sentimiento, no sólo de un conjunto de pensamientos, porque, en esto, los pensamientos no son más que innumerables peldaños que nos conducen poco a poco hasta el sentimiento de que hablo. Ninguna felicidad hay en la felicidad misma, mientras no nos ayude a pensar en otra cosa; mientras no nos ayude a comprender en cierto modo, la alegría misteriosa que experimenta el universo en existir.

Llevado a determinada altura, cualquier acontecimiento tranquilizará al sabio, porque el acontecimiento que lo aflije primero según los hombres, acaba, lo mismo que los demás acontecimientos, por agregar su peso al gran sentimiento de la vida. Es muy difícil arrebatar una satisfacción a quien ha aprendido a transformarlo todo en motivo de asombro desinteresado; es muy difícil quitarle una satisfacción, sin que de la idea misma de que no necesita de tal satisfacción, no nazca inmediatamente un pensamiento más alto que lo envuelve en una luz protectora. Un destino hermoso es aquel en que ninguna aventura, dichosa o desgraciada, ha pasado sin hacernos reflexionar, sin ensanchar la esfera en que se mueve nuestra alma, sin aumentar la tranquilidad de nuestra adhesión a la vida. Podemos, pues, decir que nuestro destino se encuentra mucho más realmente en la manera con que somos capaces de mirar una noche al cielo y sus estrellas indiferentes, a las personas que nos rodean, a la mujer que nos ama y los mil pensamientos que se agitan en nosotros, que en el accidente que nos arrebata nuestro amor, que nos prepara una entrada triunfal o nos eleva a un trono.

lunes, 12 de marzo de 2007

Aprendizaje en la Felicidad

Nada se opone tanto a la sabiduría del pensador como una prudencia débil; valdría más agitarse inútilmente en torno de una felicidad cualquiera, que esperar, durmiendo al calor del hogar, una felicidad ideal que no llegará nunca. Sobre el techo del que no sale de su casa no bajan sino las alegrías que nadie ha querido. No llamemos, pues, sabio a quien en el dominio de los sentimientos no va más allá de lo que la razón le permite, o de lo que la experiencia le aconseja que espere. No llamemos, pues, sabio, al amigo que no se entrega a su amigo porque prevé la terminación de la amistad, o al amante que no se da por completo, por miedo a aniquilarse en el amor.

Las aventuras desgraciadas no nos quitan más que las partes perecederas de nuestra energía de la felicidad, y se puede confesar que toda sabiduría sólo es una especie de energía purificada de la felicidad. Ser sabio es, ante todo, aprender a ser feliz, para aprender al mismo tiempo a conceder una importancia cada vez menor a lo que la felicidad es en sí misma. Importa que el ser humano sea, tanto tiempo como sea posible, tan feliz como pueda; porque los que salen al fin de sí mismos por la puerta de la felicidad, son mil veces más libres que los que salen por la de la tristeza. La alegría del sabio ilumina a la vez su corazón y toda su alma, en tanto que muy a menudo, la tristeza sólo ilumina el corazón.

En la felicidad se encuentra una humildad más profunda y más noble, más pura y mucho más extensa que la que se encuentra en la desgracia. Hay una humildad que debe colocarse entre las virtudes parásitas, con la abnegación estéril, con el pudor, con la castidad arbitraria, la ciega renunciación, la sumisión oscura, el espíritu de penitencia y muchas otras, que durante tanto tiempo desviaron en provecho de un charco estancado, en torno del cual vagan aún nuestros recuerdos, las aguas vivas de la moral humana. Tal humildad, aunque sea sincera, quita a nuestra lealtad íntima, que se necesita respetar siempre por encima de todo, lo que puede agregar a la dulzura de nuestra actitud en la vida. En todo caso, revela cierta timidez de conciencia, y la conciencia del sabio no debe tener ningún pudor, ninguna timidez.

Junto a esa humildad demasiado personal existe una humildad general, una humildad elevada y firme que se alimenta de todo lo que aprenden nuestro espíritu, nuestra alma y nuestro corazón. Una humildad que nos muestra exactamente lo que el ser humano puede esperar; una humildad que no nos rebaja sino para engrandecer cuanto vemos; una humildad que nos enseña que la importancia del ser no reside en lo que es sino en lo que puede percibir, en lo que trata de admitir y de comprender. El dolor nos abre también el dominio de esa humildad, pero no lo hace sino para conducirnos demasiado directamente a no sé qué puerta de la esperanza, en cuyo dintel perdemos muchos días; en tanto que la felicidad, no teniendo otra cosa que hacer al cabo de algunas horas, nos hace recorrer en silencio sus senderos inaccesibles.

Cuando el sabio es lo más feliz posible, es cuando se hace también lo menos exigente, lo menos orgulloso que se puede hacer. Cuando sabe que posee por fin todo lo que al humano le es permitido poseer, empieza también a comprender que lo que constituye el valor de cuanto posee no se encuentra más que en la manera con que considera lo que el humano no podrá poseer nunca. De ahí que sólo en el seno de una felicidad prolongada se adquiera una idea independiente de la vida. No hay que ser feliz para ser feliz, sino para aprender a ver claramente lo que nos ocultaría siempre la espera inútil y demasiado pasiva de la felicidad.

lunes, 26 de febrero de 2007

El Alma, anfitriona del Tiempo

La sabiduría que renuncia con demasiada facilidad a alguna esperanza humana es incompleta y enfermiza. Cada persona tiene más de un deseo legítimo al que nada importa la aprobación de una razón severa. Pero no hay que creerse desgraciado porque no se posea más que una felicidad que no parezca extraordinaria a quienes nos rodean. Mientras más sabio se es, menos trabajo cuesta persuadirse de que se posee una felicidad. Conviene convencerse de que lo más envidiable de una felicidad humana son sus momentos más sencillos. El sabio aprende a animar y a amar la sustancia silenciosa de la vida. No hay alegría fiel más que en esa sustancia silenciosa, y nunca son las dichas extraordinarias las que se atreven a acompañar nuestros pasos hasta la tumba.

Importa acoger y abrazar tan fraternalmente como a los demás, al día que se acerca y se aleja sin hacer un gesto no acostumbrado de alegría o de esperanza. Para llegar hasta nosotros ha recorrido los mismos espacios y los mismos universos que el día que nos encuentra sobre un trono o en el lecho de un gran amor. Tal vez esconda bajo su manto horas menos brillantes, pero más humildemente abnegadas. Cuéntase el mismo número de minutos eternos en una semana que transcurre sin decir nada, como en la que avanza dando grandes gritos. En el fondo, todo lo que parece decirnos una hora, nosotros mismos somos quienes nos lo decimos. La hora es una viajera vacilante y tímida, que se alegra o se entristece según la sonrisa o la mirada taciturna del huésped que la recibe. No es ella la que debe traernos la felicidad, nosotros somos los encargados de hacer dichosa la hora que viene a buscar refugio en nuestra alma. Sabio es aquel quien tiene siempre algo apacible que desearle a la entrada.

Hay que acumular en uno mismo las causas de la felicidad más sencillas. Por tanto, no despreciemos ninguna ocasión de ser dichosos. Tratemos de experimentar primero la felicidad según lo humano, para preferirle después, con conocimiento de causa, la felicidad según nosotros mismos. Ocurre con esto como en el amor. Se necesita haber amado profundamente para saber de qué modo se necesitaría amar cuando ya no se ama. Conviene ser feliz por momentos, de manera visible, para aprender a ser feliz de manera invisible; y acaso no sea necesario prestar oído a las horas que hablan alto en su embriaguez, sino para aprender poco a poco el lenguaje de las que no hablan nunca más que en voz baja. Sólo éstas son numerosas, inagotables, incapaces de traicionar o de huir, a causa de su número, y el sabio sólo debería contar con ellas. Ser feliz es ejercitarse en ver la sonrisa oculta y los adornos misteriosos de las horas incalculables y anónimas, y esos adornos sólo se encuentran en nosotros mismos.

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

En el reino de nuestro corazón, que es, para casi todos los humanos, el reino en el cual se cosecha la sustancia misma de la vida, no hay economías inútiles. Sería preferible no hacer nada en él a hacer las cosas a medias, y siempre es lo que no nos hemos atrevido a arriesgar lo que perdemos seguramente. Una pasión no nos quita, en realidad, sino lo que creemos robarle, y nosotros menguamos siempre en la parte que pensamos haber reservado para nosotros mismos. Hay, además, en nuestra alma, retiros tan profundos que sólo el amor se atreve a bajar sus peldaños, y el amor también es el que nos trae de ellos joyas imprevistas, cuyo brillo sólo percibimos en el breve instante en que se abren nuestras manos para ofrecérselos a manos bienamadas.

lunes, 12 de febrero de 2007

La Escalera de los Días

El pensador, el sabio, debe vivir en medio de todas las pasiones humanas. Las pasiones de nuestro corazón son los únicos alimentos con que la sabiduría puede nutrirse mucho tiempo sin peligro. Nuestras pasiones son los obreros que la naturaleza nos envía para ayudarnos a construir el palacio de nuestra conciencia; es decir, de nuestra felicidad; y el ser que no acepta a esos obreros y cree poder levantar solo todas las piedras de la existencia, no tendrá nunca, para abrigar su alma, más que una celda estrecha, fría y desnuda.

Ser sabio no significa no tener pasiones, sino aprender a purificar las que se tienen. Todo depende de la posición que se toma en la escalera de los días. Para uno, los desalientos y las enfermedades morales son peldaños que se bajan; para otro, representan escalones que se suben. Las pasiones del sabio acaban por iluminar algún punto perdido de su existencia. Y no es la sabiduría, sino el orgullo en su forma más inútil, lo que prospera en la inmovilidad y en el vacío. Es preciso buscar la flor que debe abrirse en el silencio que sigue a la tempestad, no antes.

Mientras más se avanza de buena fe en los senderos de la existencia, más se cree en la verdad, en la hermosura y en la profundidad de las leyes más humildes y cotidianas de la vida. Se aprende a admirarlas, precisamente porque son tan generales, tan uniformes, tan cotidianas. Se busca y se espera cada vez menos lo extraordinario, porque no se tarda en reconocer que lo más extraordinario que hay en el vasto movimiento apacible y monótono de la naturaleza, son las exigencias infantiles de nuestra ignorancia y nuestra vanidad. Ya no se piden a las horas que pasan, acontecimientos extraños y maravillosos; porque los acontecimientos maravillosos no ocurren sino a quienes no tienen aún confianza en sí mismos o en la vida. Ya no se espera la oportunidad de un acto sobrehumano, porque se siente que existen en todos los actos humanos. Ya no se pide que el amor, ni la amistad, ni la muerte, se nos presenten ataviados con adornos imaginarios, rodeados de coincidencias y presagios prodigiosos: se sabe acogerlos con su sencillez y su desnudez reales. Se convence uno de que se puede encontrar el equivalente del heroísmo, lo sublime y lo excepcional, en una existencia valiente, completamente aceptada; aumenta uno su conciencia e ilumina su sonrisa y su serenidad, con todo lo que se quita al orgullo.

La buena y sana lealtad de una sabiduría humana y sincera no piensa en elevarse por encima de las personas para experimentar lo que ellas no experimentan, sino que sabe encontrar, en lo que todos experimentarán siempre, lo necesario para ensanchar el corazón y el pensamiento. No es queriendo una cosa distinta de una persona como se llega a ser un ser humano verdadero. El deseo de lo extraordinario es a menudo la gran enfermedad de las almas vulgares. Mientras más normal, general y uniforme nos parece lo que nos sucede, más logramos discernir y amar las profundidades y los goces de la vida en esa generalidad misma, y más nos acercamos a la tranquilidad y a la verdad de la gran fuerza que nos anima.

No hay en el ser humano un pensamiento, un sentimiento, un acto de hermosura o de grandeza que no se pueda afirmar en la sencillez de la existencia más normal; y cuanto no encuentra un lugar en ella, pertenece todavía a las mentiras de la pereza, de la ignorancia o de la vanidad.

lunes, 29 de enero de 2007

La Magia de lo Ordinario

Un gran hecho histórico absorbe nuestra mirada en el hecho mismo; pero palabras y movimientos insignificantes atraen nuestra atención sobre el horizonte que los rodea. ¿Y acaso no se encuentra siempre en el horizonte el punto luminoso de la sabiduría humana?. Viendo las cosas según el sentimiento y la razón de la naturaleza, la mediocridad general de tales vidas no sería verdaderamente mediocre por el hecho de ser tan general.

Nunca conocemos un alma sino hasta la altura en la que conocemos la nuestra; y no hay un ser, por pequeño que parezca de pronto, que no emerja de la sombra a medida que disminuye la sombra en que nos hallamos. No es lo visible lo que se necesita engrandecer para amarlo; es lo que no se ama lo que se necesita iluminar levantando la llama hasta que llegue al nivel del amor. Que salga todos los días un rayo de luz de nuestra alma, es cuanto debemos desear. No importa a donde vaya a posarse. No hay objeto sobre el cual caigan una mirada o un pensamiento, que no contenga más tesoros de los que ellos puedan iluminar; no hay la menor cosa, que no sea mucho más vasta que toda la claridad que un alma pueda prestarle.

¿No es en los destinos ordinarios en los cuales, exento de multitud de detalles que enervan la atención, se encuentra lo esencial de los destinos humanos?. La última palabra no la dirá nunca lo excepcional, y lo que se llama sublime no debería ser sino una conciencia más lúcida y más penetrante de lo más normal que haya. Mientras más discreta es la recompensa, es más deseable; no porque agrade gozar en secreto de los favores de la felicidad; pero las alegrías que así nos concede, sin anunciarlas a los demás, son quizá las únicas que no haya robado a la parte de nuestros hermanos.

Una vida no es grande ni pequeña en sí misma; se la mira con más o menos grandeza, y una existencia que aparece alta y vasta para todos los hombres, es una existencia que ha adquirido la costumbre de dirigir una extensa mirada sobre sí misma. Si nunca te miras vivir, vivirás por fuerza de una manera estrecha; pero quien te mire vivir así, encontrará, en la mediocridad misma del ángulo en que te agitas, una especie de elemento de horizonte, un punto de apoyo más firme, desde donde su pensamiento se elevará con fuerza más humana y más segura.

Sólo Dios está en el secreto de la energía que nos cuestan los triunfos alcanzados actualmente sobre los hombres, sobre las cosas y sobre nosotros mismos. Si no siempre sabemos a donde vamos, en cambio conocemos bien las fatigas del viaje. El ser humano necesita experimentar ciertas pasiones para desarrollar en él cualidades que dan a su vida nobleza, que extienden su círculo y adormecen el egoísmo natural en todas las criaturas.

No se debe amar siempre la luz por ella misma, sino por lo que ilumina. En las vidas humildes es donde las grandes ven mejor su sustancia, y mirando sentimientos estrechos es como acabamos por ensanchar los nuestros porque parecen estar cada vez menos en armonía con la grandeza de la verdad que nos penetra. Es permitido soñar en una vida mejor que la vida ordinaria, con elementos que no se encuentran en la existencia cotidiana, pero acaso sea mejor todavía, acostumbrar al alma a mirar derecho frente a ella y a no contar, para colocar por fin en ella sus deseos y sus ilusiones, con más cimas que las que se destacan claramente de las nubes que iluminan el horizonte.

lunes, 15 de enero de 2007

Las bendiciones de la Verdad

El bien, lo mismo que el mal, tiene sus derrotas y sus decepciones. Pero las derrotas y las decepciones del bien, en lugar de oscurecer y entristecer el pensamiento, lo iluminan y lo tranquilizan. Un acto de virtud puede caer en el vacío; pero entonces nos enseña a medir las profundidades del alma y de la vida. Esas derrotas deberían bendecirse.

La inutilidad de un acto de bondad, la aparente ineficacia de un pensamiento elevado o simplemente leal, lanza sobre una multitud de cosas un rayo de luz de distinta naturaleza que el que podría proyectar sobre ellas toda la utilidad del bien. No cabe duda que causaría una gran alegría comprobar el triunfo invariable del amor; pero hay mayor alegría en ir hasta la verdad a través de esa ilusión. Sin embargo, el ser humano, en el transcurso de su historia, ha depositado con demasiada frecuencia su dignidad en los errores, y la verdad le ha parecido de pronto una disminución de sí mismo. La verdad no vale siempre lo que la ilusión, pero en su favor tiene el ser verdadera. En el dominio del pensamiento nada hay tan moral como la verdad.

Ninguna verdad es amarga para el pensador. Pero hoy aprende a preferir que no sea así, y no por las satisfacciones que en ello recoge su orgullo. Entonces, no cultiva ya la pasión de justicia que encuentra en su alma por los frutos espirituales que produce, sino por respeto a todo lo que existe, y por las flores inesperadas que puede hacer nacer en su inteligencia. No maldice al ingrato; no maldice ni aún a la ingratitud. La ingratitud le enseña que hay en el beneficio alegrías más espaciosas, menos personales y más conformes con la vida general que las que él esperaba del agradecimiento. Prefiere tratar de comprender lo que es, a esforzarse en creer lo que desea. En tal caso, el sabio sabe admirar lo que contradice su deseo, ensanchando su visión. Todo lo que existe consuela y fortalece al sabio, porque la sabiduría consiste en investigar y en admitir cuanto existe.

La sabiduría se interesa por la vida más que por la justicia o por la virtud; y si acontece que una gran virtud demasiado abstracta se encuentra en presencia de una vida que no se agita más que entre estrechos muros, la sabiduría preferirá inclinar su atención del lado de la humilde vida que del lado de la gran virtud inmóvil, orgullosa y solitaria.

Sobre todo, no desprecia nada; sólo hay una cosa en el mundo que es completamente despreciable y es el desprecio mismo. Los que piensan, tienden, con demasiada frecuencia, a despreciar a aquellos que pasan por la vida sin pensar. Cierto: el pensamiento tiene gran importancia, y ante todo debe tratarse de pensar tanto como sea posible y lo mejor que se pueda; pero hay alguna exageración en creer que poca más o poca menos aptitud en manejar cierto número de ideas generales ponga una barrera definitiva entre dos personas. En última instancia, entre el más grande de los pensadores y el más insignificante personaje de provincia, no hay, a menudo, sino la diferencia entre una verdad que encuentra de momento su fórmula y una verdad que no se formula jamás de manera apreciable.

Hay momentos en que el sabio reconoce la vanidad de sus tesoros espirituales; en que se da cuenta de que apenas lo separan de los demás hombres, algunas costumbres, algunas palabras, y en que duda del valor de esas palabras. Son los instantes más fecundos de la sabiduría. Pensar es a menudo equivocarse, y el pensador que se extravía necesita con frecuencia, para encontrar su camino, volver al lugar en donde se quedaron fielmente sentados, en torno a una verdad silenciosa, pero necesaria, los que casi no piensan.

Se sabe exactamente lo que la fuerza inerte debe al pensador, pero no se tiene en cuenta lo que el pensador debe a la fuerza de la inercia. En realidad, el pensador sólo sigue pensando con acierto si no pierde nunca el contacto con los que no piensan. Es fácil desdeñar; menos fácil es comprender y, sin embargo, para el verdadero sabio no hay desdén que no acabe tarde o temprano en convertirse en comprensión. Todo pensamiento que pasa con desdén por encima del gran grupo mudo; todo pensamiento que no reconoce a mil hermanas, a mil hermanos dormidos en ese grupo, no es, en muchas ocasiones, más que un sueño nefasto o estéril.