martes, 31 de julio de 2007

La Copa de nuestro Destino

Los destinos oscuros nos enseñan que aún en el seno de las grandes desgracias físicas, nada hay irreparable; quejarse del destino es casi siempre quejarse de la indigencia del alma. En los días de angustia y de infortunio es cuando se conoce por fin el valor único y verdadero de la vida.

El grito de todos los que conocieron el amor, de todos aquellos cuya alma supo hallar un interés, una curiosidad, una esperanza, un deber en la vida, poseen la llama que anima en el fondo de su noche, así como anima al sabio en el fondo de las horas uniformes. El amor es el sol inconsciente de nuestra alma.

El amor no siempre piensa; muy a menudo no necesita de ninguna reflexión, de ninguna concentración sobre sí mismo para disfrutar de todo lo mejor que hay en el pensamiento; pero lo mejor que hay en el amor no es menos semejante a lo mejor que hay en el pensamiento. Cuando amamos, es porque no vemos sino la faz luminosa de nuestros sufrimientos; pero reflexionar, meditar, mirar más allá de la pena, y obrar más alegremente de lo que se necesitaría dentro del orden aparente del destino, ¿no es hacer voluntaria y seguramente lo que sólo hace el amor, a pesar suyo, por una feliz casualidad?.

A cualquier lugar donde vayamos, el río de la vida corre con abundancia bajo las bóvedas celestes. Lo que a nosotros nos importa, no es la extensión, la profundidad o la violencia del río que pertenece a todos y que corre siempre, sino la pureza y la capacidad de la copa que sumerjamos en él. Cuanto podemos absorber de la vida toma por fuerza la forma de esa copa, y ésta, por su parte, ha sido modelada sobre nuestros sentimientos y sobre nuestros pensamientos; en una palabra, sobre el seno de nuestro destino íntimo. Tenemos la copa que nos hemos hecho; casi siempre se tiene lo que se ha aprendido a desear. Así que, aprender que nuestro deseo podría ser más hermoso, ¿no es ya embellecerlo?.

El que espera un sentimiento más ardiente y más generoso no tiene por qué quejarse. No tiene de qué quejarse el que espera el deseo de un poco más de felicidad, de un poco más de belleza y de justicia.

lunes, 16 de julio de 2007

Del Pensamiento a la Acción: El ejercicio de la Vida

Mientras más se vive, mejor se ve que casi no hay genio en lo extraordinario y que la verdadera superioridad está formada por los elementos que todos los días ofrecen a todas las personas. En esto, como en todo lo demás, se trata de la vida interior. De la misma potencia, la misma vitalidad, la misma abundancia de amor, la misma sonrisa interna del ser que parece saber a donde va, la misma amplia certidumbre del alma que ha logrado hacer la paz en las alturas con las grandes incertidumbres y las grandes miserias de este mundo.

No todo el mundo tiene derecho a esperar. Se hace mal en morir virgen. ¿No es acaso el primer deber de todo ser el de ofrendar a su destino todo lo que se pueda ofrecer a un destino humano?. Más vale una obra inacabada que una vida incompleta. Conviene despreciar las satisfacciones vanidosas o inútiles, pero no es cuerdo rechazar las principales probabilidades de una felicidad esencial. No le está prohibido al alma desgraciada alimentar nobles pesares.

¡Qué largo, qué estrecho es, en casi todos los seres, el camino que conduce de su alma a su vida!. Sucede con nuestros pensamientos de audacia, de justicia, de lealtad y de amor, lo que con las bellotas: miles se pierden y se pudren en el musgo. En cuanto hay acción intervienen los instintos, el carácter se impone y el alma, la parte superior del ser, nos parece aniquilada.

Nada se hace mientras no hemos aprendido a endurecernos las manos, mientras no hemos aprendido a transformar el oro y la plata de nuestros pensamientos en una llave que no abre ya la puerta de marfil de nuestros sueños, sino la puerta misma de nuestra casa; en una copa que no sólo contiene el agua maravillosa de nuestras ilusiones, sino que no deja huir el agua muy real que cae sobre nuestro techo; en una balanza que no se conforma con pesar vagamente lo que vamos a hacer en lo porvenir, sino que señala con exactitud el peso de lo que hicimos hoy. El más alto ideal no es sino un ideal provisorio en tanto que no penetre familiarmente en todos nuestros miembros.

Es preferible obrar a veces contra el pensamiento, a no atreverse nunca a obrar de acuerdo con los pensamientos. El error activo es raras veces irremediable; las cosas y las personas se encargan de corregirlo pronto; pero, ¿qué pueden hacer en contra del error pasivo, que evita cualquier contacto con la realidad?. Se necesita un mar de buena voluntad para poner en movimiento el menor acto de justicia o de amor. Es preciso que nuestras ideas sean diez veces superiores a nuestra conducta para que nuestra conducta sea simplemente honrada. Es necesario querer enormemente el bien para evitar un poco el mal. Por eso se necesita ser heroico en los pensamientos, para ser, a lo sumo, aceptable o inofensivo en las acciones.

lunes, 2 de julio de 2007

El contenido del Corazón

¿De qué lado se debe considerar la vida para descubrir su verdad, para juzgarla, aprobarla y amarla?. Es raro que pueda sorprenderse así la vida de un alma en un cuerpo que no tuvo aventuras; pero menos raro de lo que se cree, es que un alma tenga una vida personal casi independiente de los acontecimientos de la semana o del año.

Cuanto se produce en torno suyo, todo lo que percibe y todo lo que oye se transforma en ella en pensamientos, en sentimientos, en amor indulgente, en admiración, en adoración por la vida. El agua que vierte una nube es para quien la recoge; y la felicidad, la hermosura, la inquietud saludable o la paz que se encuentran en un gesto del azar no pertenecen sino a quien ha aprendido a reflexionar.

La última palabra de una existencia es palabra que el destino cuchichea en lo más secreto de nuestro corazón. Hay una vida interior tan real, tan experimentada, tan minuciosa como la vida de fuera. Se puede vivir, se puede amar, se puede odiar, sin tener a alguien a quien rechazar o a alguien a quien esperar. El alma se basta para todo. A cierta altura ella es la que decide. Las circunstancias no son tristes o infecundas sino para aquellos cuya conciencia duerme todavía.

Debe haber siempre en el corazón, luz, alegría silenciosa, confianza, curiosidad, animación y esperanza. Es perfectamente posible existir sin reflexionar, pero no es posible reflexionar sin vivir. La esencia feliz o desgraciada de un acontecimiento se encuentra en la idea que de él se extrae: para los fuertes, en la idea que ellos mismos extraen; para los débiles, en la que de él extraen los otros. La felicidad íntima está exactamente representada por su moral y su concepción del universo. He aquí el claro que en el bosque de los accidentes, debería medirse siempre al final de una vida, para estimar la extensión de una felicidad.

Una alegría destrozada no agobia sino cuando se le pasea sin razón, como el leñador que no descargara nunca su fardo de madera. Pero la madera muerta no es para que se la pasee siempre a cuestas, sino para que se le encienda y se transforme en llamas deslumbradoras. No hay desgracia sin horizonte, no hay tristeza sin remedio para aquel que, sufriendo y afligiéndose como todos los demás, aprende a seguir en el fondo de la tristeza y en el fondo de la desgracia, el gran gesto de la naturaleza, que es el único gesto real. El sabio nunca puede decir que sufre, porque domina su vida; la juzga a vuelo de pájaro, y si sufre hoy es porque ha vuelto su pensamiento del lado de la parte inacabada de su alma.

Perdonar es también no comprender sino a medias. Admirar, admitir, amar. Admite y ama al bien tanto como el mal, porque, después de todo, el mal es el bien que se equivoca. Nos enseña, a la manera con que los años y los hombres nos enseñan las verdades que estamos en aptitud de recibir, la impotencia final de la maldad ante la vida, el apaciguamiento de todo en la naturaleza y en la muerte, que no es más que el triunfo de la vida sobre una de sus formas particulares. La inutilidad de la mentira más hábil y más llena de fuerza y de genio, ante la verdad más débil y más ignorante, y las decepciones del odio que siembra, sin saberlo, la felicidad y el amor en el porvenir que creía devastar.