lunes, 27 de marzo de 2006

El Pensamiento y el Destino


De manera contundente, el Pensamiento puede ejercer una influencia sobre nuestro Destino. Con frecuencia se acepta que el destino dispone que muchos seres vivan oprimidos por sus semejantes o por los acontecimientos. Esto sucede a la mayor parte de las personas; a todos aquellos que no han aprendido a separar su destino exterior de su destino moral; a desarrollar una fuerza superior a las fuerzas instintivas. Pero junto a quienes son oprimidos por los demás o por los acontecimientos, existen seres que poseen una especie de fuerza interna a la cual se someten los demás y los acontecimientos que los rodean. Tienen conciencia de esta fuerza; y esta fuerza no es sino un sentimiento de sí mismo que ha sabido extenderse más allá de los límites de la conciencia habitual.

No se está en sí mismo, no se está a salvo de los caprichos del azar, no se es feliz ni fuerte más que dentro del recinto de la propia conciencia. Un ser engrandece en la medida en que aumenta su conciencia y su conciencia aumenta a medida que él engrandece. Lo mismo que el amor es insaciable de amor, toda conciencia es insaciable de extensión, de elevación moral, y toda elevación moral es insaciable de conciencia.

Por lo general, este sentimiento de sí mismo se entiende, limitadamente, al conocimiento de nuestros defectos y de nuestras cualidades. Pero conocerse a sí mismo no es sólo conocerse en la inacción o conocerse más o menos en lo presente y en lo pasado, sino conocerse también en lo porvenir. Tener conciencia de sí mismo es tener conciencia, hasta cierto punto, de su estrella o de su destino. Conocen una parte de su porvenir porque son ya una parte de ese porvenir. Tienen confianza en sí mismos porque desde hoy saben lo que los acontecimientos llegarán a ser en su alma. El acontecimiento en sí es el agua pura que nos vierte la fortuna y por sí mismo no tiene ni sabor, ni color, ni aroma. Es hermoso o triste, dulce o amargo, mortal o vivificador, según la calidad del alma que la recoge.

Se puede decir que a los seres humanos no les acontece sino lo que ellos quieren que les acontezca. Ciertamente, sólo tenemos una débil influencia sobre ciertos acontecimientos exteriores; pero tenemos una acción todopoderosa sobre lo que tales acontecimientos llegan a ser en nosotros mismos; es decir, sobre la parte espiritual que es la parte luminosa e inmortal de todo acontecimiento. Hay miles de seres en quienes esta parte espiritual, que quisiera nacer de todo amor, de toda desgracia o de todo encuentro, no ha podido vivir un solo instante. Hay algunos otros en los que esa parte inmortal lo absorbe todo porque han encontrado un punto fijo desde el cual mandan a los destinos íntimos; y el destino verdadero es un destino íntimo.

Para la mayor parte de las personas, lo que ensombrece o ilumina su vida, es lo que sucede; pero la vida interior de otros se basta sola para iluminar todo lo que les ocurre. Si amas, no es este amor el que forma parte de tu destino; la conciencia de ti mismo, que habrás encontrado en el fondo de este amor, será la que modifique tu vida. Si te han traicionado, no es la traición lo que importa sino el perdón que haya hecho nacer en tu alma, y la naturaleza más o menos general, más o menos elevada, más o menos meditada de este perdón, será la que dirija tu existencia hacia el lado apacible y más claro del destino en que verás mejor que si te hubieran seguido siendo fieles. Pero si la traición no ha acrecentado la sencillez, la confianza más alta, la amplitud del amor, te habrán traicionado muy inútilmente y podrás decirte que no ha pasado nada.

Nada nos sucede que no sean de la misma naturaleza que nosotros mismos. Toda vivencia se presenta a nuestra alma bajo la forma de nuestros pensamientos habituales. Vayamos a donde vayamos sólo nos encontraremos a nosotros mismos en los caminos de la casualidad. Miente y las mentiras acudirán; ama, y el racimo de vivencias se estremecerá de amor. Todo guarda una señal interior, y si nuestra alma se vuelve más sabia por la tarde, la desgracia que ella misma apostó por la mañana se vuelve más sabia también.

Jamás ocurren grandes acontecimientos interiores a quienes nada han hecho para llamarlos; y sin embargo, el menor accidente de la vida lleva consigo la esencia de un gran acontecimiento. Llegamos a ser exactamente lo que descubrimos en las dichas y en las desgracias que nos advienen; y los caprichos más inesperados de la suerte se acostumbran a tomar la forma misma de nuestros pensamientos. Los vestidos, las armas y los adornos del destino se encuentran en nuestra vida interna.

A medida que vamos volviéndonos sabios nos libramos de algunos de nuestros destinos instintivos. En todo ser hay ciertos deseos de sabiduría que podría transformar en conciencia la mayor parte de los azares de la vida. Y lo que ha sido transformado en conciencia no pertenece ya a las potencias enemigas. Un sufrimiento que nuestra alma haya transformado en dulzura, en indulgencia o en pacientes sonrisas, es un sufrimiento que no volverá ya sin adornos espirituales; y una falta o un defecto que hayamos mirado frente a frente no pueden ya perjudicarnos ni perjudicar a los demás.

Existen relaciones incesantes entre el instinto y el destino; se sostienen mutuamente y rondan juntos en torno del ser descuidado; pero cualquier persona que sabe disminuir en sí misma la fuerza ciega del instinto, disminuye en torno suyo la fuerza del destino. Hay desgracias que la fatalidad no se atreve a emprender en presencia de una alma que la ha vencido.

Se trata de ejercer el pensamiento. Y hay convicciones que todo pensador puede adquirir. Entonces surge la luz pura que difunde un alma grande al hacerse más bella en el infortunio porque la bondad y el perdón dominan al porvenir. El pensamiento toma a la desgracia entre sus brazos para comunicarle su fuerza. Los que saben, no saben nada si no poseen la fuerza del amor, porque el verdadero sabio no es quien ve sino el que viendo más lejos ama con más intensidad. Ver sin amar es mirar en las tinieblas.

lunes, 20 de marzo de 2006

El Idealismo Posible o la Imaginación Pragmática

Hablemos del Idealismo Posible, de la Imaginación Pragmática. Se trata de rescatar, revalorar, promover y hablar de los conceptos y las leyes milenarias de la Humanidad. Hablar de sabiduría, de destino, de justicia, de felicidad y de amor. Acaso es el camino para el cumplimiento del mandato vital que la Naturaleza encomendó a nuestra especie. Curiosamente, en nuestros días, parece una ironía hablar de una dicha poco visible, en medio de infortunios muy reales; de una justicia ideal, en el seno de una injusticia demasiado material; de un amor difícilmente perceptible entre el odio o la indiferencia bien clara.

Pienso que, justamente ahora, en medio de tanta aridez, es necesario buscar con calma, entre pliegues ocultos en el fondo del corazón, algunos motivos de confianza o de serenidad, algunas ocasiones de sonreír, de alegrarse y de amar, algunas razones para agradecer y admirar; precisamente hoy que la mayor parte de la humanidad, tiranizada por el ritmo de la vida cotidiana, no puede detenerse en los goces interiores y en las consolaciones profundas, obtenidas con tanta pena y esfuerzo del alma.

Si se tuviera el valor de escuchar la voz más sencilla, cercana y apremiante de la conciencia, se encontraría que el único deber indudable sería el aliviar en torno de uno, en un círculo tan extenso como fuese posible, el mayor número de sufrimientos que se pudiera. Y aún así, tal obra caritativa no duraría mucho si nadie se tomara el tiempo necesario para callar y pensar. Mucho del bien que ahora se hace en torno nuestro, nació primero en el espíritu de uno de quienes quizá descuidaron más de un deber inmediato y urgente, para reflexionar, recapacitar y hablar. A los ojos de una alma humildemente honrada, como hay que esforzarse en serlo, lo mejor que se tiene que hacer es cumplir siempre el deber más sencillo y próximo. Y en todas las épocas ha habido seres convencidos de cumplir los deberes de la hora presente pensando en los deberes de la hora que iba a seguir.

Para rescatar las leyes milenarias de la humanidad es necesario partir de la idea de una alma dichosa o que, al menos, tenga lo que se necesita para serlo, salvo la conciencia suficiente. Vivimos en el seno de una gran injusticia. Pero no creo que haya indiferencia ni crueldad en hablar a veces como si esta injusticia no existiera, para salir del círculo vicioso. Es necesario que algunos se permitan pensar, hablar y obrar como si todos fueran felices; sino, ¿qué felicidad, amor y belleza encontrarían todos los demás cuando el destino les abra los jardines públicos de la tierra prometida?. Es indispensable retomar y hablar de lo posible. La humanidad ha sido hasta ahora como una enferma crónica; sin embargo, las únicas palabras verdaderamente consoladoras que ha escuchado han sido dichas por quienes le hablan como si nunca hubiera estado enferma.

Es porque la humanidad está hecha para ser dichosa, como lo son el hombre y la mujer para ser sanos, por lo que conviene hablarle como si siempre estuviera en vísperas de una gran felicidad o de una gran certidumbre. En realidad, así lo está por instinto, aunque no llegue a alcanzar nunca el mañana. Es bueno creer que un poco más de pensamiento, de valor, de amor, de curiosidad, un poco más de entusiasmo por vivir bastará algún día para abrirnos la puertas de la alegría y de la verdad. Esto no es del todo improbable. Puede esperarse que una mañana todo el mundo sea dichoso y sabio, y si ese mañana no llega, no es criminal haberla esperado.

Es útil hablar de la felicidad a los desdichados para enseñarles a conocerla. Si quienes se sienten dichosos explicaran de manera sencilla los motivos de su satisfacción, se vería que entre la tristeza y la alegría, sólo hay una diferencia entre la aceptación algo más sonriente e iluminada y una esclavitud hostil y sombría; entre una interpretación estrecha y obstinada y una interpretación armoniosa y amplia. Entonces se darán cuenta de que en su corazón poseen los elementos de esa felicidad y que, a no ser por grandes desgracias físicas, todos los poseemos.

El más feliz de los seres humanos es el que conoce mejor su felicidad, aquel que sabe más profundamente que la felicidad está separada de la aflicción por una idea alta, infatigable, humana y valerosa. De esta idea es saludable hablar lo más a menudo posible, no para imponer la que se tiene sino para hacer nacer poco a poco en el corazón de los demás el deseo de poseer una a su vez. Esta idea es diferente para cada uno de nosotros; pero sólo hablando de la tuya me ayudarás, sin saberlo, a adquirir la mía.

Es posible que mañana se nos revele la fórmula infalible de la felicidad. Pero no cambiará ni mejorará nada en nuestra vida moral si no vivimos en la espera y con el deseo del mejoramiento, en el alma. Toda la moral, la ciencia de la justicia y de la felicidad debería ser una espera, una preparación tan vasta, experimentada y accesible como se pueda. Mientras alcanzamos todas las verdades científicas, nos es dado penetrar en una verdad más importante todavía: la verdad de nuestra alma y de nuestro carácter. Esta vida es posible aún en el seno de los más grandes errores materiales.

Los acontecimientos esenciales de nuestra vida física y de nuestra vida moral se efectúan en niveles superficiales y muy profundos de nuestro ser. En espera de la clave del enigma nos es preciso vivir, y viviendo lo más dichosamente, lo más noblemente que se pueda, será como se viva lo más poderosamente y se tenga más valor, independencia y perspicacia para desear y buscar la verdad. Suceda lo que suceda, el tiempo consagrado al estudio no será tiempo perdido.

Importa vivir como si se estuviera siempre es vísperas del gran acontecimiento y prepararse para recibirlo, lo más total, íntima y ardientemente posible que se pueda. Y la mejor manera de recogerlo un día, bajo cualquier forma que deba revelarse, es esperarlo desde ahora, tan vasto, tan perfecto, tan ennoblecedor como nos sea dado imaginarlo.

Es conveniente pensar y obrar como si todo lo que le acontece a la humanidad fuera indispensable. A menudo, lo que sucede nos parece erróneo; pero hasta ahora ¿qué ha hecho toda la razón humana que sea más útil que encontrar una razón superior a los errores de la naturaleza?. Todo lo que nos sostiene, todo lo que nos asiste, procede de una especie de justificación lenta y gradual de la fuerza desconocida que de pronto nos pareció despiadada.

En espera de que la realidad se manifieste, es tal vez saludable que se mantenga un ideal que se cree más hermoso que la realidad; pero después de que ésta se ha revelado al fin, se hace necesario que la flama ideal que alimentamos con nuestros mejores deseos, no sirva ya más que para alumbrar lealmente las bellezas menos frágiles y menos complacientes de la masa imponente que aplasta esos deseos. Y no creo que en esto haya aceptación servil, fatalismo torpe u optimismo pasivo.

No se permite a ninguna alma honrada ir a buscar energía, buena voluntad, ilusiones o ceguedad en una región inferior a la de los pensamientos de sus mejores horas. No se cumple verdaderamente el deber en la vida interior si no es cumpliéndolo siempre en lo más alto del alma, en lo más alto de su verdad propia. Y si a veces, en la existencia práctica y diaria es lícito transigir con las circunstancias, si no siempre es oportuno ir hasta los extremos de sí mismo. En la vida del pensamiento el deber es ir, en todo caso, hasta el extremo de nuestro pensamiento.

El pensamiento que se eleva alienta la vida. Quienes observan y piensan hacen cuanto pueden para mejorar lo que no está prohibido llamar la razón, la justicia, la belleza de la tierra, el instinto del planeta. Saben que esto no es más que descubrir, comprender y respetar. Ante todo, tienen confianza en la “idea del universo” y están persuadidos de que todo esfuerzo encaminado hacia lo mejor los acerca a la voluntad secreta de la vida; pero aprenden, al mismo tiempo, a sacar del fracaso de sus generosos esfuerzos y de la resistencia de este gran mundo, un alimento nuevo para su admiración, para su ardor, para su esperanza.

La luz es el único elemento cosa que no pierde casi nada de su valor ante la inmensidad. Lo mismo ocurre con nuestras luces morales cuando miramos la vida desde un poco alto. Es bueno que la contemplación nos enseñe a desinteresarnos de todas nuestras pasiones inferiores; pero es preciso que no debilite ni desaliente el más humilde de nuestros deseos de verdad, de justicia y de amor.

martes, 14 de marzo de 2006

Sobre la naturaleza del arte y las características del genio artístico.
(segunda de dos partes)

Así, tanto si se trata de pintura como de escultura, de poesía o de música, el arte no tiene más objeto que el de apartar los símbolos útiles desde el punto de vista práctico, las generalidades aceptadas convencionalmente, socialmente; todo lo que, en suma, nos oculta la realidad, para ponernos frente a la realidad misma. El arte no es más que una visión más directa de la realidad. Mas esa pureza de percepción implica una ruptura con la convención útil, un desinterés innato y especialmente localizado del sentido o de la conciencia, cierta inmaterialidad de vida, en suma, que es lo que siempre se ha llamado idealismo. De modo que podría decirse, sin que ello sea un juego de palabras, que el realismo está en la obra, mientras que el idealismo está en el alma, y que solamente a fuerza de idealidad se vuelve a tomar contacto con la realidad.

El arte busca descubrirnos una parte oculta de nosotros mismos, lo que podríamos llamar el elemento trágico de nuestra personalidad. El arte se propone siempre lo individual. Por eso, en la obra del artista, lo que interesa es la visión de ciertos estados de ánimo muy profundos, o de ciertos conflictos completamente interiores. Exteriormente sólo percibimos ciertos signos de la pasión. Sólo los interpretamos ---defectuosamente, además--- por analogía con lo que hemos experimentado nosotros mismos. Por lo tanto, lo esencial es lo que experimentamos, y sólo podemos conocer a fondo nuestro propio corazón, si es que llegamos a conocerlo.

Y es que la vida no se recompone. Sencillamente, se deja contemplar. La imaginación artística sólo puede ser una visión más completa de la realidad. Si la obras que crea el artista nos causan una impresión de vida, es porque son el artista mismo, el artista multiplicado, el artista profundizado en él mismo, en un esfuerzo de observación interior, tan potente, que captura lo virtual en lo real, para hacer una obra completa con aquello que la naturaleza dejó en él en estado de simple proyecto. Y es que acaso, el elemento más importante de la existencia de los seres humanos sea rescatar el sentido de la historia (personal o social, vida íntima o colectiva), enfrentar la creación a la muerte, la ruina, el parloteo, la violencia, la ignorancia y la soberbia: ¿no es una de las misiones del artista?.

El artista es un ser distinto, vulnerable, asombrado, trémulo, herido de nacimiento y por vida, difícilmente incorporable a la realidad diaria. Claro que existe el que de esa realidad extrae sus mejores elementos. Pero el notarla tanto como para poder manejarla y convertirla en obra de arte, es la mejor demostración de que no ha podido incorporarse a ella, de que no ha sido devorado por ella. La describe con tal verdad que es como si le arrancara un trozo. Lo que tiene de distinto es lo que sólo el gran artista logra: que esa realidad la conocemos de siempre y, no obstante, la notamos por primera vez.

El arte, la vida y la muerte son el hombre mismo y su relación con los demás. El artista es aquel que nace con todos los signos del hombre y uno más que lo distingue y obliga. Algunos darán preponderancia extrema a ese solo signo, mutilarán los restantes, dolorosamente, y eligirán la soledad para entregarse a él por entero; otros le encontrarán sitio y expresión en el centro de su vida; otros más no podrán salvarlo y lo verán ahogarse en las circunstancias de una existencia ardua y oscura; otros, incluso, lo sentirán dentro sólo como una extraña angustia y no sabrán reconocerlo.

...Y nadie puede ejercer honrada y valientemente un arte si no lo ama. Se trata ---finalmente--- de atacar los vicios de la nostalgia, de develar el misterio de la enseñanza, que de manera atroz atormenta el alma. No hay creación sin conocimiento. Y ambos necesitan del sacrificio en todos los órdenes de la vida.

lunes, 13 de marzo de 2006

Sobre la naturaleza del arte y las características del genio artístico.
(primera parte)


¿Cuál es el objeto del arte?. Si la verdad llegase directamente a nuestros sentidos y a nuestra conciencia, si pudiésemos entrar en comunicación directa con las cosas y con nosotros mismos, creo que el arte sería inútil, o más bien, que todos nosotros seríamos artistas, pues nuestra alma vibraría entonces continuamente al unísono de la naturaleza.

Nuestra vista, ayudada por la memoria, recortaría en el espacio y fijaría en el tiempo cuadros inimitables. Nuestra mirada captaría al vuelo, esculpidos en el mármol viviente del ser humano, fragmentos de estatua tan bellos como los de la estatuaria antigua. Oiríamos cantar en el fondo de nuestras almas, como una música, unas veces alegre, más a menudo quejumbrosa, original siempre, la melodía de nuestra vida interior. Todo eso está a nuestro alrededor, todo eso está en nosotros, y sin embargo, nada de eso percibimos con claridad.

Entre la naturaleza y nosotros, más aún, entre nosotros y nuestra propia conciencia se interpone un velo, un espeso velo para el común de los seres humanos, pero sutil y transparente para el artista, el amante y creador del arte. ¿Qué hada ha tejido ese velo?. ¿Fue por maldad o por bondad?. Era necesario vivir, y la vida exige que captemos las cosas en la relación que guardan con nuestras necesidades. Vivir es actuar. Vivir es no aceptar de los objetos más que la impresión útil, para responder a ella mediante reacciones adecuadas; las demás impresiones han de oscurecerse o no llegar a nosotros más que de un modo confuso.

Miro y creo ver, escucho y creo oír, me estudio y creo leer en el fondo de mi corazón. Mas lo que veo y lo que oigo del mundo exterior es simplemente lo que mis sentidos extraen de él para iluminar mi conducta; lo que de mí mismo sé es lo que aflora a la superficie, lo que toma parte en la acción. Mis sentidos y mi conciencia sólo me entregan una simplificación práctica de la realidad. En la visión que me dan de las cosas y de mí mismo se borran las diferencias inútiles para el hombre y se acentúan los parecidos útiles, se trazan de antemano caminos en los que se lanzará mi acción. Esos caminos son aquellos por los que la humanidad entera ha pasado antes que yo. Las cosas han sido clasificadas con vistas al partido que podré sacar de ellas. Y esa clasificación es lo que yo percibo, mucho más que el color y la forma de las cosas.

La individualidad de las cosas se nos escapa siempre que no nos sea materialmente útil percibirla. Y allí donde la observamos (como cuando distinguimos a un hombre de otro hombre), no es la individualidad misma lo que nuestra vista capta; es decir, cierta armonía enteramente original de formas y colores, sino solamente uno o dos rasgos que facilitarán el reconocimiento práctico.

No vemos las cosas mismas; las más de las veces nos limitamos a leer unas etiquetas adheridas a ellas. Esa tendencia, nacida de la necesidad, se ha acentuado aún más bajo la influencia del lenguaje, pues las palabras ---exceptuando los nombres propios—designan géneros. La palabra, que sólo señala de la cosa su función más común y su aspecto trivial, se sitúa entre la cosa y nosotros, enmascarando su forma, si esa forma no se oculta ya detrás de las necesidades que han creado a la palabra misma. Y no sólo los objetos exteriores, sino también nuestros propios estados de ánimo se nos escapan en lo que tienen de íntimo, de personal y de originalmente vivido. Cuando experimentamos amor u odio, cuando nos sentimos alegres o tristes, ¿es nuestro sentimiento mismo lo que llega a nuestra conciencia con los mil matices fugaces y las mil resonancias profundas que hacen de esos sentimientos algo absolutamente nuestro?.

Entonces, todos seríamos novelistas, todos poetas, todos músicos, todos pintores. Pero lo más frecuente es que de nuestro estado de ánimo sólo percibamos su despliegue exterior. De nuestros sentimientos sólo aceptamos y captamos su aspecto impersonal, el que el lenguaje ha podido recoger de una vez por todas, porque es casi el mismo, en las mismas condiciones, para todas las personas. Así, hasta en nuestro propio individuo se nos escapa la individualidad. Nos movemos entre generalidades y entre símbolos, como en un campo cerrado en el que nuestra fuerza se mide útilmente con otras fuerzas; y fascinados por la acción, atraídos por ella, para nuestro gran bien, sobre el terreno que la acción se ha elegido, vivimos en una zona media, que está entre las cosas y nosotros, exteriormente a las cosas, y también exteriormente a nosotros mismos.

Mas de tarde en tarde, por distracción, la naturaleza suscita almas más despegadas de la vida. No hablo de ese despego voluntario, razonado, sistemático, que es obra de la reflexión y de la filosofía. Hablo de un despego natural, innato a la estructura del sentido o de la conciencia, y que se manifiesta en seguida por un modo virginal, en cierto sentido, de ver, de oir o de pensar. La mayor ambición del arte es la de revelarnos la naturaleza.

miércoles, 8 de marzo de 2006

LAS ESPINAS DE UNA ROSA
(cuarta y última parte)

El diálogo es una búsqueda, entre dos personas, de una misma verdad, y eso es lo que tiene de hermoso, de conmovedor este profundo diálogo en el momento de la más profunda crisis de pareja. Una vez que se ha redondeado el diálogo, nuestra visión de la problemática y de la relación será muy distinta. Entonces viene una segunda etapa que es la Reflexión.

Reflexión que nos va a permitir aceptar nuestros errores, comprender si efectivamente fueron errores o no. Así se logra ubicar la definición clara de los desacuerdos. No se trata de encontrar un desacuerdo y declarar una guerra, sino en saber en qué no nos ponemos de acuerdo y por qué no nos ponemos de acuerdo. Esto va a traer un segundo nivel de profundización, de aceptación. La reflexión con respecto a los errores que hemos cometido, la aceptación de esos errores; el aprendizaje ----qué debo aprender de esta experiencia que viví----.

En el amor siempre hay una segunda oportunidad, siempre. Condenar una relación sin una segunda oportunidad es no darle la posibilidad a una persona de que se supere. Una pareja, habiendo definido claramente la problemática, habiendo aceptado claramente los errores y mostrando la disposición para resolverlos, está diseñándo lo que se llama la segunda oportunidad. Sin segunda oportunidad no hay posibilidad de correción de la conciencia en la evolución humana. Tenemos que saber, claramente, que esta segunda oportunidad puede ser en forma muy clara una segunda y última oportunidad. Cada uno de los miembros de la pareja tiene que saber lo que está poniéndo en juego al dar esta segunda oportunidad; pero sabiendo que no debe uno comprometerse a aquello que no se és capaz de cumplir. Hay ciertas cosas que todos sabemos de antemano que no las vamos a cumplir o que no las podemos cumplir aunque nos gustaría cumplirlas; pero si no podemos, lo mejor es reconocerlo; reconocerlo y buscar entonces las mejores opciones.

¿Qué es la reflexión?. La reflexión es: 1.- Agotar la etapa del diálogo hasta que la problemática surge muy nítida. Y una vez que ha surgido esa problemática... 2.- La aceptación total de este principio de realidad: el problema común: en las relaciones de pareja no hay “tu problema” y “mi problema”; “tu problema es mi problema” y en consecuencia es “nuestro problema”.

En la relación de pareja siempre se habla de la problemática de pareja, no de un solo individuo. Si hay un individuo que está insatisfecho, con eso es suficiente para que la relación de pareja no marche bien. Todo se puede arreglar, todo, siempre y cuando exista la voluntad cierta, genuina, intensa, por parte de los dos, de continuar la relación y de arreglar la problemática. Entonces, ¡adelante!. Pero cuando esa voluntad se ha perdido; cuando en el fondo hay uno o una que ya no quiere, ese uno o una ya no se va a meter en ese trabajo tan intenso ----porque es un trabajo muy intenso----, que reclama tiempo, reclama energía, reclama mucha atención, para poner en orden la casa; para poner en un perfecto estado de armonía la relación de pareja.

Cuando ya no hay ese deseo, todo se ha perdido. Cuando ya los dos no coinciden en querer resolver la problemática, todo se ha perdido. Pero cuando existe esa voluntad, ese deseo, entonces, aplicando este trabajo, que consiste en cuatro pasos, con mucho detenimiento, podemos llegar a un claro perfil de acciones bien definidas:

Si ya se logró el diálogo; se procede a la reflexión. Sobre ese diálogo requerimos tiempo, es necesario que las cosas se asienten; pero sin precipitaciones. La precipitación es la peor consejera, especialmente en el análisis de las relaciones afectivas, amorosas, sexuales, donde hay tantos elementos tan cambiantes en el tiempo, tan difusos, en ocasiones tan inaprensibles. Siempre se requiere tiempo.

Una vez que se ha dado esta reflexión, en ella se busca la mejor opción, la reflexión es la búsqueda de la mejor opción. Entonces se deben plantear las distintas opciones que tenemos para la resolución del problema; todas, sin ningún miedo. Una vez que se ha llegado a esta definición de opciones, la etapa de la reflexión termina y se inicia la tercera etapa, la etapa de la Decisión, la toma de decisiones.

Y aquí la pareja tiene que explorar punto por punto y paso por paso las opciones que delimitó. ¿Cuál es la mejor opción?. La mejor opción es aquella que convenga a los dos, la que represente la mejor solución para los dos; la verdadera opción es aquella que es la más benéfica para ambos involucrados; después se pasará a la acción.

La acción tendrá entonces un enorme sentido; es decir, la acción podrá llevarse en perfecta armonía, no es precipitada, ni contradictoria, ni agresiva. Será una acción que se lleve a cabo entre los miembros de la pareja para el beneficio de los dos.

Si el diálogo ha sido correcto, si la reflexión ha sido correcta, si la decisión ha sido la indicada, la acción va a beneficiar a todos. Es decir, habrá mayor paz, mayor armonía, mayor plenitud; y esto quiere decir que existe un buen término de cualquier problemática, en cualquier sentido.

martes, 7 de marzo de 2006

LAS ESPINAS DE UNA ROSA
(tercera parte)

El amor es el supremo acto gratuito por excelencia: “Te amo por el gusto de amarte. Te amo por compartir contigo lo que tengo”; pero nunca “Te amo porque te necesito”. En eso, hemos caído ya en una dependencia emocional y aquí es donde se generan los celos. Los celos son literalmente una enfermedad emocional. Los celos no son una respuesta sana y natural; los celos son un condicionamiento muy profundo en muchísimas personas y llevan al deterioro más seguro de la pareja. Esto requiere de una comprensión muy especial del manejo de las emociones.

Difícilmente una persona va a poder corregir hábitos mentales negativos y emociones negativas si no tiene un conocimiento adecuado de sí mismo. Hay un conocimiento sistemático del ser que permite que toda persona se libere de las emociones negativas, pero esto requiere verdaderamente de un estudio de sí mismo o, en ocasiones, también , terapias.

El hecho de vivir implica, en algunas ocasiones, un cambio de dirección en la proyección de la vida. Pero si se han invertido tantos años, tanta energía, tanto esfuerzo, incluso tanto dinero en una relación de pareja, ¿por qué no considerar todas las posibilidades para resolver cualquier desaveniencia y superarla?. Frente a una problemática, lo que se tiene que hacer es dialogar, intercambiar puntos de vista. Implica un cambio de silla, una valoración del otro punto de vista, sin lo cual jamás se podrá comprender la apreciación de la otra parte y, en consecuencia, no se podrá encontrar la solución real a un problema que no estamos pudiendo plantear con objetividad.

Dialogar es cambiar de silla: “Ponte en mi lugar, ponte en mi circunstancia; imagínate tú como te sentirías si hubieses vivido las experiencias que yo viví. Interiorízalo, date tiempo para imaginar la circunstancia, para sentir las emociones, para poder ver con claridad lo que yo viví, desde este lado...” De igual forma, el otro también tiene que realizar el esfuerzo por vivir y comprender las circunstancias en las cuales la otra persona actuó como actuó, las experiencias que vivió, los miedos que tuvo, los resentimientos que la abarcaron, las culpas, etcétera.

Cualquiera que sean las circunstancias: las presiones económicas, el trabajo exacerbado, la falta de sueño; un sinnúmero de circunstancias que van alterando a una persona y que de pronto la conducen a actuar en una forma en que no necesariamente esa misma persona quisiera actuar. ¿Cuántas veces no hemos actuado en una dirección y nos hemos arrepentido de haber actuado como actuamos?. Desde luego, las circunstancias han cambiado; quizá cuando actuamos así había todo un cuadro de predisposición para actuar de esa manera; estábamos bajo una presión de trabajo; bajo una inseguridad creciente, tal vez; bajo un agotamiento; o bajo “x”, “y” o “z” circunstancias que de pronto nos conducen a actuar en una determinada dirección.

Otra característica del diálogo debe ser la honestidad. Sin este elemento, todo intento es vano y toda relación es inútil. ----¿De qué me sirve a mí estar viviendo con un fantasma, con alguien que desconozco: desconozco sus acciones, sus pensamientos, sus emociones; con alguien que miente?. No tiene absolutamente ningún sentido.---- En casi todas las parejas hay distintos índices en la porción de mentira. En casi todas las parejas hay un sinnúmero de mentiras. Uno de los grandes trabajos a realizar en una relación de pareja es ir despejando estos índices de mentiras y poco a poco ir acercándonos hacia una verdad tangible.

Cuando una pareja atraviesa una crisis y se sientan a dialogar, ahí hay una gran oportunidad para dialogar al desnudo, de verdad, entregándose en cuerpo y alma, con un solo objetivo: la búsqueda de la verdad; clarificar la situación. No hay nada más hermoso que aceptar un diálogo bajo las premisas de la honestidad. Siempre se encontrará una gran paz. No importa, todos podemos equivocarnos; todos, de hecho, nos equivocamos. Nos equivocamos con más frecuencia de la que quisiéramos. La diferencia entre un hombre sabio y un hombre necio es que el hombre sabio aprende de sus errores y no los vuelve a cometer, mientras que el necio no aprende nada del error y lo comete una y otra y otra vez.

Un hombre sabio no es aquel que no comete errores. Un hombre sabio es aquel que comete errores diferentes, porque de los errores que ya cometió, ya aprendió y no los vuelve a cometer; ahí está la sabiduría. Mientras que el necio comete siempre los mismos errores. Camina sobre un rodillo, que es el rodillo de su propia deshonestidad frente a sí mismo. Si podemos vernos con la cara al desnudo; esto es, de reconocer el error, entonces estamos en posibilidad de aprender de él y, genuinamente, de cambiar.

Cuando el diálogo está basado en la mentira, no resolvemos nada. De hecho, complicamos más el problema anterior porque no sólo se cometió un error, sino que de hecho, se comete un segundo error que es mentir para ocultar o disimular o atenuar el error cometido anteriormente. No estamos comprendiendo la lección; no estamos comprendiendo la experiencia en nuestra propia vida. La sabiduría es cometer errores distintos porque he aprendido de mis errores. Pero si quiero aprender de ellos tengo que verlos con absoluta honestidad, con absoluta claridad.

No se debe tener miedo a poner el dedo en la llaga, a ubicarla, a ver su profundidad, porque es la única forma de sanarla, de resolverla. No hay nada más hermoso que la verdad, por terrible que ésta nos pueda parecer desde la perspectiva de la falsa personalidad, de nuestros miedos, de nuestros condicionamientos, etcétera. Una vez que hemos tocado fondo, se experimenta un gran alivio. Pero esto conlleva a otro elemento importantísimo: disfrutar la propia verdad. Si esta condición es mutua, entonces sí existe la posibilidad de un genuino arreglo en la pareja, de un genuino acuerdo y de una transformación de vida.

Nadie en su sano juicio puede esperar que su pareja sea perfecta. La relación de pareja es, precisamente, una relación de perfeccionamiento mutuo, de crecimiento mutuo. El genuino amor es el aceptar a nuestra pareja tal como es. Pero el primer paso para poder aceptar a mi pareja tal como es, con sus posibilidades y sus limitaciones es, primero, saber cómo es; esto es extraordinariamente importante.

Si una persona advierte que su pareja miente, entonces no hay posibilidad de solución de nada, porque nada puede edificarse con base en la mentira. Por dolorosa que sea la verdad o que pueda parecernos, al final es gratificante, es hermoso; la persona alcanza el límite de la paz interna, porque su relación de pareja está basada en la honestidad. Una crisis de pareja siempre nos permite vernos de cuerpo entero, completamente tal cual es, en una relación de espejo. Por supuesto, el diálogo no se puede realizar enjuiciando a nadie, no se trata de la oportunidad de echar las culpas y destacar santidades; simplemente se deben describir los hechos tal y como ocurrieron y verlos con claridad, la verdad al desnudo.

Una vez que esto ha ocurrido así, se deben buscar las posibles soluciones. El diálogo no puede ser incriminatorio, no puede ser culpabilizante porque es un diálogo; una cosa es dialogar y otra es acusar; una cosa es dialogar y otra cosa es recriminar; una cosa es dialogar y otra es culpabilizarse; una cosa es dialogar y otra experimentar resentimiento.

lunes, 6 de marzo de 2006

LAS ESPINAS DE UNA ROSA
(segunda parte)
Es hermoso poder dialogar y ver la problemática con claridad. La reflexión es para percatarnos de cuál es la situación de la pareja. Independientemente de cuál es “mi” punto de vista, es necesario conocer cuál es el punto de vista de “mi” pareja. Cuando la pareja inicia el proceso de separación y arranca con el diálogo, ese es un primer paso para revisar un intento de reintegración en la pareja. El diálogo va a poner sobre la mesa una problemática; ¿y qué debemos hacer ahora?; observarla simplemente; no juzgarla, no recriminarme nada a mí mismo, no recriminar nada a mi pareja; simplemente ver en qué consiste el problema; aspiramos a la claridad.

Este diálogo me va a permitir pensar en la problemática desde la perspectiva de “mi” pareja. Si se quiere comprender a una persona, se tiene uno que poner en su lugar: ver exactamente cuáles son sus circunstancias, cuáles son sus presiones, sus insatisfacciones, sus demandas, sus expectativas, sus propios conflictos personales; lo que está coloreando la visión de la problemática en la relación de pareja.

Una vez que “yo” he cambiado de silla, y “yo” veo la problemática desde la perspectiva de “mi pareja”, y “mi pareja” ve la problemática desde “mi” propia perspectiva, ambos “estamos” en una mejor disposición para comprender la naturaleza de la problemática. Una vez que la problemática ha sido comprendida, necesitamos plantearnos cuál es la mejor opción ----dado que el problema está ahí, no ganamos nada con lamentarlo---- que podemos adoptar para resolver “nuestro” problema.

Esto es buscar la mejor opción. ¿Qué quiere decir “la mejor opción”?... Dentro de las distintas alternativas que pueden presentarse en la solución de un problema tenemos que buscar la opción que beneficie a los dos. Cuando una pareja en la etapa de la reflexión está buscando en forma egoísta la opción que más le conviene en forma individual, no está resolviendo la problemática de la pareja, está resolviendo su propia probelmática individual; y entonces ¿qué sentido tiene ya esa relación de pareja?.

Tanto el diálogo, que es el primer paso en el intento de resolver un problema, como la reflexión sobre la información que afloró a partir del diálogo ----que es el segundo paso---- se dan desde la perspectiva de la integración de pareja. ¿Cuál es la mejor opción para una pareja?: Aquella que beneficia a los dos integrantes de la pareja; no la opción que “más me beneficia a mí o a tí”, y vamos a estar negociando y presionándonos para ver quién se sale con la suya. Ahí no hay diálogo, ahí no hay reflexión, y ahí no hay vocación de servicio, que es lo que fundamentalmente unifica a la pareja.

Es en el arte de la pareja, el arte del amor objetivo, cuando un hombre hace todo lo posible, todo lo que está en su capacidad, para compartir e integrarse en felicidad con una mujer; y cuando una mujer hace todo lo posible, todo lo que está en la plenitud de su ser para crear, compartir y generar esa felicidad con un hombre. Si hay actitudes egoístas, no tiene ningún sentido plantearse la relación de pareja.

Elegir un proyecto de vida en común, es buscar lo mejor para mi pareja. Si no estoy dispuesto a ofrecer esas condiciones, es mejor vivir solo, no tiene caso comprometerse en una relación de pareja. La reflexión nos lleva a la búsqueda de esta “mejor opción”; tomar las decisiones adecuadas para llegar a “nuestro” destino. La condición insustituible es la plenitud de los individuos para encontrar la plenitud en la pareja; sólo así habrá también plenitud en la familia.

En la vida hay algo que es hermoso: En la vida nunca hay pérdida; todo lo que vivimos es ganancia. Todo lo que vivimos, en su momento, nos ha enriquecido, nos ha esclarecido, nos ha permitido tener un mayor conocimiento tanto de nosotros mismos como de otras personas. De modo que no se debe lamentar el pasado, no se debe tener una actitud de pérdida; lo vivido está vivido y de ahí podemos sacar una fuente de conocimiento y de experiencia extraordinaria. Toda crisis es el anticipo de un crecimiento, de un desarrollo y de una etapa superior de vida.

La única razón de ser de una pareja es el amor. Y la única razón de mantenerse juntos es que “tú” quieres vivir conmigo y “yo” quiero vivir contigo. Vivimos juntos no porque “tengamos” que seguir juntos, sino que “estamos” juntos porque queremos seguir juntos. Cuando una persona no ha descubierto la plenitud de su propio ser, este vacío interno que se tiene se quiere y se intenta llenar con alguien más y entonces se generan relaciones de dependencia.

Esto genera un desamparo interno enorme; y las personas se aferran a lo que pueden para llenar su vacío interno. Hay una gran diferencia entre soledad y desolación. La desolación es querer estar con alguien y no poder, mientras que la soledad es el estado natural del ser humano, es un estado de plenitud.

Si las personas nos tuviéramos plenamente, cada quien a nosotros mismos, nos percataríamos del verdadero sentido del amor. Porque amar es compartir mi felicidad, mi vida con alguien sin necesitarlo, sin depender de él.

viernes, 3 de marzo de 2006

LAS ESPINAS DE UNA ROSA
(primera parte)

Cuando hay una pregunta bien planteada, al analizar la pregunta, en los mismos elementos de la problemática, se encuentran los elementos de la solución. El factor que genera la gran mayoría de los conflictos es la falta de diálogo.

La relación de amor se sustenta en la capacidad de comunicación de los dos individuos que la constituyen. A mayor comunicación, mayor amor; a menor comunicación, menor amor; y si no hay comunicación, no hay amor. El amor es comunicación, y comunicación no únicamente de tipo intelectual, sino en todos los centros de comando y acción que constituyen una relación; esto es, comunicación intelectual, comunicación emocional, comunicación motríz, comunicación instintiva y, finalmente, comunicación sexual.

Tiene que haber una comunicación total para que se logre, precisamente, la comunicación total; la comunicación espiritual entre dos seres humanos que están realizando un proyecto de vida en común. Indudablemente, cuando hay falta de diálogo se suscita un incremento en la problemática, que puede llegar a las ofensas, y, de hecho, con mucha frecuencia llega a la violencia, sea ésta verbal, psicológica o física.

Lo importante es el diálogo y sus características. La pareja requiere reunirse y dialogar en una forma honesta, porque de nada sirve sentarse a dialogar con la pareja si se va a fingir, si se va a engañar, si se va a mentir, si se va a tratar de disimular. No tiene absolutamente ningún sentido. El objetivo central del diálogo es lograr mayor comunicación, así sea el tema en ese diálogo, la falta de comunicación. Una pareja debe sentarse y comentar por qué se ha perdido la comunicación, por qué se ha perdido el diálogo; a qué se debe esa situación.

Si no hay diálogo, si no hay comunicación, no se podrá resolver nada. Pero no sólo no se va a poder resolver nada, sino que no va a poderse disfrutar nada. La pareja comparte un proyecto de vida, y al compartir el proyecto de vida, comparte todas las peripecias, toda la gama de circunstancias; ya sean puntos de fricción y situaciones difíciles, ya sean situaciones placenteras, ya sean situaciones de alegría, ya sean situaciones críticas, de ansiedad, de angustia, depresión; ya sean triunfos, etcétera.

Vivir en pareja es vivir en un proyecto de vida en común, donde se comparte un proyecto, una gama de experiencias y se va recreando todo ese proyecto de vida a partir de lo que se comparte. El diálogo tiene que ser sin rencores ni recriminaciones y sin culpas. En el diálogo se busca la claridad, poner la problemática sobre la mesa. Una vez que la problemática ha aparecido sobre la mesa, tenemos una visión más clara de lo que constituye la relación.

Así que el primer paso, el primer objetivo, es el diálogo, y el segundo, la reflexión. ¿En qué consiste este segundo paso?. Para que una persona pueda comprender realmente el sentido de lo que se ha dialogado, es imprescindible reflexionar, analizar los perfiles, los matíces, la información que ha surgido a través del diálogo. Una vez que la pareja se sentó y puso sobre la mesa de negociaciones su perspectiva, su visión sobre lo que es la problemática de pareja, se debe comprender que cuando hay un problema en una pareja, el problema no es de él o de ella; no se puede hablar de “tu problema” o de “mi problema”; se habla de “nuestro problema”.

Cuando una persona no alcanza la armonía plena en la relación de pareja, su problema no es personal, el problema es un problema de la pareja; porque basta con que uno no esté bien para que la pareja no esté funcionando adecuadamente. En consecuencia, el primer paso en la reflexión, el primer aspecto que se tiene que cumplir, no es sólo ver la problemática desde “mi” perspectiva, sino incorporar esta problemática también desde “tu” perspectiva; es decir, tenemos que cambiar de silla, intercambiar la información y ver el problema desde la perspectiva de “mi pareja”; ver el problema no sólo desde mi silla, sino cambiar de silla y ver la forma distinta en cómo “tú estás planteando” la problemática. Sólo así vamos a poder reflexionar en una forma total sobre lo que “hemos” dialogado.

Existen las circunstancias “de hecho”; es decir, aquello que constituye el principio de realidad. Y la convivencia implica trabajar y crecer internamente con alguien; de modo que hay que aceptar los hechos y fluir hacia adelante.
Variaciones sobre un tema de luz

breve muestrario fotográfico...