lunes, 21 de enero de 2008

Axiomas para vivir en el Presente
Notas para una teoría del “Aquí y Ahora”

El tiempo transcurre. La vida fluye. Los cambios son parte de una vida en desarrollo. Todo ser vivo debe, entonces, fluir, alcanzar etapas, cumplir metas y seguir en el camino. Resistirse a cambiar, intentar aferrarse a ideas, cosas, o personas, equivale a intentar vivir sin respirar o detener el cauce de la vida que fluye. Existen dos partes complementarias de la naturaleza humana: la sabiduría intuitiva y el conocimiento práctico, la contemplación y la acción social. Desde esta perspectiva, los seres humanos realizados se hacen, sabios por su quietud y exitosos por su movimiento.

A estas alturas del desarrollo humano, sociedades e individuos deben comprender con certeza su lugar en el mapa cósmico de la Naturaleza. Junto con los adelantos tecnológicos del nuevo siglo, la conciencia reclama el lugar que le corresponde al silencio y al pensamiento para equilibrar las políticas del miedo y el rendimiento que rigen la vida de diario. Se trata de un asunto de intuición y de valor, de confiar en la fuerza interna que nos une con el fluir de la vida. Si el ser humano no puede confiar en sí mismo, en su propia naturaleza, entonces no puede confiar en nada ni en nadie; acaso esta es la causa de la gran confusión que reina en la vida de las sociedades modernas.

Hay que confiar en la naturaleza, humana y no humana, ya que es la misma, con su bien y su mal, con su bondad y su egoísmo. Pero para eso hay que recuperar y/o fortalecer los elementos que, en nuestra personalidad, nos permitan observar, comprender y afrontar la vida cotidiana, de manera más espiritual; esto es, guiada por la reflexión y la sensibilidad. Esa personalidad propuesta por el sentido común debe ejercer la sencillez, la humildad, el silencio, la compasión y, en general, el rechazo a tomar en serio la agresividad, la codicia y la presión. ¿Cómo podemos alcanzar una personalidad similar?. Una ruta es enfocar cambios de actitud en la vida de diario, para alcanzar un estado de tranquilidad y visión personal llena de certeza. Esos cambios de actitud pueden denominarse: “Axiomas para vivir en el Presente”:

La Calma-Dominio
Una vez que la persona ha logrado tranquilizarse en su interior, puede dirigirse hacia el mundo externo. Ya no verá en sí la lucha y el torbellino de los seres individuales, y poseerá la verdadera quietud necesaria para comprender las grandes leyes del acontecer universal y el modo apropiado de actuar. Quien actúa partiendo de esta posición, no cometerá ninguna falta.

La Tranquilidad (Aquí y Ahora)
“Aquí y Ahora” para no olvidar que se vive en el presente y no perderse recordando lo que ya sucedió e imaginando lo que está por suceder. Porque aunque no se experimente el presente, se vive el presente porque el aquí y ahora es lo único que hay, aunque escurridizo; porque no es estático, cambia. Uno debe cambiar también para sintonizarnos con el presente. Para cambiar se necesita practicar la simplicidad, la no interferencia, el desinterés, la quietud.

Por lo general, no nos damos cuenta de la tremenda contradicción que existe entre nuestros pensamientos y palabras, que tratan de ideas fijas, y la constante transformación de todas las cosas. Tal parece que nos hemos impuesto la tarea imposible de extraer fijezas del desarrollo. Nos olvidamos de que las palabras y los pensamientos no son el hecho real, sino símbolos o sonidos e imágenes que significan algo pero que no lo son. Tomamos el mapa por el territorio. Las palabras se utilizan para transmitir ideas; cuando las ideas son captadas, las palabras se olvidan.

Conexiones
Es lógico pensar que si todo es parte de todo (Holismo), que todo está interrelacionado, nosotros, como seres humanos, también lo estemos entre nosotros mismos. El estado de mente receptiva o abierta nos permite los pensamientos y las vibraciones, agresivas o positivas, de las personas, lo cual nos permite, en muchos casos, controlar la situación, ejerciendo el control sobre nosotros mismos.

Lugares de poder
El medio en donde te encuentras afecta definitivamente tu vida. El lugar donde decidas vivir puede definir tu vida o tu muerte. Hay personas que son atraídas no sólo por una ciudad sino a lugares específicos dentro de ella, con base en los valores e intereses que puedan tener. Lo ideal es que puedas vivir en un espacio que te de fuerza. Por eso es necesario que desarrolles la sensibilidad, para poder descubrir cuál es el sitio que te dará el poder del bienestar.

Sentido del humor
Para poder reír verdaderamente, es necesario soltarse, dejarse ir. La capacidad de tener sentido del humor, aún en situaciones peligrosas, te permite estar relajado y actuar con armonía. El humor es el antídoto para la ira y puedes, incluso, evitar un enfrentamiento, si eres provocado.

No al miedo
Desprendiéndose del miedo se puede cambiar la vida. El miedo contrae los músculos, altera la voz y crea pensamientos de inseguridad. Es bueno relajarse cuando se siente miedo. El miedo hace huir de las situaciones que presenta la vida y, por lo tanto, impide realizarse como ser humano. La manera de abrirse camino es abordando las situaciones, usando la sabiduría intuitiva para ir superando los obstáculos.

Cuando una persona pretende intimidar tratando de imponerse sobre los demás, lo más probable es que esta persona sea víctima del miedo y que su actitud sea sólo una forma de esconderlo. En este caso, lo que se debe hacer es utilizar la misma fuerza agresora y hacerla regresar a su lugar de origen, para que el agresor acabe siendo afectado por su propia acción. Otra manera de vencer al miedo es no sentir odio hacia nadie.

La madre del mal es la ignorancia. Quien actúa con maldad es porque no sabe; por lo que hay que tener compasión por los ignorantes-maliciosos. Cuando se tiene razón, cuando se actúa correctamente, con responsabilidad, se cuenta con la fuerza de la razón y, en la mayoría de los casos, la fuerza estará de su lado. Es preferible valernos de nuestra intuición porque el miedo no nos ayuda a desarrollarnos, sino que nos bloquea el flujo de energía

El miedo también se vence con el Amor, el cual desbloquea y relaja. De este modo, el miedo se disuelve y uno descubre que una gran parte del temor es puramente psicológico, imaginario.

Dejar las cosas en su lugar
No interferir significa asumir una actitud receptiva en la vida. Receptividad significa no interferencia y esto indica no imposición. Es decir, no pretender imponer, por ejemplo, puntos de vista o formas de ser, a otros. Las cosas se deben dar suaves y sin forzarlas, ya que si se tiene que presionar algo para que suceda, sólo indica que todavía no es tiempo para esa acción. Es mejor seguir y dejar que las cosas maduren solas; así se evitará forzarlas y esforzarse innecesariamente.

La Humildad
La humildad indica sabiduría y no puede existir la sabiduría sin humildad. Se tiene que aprender a bajar la cabeza, no en forma servil, sino con una actitud flexible y receptiva ante la vida, sin querer imponerse. Aceptar lo bueno y lo malo que ofrece la naturaleza por medio de sus ciclos: de frío, de calor, de lluvia y de sequía, mediante los tiempos de abundancia y de carencia. La humildad sola no servirá de mucho si no se acompaña de las otras prácticas como el desapego, la sencillez, el desarrollo de la intuición, la compasión, la austeridad, etc... ya que todas estas forman un todo, una disciplina que con el tiempo se debe transformar en un modo de vida.

La no violencia
¿Se perciben claramente las sensaciones y la tensión que se sienten cuando se piensa en un enfrentamiento de tipo físico con alguien?. Aún el conflicto verbal es muy desagradable. Se repele el conflicto sólo de pensar en él.

Las ideas incorrectas causan contradicciones en la vida porque llegan en un momento en el que se entiende que las cosas no son como se nos han enseñado. Por eso es necesaria la relajación y/o la meditación, para volverse cada vez más intuitivo. Si se aprende a confiar en los mensajes de la intuición, se evitará causarse daño y causarle daño a los demás. Causarte daño a sí mismo va, desde los excesos de todo tipo, hasta las tensiones y las presiones constantes. También se puede uno hacer daño mediante la crítica y la culpa. Sin embargo, cualquier forma de daño es innecesaria.

Si se desechan los pensamientos y las acciones perjudiciales, uno comienza a quererse y a respetarse más. Luego de que ocurra este cambio en nuestro interior, el segundo paso será extender esa autoestima hacia los demás volviéndose un ser compasivo hacia toda la vida que nos rodea. Al alcanzar este grado de sensibilidad, lo más probable es que uno se vuelva vegetariano. Después de dejar atrás el condicionamiento y abrirse a sentimientos más profundos, se descubre que toda vida es sagrada. No se debe temer abrir la mente y el corazón a la propia y natural gentileza.

Estar o Ser centrado
Estar centrado significa estar relajado física y mentalmente, emocionalmente en paz, espiritualmente alerta. Estar centrado requiere conocerse a sí mismo. Significa ser una persona espontánea y, por ende, impredecible. Pero no es suficiente estar relajado, en calma y alerta. Se necesita percibir el ritmo interno que de manera espontánea dirige las acciones y las reacciones. Tener confianza en la naturaleza le permite a uno funcionar como se debe, en cada situación.

Ni la mucha experiencia ni lo muy planificado puede brindar verdadera garantía de nada, así es que hay que ser espontáneo. Dejar que los esquemas mentales sobre la realidad se disuelvan, y sentir el sol en la cara, el viento en el pelo, el agua en el cuerpo, la tierra en los pies y la paz en el corazón.

Vaciarse
Hay que dejar que los pensamientos se aquieten, tal vez por medio de la meditación o caminatas por la montañas o un parque, para ayudar a que la ansiedad y la constante actividad vayan disminuyendo. Recordar que no se va a ningún lugar y que el futuro no existe. Lo real es el aquí y ahora, el eterno presente. ¿Cuál es el apuro?. Se busca la serenidad y la calma. Mientras más vacío y depurado se esté, más se percibirán los mensajes de la intuición que van llegando como llegan las olas del mar a la playa. La vacuidad, la tranquilidad, lo insaboro, el silencio y la no interferencia son las raíces de todas las cosas.

Desapego (clave de la libertad)
El universo se transforma constantemente. Resistirse al cambio es inútil y frustrante. Para vivir en armonía y sin esfuerzo se necesita fluir con los cambios que la vida presenta. La alternativa es el sufrimiento. El desapego ayuda a desechar toda la carga innecesaria, quedando uno libre para dejarse llevar. Los apegos afectan todo lo que se hace. Cualquiera que sea el apego, nos esclaviza.

Mientras más apego, más dependencia; mientras menos apego, más libertad. Es sencillo de decir pero difícil de llevar a cabo. Los apegos nos controlan. Nuestras ideas determinan quiénes son nuestros amigos, donde vivimos y todo lo demás que hacemos. Sólo cuando uno se suelta de lo que piensa que sabe y de lo que piensa que posee, cuando uno se deja llevar y se sintoniza con la fuerza, entonces comprende que vale más ser libre que estar apegado; de alguna manera, dependiente.

Tomar camino
El mejor camino (camino sagrado) es el que se toma con el objetivo de vencerse a uno mismo, para poder obtener la liberación. En la medida que uno se desprende de cosas y apegos, se vive menos preocupado y ansioso; al sentirse mejor se puede hacer sentir mejor a quienes nos rodean. Sin impulsos ni obsesiones, sin necesidades, sin atracciones, la vida está bajo control, y se es una persona libre.

Sabiduría intuitiva
Al dejarse llevar por la intuición, la vida será una aventura, prácticamente sin esfuerzo. El primer paso para permitir que la intuición dirija la vida es saber cómo utilizar la “lógica”. La llamada lógica sirve para hacer transacciones y trámites, utilizar un mapa y estudiar; o sea, operaciones que encajan dentro del sistema lineal y mecánico. En cambio, para las cosas verdaderamente importantes de la vida, se debe confiar en la intuición. Uno de los fracasos en el uso de la lógica, cuando vamos a tomar una decisión, es que ésta nunca tiene suficiente información para tomar la decisión correcta. La intuición sí la tiene. Por eso sí sería “lógico” guiarse por la intuición.

Cuando la parte consciente de la mente está relajada, puede abrirse a la intuición; pero cuando trata de controlar eso que se recibe intuitivamente, la conexión se rompe. De hecho, cada vez que conscientemente se trata de conducir la vida, de cualquier forma, la intuición se mantendrá dormida, silenciosa. La intuición constituye el canal directo del subconsciente, y el subconsciente es el que está conectado con todo, no tiene límites.

La Mente abierta
Mantener la mente abierta. La mayoría de la creencias que tenemos son meras ilusiones. Sin embargo, nos aferramos a ellas. Una actitud desapegada y receptiva es la condición necesaria para tener éxito en nuestra búsqueda. ¿Observamos la mente lo suficiente para darnos cuenta de la lucha y las contradicciones que ocurren dentro de ella?. Sólo con atención y honestidad nos damos cuenta de que dentro de nosotros existen opiniones e ideas encontradas sobre las situaciones más importantes de la vida. Y esto se debe a que no sabemos verdaderamente quién somos o quién no somos.

El universo, la naturaleza, la fuerza, no cesan en su eterna transformación. La meta es reconectarnos con ellos para poder desarrollarnos. Si la persona está llena de sí misma se le hace imposible reconectarse. Lo ideal es estar vacíos, ser humildes y receptivos, para que la energía universal pueda fluir. El compromiso de no seguir aferrados a concepciones dogmáticas es indispensable, ya que la fuerza cósmica sólo fluye y no se basa en dogmas. Hay que dejar de ver lo que se quiere ver, y comenzar a ver lo que verdaderamente es. Y checar el resultado.

El no yo es el verdadero “Yo”
Lo que llamamos “lo real” es muy relativo, ya que depende de cómo se vea o se perciba. Ninguna entidad en el universo existe independientemente porque todo es parte de todo. Lo que existe es la interrelación en donde todo existe en relación con todo lo demás. El yo separado es una invención, una fantasía. El no yo es lo verdadero, lo real. Lo único que nos queda por hacer es fluir con esa totalidad, con ese cosmos, como la gota de agua en un río.

Proyectándose
Nuestra forma de vida tiene que ver con la manera en que nos proyectamos a los demás. Las vibraciones, la energía, que emanan de uno son su proyección. Estas vibraciones no se ven pero se sienten. Por eso nos sentimos muy a gusto platicando, trabajando o conviviendo con ciertas personas y con otras nos sucede totalmente lo contrario. En el primer caso existe afinidad, en el segundo, rechazo. Este fenómeno tiene que ver con las vibraciones de cada persona. Para que exista compatibilidad tiene que haber una persona con vibración activa y otra pasiva, en alternancia; es el principio del Yin y el Yang. Es necesario que nuestra proyección influya positivamente a los demás.

Poder
La energía del universo. La depuración personal permite el flujo de esa energía a través de la unidad mente-cuerpo, sin esfuerzo. La cantidad de poder disponible en cada situación depende precisamente de cuán fácil pueda fluir la energía a través de cada uno y que no se utilice este poder con razones ego-istas. Si nos dejamos guiar por esta fuerza, con un espíritu no yoísta tendremos el poder y nada podrá hacernos daño. Para poder canalizar la fuerza que da el poder, se debe enfrentar cada situación sin premeditación, ya que cada una es diferente y amerita diferente tratamiento. Por eso, la no premeditación permite darle salida favorable a cada acontecimiento, permitiendo que se lleve a cabo, a través de uno, la acción o no acción necesaria.

Este poder universal (energía vital) es el que nutre y da vida a cada uno de nosotros. Se debe mostrar respeto a la Totalidad, por este regalo, utilizando el poder de una forma no egoísta, desinteresada. De este modo, uno descubre el bienestar personal.

Maestría
Para transitar el Camino, lo que más se necesita es la sensibilidad y la intuición, y muy poco el intelecto. La adquisición de sabiduría depende de un proceso de desaprendizaje que va siendo dirigido. Se van disipando las ilusiones y uno se va convirtiendo en un ser más natural y espontáneo, confiando cada vez más en la intuición. Se enseña más que con las palabras, con el ejemplo; vive libre y sin deseos, prácticamente sin necesidades, sin cosas que lo atraigan, con la vida en orden (orden natural), austero y sencillo. Enseña, con el ejemplo, la no violencia y el desapego.

lunes, 7 de enero de 2008

Karma

Karma, la ley infalible de la Retribución, es en suma, lo que nosotros llamamos más vagamente, y sin mucho creer en ella, la Justicia inmanente. Es una sombra demasiado vaga. Se manifiesta frecuentemente, es cierto, a continuación de actos monstruosos, de grandes vicios, de grandes desaciertos y de grandes iniquidades; pero tenemos, raramente ocasión de comprobar que trata de miles de pequeñas injusticias, crueldades, infamias, mezquindades y desconfianzas, de la existencia habitual, aunque el peso de estos yerros mezquinos y continuos, pudiese ser pesado como el de más ominoso crimen. En todo caso, su acción, siendo más esparcida, más difusa, más lenta y más a menudo moral que material, escapa, casi siempre, a nuestra observación.

Karma, es pues, la Justicia inmanente. Un Dios enorme e inevitable como el destino; que está en nosotros como nosotros en él; que está con nosotros; que no es otra cosa sino nosotros mismos; que es lo que somos, tanto como fue y será lo que nosotros mismos. Nosotros somos pequeños y efímeros y él es grande y eterno. Nada puede ignorar, puesto que ha tomado parte en todo lo que juzga; y no nos juzga desde el fondo de nuestra presente ignorancia, sino desde lo alto, desde la altura, de lo que aprendemos más adelante.

De acuerdo con uno de los postulados básicos de Karma, a la hora de nuestra muerte, la cuenta parece cerrada; más no es así; sino que está dormida y despertará. Tal vez dormiremos millares de años en un estado que prepara a una reencarnación nueva; pero al despertarnos encontraremos irrevocablemente totalizados en el activo y pasivo; y nuestra Karma prolongará simplemente la vida que habíamos dejado. Continuaremos siendo nosotros mismos y asistiendo al ensanchamiento de consecuencias de nuestras faltas y de nuestros méritos y viendo fructificar otras causas y otros efectos, hasta la consumación de los tiempos en que todo pensamiento nacido en esta tierra concluye por extinguirse.

Karma es la entidad que el ser humano forma por sus actos y sus pensamientos y que le sigue, o más bien, le envuelve. Los pensamientos construyen el carácter y las acciones su atmósfera. Sus cualidades y sus dones naturales se pliegan a él como resultado de sus ideas. Se encuentra envuelto en la tela que él mismo ha tejido. En tanto que los defectos llegan, le es posible modificarlos o devolverlos por fuerzas nuevas. Nada puede tocarle que no haya puesto en movimiento, ningún mal puede serle hecho que no haya merecido. Y en el desarrollo infinito de las eternidades, no encontrará nunca otro juez que sí mismo.

Nuestra preocupación es el acto y no sus resultados. Se debe ejecutar el acto en comunión con lo divino; o sea, viendo el Sí por doquier, renunciando a todo apego a las cosas; igualmente equilibrado entre los triunfos y los reveses. Es necesario ejecutar la acción conveniente, porque la obra es superior a la inercia y porque permaneciendo inactivo no mantendría ni siquiera la existencia del cuerpo. El mundo está sustentado por toda acción que no tiene más que sacrificio; es decir, el don voluntario de Sí, como objetivo; y en este don voluntario sin apego a las formas que el ser humano debe tener para ejecutar el acto. Es necesario ejecutar la acción con el fin único de servir a los demás. El que ve la inacción en el acto y la acción en la inacción, es un sabio entre los humanos; porque armoniza con los verdaderos principios, cualquiera que se el acto que ejecute. Una persona así, que haya abandonado todo interés en el fruto de la acción, siempre contento sin depender de nadie, aunque haciendo acciones, es como si nada hiciese, pero amerita mucho más. El sabio, pues, feliz de todo lo que le sucede, libre de contrariedades; sin envidias, ecuánime en el placer como en el dolor; en los buenos como en los malos éxitos, puede obrar sin estar ligados a nada; porque no estando apegado no importa a lo que sea, todos sus pensamientos impregnados de sabiduría y todos sus actos llenos de sacrificios son como evaporados.

Si todo se transforma, nada perece o nada se aniquila en un universo que no tiene la nada y en el que la nada permanece inconcebible. Lo que llamamos la nada no sería, pues, más que otro modo de existencia, de persistencia y de vida; y si no se puede admitir que el cuerpo, que sólo es materia, sea aniquilado en su sustancia, no es menos difícil aceptar que, si estuviese animado por un espíritu, lo que no es muy posible discutir, éste espíritu desaparecería sin dejar ninguna huella.

Tal vez con un poco de valor y de buena voluntad nos sería posible, desde esta existencia, mirar más alto y más lejos; despojarnos un instante de este estrecho y torpe egoísmo que viene hacia sí, y decirnos que la inteligencia y el bien de nuestros pensamientos y nuestros esfuerzos esparcen en las esferas espirituales, no está perdido enteramente aún cuando no sea seguro por el pequeño grupo de pequeñas costumbres y de medianos recuerdos de que gozamos exclusivamente. Si las buenas acciones que habíamos hecho, las intenciones o los pensamientos altos o simplemente honrados que hayamos tenido se adhieren y logran en una existencia en donde no reconozcamos la nuestra, no es suficiente razón para estimarlas inútiles y negarles todo valor. Concierne recordar, de paso, que no somos nada si no somos todo; y saber, desde ahora, interesarnos en alguna cosa que no sea únicamente nosotros mismos y en vivir la vida más vasta, menos personal, menos egoísta que bien pronto y sin asomo de duda, cualquiera que sea nuestra ley, será nuestra vida entera, la única que cuenta y la única a la cual sea sabio prepararnos.

Karma recompensa el bien y castiga el mal en la prosecución infinita de nuestras existencias. Pero, desde luego, se preguntará ¿cuál es este bien y cuál es este mal; cuál es el mejor o cuál es el peor de nuestros pequeños pensamientos, de nuestras pequeñas intenciones, de nuestras pequeñas acciones efímeras con relación a la inmensidad sin límites del tiempo y del espacio?. No hay desproporción absurda entre la enormidad del salario o del castigo y la exiguedad de la falta o del mérito?. ¿Por qué mezclar los mundos, los dioses, las eternidades con las cosas que monstruosos o admirables desde luego, no tardan aún en los irrisorios límites de nuestra existencia, en perder poco a poco toda la importancias que le concedemos y en borrarse y en desaparecer en el olvido?. Es cierto, más es preciso hablar de las cosas humanas, a los seres humanos, y en la escala humana. Lo que llamamos bien o mal es lo que nos hace bien o mal; lo que molesta o nos aprovecha a nosotros o a los demás y mientras que vivamos en esta tierra con la pena de desaparecer, nos será necesario darle una importancia que no tienen en ellos mismos. Las más altas religiones, las más profundas especulaciones.

Las más altas religiones, las más profundas especulaciones metafísicas, desde que se trata de moral, de evolución y de porvenir humanos, fueron obligadas siempre a reducirse a las proporciones humanas y convertirse en antropomorfas. Hay una necesidad irreductible en virtud de la cual y a pesar de los horizontes que se extienden a todas partes, conviene dirigir sus pensamientos y sus miradas.

En nuestra esfera, ¿qué es en suma este mal que castiga Karma?. Si se va la fondo de las cosas desde luego, el mal proviene siempre de un defecto de inteligencia, de un juicio erróneo, incompleto, oscurecido o limitado de nuestro egoísmo que no nos hace ver más que las ventajas próximas o inmediatas de un acto dañoso a nosotros mismos o a otros, ocultándonos las consecuencias lejanas pero inevitables que tal acto siempre acaba por engendrar. Toda la ética en último análisis, no se apoya más que sobre la inteligencia; y lo que nosotros llamamos corazón, sentimientos, carácter, no es en efecto más que la inteligencia acumulada, cristalizada, adquirida o heredada, convertida más o menos inconsciente y transformada en hábitos o instintos. El mal que hacemos, no lo hacemos más que por un egoísmo que se equivoca y que ve demasiado cerca de sí los límites de su ser. Así que la inteligencia alza el punto de vista de este egoísmo, se extienden los límites, se ensanchan y concluyen por desaparecer. El terrible, el insaciable yo que nos oculta la cara del abismo pierde su centro de atracción y de avidez se reconoce, se encuentra nuevamente y se ama en todas las cosas. No creamos ciegamente en la inteligencia de los perversos que triunfan, ni en la felicidad que se cree hallar en el crimen. Habría que ver el reverso; o sea, la realidad a menudo dolorosa de tales éxitos; y porque además, esta inteligencia, bajo la forma de habilidad, de maña, de deslealtad, es la inteligencia especializada, canalizada y llevada por un estrecho circuito y como un chorro de agua comprimida, muy poderoso sobre determinado punto; más de ningún modo la inteligencia verdadera y general, grande y generosa. Desde que esta se descubre, hay necesariamente honradez, justicia, indulgencia, amor y bondad, porque hay horizonte, altitud, expansión, plenitud; porque hay conocimiento instintivo o consciente de las proporciones humanas, de la eternidad de la existencia y de la brevedad de la vida; de la situación del ser humano en el universo, de los misterios que lo envuelvan y de los lazos secretos que lo retienen a todo lo que no vemos en la tierra y en los cielos.

La falta de inteligencia es el mal real sobre la tierra; y si todos los seres humanos fuesen soberanamente inteligentes, ya no habría desgraciados. Karma no castiga; simplemente nos pone cerca de nuestras existencias y ensueños sucesivos al plan en que nuestra inteligencia nos había dejado, rodeados de nuestros actos y de nuestros pensamientos. Porque comprueba y registra, nos toma tal y como hemos sido hechos, nos da la ocasión para rehacernos, de adquirir lo que nos falta y de elevarnos tan altos como los más altos. Por supuesto que nos elevaremos forzosamente, pero la actividad o lentitud con que lo hagamos, depende absolutamente de nosotros. Una ley creciente, la evolución, que es la ley fundamental de todas las existencias que conocemos desde el infusorio hasta los astros. Alguna cosa no puede ser más que a condición de hacerse mejor o peor, de subir o de bajar; de componerse o descomponerse y que el movimiento es más esencial que el ser o la sustancia. Y esto es así porque así es. No hay nada que hacer, nada que decir, sino únicamente que comprobar.