lunes, 27 de agosto de 2007

El Amor Ideal

Si buscan un gran amor, ¿creen posible encontrar un alma tan hermosa como sus sueños, si sólo sus sueños salen en su búsqueda?. ¿Es justo ofrecer más que deseos, votos y sueños sin forma, y exigir, en cambio, palabras precisas y actos decisivos?.

No se tiene ninguna probabilidad de encontrar el ideal fuera de uno mismo sino después de haberlo cumplido, hasta donde es posible, dentro de uno mismo. ¿Esperas conocer y retener a una alma leal, profunda, amante, fiel, inagotable; a una alma vasta, viva, espontánea, independiente, valiente, benévola y generosa, si no sabes tan bien como ella lo que son la lealtad, el amor, la fidelidad, el pensamiento, la vida, la espontaneidad, la independencia, el valor, la benevolencia, la generosidad?.

Nada más exigente, nada más torpe, nada más ciego como la bondad, la belleza, la perfección moral en estado de deseo. Si quieres hallar el alma ideal empieza por parecerte tú mismo al ideal que buscas. No hay otro medio de obtenerlo. Y es justo que sea siempre así. A medida que su ideal se realice con el contacto de la vida se extenderá, se dulcificará y mejorará. Entonces descubrirán sin trabajo en lo que aman, lo que es verdaderamente hermoso, lo que es sólidamente bueno, lo que es eternamente verdadero en ustedes mismos; porque nada nos advierte tanto el bien que está en torno nuestro, como el bien que está en nuestro corazón.

Entonces, en fin, concederán menos importancia a imperfecciones que no herirán ya en ustedes la vanidad, el egoísmo o la ignorancia; es decir, a imperfecciones que no serán ya semejantes a las suyas; porque el mal que está en nosotros, es el que soporta con menos paciencia el mal que se encuentra en los demás.

Tengamos confianza en el amor, lo mismo que tenemos confianza en la vida. El pensamiento más funesto es el que tiende a desconfiar de la realidad. El amor no destruye en un corazón más que los objetos frágiles, y si lo rompe todo es porque todo era frágil en él. Hay seguramente, en el amor, como en el resto de nuestro destino, muchas casualidades felices o desgraciadas. El amor que resiste a los años está hecho de esos cambios deliciosamente desiguales, y en los cuales lo que se da es lo que se posee por fin, y lo que se recibe, lo que ya no se es el único en poseer.

lunes, 13 de agosto de 2007

¿A quién se puede amar?

¿A quién se puede amar?... Hay multitud de almas en el mundo que pierden los mejores años del amor en hacerse, respecto de su porvenir sentimental, preguntas de este género. En el imperio del destino, la mayor parte de las quejas, de las lamentaciones, de las esperas ociosas, de los temores vanidosos, de las esperanzas desproporcionadas, se agolpan en torno de la imagen del amor.

Entre las almas que menos esfuerzos han hecho para comprenderse, es donde en general se encuentran más almas no comprendidas. En general, el ideal más débil, más reducido y más arbitrario es el que se alimenta, con mayor abundancia, de temores, de decepciones, de exigencias y de mezquinos desprecios. Tememos, sobre todo, que lastimen o desconozcan las virtudes, los pensamientos, las cualidades y las bellezas morales que no poseemos aún más que en la imaginación. Sucede con los méritos de esta clase como con los bienes materiales; que la esperanza se adhiere más obstinadamente a aquellos que probablemente no se tendrá jamás la fuerza de adquirir.

Cuando somos en realidad puros, desinteresados y sinceros; cuando nuestros pensamientos se elevan habitual y simplemente por encima de la vanidad o del egoísmo instintivo, nos preocupamos mucho menos de que quienes nos rodean nos aprueben, nos comprendan, nos admiren. Es cuando se cree que lo mejor de la virtud se encuentra precisamente en lo que todos pueden admitir sin esfuerzo. Lo que se desconoce, no sin razón porque siempre hay una razón superior en la inercia general de un sentimiento; lo que se desconoce son las virtudes enfermizas a las cuales concedemos demasiada importancia; y es enfermiza toda virtud a la que damos gran importancia y para la cual exigimos respetuosa atención.

Pero nada debe esperarse lejos de la verdad. A medida que nuestro ideal mejora, admite mayor número de realidades; a medida que nuestra alma se engrandece, menos teme no encontrar otra alma de su talla; porque un alma que se engrandece es un alma que se acerca a la verdad, y no lejos de la verdad todo participa de la grandeza de la verdad misma.

Podemos contar los pasos que damos en el camino de la verdad, por el aumento de la curiosidad, del amor, del respeto y de la admiración hacia todo lo que no nos acompaña en la vida.

Parece natural que un corazón noble espere un gran amor; pero es mucho más natural aún que ame esperando, y que mientras ama no crea esperar. En el amor, lo mismo que en la vida, es casi siempre inútil esperar; amando es como se aprende a esperar, y con las supuestas desilusiones de los pequeños amores es con lo que se alimentará más fácil y más seguramente la llama inconmovible del gran amor que vendrá tal vez a iluminar el resto de la vida.

Se es a menudo injusto con las desilusiones. Se les da un rostro pálido, triste, desalentado; son, por el contrario, las primeras sonrisas de la verdad. La mayoría es gente de buena voluntad, aspirantes a ser justos, útiles, sabios y felices; pero si una desilusión los entristece ¿es acaso que echan de menos la mentira en la que se encontraban?. ¿Prefieren vivir en el mundo de sus errores y de sus sueños que en la realidad?. Las horas mejores de las mejores voluntades se pierden muy a menudo en torno de la lucha de un sueño hermoso contra una ley inevitable, cuya belleza no perciben sino hasta después de que el hermoso sueño ha agotado sus fuerzas.

Si el amor, verbigracia, los ha engañado, ¿creen que les hubiera sido más provechoso creer, durante toda su vida que el amor es lo que no es, lo que no puede ser?. ¿Creen que una ilusión de tal género no falsea sus actos más importantes, y no vela por mucho tiempo una parte de la verdad que quieren alcanzar?. Y si esperan hacer grandes cosas y la desilusión los coloca de nuevo en su sitio entre las cosas de segundo orden, ¿es justo que maldigan, hasta el fin de sus días, al enviado de la verdad?.

En resumidas cuentas, ¿no es esa la verdad misma que nuestra ilusión buscaba, si era sincera?. Aprendamos a formarnos con nuestras desilusiones una guardia de amigas misteriosas y fieles, de consejeras incorruptibles. Si alguna de ellas, más cruel que las demás, nos abate un momento, no nos digamos sollozando: la vida no es tan hermosa como nuestros sueños; digámonos: algo faltaba a nuestros sueños puesto que no fueron aprobados por la vida. En suma, toda la tan ponderada fuerza de las almas fuertes no está hecha más que de desilusiones que esas almas han acogido bien. Cada decepción, cada amor desdeñado, cada esperanza aniquilada, agrega cierto peso al peso de nuestra verdad, y mientras más caen las ilusiones a nuestro alrededor, más noblemente, más seguramente aparece la gran realidad, como el sol, que se percibe más claramente entre las desnudas ramas de la selva invernal.