lunes, 13 de agosto de 2007

¿A quién se puede amar?

¿A quién se puede amar?... Hay multitud de almas en el mundo que pierden los mejores años del amor en hacerse, respecto de su porvenir sentimental, preguntas de este género. En el imperio del destino, la mayor parte de las quejas, de las lamentaciones, de las esperas ociosas, de los temores vanidosos, de las esperanzas desproporcionadas, se agolpan en torno de la imagen del amor.

Entre las almas que menos esfuerzos han hecho para comprenderse, es donde en general se encuentran más almas no comprendidas. En general, el ideal más débil, más reducido y más arbitrario es el que se alimenta, con mayor abundancia, de temores, de decepciones, de exigencias y de mezquinos desprecios. Tememos, sobre todo, que lastimen o desconozcan las virtudes, los pensamientos, las cualidades y las bellezas morales que no poseemos aún más que en la imaginación. Sucede con los méritos de esta clase como con los bienes materiales; que la esperanza se adhiere más obstinadamente a aquellos que probablemente no se tendrá jamás la fuerza de adquirir.

Cuando somos en realidad puros, desinteresados y sinceros; cuando nuestros pensamientos se elevan habitual y simplemente por encima de la vanidad o del egoísmo instintivo, nos preocupamos mucho menos de que quienes nos rodean nos aprueben, nos comprendan, nos admiren. Es cuando se cree que lo mejor de la virtud se encuentra precisamente en lo que todos pueden admitir sin esfuerzo. Lo que se desconoce, no sin razón porque siempre hay una razón superior en la inercia general de un sentimiento; lo que se desconoce son las virtudes enfermizas a las cuales concedemos demasiada importancia; y es enfermiza toda virtud a la que damos gran importancia y para la cual exigimos respetuosa atención.

Pero nada debe esperarse lejos de la verdad. A medida que nuestro ideal mejora, admite mayor número de realidades; a medida que nuestra alma se engrandece, menos teme no encontrar otra alma de su talla; porque un alma que se engrandece es un alma que se acerca a la verdad, y no lejos de la verdad todo participa de la grandeza de la verdad misma.

Podemos contar los pasos que damos en el camino de la verdad, por el aumento de la curiosidad, del amor, del respeto y de la admiración hacia todo lo que no nos acompaña en la vida.

Parece natural que un corazón noble espere un gran amor; pero es mucho más natural aún que ame esperando, y que mientras ama no crea esperar. En el amor, lo mismo que en la vida, es casi siempre inútil esperar; amando es como se aprende a esperar, y con las supuestas desilusiones de los pequeños amores es con lo que se alimentará más fácil y más seguramente la llama inconmovible del gran amor que vendrá tal vez a iluminar el resto de la vida.

Se es a menudo injusto con las desilusiones. Se les da un rostro pálido, triste, desalentado; son, por el contrario, las primeras sonrisas de la verdad. La mayoría es gente de buena voluntad, aspirantes a ser justos, útiles, sabios y felices; pero si una desilusión los entristece ¿es acaso que echan de menos la mentira en la que se encontraban?. ¿Prefieren vivir en el mundo de sus errores y de sus sueños que en la realidad?. Las horas mejores de las mejores voluntades se pierden muy a menudo en torno de la lucha de un sueño hermoso contra una ley inevitable, cuya belleza no perciben sino hasta después de que el hermoso sueño ha agotado sus fuerzas.

Si el amor, verbigracia, los ha engañado, ¿creen que les hubiera sido más provechoso creer, durante toda su vida que el amor es lo que no es, lo que no puede ser?. ¿Creen que una ilusión de tal género no falsea sus actos más importantes, y no vela por mucho tiempo una parte de la verdad que quieren alcanzar?. Y si esperan hacer grandes cosas y la desilusión los coloca de nuevo en su sitio entre las cosas de segundo orden, ¿es justo que maldigan, hasta el fin de sus días, al enviado de la verdad?.

En resumidas cuentas, ¿no es esa la verdad misma que nuestra ilusión buscaba, si era sincera?. Aprendamos a formarnos con nuestras desilusiones una guardia de amigas misteriosas y fieles, de consejeras incorruptibles. Si alguna de ellas, más cruel que las demás, nos abate un momento, no nos digamos sollozando: la vida no es tan hermosa como nuestros sueños; digámonos: algo faltaba a nuestros sueños puesto que no fueron aprobados por la vida. En suma, toda la tan ponderada fuerza de las almas fuertes no está hecha más que de desilusiones que esas almas han acogido bien. Cada decepción, cada amor desdeñado, cada esperanza aniquilada, agrega cierto peso al peso de nuestra verdad, y mientras más caen las ilusiones a nuestro alrededor, más noblemente, más seguramente aparece la gran realidad, como el sol, que se percibe más claramente entre las desnudas ramas de la selva invernal.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No es el amor el que engaña. Y a veces ni siquiera las personas, quizá somos cada uno de nosotros los que llegamos a no poder con el cáliz del amor. Es un sentimiento puro si es de verdad, no es algo que decepcione o amargue. Simplemente es la dificultad de compartirlo entre dos lo que lleva en ocasiones a que se reduzca a la nada, aunque haya sido todo.
No creo en pequeñas ilusiones cuando se habla de amor. Son maravillosos momentos en donde se ha dado todo, en donde la verdad lo ilumina todo, así que nada pequeño hay ahí.
Y si la vida te lo aparta de las manos, quizá sí sea porque no tocaba, pero no porque haya sido ligero, ideal o vano.
Un amor que se ha vivido con toda el alma, en que se ha compartido lo mejor de cada quien, queda siempre muy dentro como enseñanza y premio de la vida. Nunca el perderlo debiera ser una desilusión, aunque no se pueda evitar que el dolor lo invada todo. Así somos los humanos, así debemos gestionar las penas y debemos procurar que los grandes amores perdidos nos aporten lo mejor que tuvieron para que sigamos brillando aunque sea en la oscuridad.