domingo, 26 de enero de 2014

La Belleza Interior

No hay nada en el mundo tan ávido de belleza, que se embellezca tan fácilmente como un alma. No hay nada que se eleve con más naturalidad, se ennoblezca con más prontitud y que obedezca más escrupulosamente a las órdenes puras y nobles que se le dan. No hay nada en el mundo que soporte más dócilmente el imperio de un pensamiento elevado. Así es que pocas almas en la tierra resisten al dominio de un alma que se deja ser bella.

La belleza es el alimento único de nuestra alma; la busca en todas partes y hasta en la vida más baja no muere de hambre. Es que no hay belleza que pase completamente inadvertida. Es posible que no pase nunca sino en la inconsciencia, pero obra con tanta fuerza de noche como a la luz del día. La única diferencia es que procura en ella una alegría menos perceptible.

Examinen a las personas más ordinarias, cuando un poco de belleza viene a rozar sus tinieblas. Ahí están, reunidas en cualquier parte; y al encontrarse juntas, sin que se sepa por qué, parece que su primer cuidado está en cerrar las grandes puertas de la vida. Cada una de ellas, sin embargo, cuando está sola, ha vivido más de una vez según su alma. Amó quizá; sufrió sin duda. También oyó, inevitablemente, los sonidos de la región lejana de los Esplendores y de los Terrores, y muchas noches supo inclinarse en el silencio ante leyes más profundas que el mar. Pero cuando están juntas les gusta embriagarse de cosas bajas. Tienen no sé qué extraño miedo a la belleza; y cuanto más numerosas son, más miedo tienen, como tienen miedo del silencio o de una verdad demasiado pura.

Y esto es tan cierto que si una de ellas hiciera aquel día una cosa heroica, procuraría excusarla atribuyendo a su acto móviles miserables, móviles que buscaría en la región inferior en que se hallan reunidas. Sin embargo, se ha pronunciado una palabra alta y orgullosa que ha vuelto a abrir de algún modo las fuentes de la vida. Un alma ha osado mostrarse un instante tal cual es en el amor, en el dolor, ante la muerte o en la soledad en presencia de las estrellas de la noche. Hay inquietud y los semblantes se asombran o sonríen. Pero, ¿no han sentido nunca en tales momentos, con qué fuerza unánime todas las almas admiran y cómo la más débil aprueba indeciblemente, en el fondo de su prisión, la palabra que ha reconocido semejante a sí misma?. Reviven bruscamente en su atmósfera primitiva y normal; y si tuvieran los oídos de los ángeles, seguramente oirán fuertes aplausos en el reino de las luces admirables en que viven entre sí.


¿Creen que si cada noche se pronunciara una palabra análoga, las almas más temerosas no cobrarían valor, y las personas no vivirían más verdaderamente?. No es necesario siquiera que una palabra análoga se repita. Ha sucedido algo muy profundo que dejará huellas muy profundas también. El alma que ha pronunciado esa palabra será reconocida cada noche por sus hermanas; y su sola presencia va a poner en lo sucesivo no sé qué de formal en las frases más insignificantes. De todas maneras, ha habido un cambio que no se puede determinar. Las cosas inferiores ya no tendrán la misma fuerza exclusiva y las almas asustadas saben que en alguna parte hay un refugio.

Es indudable que las relaciones naturales y primitivas de alma a alma son relaciones de belleza. La belleza es el único lenguaje de nuestras almas. No comprenden otro. No tienen otra vida, no pueden producir otra cosa y no pueden interesarse en nada más. Por eso, todo pensamiento, toda palabra, todo acto grande y bello es inmediatamente aplaudido por el alma más oprimida y aún por la más baja, si cabe decir que hay almas bajas. Carece de órgano que la una a otro elemento y no puede juzgar sino según la belleza. A cada instante lo ves en tu vida; y tú mismo, que más de una vez has renegado de la belleza, lo sabes tan bien como los que la buscan sin cesar en su corazón.

Si un día tienes profunda necesidad de otro ser, ¿acudirás al que sonrió con una sonrisa miserable cuando pasaba la belleza?. Quizá fuiste de los que lo aprobaron; pero en este momento grave en que la que llama a tu puerta es la verdad, te volverías hacia el otro que supo inclinarse y amar. Tu alma había juzgado en sus profundidades; y es su juicio silencioso e infalible el que, quizá treinta años después, resurge a la superficie, y te envía una hermana que es más tú que tú mismo porque estuvo más cerca de la belleza.

Se necesita tan poca cosa para estimular la belleza en un alma. Se necesita tan poca cosa para despertar a los ángeles dormidos. Quizá no es necesario despertar, sino que basta simplemente no adormecer. No es quizás el elevarse, sino el descender, lo que requiere esfuerzos. ¿No se necesita esfuerzo para no pensar más que en cosas mediocres ante el mar o en presencia de la noche?. ¿Y qué alma no sabe que se halla siempre ante el mar y en presencia de una noche eterna?. Si tuviéramos menos miedo a la belleza, llegaríamos a no encontrar otra cosa en la vida, porque, en realidad, bajo todo lo que se ve, lo único que existe es eso. Todas las almas lo saben, todas las almas están listas; pero ¿dónde están las que no ocultan su belleza?. Sin embargo, es necesario que una de ellas "empiece". ¿Por qué no atreverse a ser la que "empiece"?. Todas las demás están ahí, ávidas en torno nuestro, como niños, ante un palacio maravilloso. Se apiñan en el umbral, cuchichean, miran por las rendijas, pero no se atreven a empujar la puerta. Esperan que una persona mayor venga a abrir. Pero la persona mayor no pasa casi nunca. Y sin embargo, ¿qué se necesitaría para llegar a ser la persona mayor que esperan?. Casi nada. Las almas no son exigentes. Un pensamiento casi bello que no pronuncies y que alimentes en este momento los ilumina como vaso transparente. Las almas lo ven y los acogerán de muy distinto modo que si trataras de engañar a tu hermano. Nos sorprende oír decir a ciertas personas que nunca han encontrado fealdad verdadera y que aún no saben lo que es un alma baja. Pero no es extraño: esas personas "habían empezado". Como eran bellos, llamaban a sí toda belleza que pasaba, como un faro llama a los buques de los cuatro puntos del horizonte.

Hay hombres que se quejan de las mujeres y que no piensan que la primera vez que encontramos a una mujer, basta una palabra, un solo pensamiento que niegue lo que es bello y lo que es profundo para envenenar para siempre nuestra existencia en su alma. En cuanto a mí, no he conocido una sola mujer que no me haya traído algo de grande. Sólo hay una cosa que el alma no perdona jamás y es verse obligada a mirar, a codear, a compartir una acción, una palabra o un pensamiento feo. No puede perdonarlo, porque perdonar es aquí negarse a sí misma. Y sin embargo, para la mayor parte de las personas, el ser ingenioso, el ser fuerte, el ser hábil, ¿no es alejar ante todo su alma de su vida?; ¿no es apartar con cuidado todas las tendencias demasiado profundas?. Obran así hasta en el amor; por esto la mujer, que se halla aún más cerca de la verdad, casi nunca tiene un instante de vida verdadera con ellos. Diríase que tememos alcanzar nuestra alma y procuramos mantenernos a mil kilometros de su belleza.

Convendría, por el contrario, que intentáramos marchar hacia adelante. Piensen o digan en este momento cosas que son demasiado bellas para ser verdaderas en ustedes; serán verdaderas mañana si han intentado pensarlas o decirlas esta noche. Procuremos ser más bellos que nosotros mismos; no superaremos a nuestra voluntad. Nadie se equivoca cuando se trata de belleza silenciosa y oculta. Por lo demás, poco importa que un ser se equivoque o no se equivoque, desde el momento en que el manantial interior es muy claro. Pero ¿quién piensa en hacer el menor esfuerzo que no se ve?. Sin embargo, nos encontramos aquí en un dominio en que todo es eficaz porque todo espera. Todas las puertas están abiertas; no hay más que empujarlas; y el palacio está lleno de reinas encantadas. Con mucha frecuencia, una sola palabra basta para barrer montañas de basura. ¿Por qué no se ha de tener el valor de oponer a una pregunta baja una contestación noble?. ¿Creen que pasa completamente inadvertida o que no despierta más que asombro?. ¿Creen que eso no se acerca más al diálogo natural de dos almas? No se sabe lo que eso estimula o libra. Hasta el que rechaza esa contestación da un paso, a pesar suyo, hacia su propia belleza. Una cosa bella no muere sin haber purificado algo. No hay belleza que se pierda. No debe asustar el sembrarlas por los caminos. Allí permanecerán durante semanas, durante años; pero no se disuelven, como no se disuelve el diamante, y alguien acabará por pasar que las verá brillar, que las recogerá y se marchará contento.

¿Por qué, pues, detener en nosotros mismos una palabra bella y elevada porque creemos que los demás no nos comprenderán?. ¿Por qué dificultar un instante de bondad superior que nacía porque piensan que los que nos rodean no se aprovecharán de ella?. ¿Por qué reprimir un movimiento instintivo de nuestra alma hacia las alturas porque nos encontramos entre la gente del valle?. ¿Es que un sentimiento profundo pierde su acción en las tinieblas?. ¿Es que un ciego no tiene más medios que los ojos para discernir a los que le quieren de los que no le quieren?. ¿Es que la belleza necesita ser comprendida para existir, y creen que en toda persona no hay algo que comprenda mucho más allá de lo que parece comprender, y mucho más allá de lo que cree comprender?. "Ni aún a los más miserables, me decía en cierta ocasión el ser más elevado que he tenido la dicha de encontrar, ni aún a los más miserables he tenido nunca el valor de contestar una cosa fea o mediocre". Y ví que aquel ser, a quien seguí largo tiempo en su vida, tenía sobre las almas más obscuras, más cerradas, más ciegas y más rebeldes, un poder inexplicable, pues ninguna boca puede expresar el poderío de un alma que se esfuerza por vivir en una atmósfera de belleza y que es activamente bella en sí misma. ¿Y no es, por otra parte, la condición de esa actividad la que hace que la vida sea miserable o divina?. Si pudiéramos ir al fondo de las cosas, descubriríamos seguramente que la fuerza de algunas almas bellas sostiene a las demás en la vida. La única moral viva y eficaz, ¿no es fe, idea que cada cual se hace de algunos seres escogidos?. Pero en esta idea, ¿cuál es la parte del alma elegida y cuál la parte del que la elige?. ¿Es que eso no se mezcla muy misteriosamente y esa moral ideal no llega a profundidades que la moral de los libros más hermosos nunca podrá alcanzar?. Hay en eso una influencia de una extensión cuyos límites son muy difíciles de fijar, y un manantial de fuerza al que cada uno de nosotros va a beber más de una vez al día.

No creo que nada embellezca un alma más insensiblemente, más naturalmente, que la seguridad de que hay en alguna parte, no lejos de ella, un ser puro y bello a quien puede amar sin recelo. Cuando se ha acercado verdaderamente a semejante ser, la belleza cesa de ser una bella cosa muerta que se enseña a los viajeros; pero adquiere de pronto una vida imperiosa, y su actitud se vuelve tan natural que ya nada resiste. Por esto es necesario que los buenos vigilen.

Si pudiéramos preguntar a un ángel lo que hacen nuestras almas en la sombra, creo que contestaría, después de haber mirado largos años quizá, mucho más allá de lo que parecen hacer a los ojos humanos: "Transforman en belleza las pequeñeces que se les ofrecen." ¡Ah!, debemos confesar que el alma humana tiene un valor singular. Se resigna a trabajar toda una noche en las tinieblas donde la mayor parte de nosotros la relegamos y donde nadie le habla. Hace allí lo que puede sin quejarse y procura sacar de las piedras que le tiran el grano de luz eterna que encierran quizá. Y mientras se aplica, acecha el momento en que podrá enseñar a una hermana más querida o acaso más próxima, los laboriosos tesoros por ella acumulados. Pero hay millares de existencias en que ninguna hermana la visita, y en que la vida la ha vuelto tan tímida que se va sin decir nada, y sin haber podido adornarse una sola vez con las más humildes joyas de su humilde corona.

El alma transforma en belleza las pequeñeces que se le ofrecen; y, si bien se mira, parece que no tiene otra razón de ser y que toda su actividad se emplea en reunir en el fondo de nosotros un tesoro de belleza indescriptible. ¿Es que todo no se convertiría naturalmente en belleza si no viniéramos a turbar sin cesar el obstinado trabajo de nuestra alma?. ¿Es que el mismo mal no se vuelve precioso cuando el alma ha extraído de él el diamante profundo del arrepentimiento?. ¿Es que las injusticias que han cometido y las lágrimas que han hecho derramar no acaban un día por transformarse, a su vez, en luz y amor en nuestra alma?.

No hay un hecho, no hay un acontecimiento de nuestra existencia que tarde o temprano deba perder su forma inerte y asombrarnos al tomar su vuelo, desde el fondo de nuestro ser. Esto es tan cierto que, a medida que se avanza hacia esas regiones, se descubren esferas más divinas. No se sabe en qué consiste esa actividad silenciosa de las almas que nos rodean. Has dicho una palabra pura a un ser que no la ha comprendido. La has creído perdida y no has vuelto a acordarte de ella. Pero un día, por casualidad, la palabra resurge con transformaciones inauditas y se pueden ver los inesperados frutos que ha dado en las tinieblas; luego todo vuelve a caer en el silencio. Pero ¿qué importa?. Se adquiere el conocimiento de que nada se pierde en un alma y de que las más pequeñas tienen también sus momentos de esplendor.

Es necesario que la belleza no sea una fiesta aislada en la vida, sino que sea una fiesta cotidiana. No se necesita gran esfuerzo para ser admitido entre aquellos en cuyos ojos la tierra cubierta de flores y los cielos resplandecientes ya no entran por partes infinitesimales, sino en masas sublimes, y hablo de flores y cielos más duraderos y más puros que los que se ven. Hay mil canales por donde la belleza de nuestra alma puede subir hasta nuestro pensamiento. Hay sobre todo el canal admirable y central del amor.

¿No es en el amor donde se encuentran los más puros elementos de belleza que podemos ofrecer a nuestra alma? Hay seres que se aman así en la belleza. Amar así es perder poco a poco el sentido de la fealdad; es cerrar los ojos a todas las pequeñeces y no entrever ya más que la frescura y la virginidad de las almas más humildes. Amar así es no tener siquiera necesidad de perdonar. Amar así es no poder ya ocultar nada, porque ya no hay nada que el alma siempre presente no transforme en belleza. Amar así es no ver ya el mal sino para purificar la indulgencia y para aprender a no confundir al pecador con su pecado. Amar así es elevar en nosotros mismos a todos los que nos rodean a alturas en que ya no pueden faltar y de donde una baja acción debe caer de tan alto que al caer al suelo descubre, a pesar suyo, su alma de diamante. Amar así es transformar sin saberlo, en movimientos ilimitados, las intenciones más pequeñas que velan en torno nuestro. Amar así es llamar a todo lo que hay de bello en la tierra, en el cielo y en el alma al festín del amor. Amar así es evocar, al menor gesto, la presencia de nuestra alma y de todos sus tesoros.

Ya no es necesaria la muerte ni las desdichas ni las lágrimas para que el alma aparezca; basta una sonrisa. Amar así es entrever la verdad en la dicha tan profundamente como algunos héroes la entrevieron a la luz de los grandes dolores. Amar así es no distinguir ya la belleza que se transforma en amor, del amor que se transforma en belleza. Amar así es no querer decir ya dónde acaba el rayo de una estrella y dónde empieza el beso de un pensamiento común. Amar así es llegar tan cerca de Dios que los ángeles nos poseen. Amar así es embellecer juntos la misma alma que se convierte poco a poco en el ángel único. Amar así es descubrir cada día una belleza nueva en ese ángel misterioso, y es marchar juntos en una bondad cada vez más viva y cada vez más elevada.

Porque hay también una bondad muerta, formada únicamente del pasado; pero el amor verdadero hace inútil el pasado y crea a su lado un inagotable porvenir de bondad, sin desdichas y sin lágrimas. Amar así es redimir nuestra alma, y adquirir una belleza igual a la del alma ya libre. Si en la emoción que debe causarte ese espectáculo, no proclamas que es bello, y si mirando en el fondo de ti mismo, no experimentas el encanto de la belleza, en vano buscarás en semejante disposición la belleza inteligible; pues no la buscarás sino en lo impuro y lo feo. Pero si has reconocido en ti la belleza, elévate a la reminiscencia de la belleza inteligible.


domingo, 19 de enero de 2014

La Bondad Invisible.

Es una cosa que no se percibe y sobre la cual nadie parece contar; y sin embargo creo que es una de las fuerzas que conservan a los seres. Los dioses de quienes hemos nacido se manifiestan en nosotros de mil maneras diversas; pero esa bondad secreta que nadie ha notado y de la cual nadie habló bastante directamente es quizás el signo más puro de su vida eterna. No se sabe de dónde procede. Está ahí simplemente, sonriendo en el umbral de nuestras almas; y aquellos en quienes sonríe más profundamente o con más frecuencia, nos harán sufrir día y noche si quieren, sin que nos sea posible dejar de amarlos.

No es de este mundo y sin embargo se mezcla con la mayor parte de nuestras agitaciones. No se toma siquiera el trabajo de mostrarse en una mirada o en una lágrima. Se oculta por razones que no se adivinan. Diríase que teme hacer uso de su poder. Sabe que sus movimientos más involuntarios harían nacer en torno de ella cosas inmortales; y somos avaros de las cosas inmortales. ¿Por qué, pues, tememos agotar el cielo que hay en nosotros? No nos atrevemos a obrar según el Dios que nos anima. Tememos lo que no se explica por medio de un gesto o una palabra; y cerramos los ojos sobre lo que hacemos a pesar nuestro en el imperio en que las explicaciones son superfluas. ¿Cuál es el origen de la timidez de lo divino en los seres humanos? A medida que un movimiento del alma se acerca a lo divino, cuidamos más por disimularlo a las miradas de nuestros hermanos. ¿Acaso el humano no es más que un dios que tiene miedo?, ¿o nos está prohibido hacer traición a poderes superiores? Todo lo que no pertenece a este mundo demasiado visible tiene la tierna humildad de quien no está invitado. Por esto, nuestra bondad secreta no ha pasado, nunca hasta ahora, las silenciosas puertas de nuestra alma. Vive en nosotros como una prisionera a quien se ha prohibido que se acerque a la reja. Bien que no debe acercarse a ella. Basta que esté allí. Por más que se oculte, tan pronto como levanta la cabeza, o cambia de sitio un eslabón de su cadena, o abre la mano, la cárcel se ilumina, los respiraderos se entreabren a la presión de las claridades interiores, hay de pronto un abismo lleno de ángeles agitados entre las palabras y los seres, todo calla, las miradas se vuelven un instante y dos almas se abrazan llamando en el umbral.

No es una cosa procedente de la tierra que habitamos y todas las descripciones no servirían de nada. Es preciso que los que quieran comprenderme tengan también en sí mismos el mismo punto sensible. Si no han sentido nunca en la vida el poder de su bondad invisible, no vayan más lejos; sería inútil. Pero ¿habrá alguno que no haya experimentado ese poder?; y los peores de nosotros, ¿no fueron jamás invisiblemente buenos? No sé; ¡hay en este mundo tantos seres que no piensan más que en desalentar lo divino en su alma! Basta un momento de tregua, sin embargo, para que lo divino se manifieste, y ni aún los más malos están siempre en guardia; por esto, sin duda, hay tantos malos que son buenos sin que se vea, al paso que hay muchos santos que no son invisiblemente buenos.

He hecho sufrir más de una vez, como todo ser hace sufrir en torno suyo. He hecho sufrir porque estamos en un mundo en que todo se enlaza por medio de hilos invisibles, en un mundo en que nadie está solo, y porque el gesto más dulce de la bondad o del amor lastima a menudo a tanta inocencia a nuestro lado. He hecho sufrir también, porque los mejores y los más tiernos necesitan a veces buscar no sé qué parte de sí mismos en el dolor ajeno. Hay semillas que no germinan en nuestra alma sino bajo la lluvia de las lágrimas que se vierten a causa de nosotros; y sin embargo, esas semillas producen buenas flores y saludables frutos. ¿Qué haremos? Es una ley que no hemos hecho nosotros ; y no sé si me atrevería a querer a un hombre que no hubiese hecho llorar a nadie. Con frecuencia, los que más amaron fueron los que hicieron sufrir más, pues no se sabe qué crueldad tierna y tímida suele ser la hermana inquieta del amor. El amor busca en todas partes pruebas del amor, y esas primeras pruebas ¿quién no tiende a encontrarlas desde luego en las lágrimas de la amada?.

La misma muerte no bastaría para tranquilizar al amante si ésta se atreviese a escuchar las exigencias del amor; porque el instante de la muerte parece demasiado breve a la íntima crueldad del amor; más allá de la muerte, hay todavía espacio para un mar de dudas; y los que mueren juntos quizá no mueren sin inquietudes. Aquí se necesitan largas y lentas lágrimas. El dolor es el primer alimento del amor; y todo amor que se ha alimentado con un poco de dolor puro, muere como el recién nacido a quien se quisiera alimentar como se alimenta a un adulto. ¿Amarás del mismo modo a la que siempre te hizo sonreír y a la que a veces te hizo llorar? ¡Ay!, es necesario que el amor llore y que llore muy a menudo. En el momento en que se elevan los sollozos es cuando las cadenas del amor se forjan y se templan para la vida.

He hecho sufrir así porque amaba; he hecho sufrir asá porque no amaba ya. Pero ¡qué diferencia entre dos dolores! Aquí, las lentas lágrimas del amor desgraciado parecían saber ya, en el fondo de sí mismas, que regaban en nuestras dos almas juntas algo de indecible, y allá esas pobres lágrimas sabían por su parte que caían solas en un desierto. Pero en esos momentos en que el alma es verdaderamente todo oídos o más bien todo alma, es cuando reconocí el poder de una bondad invisible que sabía conceder a las desgraciadas lágrimas del amor que moría las ilusiones divinas del amor que va a nacer. ¿No has tenido jamás uno de esos tristes momentos en que los besos sin esperanza no podían ya sonreír y en que el alma comprendía al fin que se había engañado? Las palabras ya sólo sonaban con gran dificultad en el aire frío de la separación definitiva; iban a alejarse para siempre, y las manos casi inanimadas se tendían hacia el adiós de las partidas sin regreso, cuando el alma, de pronto, hacía sobre sí misma un movimiento imperceptible. El alma vecina despertaba al instante en las cúspides del ser, nacía algo muy por encima del amor de los amantes fatigados, y por más que los cuerpos se separasen, las almas no iban a olvidar jamás que se habían mirado un instante por encima de las montañas que nunca habían visto, y que, un momento, habían sido buenas, con una bondad que aún no conocían.

¿Qué movimiento misterioso es, pues, ese de que no hablo aquí sino a propósito del amor, pero que puede efectuarse en las más pequeñas circunstancias de la vida? ¿Es no sé qué sacrificio a qué abrazo interior, el profundísimo deseo de ser alma para un alma, o el sentimiento siempre tierno de la presencia de una vida invisible e igual a la nuestra? ¿Es todo lo que hay de admirable y triste en el solo hecho de vivir, y el aspecto de la vida una e indivisible que en tales momentos inunda todo nuestro ser? Lo ignoro, pero entonces es cuando sentimos verdaderamente que hay en alguna parte una fuerza desconocida, que somos los tesoros de un Dios que lo ama todo, que ni un gesto de ese Dios pasa inadvertido, y que nos encontramos en la región de las cosas que no engañan.

La verdad es que desde el nacimiento hasta la muerte no salimos nunca de esa región definitiva, pero vagamos en Dios como pobres sonámbulos, o como ciegos que buscan desesperados el templo en que se encuentran. Estamos aquí en la vida, persona contra persona, alma contra alma, y los días y las noches se pasan velando las armas. No nos vemos, ni nos tocamos. Nunca vemos más que broqueles y cascos, y no tocamos más que hierro y bronce. Pero si una pequeña circunstancia procedente de la sencillez del cielo, hace caer un instante las armas, ¿no hay siempre lágrimas bajo el casco, sonrisas infantiles detrás del broquel, y no se descubre otra verdad?.

Una mujer, creía decirlo hace tiempo, una mujer a quien hice sufrir a pesar mío, pues los más atentos, sin saberlo, derraman sufrimientos en torno suyo, me reveló un día el poder soberano de esa invisible bondad. Es necesario haber sufrido para ser bueno; pero quizás es preciso haber hecho sufrir para volverse más bueno todavía. Aquel día lo experimenté. Me sentía solo en esa triste zona de los besos en que parece que se visitan ya las cabañas de los pobres, cuando la amante retrasada sonríe aún en los palacios de los primeros días. El amor según los humanos se moría entre nosotros como un niño atacado de un mal que viene no se sabe de dónde y que no tiene piedad. No nos dijimos nada. Ni siquiera podría yo recordar en qué pensaba en tan grave momento. Sin duda en cosas insignificantes. En la última persona encontrada, en la temblorosa claridad de un farol que alumbra una esquina desierta; y sin embargo, todo pasó en una luz mil veces más pura y mil veces más alta que si todas las fuerzas de la piedad y del amor de que dispongo en mis pensamientos y en mi corazón hubiesen intervenido. Nos separamos sin decir nada, pero comprendimos al mismo tiempo nuestro pensamiento inexpresable. Sabemos ahora que nació otro amor que no tiene necesidad de las palabras, de los pequeños cuidados ni de las sonrisas del amor ordinario. No nos hemos vuelto a ver, ni volveremos a vernos quizás en muchos siglos. Sin duda necesitaremos olvidar muchas cosas y aprender otras tantas, a través de todos los mundos por los cuales tendremos que pasar, antes de encontrarnos en el mismo movimiento de alma que tuvo efecto aquel día; pero tenemos tiempo de esperar.

Por esto, desde aquel día, he saludado en todas partes, y hasta en el fondo de los momentos más rudos, la bienhechora presencia de ese poder maravilloso. Basta haberla visto claramente una vez, para que su imagen no se aparte nunca de nosotros. La verás sonreír con frecuencia en los últimos refugios del odio y hasta en el fondo de las lágrimas más crueles. Y sin embargo, no se muestra a los ojos de nuestro cuerpo. Tan pronto como se manifiesta por un acto exterior, cambia de naturaleza; y ya no estamos en la verdad según el alma, sino en una especie de mentira según los humanos. La bondad y el amor que no se ignoran no ejercen ninguna acción sobre las almas porque han salido de los reinos en que viven; pero mientras son ciegos podrían enternecer al mismo Destino. He conocido a más de una persona que cumplía todas las obras de la bondad y de misericordia sin llegar a ninguna alma; y he conocido a otras que parecían vivir en la mentira y en la injusticia sin alejar a esas mismas almas y sin hacer concebir un solo instante la idea de que no fuesen buenos. Hay más; aún aquellos que no nos conocen y a quienes refieren simplemente nuestros actos de bondad y nuestras obras de amor, si no son buenos según la bondad invisible, sospecharán algo, y no serán nunca impresionados en las profundidades de su ser. Como si hubiese en alguna parte un sitio en que todo se pesa en presencia de los espíritus; o bien, allá, al otro lado de la noche, un depósito de certezas, donde el mudo rebaño de las almas va a beber cada mañana.

Quizá no se sabe aún lo que significa la palabra amar. Hay en nosotros vidas en que amamos sin saberlo. Amar así no es solamente tener piedad, sacrificarse interiormente, querer ayudar y hacer feliz a alguien, es una cosa mil veces más profunda, que las palabras humanas más suaves, más ágiles y más fuertes no pueden alcanzar. Diríase por momentos que es un recuerdo furtivo, pero en extremo penetrante, de la gran unidad primitiva. Hay en ese amor una fuerza a la cual nada puede resistir. ¿Quién de nosotros, si interroga por el lado de las luces que de ordinario no mira, quién de nosotros no encuentra en sí mismo el recuerdo de ciertas obras extrañas de esa fuerza? ¿Quién de nosotros no ha sentido sobrevenir de pronto, al lado de un ser, quizás indiferente, algo que nadie llamaba? ¿Era el alma o bien la vida que se volvía sobre sí misma como un durmiente que despierta? No sé; tampoco lo saben ustedes y nadie habla de ello; pero no se separan como si nada hubiese sucedido.

Amar así es amar según el alma; y no hay alma que no responda a ese amor. Porque el alma humana es un convidado hambriento desde hace siglos; y nunca hay necesidad de llamarla dos veces al festín nupcial.

Todas las almas de nuestros hermanos vagan sin cesar en torno nuestro en busca de un beso, y no esperan más que una señal. Pero ¡cuántos seres hay que nunca se han atrevido a hacer una de esas señales en su vida! Es la desgracia de toda nuestra existencia el vivir así aislados de nuestra alma y tener miedo de sus menores movimientos. Si le permitiéramos sonreír francamente en su silencio y en su luz, viviríamos ya de una vida eterna. Basta considerar un instante lo que logra hacer en los raros minutos en que no nos acordamos de encadenarla como a una loca; en el amor, por ejemplo, en que a veces la dejamos asomar a las rejas de la vida exterior. Y en la vida, según la verdad primera, ¿no deberían todos los seres sentirse en presencia nuestra como la amada en presencia del amante?.

Esa invisible y divina bondad es uno de los signos más seguros y más próximos de la incesante actividad de nuestra alma, esa invisible y divina bondad ennoblece de un modo definitivo todo lo que ha tocado sin saberlo. Que todos los que se quejan de su ser desciendan en sí mismos y se pregunten si fueron buenos jamás en presencia de ese ser. Por lo que a mí toca, nunca encontré una sola persona a cuyo lado sentí conmoverse mi bondad invisible, que no se volviese en el acto mejor que yo mismo. Sean buenos en las profundidades y verán que quienes los rodean se volverán buenos hasta las mismas profundidades. Nada responde más infaliblemente al grito secreto de la bondad que el grito secreto de la bondad vecina. Mientras sean buenos activamente en lo invisible, todos los que se les acerquen harán, sin saberlo, cosas que no podrían hacer al lado de otra persona. Hay ahí una fuerza que no tiene nombre, una rivalidad espiritual que es irresistible. Diríase que es exactamente aquí donde se encuentra el punto sensible de nuestras almas; porque hay almas que parecen haber olvidado que existen y haber renunciado a todo lo que eleva su ser; pero cuando se les hiere en ese punto, se levantan todas; y en los divinos campos de la bondad secreta, la más humilde de las almas no soporta la derrota.

Y sin embargo, es posible que nada cambie en la vida que se ve; pero ¿es eso lo único que importa y no existimos realmente más que por actos que pueden tomarse con la mano como las piedras del camino? Si se preguntan, como nos dicen que es necesario preguntarnos cada noche: "¿Qué he hecho de inmortal hoy?", ¿necesitan buscar siempre desde luego por el lado de las cosas que se pueden contar, pesar y medir sin error? Es posible que derramen lágrimas extraordinarias, que llenen un corazón de certidumbres inauditas, y que den la vida eterna a un alma sin que nada cambie; que nadie lo note, sin que ustedes mismos lo sepan. Es posible que a la prueba todo se derrumbe y que esa bondad ceda al menor temor. No importa. Se ha operado algo de divino; y Dios debe haber sonreído en alguna parte. ¿No es quizás el fin supremo de la vida, el hacer renacer así lo inexplicable en nosotros?; y ¿sabemos acaso lo que añadimos a nosotros mismos cuando despertamos una pequeña parte de lo incomprensible que duerme en todos los rincones? Aquí han despertado al amor que no vuelve a dormirse. El alma que su alma ha mirado y que ha vertido con ustedes las santas lágrimas del júbilo solemne que no se ve, no les guardará rencor en medio de los tormentos. Ni siquiera tendrá necesidad de perdonar. Está tan segura de no sé qué, que ya nada podrá borrar o atenuar su sonrisa interior; porque nada podrá separar a dos almas que durante un instante han sido buenas juntas.