domingo, 22 de marzo de 2009

Esperanza 2/2
Hablen de aprecio, de respeto entre las personas. En este instante nada podrán decir que sea tan hermoso. Cuanto más negra es la noche, tanto más brillan sus estrellas. Que hable de amor ahora quien lleve paz en su interior, ahora que en la borrasca silban el odio y el rencor, ahora que el cielo está sombrío y más sombrío el corazón; que después... ya lo saben: cuando la tormenta pasa, hasta las charcas cenagosas del camino reflejan el cielo azul.

Como en un cuento de la niñez, que sin duda todos recuerdan, la senda larga es la buena senda. La senda del respeto y del honor. Quien vaya por ella, que no vacile, y que al avanzar recuerde que no se es bueno, ni se es justo por incapacidad de hacer daño. El bien se hace a sabiendas y a quien lo merece.

La venganza no es un remedio, pero la justicia es un deber. El que ha sufrido y el que ha hecho sufrir no pueden ser medidos con la misma vara. Lo bueno, cuando es justo, es dos veces bueno. Siendo injusto, hasta lo bueno se hace malo.

Vivimos juzgando obras ajenas y propias. Toda persona es un poco juez, y para serlo necesita, al mismo tiempo, fases suaves y filos cortantes, como una espada. La persona sin aristas es una piedra rodada, que sólo sirve para rodar. Para sentir repudio por la injusticia, no es necesario ser perfecto, basta con no ser perverso. No importa que procediendo así el camino se alargue. Algún día se llegará. No hay mar sin orillas, por grande que sea.

No lamentemos errores pasados, si ellos nos han enseñado algo útil para evitarlos mañana. El presente es la oportunidad de aprovechar el pasado en beneficio del porvenir. Pero no basta decir bien, es necesario proceder mejor. Las palabras nunca podrán sustituir a los hechos. Los brillantes, por más que brillan, no son estrellas, y las palabras, por muy sonoras que nos parezcan, no son acciones. Es necesario proceder bien y sin demora inútil.

Entre la idea que encierra una esperanza y el acto que quiere darle vida, nunca media el infinito. Si se mira, con mirar sereno, el cielo no está tan lejos de la tierra.

No importa que al pasar dejemos algo de lo que creemos que nos pertenece. Si bien se piensa, nada hay que sea realmente nuestro. Nuestro es aquello que nada ni nadie nos puede quitar, que retendremos siempre si esa es nuestra voluntad; aquello de que podemos disponer a nuestro antojo, que sólo de nosotros depende. Eso sí es nuestro, eso sí sería nuestro si hubiera algo de esas condiciones.

Es preciso convencerse de que no hay nada que nos pertenezca en esa forma. Todo es prestado, por un rato nada más. Todo es prestado, hasta lo que llamamos con orgullo nuestra propia vida. Pensando así, se ve que no es razonable querer sacar de las cosas un provecho tan grande como si la vida fuera eterna.

El usurero, que por guardar su oro, ni él mismo lo disfruta, por este falso concepto de propiedad, sin advertirlo, se refleja en nuestros actos, algunas veces. Por nuestra propia felicidad luchamos, por momentos, con tal violencia, que por pretender cada uno para sí toda la ventura, sólo alcanza la desdicha para todos. Un día ví a unos niños luchar por una flor. Todos hubieran podido, a un mismo tiempo, disfrutar con calma de su belleza, pero cada uno la quería sólo para sí. En el ansia de posesión entre tanta mano que quería tomarla, la flor se deshizo, no fue para nadie. Para todos, en cambio, hubo una desilusión. Y no sólo son los niños quienes proceden así.

Si el ser humano pensara siempre en dar algo de sí antes de quererlo todo para él... Dar de sí antes de pensar en sí.

domingo, 8 de marzo de 2009

Esperanza 1/2

El mundo, sin la luz del sol, a pesar de su grandeza, sería un antro negro y frío. Y la vida, con todas sus glorias, sin la esperanza, pesaría sobre nosotros como una maldición. El ser humano busca siempre una esperanza por encima de todos los dolores, como busca un cielo azul por encima de todas las tormentas. No hay nada más cruel que un dolor sin esperanza.

Para algunos, la esperanza es su Dios, la gloria o el poder. Para otros, es la fortuna, la salud, un cariño. Quien nada espera no es un humilde, es un indiferente; y la indiferencia es el camino más seguro hacia la inutilidad.

La esperanza es la mirada del alma. Es más ciega la persona sin ilusiones, que aquella a quien le faltan los ojos. Desde el horizonte de la vida, nuestra ambición nos atrae. Hacia ella van muchos caminos. Se marcha en tumulto. Al andar, se mezclan lo bueno y lo malo, lo noble y lo repudiable, lo exacto y lo sabio con lo injusto y lo absurdo. Y entre tanta encrucijada, para orientarse existe sólo una guía: la conciencia. Para resolver dificultades dos recursos: la fuerza y la razón.

Quienes sólo emplean la fuerza, toman siempre el camino que creen más corto. Para ellos todo se reduce a llegar pronto y con el menor esfuerzo. No reparan en la forma de salvar obstáculos ni de evitar peligros. El propio honor y la felicidad ajena, como lastre inútil, van quedando en el camino, poco importa. Sólo una cosa preocupa: llegar.

Con frecuencia, quienes sólo confían en la fuerza miden mal los obstáculos. Fuerte es el huracán que sacude la vida, más fuerte es la voluntad que resiste al huracán. Hasta el empuje más fuerte y la ambición más desmedida caen agotados ante la conciencia que no calla o la razón que no cede. Ciertas personas, ciertos hechos, por la violencia de su empuje, por el brillo que los rodea y por la inutilidad de tanta energía frente a una resistencia firme y tranquila, recuerdan a un río que baja por un valle estrecho y cuyas aguas han perdido la transparencia que al nacer les dio la fuente, y corren cargadas de barro, testigo de todo el daño que el río viene haciendo en su recorrido. Y a pesar de su turbidez, aquellas aguas se revuelven con tal violencia entre las rocas que pretenden resistirles, que se cubren de una capa de espuma. Y el río parece blanco, parece bueno, Se diría que son esas piedras que se oponen a su paso, las únicas culpables de tanto torbellino.

Y el río tumultuoso que carcome sus propias riberas y arranca los árboles; el río que tritura las rocas que le forman cauce y de tanto hacerlas rodar, a todas les quita sus aristas, como si buscara igualarlas en impotencia; el río soberbio, que él mismo se viste de blanco y canta su propia gloria; el río con quien nadie puede, muere en las aguas tranquilas de un lago. Así mueren la injusticia y la violencia. Grandes o pequeñas, un día han de acabar como las aguas tranquilas del turbio río. Así acaban las conquistas mal habidas, los honores manchados por el dolor ajeno, las necias vanidades encubiertas por la espuma del engaño.

Dejen que se alejen los que así proceden, sin envidiarles triunfos. Pobres pordioseros del recuerdo, un día llega en que, agobiados por el remordimiento o el desprecio, pedirán por caridad un poco de olvido. Recién entonces sabrán que el derecho de las personas se comprime y se deforma como el aire, y como el aire también, sólo aguarda un escape, para huir al espacio y llenar toda la vida. Sólo entonces sabrán que el dolor es un maestro severo y sabio. No es deseable oír sus lecciones, pero cuando él las dicta, es inútil resistirse a oírlas. Sus palabras, hasta los sordos las oyen, sus imágenes, hasta los ciegos las ven.

Es mejor tomar otro camino. Otro camino aunque sea más largo. Otro camino que nos permita avanzar sin que por ello sufra el derecho de los demás.

Si quieres que te quieran, cuida la esperanza ajena como si fuera tu propia esperanza. Nunca olvides que es más cruel vivir sin ilusiones que morir sin esperanza. Ilusiones, afectos y derechos. Que nadie diga que estas palabras han perdido su sentido. Más que nunca, hoy que es invierno en todo el mundo, se siente la necesidad de su calor.