lunes, 10 de abril de 2006

La Voluntad del Pensamiento


No hay fatalidad verdadera más que en ciertas desgracias exteriores como las enfermedades, los accidentes, la muerte sorpresiva de seres queridos, etc., pero no existe fatalidad interior. La voluntad del pensamiento tiene el poder de rectificar todo lo que no hiere mortalmente a nuestro cuerpo; sin embargo, es preciso acumular en uno mismo un pesado, un paciente tesoro para que esa voluntad encuentre, en el momento solemne, las fuerzas necesarias.

Una vez consumado un hecho, de nosotros depende que el destino no tenga ya ninguna influencia sobre lo que va a ocurrir dentro de nuestra alma. No puede impedir, cuando hiere a un corazón de buena voluntad, que la desgracia sufrida o el error reconocido abran en ese corazón una fuente de claridad. No puede impedir que el alma transforme cada uno de sus pesares en pensamientos, en sentimientos y en bienes espirituales.

Hay un gran dolor en el desenlace de todos los dramas que pesan sobre el pensador, pero también hay una gran luz nacida de ese dolor y ya victoriosa a medias de su sombra. Los pensamientos que exaltan, los sentimientos que se ennoblecen, iluminan todas las lágrimas, y la desgracia toma, como el agua, todas las formas del vaso en que se la encierra.

No es la resignación la que nos consuela, purifica y eleva, sino los pensamientos y las virtudes en cuyo nombre nos resignamos; aquí es donde el pensamiento recompensa a sus fieles en proporción a sus méritos. Existen ideas que ninguna catástrofe puede alcanzar. Basta por lo común que una idea se eleve más alto que la vanidad, la indiferencia y el egoísmo cotidianos para que quien la alimenta no sea ya tan vulnerable. Por eso es que, haya dicha o desgracia, la persona más feliz será aquella en la cual viva con mayor fuerza la idea más grande. El verdadero triunfo del destino no podría efectuarse sino en el alma. Pero es ésta el valuarte que resguarda el pensamiento.

Sin embargo, no siempre basta con armarse de pensamientos elevados para vencer al destino porque éste sabe oponer a los pensamientos elevados, pensamientos más elevados todavía; pero, ¿qué destino es capaz de resistir pensamientos dulces, sencillos, buenos y leales?. La única manera de subyugar al destino es hacer lo contrario del mal que quisiera obligarnos a hacer. No hay drama inevitable. Las catástrofes se producen porque las almas se niegan a ver; pero un alma viviente obliga a todas las demás a abrir los ojos.

No hagamos intervenir al destino allí donde un pensamiento puede desarmar todavía a las potencias enemigas. El destino puede ejercer su imperio en una pared que cae sobre alguien, en la tempestad que hunde a un navío y en la epidemia que ataca a los seres queridos. Pero nunca en el alma de una persona que no lo llama. El azar, entre los dedos del pensamiento es flexible como un junco recién cortado, pero se convierte en barra de acero en manos de la inconciencia. Todo depende del pensamiento y no del destino. Y el pensamiento sólo depende de uno mismo.

La parte más activa de lo que comúnmente se llama “fatalidad” es una fuerza creada por las personas; es enorme pero raras veces irresistible. Está formada de la energía de los deseos, los pensamientos, los sufrimientos y las pasiones. Aún en los instantes más extraños, en las desgracias más misteriosas y más imprevistas, no tenemos nunca que luchar contra un enemigo invisible o desconocido por completo. Las personas verdaderamente fuertes no ignoran que no conocen todas las fuerzas que se oponen a sus proyectos, pero combaten contra aquellas que conocen, con tanto valor como si no hubiera otras, y triunfan muchas veces. Habremos consolidado singularmente nuestra seguridad, nuestra paz y nuestra dicha, el día en que nuestra ignorancia y nuestra indolencia hayan dejado de llamar fatal a todo lo que nuestra energía y nuestra inteligencia habrían debido llamar natural y humano.

¿De qué está formado todo el veneno de esa fatalidad, sino de las debilidades, vacilaciones, pequeñas falsedades, inconsecuencias, vanidad y ceguedad de la víctima?. Si es verdad que una especia de predestinación domina todas las circunstancias de una vida, tal predestinación no podría encontrarse más que en nuestro carácter; ¿y no es el carácter lo que debería modificarse más fácilmente en una persona de buena voluntad?. ¿No es, de hecho, lo que se modifica siempre en la mayor parte de las existencias?. Es mejor o peor según se hayas visto triunfar a la mentira y el odio, la traición o la maldad, o bien la verdad, lo bondad y el amor. Y has creído ver triunfar al odio o al amor, la verdad o la mentira, según la idea más o menos alta que te formaste poco a poco de la felicidad y del objeto de la vida. Lo que preocupa nuestro deseo secreto es lo que parece naturalmente prevalecer. Si vuelves los ojos del lado del mal, el mal es victorioso por todas partes; pero si has acostumbrado a tu mirada a fijarse en la sencillez, en la pureza y en la verdad, no verás en el fondo de todas las cosas más que la victoria poderosa y callada de lo que amas.

La inteligencia y la voluntad, como soldados victoriosos, deben acostumbrarse a vivir a expensas de lo que les hace la guerra. Deben aprender a alimentarse de lo desconocido que las domina. Acostumbrémonos a actuar como si todo nos estuviera sometido, pero conservando en nuestra alma un pensamiento encargado de someterse noblemente a las fuerzas que encontraremos. Es necesario que la mano crea que todo ha sido previsto; pero que una idea secreta, inviolable, incorruptible, no olvide jamás que todo lo grande es casi siempre imprevisto. Lo imprevisto, lo desconocido, son los que ejecutan lo que nosotros no nos habríamos atrevido a intentar; pero sólo vienen en nuestra ayuda si encuentran en el fondo de nuestro corazón un altar que les esté dedicado.

Muchas veces, en esas extrañas luchas entre el ser humano y el destino, no se trata de salvar la vida de nuestro cuerpo, sino la de nuestros sentimientos más bellos y la de nuestros mejores pensamientos. ¿Qué importan mis mejores pensamientos si ya no existo?, dicen unos; ¿qué queda de mí si, para conservar mi vida, debe morir en mi corazón y en mi espíritu todo lo que amo?, contestan otros. ¿Y no es a este dilema al que se reduce casi siempre toda la moral, la virtud y el heroísmo humanos?.