lunes, 4 de febrero de 2008

La Naturaleza de la Felicidad

En la lógica de la especie, adaptada a la vida social, después de la inconciencia de la infancia, viene el despertar de las pasiones: el hombre elige entre sus compañeras de juegos a la que debe serlo de su destino. Sus brazos vigorosos, de acuerdo con sus necesidades, piden trabajo y una oportunidad para desarrollarse, de acuerdo con sus aptitudes, guías de su vocación.

Se contrastan intereses y necesidades contra estructuras y posibilidades: se hace evidente que se debe proveer de lo necesario. Es preciso alimentar, albergar y proporcionar sustento a una familia entera. Comienzan los problemas de la mantención: el pan faltará, el corazón se romperá a cada instante; la sensibilidad se rebelará; la razón se ofuscará: “¡oh, qué vida!. Viviré abatido, miserable, quizá pordiosero: ¡viviré desgraciado!. ¿He nacido para esto?”.

En busca de una explicación lógica, se busca, entre otros, al sacerdote depositario de la confianza y se expone las dudas; y el sacerdote responde: “Hombre, no reflexiones jamás sobre la existencia de la sociedad... Dios conduce todo, abandónate a su providencia... Esta vida no es más que un viaje... Las cosas son aquí hechas por una justicia cuyos decretos no debemos profundizar... Cree, obedece, no razones y trabaja: he aquí tus deberes....” Pero un alma altiva, un corazón sensible, una razón entera, no pueden quedar satisfechos con esta respuesta. Las dudas y las inquietudes aún la acosan. Se busca a los sabios más instruidos, encontrando en ellos respuestas similares, en las que la injusticia y el rendimiento a ultranza encuentran justificación y dictan visiones distintas a las del sentido común.

Se manifiesta entonces el mecanismo de las sociedades, en contraposición a la tendencia natural inspirada por la justicia y la igualdad. Es la trama de la competencia, de la sobrevivencia, que destapa el lado contrario a la lógica del bienestar y la tranquilidad, como requisitos de vida. Sin embargo, el carácter sagrado de la naturaleza se haya trazado en ti con toda su energía: consérvalo siempre para vivir feliz y fuerte. Para vivir es preciso sentir y razonar, y, en consecuencia, no estar dominado por la necesidad física.¡La familia y los amigos son los mejores elementos para llenar la vida del corazón!. ¡Cuídate solamente de la avidez de las riquezas!. Las riquezas no influyen en la felicidad, sino en tanto nos procuraron o nos niegan lo físicamente necesario. Pero si tienes lo suficiente y el hábito del trabajo, debes saber gobernar tu imaginación. Entre un alma ardiente y una imaginación desarreglada no hay sino que poner la razón de por medio.

La felicidad está especialmente en la posición y en el estado de equilibrio, porque es el de la razón y el sentimiento. Hay que ser humano, pero serlo de verdad: Vivir dueño de sí: sin fuerza no hay virtud ni felicidad. Estos sentimientos valores sólo los reúne la Naturaleza para el beneficio y la consolación de la especie.

La persona a quien las leyes no han dado la oportunidad de ser feliz, el individuo que no tiene interés en el mantenimiento de la ley civil, es el enemigo. Por eso ha sido preciso, en el desarrollo de las sociedades, asegurarle una porción de propiedad a fin de interesarlo; y a falta de esto, fue preciso excluirlo como a un ser envilecido, embrutecido, y por ello incapaz de ejercer una parte de la soberanía... He aquí una razón política, sin duda. Pero es aquí donde comienza la larga cadena de injusticias e inequidades. El hombre feliz es el único digno de la Naturaleza. Se trata de recuperar la lógica vital de la Humanidad, como especie: los elementos y las condiciones que, como parte del planeta, el ser humano plantea y requiere para su desarrollo natural: el estado de Felicidad.

Sin pareja, no hay salud ni felicidad. Que el humano aprenda que su verdadera gloria es la de vivir como humano; que a su voz se callen los enemigos de la naturaleza; que el ministro de la más sublime de las religiones, que debe llevar palabra de consuelo al alma entristecida del infortunado, conozca las dulces emociones de la efusión; que el néctar de la delicia lo transforme en sinceramente penetrado de la grandeza del autor de la vida, como verdaderamente digno de la confianza pública, y será el hombre de la naturaleza y el intérprete de sus decretos. Que escoja una compañera: ese día será el verdadero triunfo de la moral, y los amigos verdaderos de la virtud lo celebrarán de corazón; el sacerdote sensible bendecirá los tiempos de la razón gustando las primicias de sus beneficios.