lunes, 9 de abril de 2007

El Alma, escenario del Destino

En el conjunto de las vivencias cotidianas, no es el destino, sino el alma la que debe tener elevación. Aquel para quien tales cosas representan el destino de un ser, no tiene la menor idea de lo que es un destino. ¿Por qué desdeñar el hoy?. Desdeñar el hoy es demostrar que no se ha comprendido el ayer. El hoy tiene sobre el ayer, que ya no es, la ventaja de existir y de estar hecho para nosotros. El hoy, cualquiera que sea, sabe más largo que el ayer, y por consecuencia es más vasto y más bello.

¿No puede un destino ser hermoso y completo por sí mismo?. Una alma verdaderamente fuerte que dirige una mirada hacia atrás, ¿se detendrá en los triunfos de que fue objeto, si tales triunfos no sirvieron para hacerla reflexionar acerca de la vida, para aumentar en ella la noble humildad de la existencia humana, para hacerla amar mucho más el silencio y la meditación en los que se recogen los frutos madurados en algunas horas al calor de las pasiones que la gloria, el amor, el entusiasmo ponen en efervescencia?. Al final de esas fiestas y de esas acciones heroicas, benéficas o armoniosas, ¿qué le quedará fuera de algunos pensamientos, de algunos recuerdos, de algún aumento de conciencia, en una palabra, y un sentimiento más tranquilo, más extenso también de la situación del humano sobre esta tierra?.

En el momento en que los deslumbradores ropajes del amor, del poder o de la gloria, caigan en torno nuestro para la hora del descanso. ¿Qué nos llevamos al retiro en donde la felicidad de cualquier vida acaba por pesarse por el peso del pensamiento, por el peso de la confianza adquirida, por el peso de la conciencia?. ¿Se encuentra nuestro verdadero destino en lo que ocurre en torno nuestro o en lo que vive en nuestra alma?. Por potentes que sean los rayos de la gloria o del poder de que disfruta una persona, su alma no tarda en justipreciar los sentimientos que le proporciona cualquier acción exterior, y se da pronto cuenta de su verdadera nulidad, al no encontrar nada cambiado, nada nuevo, nada más grande en el ejercicio de sus facultades físicas. La felicidad depende de las impresiones personales que se experimentan y de las cuales se mantiene una memoria, ya que las almas de las que aquí hablamos no conservan recuerdo de todas las aventuras de su vida, sino de las que las hicieron un poco más grandes, un poco mejores.

Si un hermoso destino exterior no es indispensable, se necesita, sin embargo, esperarlo y hacer lo que se pueda para obtenerlo, como si se le concediera la mayor importancia. El gran deber del pensador es llamar a todos los templos, a todas las moradas de la gloria, de la actividad, de la dicha, del amor. Si nada se abre después de un serio esfuerzo, tras una larga espera, quizá haya encontrado en el esfuerzo y en la espera misma el equivalente de la claridad y de las emociones que buscaba. Actuar es anexar a nuestra reflexión campos de experiencia más amplios. Obrar es pensar más pronto y más completamente de lo que el pensamiento puede hacerlo. Actuar, no es pensar ya sólo con el cerebro, es hacer pensar a todo el ser. Obrar, es cerrar en el sueño, para abrirlas en la realidad, las fuentes más profundas del pensamiento. Pero no es necesariamente triunfar. Actuar, es también ensayar, esperar, tener paciencia. Obrar, es también escuchar, recogerse, callarse.

El esfuerzo y el recuerdo de las acciones son fuerza viva y preciosa porque el esfuerzo que hacemos y el recuerdo de lo que hemos hecho, transforman en nosotros, muchas veces, más cosas que el pensamiento más alto que, moral e intelectualmente, valdría mil esfuerzos o recuerdos de esos. Sí, y esto es lo único que debería envidiarse de un destino agitado y brillante; a saber, que extiende y despierta cierto número de sentimientos y de energías que jamás habrían salido de su sueño o del encierro de una existencia demasiado apacible.