El Destino, fruto de la Actitud
¿Para qué afligirse mucho tiempo de los errores o de las pérdidas?. Suceda lo que suceda, en los últimos minutos de la hora más triste, al fin de la semana, al cabo del año, siempre tendrá tiempo de sonreír la persona de buena fe, cuando se recoja en sí misma. Aprende poco a poco a apesadumbrarse sin lágrimas. Los beneficios de inspeccionarnos a nosotros mismos, se encuentran menos en el examen de lo que nuestra alma, nuestro espíritu, nuestro corazón han emprendido o consumado durante nuestra ausencia, que en esa inspección misma.
No hay días mediocres sino en nosotros mismos; pero siempre habría lugar para el destino más alto en los días más mediocres, porque tal felicidad se desarrolla mucho más completamente en nosotros. El lugar de un destino, no lo es la extensión de un imperio, sino la extensión de un alma. Nuestro verdadero destino se encuentra en nuestra concepción de la vida, en el equilibrio que acaba por establecerse entre las cuestiones insolubles del cielo y las respuestas inciertas de nuestra alma.
No hables del destino mientras un acontecimiento te alegre o te entristezca sin cambiar nada la manera con que admites al universo. Lo único que nos queda después del paso del amor, de la gloria, de todas las aventuras, de todas las pasiones humanas, es un sentimiento cada vez más profundo del infinito; y si no nos ha quedado éste, no nos ha quedado nada. Hablo de un sentimiento, no sólo de un conjunto de pensamientos, porque, en esto, los pensamientos no son más que innumerables peldaños que nos conducen poco a poco hasta el sentimiento de que hablo. Ninguna felicidad hay en la felicidad misma, mientras no nos ayude a pensar en otra cosa; mientras no nos ayude a comprender en cierto modo, la alegría misteriosa que experimenta el universo en existir.
Llevado a determinada altura, cualquier acontecimiento tranquilizará al sabio, porque el acontecimiento que lo aflije primero según los hombres, acaba, lo mismo que los demás acontecimientos, por agregar su peso al gran sentimiento de la vida. Es muy difícil arrebatar una satisfacción a quien ha aprendido a transformarlo todo en motivo de asombro desinteresado; es muy difícil quitarle una satisfacción, sin que de la idea misma de que no necesita de tal satisfacción, no nazca inmediatamente un pensamiento más alto que lo envuelve en una luz protectora. Un destino hermoso es aquel en que ninguna aventura, dichosa o desgraciada, ha pasado sin hacernos reflexionar, sin ensanchar la esfera en que se mueve nuestra alma, sin aumentar la tranquilidad de nuestra adhesión a la vida. Podemos, pues, decir que nuestro destino se encuentra mucho más realmente en la manera con que somos capaces de mirar una noche al cielo y sus estrellas indiferentes, a las personas que nos rodean, a la mujer que nos ama y los mil pensamientos que se agitan en nosotros, que en el accidente que nos arrebata nuestro amor, que nos prepara una entrada triunfal o nos eleva a un trono.
¿Para qué afligirse mucho tiempo de los errores o de las pérdidas?. Suceda lo que suceda, en los últimos minutos de la hora más triste, al fin de la semana, al cabo del año, siempre tendrá tiempo de sonreír la persona de buena fe, cuando se recoja en sí misma. Aprende poco a poco a apesadumbrarse sin lágrimas. Los beneficios de inspeccionarnos a nosotros mismos, se encuentran menos en el examen de lo que nuestra alma, nuestro espíritu, nuestro corazón han emprendido o consumado durante nuestra ausencia, que en esa inspección misma.
No hay días mediocres sino en nosotros mismos; pero siempre habría lugar para el destino más alto en los días más mediocres, porque tal felicidad se desarrolla mucho más completamente en nosotros. El lugar de un destino, no lo es la extensión de un imperio, sino la extensión de un alma. Nuestro verdadero destino se encuentra en nuestra concepción de la vida, en el equilibrio que acaba por establecerse entre las cuestiones insolubles del cielo y las respuestas inciertas de nuestra alma.
No hables del destino mientras un acontecimiento te alegre o te entristezca sin cambiar nada la manera con que admites al universo. Lo único que nos queda después del paso del amor, de la gloria, de todas las aventuras, de todas las pasiones humanas, es un sentimiento cada vez más profundo del infinito; y si no nos ha quedado éste, no nos ha quedado nada. Hablo de un sentimiento, no sólo de un conjunto de pensamientos, porque, en esto, los pensamientos no son más que innumerables peldaños que nos conducen poco a poco hasta el sentimiento de que hablo. Ninguna felicidad hay en la felicidad misma, mientras no nos ayude a pensar en otra cosa; mientras no nos ayude a comprender en cierto modo, la alegría misteriosa que experimenta el universo en existir.
Llevado a determinada altura, cualquier acontecimiento tranquilizará al sabio, porque el acontecimiento que lo aflije primero según los hombres, acaba, lo mismo que los demás acontecimientos, por agregar su peso al gran sentimiento de la vida. Es muy difícil arrebatar una satisfacción a quien ha aprendido a transformarlo todo en motivo de asombro desinteresado; es muy difícil quitarle una satisfacción, sin que de la idea misma de que no necesita de tal satisfacción, no nazca inmediatamente un pensamiento más alto que lo envuelve en una luz protectora. Un destino hermoso es aquel en que ninguna aventura, dichosa o desgraciada, ha pasado sin hacernos reflexionar, sin ensanchar la esfera en que se mueve nuestra alma, sin aumentar la tranquilidad de nuestra adhesión a la vida. Podemos, pues, decir que nuestro destino se encuentra mucho más realmente en la manera con que somos capaces de mirar una noche al cielo y sus estrellas indiferentes, a las personas que nos rodean, a la mujer que nos ama y los mil pensamientos que se agitan en nosotros, que en el accidente que nos arrebata nuestro amor, que nos prepara una entrada triunfal o nos eleva a un trono.
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