lunes, 27 de julio de 2009

Concepto e Idea de la Religión 2/3
Yo nunca he vivido sin religión, y no podría vivir sin ella un solo día, pero he podido pasar toda la vida sin ninguna Iglesia. Ciertamente, existe un credo, así como la fe, pero no la fe en una religión, en un determinado dogma religioso y, menos aún, en una Iglesia determinada.

Ese credo, y esa fe, persiguen otro fin: creer en los seres humanos ; creer en las leyes de la humanidad, que son milenarias; creer que, pese a su aparente absurdo, la vida tiene un sentido. Percibo este sentido en mi interior e intentaré realizar cuanto la vida exija de mí en tales momentos, incluso aunque vaya contra las modas y leyes establecidas.

Como ya afirmé antes, nunca he podido ser miembro de ningún grupo, asociación, club o congregación, ni partidario de uno u otro personaje. Para mí, la vida y la historia sólo tienen sentido y valor total en la diversidad con que la esencia humana, la naturaleza o Dios se presenta en inagotables configuraciones. Y por eso amo y respeto no sólo a Buda y a Jesús en el mismo templo, sino que puedo amar a tratar de comprender a Kant junto a Spinoza y a Nietzsche junto a Görres, no por ansia de cultura o pedantería, sino simplemente por el gozo de contemplar la diversidad del Ser Unico, la riqueza de colores que existe entre Aristóteles y Nietzsche, entre Palestina y Schubert, y que, cuando uno está seguro del Ser Unico, presta a la vida su conmovedora belleza y su variedad aparentemente irracional. Por esto, junto a los espíritus de la libertad y la libre investigación, nunca he podido prescindir de aquella silenciosa grandeza cuya libertad jamás estuvo al servicio de la inteligencia y cuya fe y subordinación de lo personal siempre fue, y es, una necesidad profunda del corazón.

Y es que ante la esencia humana, la naturaleza o Dios ---llámese como se quiera--- todo es lo mismo, se trata sólo de una diversidad aparente, las contradicciones no lo son más que en apariencia. Creo que la gracia, o el tao, o como queramos llamarla, está siempre a nuestro alrededor ; es la esencia humana, es la luz y es el mismo Dios, y cuando nos entregamos durante un solo instante, entra en nosotros, tanto en un niño como en un sabio. Tengo en gran estima la santidad, pero no soy un santo ni mucho menos, y todo cuanto sé sobre el misterio no lo sé por revelación, sino que lo he buscado y aprendido, ha entrado en mí, por el camino de la lectura, de la reflexión y del estudio.

Me gusta la diversidad, tanto de opiniones como de formas de fe. Esto me impide ser un cristiano verdadero, pues ni creo que Dios haya tenido un solo Hijo, ni que la fe en El sea el único camino hacia Dios o la bienaventuranza. La piedad me es siempre simpática, mientras que las teologías autoritarias, con su pretensión de ser las únicas válidas, me inspiran desconfianza y antipatía.

No creo en absoluto que exista una religión o doctrina mejor que las demás o que sea la única verdadera ---¿para qué, además ?---. El Budismo es muy bueno y el Nuevo Testamento también, cada uno en su momento y allí donde hace falta. Hay hombres que necesitan el ascetismo, y otros que necesitan otra cosa. E incluso, el mismo hombre no siempre necesita lo mismo, a veces quiere acción y dinamismo, a veces quiere reflexionar, otras juego y otras trabajo. Los seres humanos somos así, y los intentos de cambiarnos fracasan siempre.

Pero desconfío de los teólogos y demás especialistas en el enigma del universo cuando hacen de su doctrina religiosa o política una fe infantil en la verdadera exclusiva. Una religión es tan buena como cualquier otra, pues si algo es cierto, también puede ser cierto lo contrario.

Pero no es lo importante una Iglesia, sino la conciencia personal como única instancia, vivificada como la naturaleza o como Dios, que finalmente son una misma cosa : el simple instinto de vivir.

Porque la verdad tiene siempre dos caras y a todos les asiste la razón. No veo el ideal humano en ninguna virtud o credo determinado, y considero que lo más alto a que pueden aspirar los hombres es la armonía más perfecta posible en el alma del individuo. Quien alcanza esta armonía, consigue lo que el psicoanálisis llamaría la libre disponibilidad de la líbido, y de la cual el Nuevo Testamento dice : “Todo es vuestro”.

He encontrado el mismo significado de la existencia humana en hindúes, chinos y cristianos, expresado por doquier con símbolos análogos. Y nada me ha confirmado con tanta fuerza como estas experiencias el hecho de que los hombres tienen un destino, de que la desgracia y el anhelo de la humanidad ha sido una misma en todos los tiempos y en cualquier lugar.

Conozco los grados principales de la historia del alma, como los conocen todos cuantos han pasado por ellos; son realidades. Pero, por su esencia no pueden ser comunicados ni comprendidos por quien no los ha vivido. En cambio, cualquier persona reconoce inmediatamente las experiencias psíquicas que ella misma ha tenido, cuando las encuentra en relatos ajenos. Cualquier Cristo que realmente haya experimentado algo, reconoce las mismas experiencias en Pablo, Pascal, Lutero o Ignacio. Y cualquier Cristo que se haya acercado un poco más al centro de la fe y evolucionado así más allá de las meras experiencias “cristianas”, encuentra en los fieles de otras religiones, aunque hablen con otros símbolos, todas las experiencias fundamentales del alma con todas sus características.

La fuerza de la esencia humana, de la naturaleza o de Dios ---como se quiera llamar--- debería proteger al hombre que camina solo, amarle o hacerle resistente contra dogmas, recetas y programas; agudizar su conciencia y consolidar sus fuerzas espirituales.

Así es que no se debe desear una doctrina perfecta sino el perfeccionamiento de uno mismo. La divinidad está en uno mismo, no en conceptos y libros. Los principios talmúdicos, cristianos, islámicos, hinduistas y budistas son equivalentes. Y los numerosos métodos que ofrecen las religiones ---plegaria, meditación, contemplación, concentración, renuncia de sí mismo, examen de conciencia, paciencia, serenidad--- sólo demuestran que la acción y el cambio ocurren exclusivamente en el individuo, y no pueden tener lugar con ayuda de teoremas, sino mediante la propia experiencia.

Con esto se comprueba que el peor enemigo y corruptor de los seres humanos es la pereza mental y el ansia de tranquilidad que los conduce a lo colectivo, a las comunidades de dogmática fijamente establecida, ya sean religiosas o políticas.

Ahora bien, siempre que en tiempos de crisis faltan las directrices y las leyes, surge un escepticismo hacia dogmas e ideologías, hacia autoridades e instituciones, hacia la Iglesia y el Estado. Pero es muy hermoso, y en el fondo consolador, que todo cuanto en apariencia pertenece para siempre al pasado sea capaz de volver y comenzar una nueva vida.

lunes, 13 de julio de 2009

Concepto e Idea de la Religión 1/3


Formalmente, una religión es un sistema independiente capaz de ofrecer una visión global de la vida. Se constituye de una serie de creencias y de un conjunto de normas, principalmente acerca de la divinidad. Por lo mismo, una religión es una ideología; una cosmovisión de la vida, del mundo y de la naturaleza. Atañe también las distintas relaciones y dependencias entre los seres vivos, los recursos y la naturaleza dentro de un sistema capaz de dar respuesta a todos los cuestionamientos acerca del sentido de la existencia.

Y de la misma manera, posee una interpretación única y particular sobre los hechos, las tramas y las especulaciones surgidas del hecho mismo de vivir y de las singulares formas de convivencia que se establecen dentro del marco evolutivo o histórico de la vida de los seres humanos.

Toda religión es una ideología, una filosofía, una manera de concebir, entender, interpretar e integrarse a la vida; en términos prácticos, constituye una forma de vivir, un orden que reglamenta la existencia. La religión implica una obligación de conciencia y el cumplimiento de un deber. Aunque existe también lo que se concibe como una religión natural, fundada únicamente en nuestra razón.

De cualquier modo, las filosofías son libres, son el derecho y el hermoso lujo del individuo. Al fin y al cabo, toda persona religiosa, sea cual sea su religión, reclama la paz.

Y es que incluso el hombre materialista, superficial y poco dado a pensar, siente la primitiva necesidad de conocer el sentido de su vida. Y cuando no lo consigue, la moral decae y la vida privada se sume en el más salvaje egoísmo y terror ante la muerte.

Toda persona reconoce la violencia como lo malo y la no violencia como el camino de la humana convivencia. Una verdadera postura y actitud personal, radica en servir incondicionalmente a su ideal, guardarle fidelidad hasta el sacrificio y no pedirle a los demás sacrificios ni obediencia; acaso intentar transformar al individuo en la vida interior de la sociedad.

Nuestra vida es una sucesión interminable de altibajos, de fracasos y resurgimientos, de decadencia y resurrección, y a las sombrías y lamentables épocas de decadencia de nuestra civilización suceden otros signos que indican un nuevo despertar de la necesidad metafísica, una nueva espiritualidad y un esfuerzo apasionado por dar un nuevo sentido a nuestra vida.

De ahí surge el hecho de que las religiones son, en parte, conocimientos sobre la naturaleza, la esencia humana, Dios y la personalidad, y en parte prácticas psíquicas, ejercicios para independizarse de los caprichos privados y acercarse a lo divino que hay en nosotros.

Una religión es más o menos igual a otra. No existe ninguna que convierta al hombre en un sabio, ninguna que no se pueda utilizar como la más necia idolatría. Pero en las religiones está compendiada casi toda la verdadera sabiduría, sobre todo en las mitologías. Toda mitología es “falsa” mientras no la consideremos a lo sumo como piadosa; pero cada una de ellas es una llave del corazón del mundo. Cada una de ellas conoce los caminos para hacer de la idolatría de la personalidad una adoración divina. Por lo que a lo divino únicamente podemos llegar a través de la entrega, la meditación, la veneración y la plegaria.

Todas las religiones, como todas las ideologías, todas las ideas sobre la religión, todas las doctrinas ayudan a los hombres a vivir, les ayudan no sólo a soportar la difícil y dudosa existencia, sino a valorarla y santificarla, y aunque no fueran más que un estimulante o un dulce narcótico, ya serían de no poca utilidad. Pero son más que eso, inconmensurablemente más. Son las escuelas por las que debe pasar la élite espiritual de nuestro tiempo, porque toda espiritualidad y civilización tiene dos misiones: dar seguridad e impulso a la mayoría, consolarles, proporcionar un sentido a su vida; después la segunda misión, más misteriosa y no menos importante: facilitar el desarrollo de los pocos grandes intelectos de mañana y pasado mañana, proteger y cuidar sus comienzos y ofrecerles aire para respirar.

El objetivo de toda creencia debe ser una alianza entre la fe y la razón. A partir de aquí, el camino conduce a las posibilidades de la humanidad, cuya realización aún no ha sido contemplada por ojos humanos. La aventura humana es, esencialmente, personal; las enseñanzas sirven de escasa ayuda. La verdadera sabiduría y las verdaderas posibilidades de liberación no pueden aprenderse ni enseñarse; son únicamente para aquellos que están a punto de ahogarse.

Por eso, el principal deseo de los pensadores y de las religiones es ejercer una dirección buena y eficaz para el bien de todos. Las virtudes del autodominio, la cortesía, la paciencia y la serenidad.

Pero no existe una categoría de las religiones. Un hecho igualmente cierto es que desde que la humanidad existe, casi ninguna de las Iglesias ha ofrecido un lugar ideal a la religión; en casi todas ha predominado la ambición, la vanidad, las divergencias y la lucha por el poder, y la vida religiosa se practica de manera clandestina.

De esto se deriva que el problema principal de las Iglesias ---de todo tipo---, al igual que los Estados, es que hablan de libertad, personalidad, dinámicas y que después, en la práctica, hacen del pastor, sacerdote o guía y de la Iglesia un complaciente instrumento del Estado, el capitalismo y la guerra.

A mí, todas las admirables iglesias sólo me parecen dignas de veneración cuando las veo a distancia, pues en cuanto me aproximo huelen, como toda configuración humana, a sangre, violencia, política y vulgaridad. Y pienso que eso se debe a la capacidad del hombre para cualquier maldad y su capacidad para justificarlas teológicamente.

La sabiduría de todos los pueblos es una y la misma; no hay dos o más, solamente una. Lo único que tengo contra las religiones e Iglesias es su inclinación a la intolerancia: ni cristiano ni mahometano admitirá de buen grado que su credo, además de bueno y santo, no es también el privilegiado y patentado, sino hermano de todos los otros credos en los que la verdad intenta hacerse visible.

Precisamente por esto no he podido pertenecer a ninguna Iglesia, porque en ellas falta la elevación y la libertad de espíritu, porque cada una se considera la mejor, la única y llama descarriados a cuantos no están acogidos a ella. Los frailes, sacerdotes guías y pastores son los responsables de esto, por eso me son antipáticos.