martes, 20 de junio de 2006

Las cimas de la Vida Interna

Hay desgracias que no bajan la vista ante las miradas de la justicia, del amor o de la verdad. Es necesario admitir que la sabiduría no concede a sus fieles casi nada que no puedan desdeñar los ignorantes o los malvados. Y en la medida que se bajan los peldaños de la vida, se profundiza también en el secreto de un mayor número de tristezas y de impotencias. Se ve entonces que la maldad no es más que la bondad que ha perdido a su guía, que la traición no es sino la lealtad que no encuentra ya el camino de la felicidad, y que el odio no es ya otra cosa que el amor que abre con angustia la puerta de su tumba. Sólo así se llega a comprender en lugar de enjuiciar.

La vida interior más segura, hermosa y duradera es aquella que la conciencia edifica en sí misma con ayuda de los elementos más límpidos de nuestra alma. Sabio es quien aprende a mantener esa vida con todo lo que la casualidad le trae cada día. Sabio es quien en una decepción o una traición no desciende más que para purificar aún más a la sabiduría. Sabio, aquel en quien el mal mismo está obligado a alimentar la hoguera del amor. Sabio, el que ha adquirido la costumbre de ver en su sufrimiento la luz que él difunde en su corazón y que jamás mira la sombra que extiende sobre los que lo hicieron nacer. Más sabio todavía es aquel en quien las alegrías y los dolores aumentan la conciencia y le hacen ver que hay algo superior a la conciencia misma. Aquí es donde se alcanzan las cimas de la vida interna.

Toda vida interior empieza, no en el momento en que la inteligencia se desarrolla, sino en el instante en que el alma se hace buena. Todo ser que no posee alguna nobleza del alma no tiene vida interior, carece de esa fuerza, ese refugio y ese tesoro de satisfacciones invisibles que posee todo ser humano que puede entrar sin temor en su corazón. La vida interna está hecha de cierta felicidad del alma, y el alma es dichosa cuando puede amar en ella misma algo puro.

Es necesario construir, en el fondo del alma, el refugio contra el cual vendrá el destino a romper sus armas. Poco importa que este refugio sea el monumento de la conciencia o del amor; porque el amor es la conciencia que se busca a oscuras todavía, en tanto que la conciencia verdadera es el amor que se encuentra al fin en la claridad. En ese refugio, el alma enciende el fuego íntimo de su alegría, que aleja la tristeza dejada tras ella por los malos destinos. La alegría del alma no es semejante a las demás alegrías. No procede de una felicidad exterior, ni de una satisfacción del amor propio. Porque bajo la alegría del amor propio, que disminuye a medida que el alma mejora, está la alegría del amor que crece a medida que el alma se ennoblece.

La alegría no quita al amor lo que agrega a la conciencia. En esa alegría es donde la conciencia se alimenta del amor, en tanto que el amor se alimenta de la conciencia. Un espíritu que se eleva tiene dichas que no conoce nunca un cuerpo que es feliz; pero una alma que mejora tiene alegrías que jamás conocerá un espíritu que se eleva.

martes, 6 de junio de 2006

El Alma: deseo de la Inteligencia

Nuestra razón sólo consiste en nuestras ideas claras. Pero nuestra sabiduría, lo mejor que hay en nuestra alma y en nuestro carácter, se encuentra principalmente en nuestras ideas que no son todavía completamente claras. Mientras más ideas claras se tienen, más se aprende a respetar las que todavía no lo son. Hay que tratar de tener el mayor número posible de ideas tan claras como sea posible, a fin de despertar en el alma un mayor número de ideas que sean todavía oscuras. Las ideas claras parecen guiar nuestra vida exterior, pero es indiscutible que las otras se encuentran a la cabeza de nuestra vida íntima; y la vida que se ve acaba siempre por obedecer a la que no se ve. Del número, calidad y potencia de nuestras ideas claras dependen el número, calidad y potencia de nuestras ideas oscuras. Es muy probable que la mayor parte de las verdades definitivas que buscamos con tanto ardor, esperan con paciencia su hora entre la multitud de nuestras ideas oscuras. Importa abreviar su espera. Una hermosa idea clara que despertamos en nosotros no dejará nunca de ir a despertar a su vez a una hermosa idea oscura, y cuando la idea oscura se haya convertido en clara al envejecer, irá, ella también, a sacar de su sueño a otra idea oscura, más hermosa y más elevada de lo que era ella misma en su sombra.
Ideas claras, ideas oscuras, corazón, inteligencia, voluntad, razón, alma: en el fondo, palabras que designan más o menos lo mismo: la riqueza espiritual de un ser. El alma es el más hermoso deseo de nuestra inteligencia, y Dios, tal vez, es el más hermoso deseo de nuestra alma. Conocerse a sí mismo es quizás el único ideal aceptable que nos queda. El más hermoso deseo de nuestra inteligencia no hace otra cosa más que pasar por nuestra inteligencia, y nos equivocamos al creer que la cosecha, porque pasa por el camino, ha sido recogida del camino. Por la inteligencia empezamos a embellecer ese deseo y el resto no depende enteramente de nosotros; pero ese resto no se pone en movimiento a menos que la inteligencia le dé el impulso. La razón, hija mayor de la inteligencia, debe sentarse en el umbral de nuestra vida moral, después de haber abierto las puertas subterráneas tras las cuales dormitan prisioneras las fuerzas vivas e instintivas de nuestro ser.