lunes, 2 de julio de 2007

El contenido del Corazón

¿De qué lado se debe considerar la vida para descubrir su verdad, para juzgarla, aprobarla y amarla?. Es raro que pueda sorprenderse así la vida de un alma en un cuerpo que no tuvo aventuras; pero menos raro de lo que se cree, es que un alma tenga una vida personal casi independiente de los acontecimientos de la semana o del año.

Cuanto se produce en torno suyo, todo lo que percibe y todo lo que oye se transforma en ella en pensamientos, en sentimientos, en amor indulgente, en admiración, en adoración por la vida. El agua que vierte una nube es para quien la recoge; y la felicidad, la hermosura, la inquietud saludable o la paz que se encuentran en un gesto del azar no pertenecen sino a quien ha aprendido a reflexionar.

La última palabra de una existencia es palabra que el destino cuchichea en lo más secreto de nuestro corazón. Hay una vida interior tan real, tan experimentada, tan minuciosa como la vida de fuera. Se puede vivir, se puede amar, se puede odiar, sin tener a alguien a quien rechazar o a alguien a quien esperar. El alma se basta para todo. A cierta altura ella es la que decide. Las circunstancias no son tristes o infecundas sino para aquellos cuya conciencia duerme todavía.

Debe haber siempre en el corazón, luz, alegría silenciosa, confianza, curiosidad, animación y esperanza. Es perfectamente posible existir sin reflexionar, pero no es posible reflexionar sin vivir. La esencia feliz o desgraciada de un acontecimiento se encuentra en la idea que de él se extrae: para los fuertes, en la idea que ellos mismos extraen; para los débiles, en la que de él extraen los otros. La felicidad íntima está exactamente representada por su moral y su concepción del universo. He aquí el claro que en el bosque de los accidentes, debería medirse siempre al final de una vida, para estimar la extensión de una felicidad.

Una alegría destrozada no agobia sino cuando se le pasea sin razón, como el leñador que no descargara nunca su fardo de madera. Pero la madera muerta no es para que se la pasee siempre a cuestas, sino para que se le encienda y se transforme en llamas deslumbradoras. No hay desgracia sin horizonte, no hay tristeza sin remedio para aquel que, sufriendo y afligiéndose como todos los demás, aprende a seguir en el fondo de la tristeza y en el fondo de la desgracia, el gran gesto de la naturaleza, que es el único gesto real. El sabio nunca puede decir que sufre, porque domina su vida; la juzga a vuelo de pájaro, y si sufre hoy es porque ha vuelto su pensamiento del lado de la parte inacabada de su alma.

Perdonar es también no comprender sino a medias. Admirar, admitir, amar. Admite y ama al bien tanto como el mal, porque, después de todo, el mal es el bien que se equivoca. Nos enseña, a la manera con que los años y los hombres nos enseñan las verdades que estamos en aptitud de recibir, la impotencia final de la maldad ante la vida, el apaciguamiento de todo en la naturaleza y en la muerte, que no es más que el triunfo de la vida sobre una de sus formas particulares. La inutilidad de la mentira más hábil y más llena de fuerza y de genio, ante la verdad más débil y más ignorante, y las decepciones del odio que siembra, sin saberlo, la felicidad y el amor en el porvenir que creía devastar.

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