Del Pensamiento a la Acción: El ejercicio de la Vida
Mientras más se vive, mejor se ve que casi no hay genio en lo extraordinario y que la verdadera superioridad está formada por los elementos que todos los días ofrecen a todas las personas. En esto, como en todo lo demás, se trata de la vida interior. De la misma potencia, la misma vitalidad, la misma abundancia de amor, la misma sonrisa interna del ser que parece saber a donde va, la misma amplia certidumbre del alma que ha logrado hacer la paz en las alturas con las grandes incertidumbres y las grandes miserias de este mundo.
No todo el mundo tiene derecho a esperar. Se hace mal en morir virgen. ¿No es acaso el primer deber de todo ser el de ofrendar a su destino todo lo que se pueda ofrecer a un destino humano?. Más vale una obra inacabada que una vida incompleta. Conviene despreciar las satisfacciones vanidosas o inútiles, pero no es cuerdo rechazar las principales probabilidades de una felicidad esencial. No le está prohibido al alma desgraciada alimentar nobles pesares.
¡Qué largo, qué estrecho es, en casi todos los seres, el camino que conduce de su alma a su vida!. Sucede con nuestros pensamientos de audacia, de justicia, de lealtad y de amor, lo que con las bellotas: miles se pierden y se pudren en el musgo. En cuanto hay acción intervienen los instintos, el carácter se impone y el alma, la parte superior del ser, nos parece aniquilada.
Nada se hace mientras no hemos aprendido a endurecernos las manos, mientras no hemos aprendido a transformar el oro y la plata de nuestros pensamientos en una llave que no abre ya la puerta de marfil de nuestros sueños, sino la puerta misma de nuestra casa; en una copa que no sólo contiene el agua maravillosa de nuestras ilusiones, sino que no deja huir el agua muy real que cae sobre nuestro techo; en una balanza que no se conforma con pesar vagamente lo que vamos a hacer en lo porvenir, sino que señala con exactitud el peso de lo que hicimos hoy. El más alto ideal no es sino un ideal provisorio en tanto que no penetre familiarmente en todos nuestros miembros.
Es preferible obrar a veces contra el pensamiento, a no atreverse nunca a obrar de acuerdo con los pensamientos. El error activo es raras veces irremediable; las cosas y las personas se encargan de corregirlo pronto; pero, ¿qué pueden hacer en contra del error pasivo, que evita cualquier contacto con la realidad?. Se necesita un mar de buena voluntad para poner en movimiento el menor acto de justicia o de amor. Es preciso que nuestras ideas sean diez veces superiores a nuestra conducta para que nuestra conducta sea simplemente honrada. Es necesario querer enormemente el bien para evitar un poco el mal. Por eso se necesita ser heroico en los pensamientos, para ser, a lo sumo, aceptable o inofensivo en las acciones.
Mientras más se vive, mejor se ve que casi no hay genio en lo extraordinario y que la verdadera superioridad está formada por los elementos que todos los días ofrecen a todas las personas. En esto, como en todo lo demás, se trata de la vida interior. De la misma potencia, la misma vitalidad, la misma abundancia de amor, la misma sonrisa interna del ser que parece saber a donde va, la misma amplia certidumbre del alma que ha logrado hacer la paz en las alturas con las grandes incertidumbres y las grandes miserias de este mundo.
No todo el mundo tiene derecho a esperar. Se hace mal en morir virgen. ¿No es acaso el primer deber de todo ser el de ofrendar a su destino todo lo que se pueda ofrecer a un destino humano?. Más vale una obra inacabada que una vida incompleta. Conviene despreciar las satisfacciones vanidosas o inútiles, pero no es cuerdo rechazar las principales probabilidades de una felicidad esencial. No le está prohibido al alma desgraciada alimentar nobles pesares.
¡Qué largo, qué estrecho es, en casi todos los seres, el camino que conduce de su alma a su vida!. Sucede con nuestros pensamientos de audacia, de justicia, de lealtad y de amor, lo que con las bellotas: miles se pierden y se pudren en el musgo. En cuanto hay acción intervienen los instintos, el carácter se impone y el alma, la parte superior del ser, nos parece aniquilada.
Nada se hace mientras no hemos aprendido a endurecernos las manos, mientras no hemos aprendido a transformar el oro y la plata de nuestros pensamientos en una llave que no abre ya la puerta de marfil de nuestros sueños, sino la puerta misma de nuestra casa; en una copa que no sólo contiene el agua maravillosa de nuestras ilusiones, sino que no deja huir el agua muy real que cae sobre nuestro techo; en una balanza que no se conforma con pesar vagamente lo que vamos a hacer en lo porvenir, sino que señala con exactitud el peso de lo que hicimos hoy. El más alto ideal no es sino un ideal provisorio en tanto que no penetre familiarmente en todos nuestros miembros.
Es preferible obrar a veces contra el pensamiento, a no atreverse nunca a obrar de acuerdo con los pensamientos. El error activo es raras veces irremediable; las cosas y las personas se encargan de corregirlo pronto; pero, ¿qué pueden hacer en contra del error pasivo, que evita cualquier contacto con la realidad?. Se necesita un mar de buena voluntad para poner en movimiento el menor acto de justicia o de amor. Es preciso que nuestras ideas sean diez veces superiores a nuestra conducta para que nuestra conducta sea simplemente honrada. Es necesario querer enormemente el bien para evitar un poco el mal. Por eso se necesita ser heroico en los pensamientos, para ser, a lo sumo, aceptable o inofensivo en las acciones.
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