jueves, 31 de mayo de 2012

Historia Visual



¿A quién se puede amar?


¿A quién se puede amar?... Hay multitud de almas en el mundo que pierden los mejores años del amor en hacerse, respecto de su porvenir sentimental, preguntas de este género. En el imperio del destino, la mayor parte de las quejas, de las lamentaciones, de las esperas ociosas, de los temores vanidosos, de las esperanzas desproporcionadas, se agolpan en torno de la imagen del amor.

Entre las almas que menos esfuerzos han hecho para comprenderse, es donde en general se encuentran más almas no comprendidas. En general, el ideal más débil, más reducido y más arbitrario es el que se alimenta, con mayor abundancia, de temores, de decepciones, de exigencias y de mezquinos desprecios. Tememos, sobre todo, que lastimen o desconozcan las virtudes, los pensamientos, las cualidades y las bellezas morales que no poseemos aún más que en la imaginación. Sucede con los méritos de esta clase como con los bienes materiales; que la esperanza se adhiere más obstinadamente a aquellos que probablemente no se tendrá jamás la fuerza de adquirir.

Cuando somos en realidad puros, desinteresados y sinceros; cuando nuestros pensamientos se elevan habitual y simplemente por encima de la vanidad o del egoísmo instintivo, nos preocupamos mucho menos de que quienes nos rodean nos aprueben, nos comprendan, nos admiren. Es cuando se cree que lo mejor de la virtud se encuentra precisamente en lo que todos pueden admitir sin esfuerzo. Lo que se desconoce, no sin razón porque siempre hay una razón superior en la inercia general de un sentimiento; lo que se desconoce son las virtudes enfermizas a las cuales concedemos demasiada importancia; y es enfermiza toda virtud a la que damos gran importancia y para la cual exigimos respetuosa atención.

Pero nada debe esperarse lejos de la verdad. A medida que nuestro ideal mejora, admite mayor número de realidades; a medida que nuestra alma se engrandece, menos teme no encontrar otra alma de su talla; porque un alma que se engrandece es un alma que se acerca a la verdad, y no lejos de la verdad todo participa de la grandeza de la verdad misma.

Podemos contar los pasos que damos en el camino de la verdad, por el aumento de la curiosidad, del amor, del respeto y de la admiración hacia todo lo que no nos acompaña en la vida.

Parece natural que un corazón noble espere un gran amor; pero es mucho más natural aún que ame esperando, y que mientras ama no crea esperar. En el amor, lo mismo que en la vida, es casi siempre inútil esperar; amando es como se aprende a esperar, y con las supuestas desilusiones de los pequeños amores es con lo que se alimentará más fácil y más seguramente la llama inconmovible del gran amor que vendrá tal vez a iluminar el resto de la vida.

Se es a menudo injusto con las desilusiones. Se les da un rostro pálido, triste, desalentado; son, por el contrario, las primeras sonrisas de la verdad. La mayoría es gente de buena voluntad, aspirantes a ser justos, útiles, sabios y felices; pero si una desilusión los entristece ¿es acaso que echan de menos la mentira en la que se encontraban?. ¿Prefieren vivir en el mundo de sus errores y de sus sueños que en la realidad?. Las horas mejores de las mejores voluntades se pierden muy a menudo en torno de la lucha de un sueño hermoso contra una ley inevitable, cuya belleza no perciben sino hasta después de que el hermoso sueño ha agotado sus fuerzas.

Si el amor, verbigracia, los ha engañado, ¿creen que les hubiera sido más provechoso creer, durante toda su vida que el amor es lo que no es, lo que no puede ser?. ¿Creen que una ilusión de tal género no falsea sus actos más importantes, y no vela por mucho tiempo una parte de la verdad que quieren alcanzar?. Y si esperan hacer grandes cosas y la desilusión los coloca de nuevo en su sitio entre las cosas de segundo orden, ¿es justo que maldigan, hasta el fin de sus días, al enviado de la verdad?.

En resumidas cuentas, ¿no es esa la verdad misma que nuestra ilusión buscaba, si era sincera?. Aprendamos a formarnos con nuestras desilusiones una guardia de amigas misteriosas y fieles, de consejeras incorruptibles. Si alguna de ellas, más cruel que las demás, nos abate un momento, no nos digamos sollozando: la vida no es tan hermosa como nuestros sueños; digámonos: algo faltaba a nuestros sueños puesto que no fueron aprobados por la vida. En suma, toda la tan ponderada fuerza de las almas fuertes no está hecha más que de desilusiones que esas almas han acogido bien. Cada decepción, cada amor desdeñado, cada esperanza aniquilada, agrega cierto peso al peso de nuestra verdad, y mientras más caen las ilusiones a nuestro alrededor, más noblemente, más seguramente aparece la gran realidad, como el sol, que se percibe más claramente entre las desnudas ramas de la selva invernal.


miércoles, 16 de mayo de 2012

Historia visual.



La Copa de nuestro Destino.


Los destinos oscuros nos enseñan que aún en el seno de las grandes desgracias físicas, nada hay irreparable; quejarse del destino es casi siempre quejarse de la indigencia del alma. En los días de angustia y de infortunio es cuando se conoce por fin el valor único y verdadero de la vida.

El grito de todos los que conocieron el amor, de todos aquellos cuya alma supo hallar un interés, una curiosidad, una esperanza, un deber en la vida, poseen la llama que anima en el fondo de su noche, así como anima al sabio en el fondo de las horas uniformes. El amor es el sol inconsciente de nuestra alma.

El amor no siempre piensa; muy a menudo no necesita de ninguna reflexión, de ninguna concentración sobre sí mismo para disfrutar de todo lo mejor que hay en el pensamiento; pero lo mejor que hay en el amor no es menos semejante a lo mejor que hay en el pensamiento. Cuando amamos, es porque no vemos sino la faz luminosa de nuestros sufrimientos; pero reflexionar, meditar, mirar más allá de la pena, y obrar más alegremente de lo que se necesitaría dentro del orden aparente del destino, ¿no es hacer voluntaria y seguramente lo que sólo hace el amor, a pesar suyo, por una feliz casualidad?

A cualquier lugar donde vayamos, el río de la vida corre con abundancia bajo las bóvedas celestes. Lo que a nosotros nos importa, no es la extensión, la profundidad o la violencia del río que pertenece a todos y que corre siempre, sino la pureza y la capacidad de la copa que sumerjamos en él. Cuanto podemos absorber de la vida toma por fuerza la forma de esa copa, y ésta, por su parte, ha sido modelada sobre nuestros sentimientos y sobre nuestros pensamientos; en una palabra, sobre el seno de nuestro destino íntimo. Tenemos la copa que nos hemos hecho; casi siempre se tiene lo que se ha aprendido a desear. Así que, aprender que nuestro deseo podría ser más hermoso, ¿no es ya embellecerlo?

El que espera un sentimiento más ardiente y más generoso no tiene por qué quejarse. No tiene de qué quejarse el que espera el deseo de un poco más de felicidad, de un poco más de belleza y de justicia.

viernes, 4 de mayo de 2012

Historia visual.



Del Pensamiento a la Acción: El ejercicio de la Vida.


Mientras más se vive, mejor se ve que casi no hay genio en lo extraordinario y que la verdadera superioridad está formada por los elementos que todos los días ofrecen a todas las personas. En esto, como en todo lo demás, se trata de la vida interior. De la misma potencia, la misma vitalidad, la misma abundancia de amor, la misma sonrisa interna del ser que parece saber a donde va, la misma amplia certidumbre del alma que ha logrado hacer la paz en las alturas con las grandes incertidumbres y las grandes miserias de este mundo.

No todo el mundo tiene derecho a esperar. Se hace mal en morir virgen. ¿No es acaso el primer deber de todo ser el de ofrendar a su destino todo lo que se pueda ofrecer a un destino humano? Más vale una obra inacabada que una vida incompleta. Conviene despreciar las satisfacciones vanidosas o inútiles, pero no es cuerdo rechazar las principales probabilidades de una felicidad esencial. No le está prohibido al alma desgraciada alimentar nobles pesares.

¡Qué largo, qué estrecho es, en casi todos los seres, el camino que conduce de su alma a su vida!. Sucede con nuestros pensamientos de audacia, de justicia, de lealtad y de amor, lo que con las bellotas: miles se pierden y se pudren en el musgo. En cuanto hay acción intervienen los instintos, el carácter se impone y el alma, la parte superior del ser, nos parece aniquilada.

Nada se hace mientras no hemos aprendido a endurecernos las manos, mientras no hemos aprendido a transformar el oro y la plata de nuestros pensamientos en una llave que no abre ya la puerta de marfil de nuestros sueños, sino la puerta misma de nuestra casa; en una copa que no sólo contiene el agua maravillosa de nuestras ilusiones, sino que no deja huir el agua muy real que cae sobre nuestro techo; en una balanza que no se conforma con pesar vagamente lo que vamos a hacer en lo porvenir, sino que señala con exactitud el peso de lo que hicimos hoy. El más alto ideal no es sino un ideal provisorio en tanto que no penetre familiarmente en todos nuestros miembros.

Es preferible obrar a veces contra el pensamiento, a no atreverse nunca a obrar de acuerdo con los pensamientos. El error activo es raras veces irremediable; las cosas y las personas se encargan de corregirlo pronto; pero, ¿qué pueden hacer en contra del error pasivo, que evita cualquier contacto con la realidad? Se necesita un mar de buena voluntad para poner en movimiento el menor acto de justicia o de amor. Es preciso que nuestras ideas sean diez veces superiores a nuestra conducta para que nuestra conducta sea simplemente honrada. Es necesario querer enormemente el bien para evitar un poco el mal. Por eso se necesita ser heroico en los pensamientos, para ser, a lo sumo, aceptable o inofensivo en las acciones.