lunes, 17 de diciembre de 2007

La gran revelación

Desesperamos por llegar a conocer el origen del universo, su fin, sus leyes y sus intenciones, y concluimos por dudar que las haya. Más sabio sería decirnos humildemente que aún no estamos en aptitud de concebir tales ideas. Es probable que si mañana se nos entregase la clave del enigma, nos sucedería lo que a un perro al que se le enseña la llave de un reloj de la que no comprenderá su uso. Revelándonos su gran secreto, no nos enseñaría gran cosa; o al menos, tal revelación, no tendría más que una influencia insignificante en nuestra vida y en nuestra moral; en nuestra felicidad, esfuerzos y esperanzas, porque al extender sus alas se cernería a tal altura que nadie la percibiría y sólo despejaría el cielo de nuestras ilusiones religiosas dejando en su lugar el vacío infinito del éter.

Por lo demás, nadie ha dicho que no seamos poseedores de esa revelación, porque es posible que las religiones de los pueblos desaparecidos, como Lemures, Atlántida y otros más la hayan conocido; y que nosotros descubramos los escombros en las tradiciones esotéricas llegadas a nuestro conocimiento. En efecto, no hay que olvidar, que al lado de la historia secreta de la humanidad que saca la sustancia de sus leyendas, de los mitos jeroglíficos y monumentos extraños; de escritos misteriosos y del sentido oculto de los libros primitivos. Es muy seguro que si la imaginación de los intérpretes de esta historia oculta es a menudo atrevida, todo lo que afirman no es desdeñable y merece ser examinado más seriamente de lo que ha sido hasta ahora.

Los iniciados siempre han considerado cada continente como un ser sometido a las mismas leyes que el ser humano. Para ellos, los minerales constituyen la osamenta; la flor, la carne; la fauna, las células nerviosas; y las razas humanas, la sustancia gris del cerebro. Este continente no sería más que un órgano de la Tierra del que cada ser humano sería una célula pensante y de los que la totalización de los pensamientos humanos expresarían el pensamiento general. La Tierra misma, no sería más que un órgano del sistema solar considerado a su vez como individuo, y nuestro sistema solar también no sería más que un órgano de otro ser del infinito, del que la estrella Alfa de la constelación de Aries vendría a ser el corazón. En fin, por una síntesis última, se llega al Cosmos, que expresa la totalización general de todo, en un ser del que el cuerpo es el mundo; y el pensamiento, la inteligencia universal, divinizada por la religiones.

La evolución universal es una cadena sin principio ni fin, en la que desaparecen los eslabones, uno a uno, en el campo de nuestra conciencia. No hay muerte ni disolución, más que desde el punto de vista individual. La oscuridad es la recompensa de la luz; la tarde compensa la mañana; la vejez es el precio de la juventud; y la muerte es el reverso de la vida. En realidad, sin embargo, toda evolución es continua al mismo tiempo que interrumpida. Es el acceso directo a la ley del Karma, la más admirable entre los descubrimientos morales, porque representa la libertad abstracta; y basta para libertar la voluntad humana de todo ser superior y del infinito. Somos nuestros propios creadores y únicos señores de nuestro destino: nadie más que nosotros se recompensa o se castiga; no hay pecado sino solamente consecuencias; no hay moral, sino únicamente responsabilidades. En virtud de esta ley soberana, el individuo debe renacer para cosechar lo que ha sembrado.

Las revelaciones de los libros sagrados de las culturas ancestrales, sean verdad indiscutible y científicamente comprobada por nuestras investigaciones, o que una comunicación interplanetaria o una declaración de un ser sobrehumano no permita dudar más de su autenticidad, ¿qué influencia tendrían en nuestra vida semejantes revelaciones?. ¿Qué transformarían, qué elemento nuevo traerían a nuestra moral y a nuestra dicha?. Muy poca cosa, sin duda, porque pasarán muy alto y no descenderían hasta nosotros, ni nos tocarán; nos perderemos en su inmensidad y, en el fondo, sabiéndolo todo; no seremos ni más felices ni más sabios que cuando nada sabíamos.

No saber a qué ha venido a la Tierra, he aquí la preocupación constante del ser humano. Y lo más probable es que la verdad real del inverso, si la llegamos a saber algún día, será tan parecida a alguna de las revelaciones que, pareciendo enseñarnos todo, no nos enseñan nada. Tendrá al menos todo el carácter humano. Necesitará ser tan ilimitada en el tiempo como en el espacio, tan común y tan extraña a nuestro sentido como a nuestro cerebro. Cuanto más inmensa y alta sea la revelación, tanto más será ocasionada a ser cierta; mas cuánto más se aleje de nosotros, tanto menos interesará. Nosotros ni siquiera podemos salir de este dilema: las revelaciones, las explicaciones o las interpretaciones muy pequeñas tampoco satisfarán porque las consideraremos insuficientes; y las que fueren muy grandes pasarán muy lejos de nosotros para atestiguarlas y alcanzarlas.

Todos sabemos que vivimos en el infinito; pero para nosotros este infinito no es más que una palabra seca y desnuda, un vacío negro e inhabitable, una abstracción sin forma; una expresión muerta que nuestra imaginación no reanima un momento, sino al precio de un esfuerzo agotante, solitario, inútil e infructuoso. De hecho, nos hemos estancado en nuestro mundo terrestre y en nuestros pequeños tiempos históricos, y cuando más levantamos los ojos hacia los planetas de nuestro sistema solar y ponemos nuestro pensamiento de antemano decepcionado, hasta las épocas nebulosas que precedieron la aparición del ser humano sobre la Tierra. De repente volteamos y deliberadamente tornamos sobre nosotros mismos toda la actividad de nuestra inteligencia y por una desgraciada ilusión óptica, cuanto más pierde su campo de acción, más creemos que lo profundiza. Nuestros pensadores y nuestros filósofos, temerosos de extraviarse como sus predecesores, no se interesan más que en los aspectos, en los problemas, en los secretos menos discutibles, pero si son los menos discutibles también, son los menos elevados y el ser humano se convierte en objeto de sus estudios, pero sólo como animal terrestre.

Hay una multitud de iluminados, más o menos inteligentes, las jóvenes y las señoras grandes desequilibradas; los ingenuos que adoptan por anticipado y ciegamente lo que no comprenden; los descontentos, los guasones, los vanidosos, los ingeniosos que pescan a río revuelto; y en una palabra, toda la turba que se aglomera alrededor de toda doctrina, de toda ciencia, de todo fenómeno un poco misterioso, para desacreditar las primeras interpretaciones esotéricas, cuyo origen también, no está muy claro.

En el fondo, no estamos aclarando el enigma del misterio primordial, todo lo demás no se aclara más que por grados que parten del conocimiento relativo a la ignorancia absoluta. Es probable que será lo mismo para todas las revelaciones que se dirijan a la inteligencia humana mientras que viva sobre este planeta, porque la inteligencia tiene límites que ningún esfuerzo podrá traspasar. Mientras tanto, es cierto que estos grados, que no conducen a nada, en verdad lo han colmado y, desde los primeros días, conducido al más alto punto que haya esperado, y que pueda esperar alcanzar. La más antigua explicación abraza desde el primer golpe todos los ensayos de explicaciones propuestas hasta ahora. Concilia el positivismo científico con el idealismo más trascendental; admite la materia y el espíritu, concede la impulsión mecánica de los átomos y de los mundos con su dirección inteligente. Nos da una divinidad incondicional, acusa sin causa de todas las cosas, digna del universo, que ella misma es y de las que la ha sucedido en todas nuestras religiones, no son más que miembros esparcidos, mutilados y desconocidos. Ella nos ofrece, por fin, a través de su ley de Karma, en virtud de la cual cada ser lleva en sus vidas sucesivas las consecuencias de sus actos y se purifica poco a poco; el principio moral más alto, el más justo, el más invulnerable, el más fecundo, el más consolador y el más lleno de esperanzas que sea posible proponer al ser humano. Por cuya razón parece que todo amerita que se le examine, que se le respete y que se le admire.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Fernando
Observo en este texto la influencia de tu lectura actual, y que coincidentemente esta muy relacionada a lo que acontece al mundo de hoy. La visión últimamente se ha centrado en nuestro etorno circunsatncial y limitado, y nos olvidamos de que el universo no posee limites, muchisimo menos nuestro espiritu y como bien dices nuestra inteligencia. Claro que tu forma de expresarlo en nada se compara con mi apreciación.

C.G.S.