El Idealismo Posible o la Imaginación Pragmática
Hablemos del Idealismo Posible, de la Imaginación Pragmática. Se trata de rescatar, revalorar, promover y hablar de los conceptos y las leyes milenarias de la Humanidad. Hablar de sabiduría, de destino, de justicia, de felicidad y de amor. Acaso es el camino para el cumplimiento del mandato vital que la Naturaleza encomendó a nuestra especie. Curiosamente, en nuestros días, parece una ironía hablar de una dicha poco visible, en medio de infortunios muy reales; de una justicia ideal, en el seno de una injusticia demasiado material; de un amor difícilmente perceptible entre el odio o la indiferencia bien clara.
Pienso que, justamente ahora, en medio de tanta aridez, es necesario buscar con calma, entre pliegues ocultos en el fondo del corazón, algunos motivos de confianza o de serenidad, algunas ocasiones de sonreír, de alegrarse y de amar, algunas razones para agradecer y admirar; precisamente hoy que la mayor parte de la humanidad, tiranizada por el ritmo de la vida cotidiana, no puede detenerse en los goces interiores y en las consolaciones profundas, obtenidas con tanta pena y esfuerzo del alma.
Si se tuviera el valor de escuchar la voz más sencilla, cercana y apremiante de la conciencia, se encontraría que el único deber indudable sería el aliviar en torno de uno, en un círculo tan extenso como fuese posible, el mayor número de sufrimientos que se pudiera. Y aún así, tal obra caritativa no duraría mucho si nadie se tomara el tiempo necesario para callar y pensar. Mucho del bien que ahora se hace en torno nuestro, nació primero en el espíritu de uno de quienes quizá descuidaron más de un deber inmediato y urgente, para reflexionar, recapacitar y hablar. A los ojos de una alma humildemente honrada, como hay que esforzarse en serlo, lo mejor que se tiene que hacer es cumplir siempre el deber más sencillo y próximo. Y en todas las épocas ha habido seres convencidos de cumplir los deberes de la hora presente pensando en los deberes de la hora que iba a seguir.
Para rescatar las leyes milenarias de la humanidad es necesario partir de la idea de una alma dichosa o que, al menos, tenga lo que se necesita para serlo, salvo la conciencia suficiente. Vivimos en el seno de una gran injusticia. Pero no creo que haya indiferencia ni crueldad en hablar a veces como si esta injusticia no existiera, para salir del círculo vicioso. Es necesario que algunos se permitan pensar, hablar y obrar como si todos fueran felices; sino, ¿qué felicidad, amor y belleza encontrarían todos los demás cuando el destino les abra los jardines públicos de la tierra prometida?. Es indispensable retomar y hablar de lo posible. La humanidad ha sido hasta ahora como una enferma crónica; sin embargo, las únicas palabras verdaderamente consoladoras que ha escuchado han sido dichas por quienes le hablan como si nunca hubiera estado enferma.
Es porque la humanidad está hecha para ser dichosa, como lo son el hombre y la mujer para ser sanos, por lo que conviene hablarle como si siempre estuviera en vísperas de una gran felicidad o de una gran certidumbre. En realidad, así lo está por instinto, aunque no llegue a alcanzar nunca el mañana. Es bueno creer que un poco más de pensamiento, de valor, de amor, de curiosidad, un poco más de entusiasmo por vivir bastará algún día para abrirnos la puertas de la alegría y de la verdad. Esto no es del todo improbable. Puede esperarse que una mañana todo el mundo sea dichoso y sabio, y si ese mañana no llega, no es criminal haberla esperado.
Es útil hablar de la felicidad a los desdichados para enseñarles a conocerla. Si quienes se sienten dichosos explicaran de manera sencilla los motivos de su satisfacción, se vería que entre la tristeza y la alegría, sólo hay una diferencia entre la aceptación algo más sonriente e iluminada y una esclavitud hostil y sombría; entre una interpretación estrecha y obstinada y una interpretación armoniosa y amplia. Entonces se darán cuenta de que en su corazón poseen los elementos de esa felicidad y que, a no ser por grandes desgracias físicas, todos los poseemos.
El más feliz de los seres humanos es el que conoce mejor su felicidad, aquel que sabe más profundamente que la felicidad está separada de la aflicción por una idea alta, infatigable, humana y valerosa. De esta idea es saludable hablar lo más a menudo posible, no para imponer la que se tiene sino para hacer nacer poco a poco en el corazón de los demás el deseo de poseer una a su vez. Esta idea es diferente para cada uno de nosotros; pero sólo hablando de la tuya me ayudarás, sin saberlo, a adquirir la mía.
Es posible que mañana se nos revele la fórmula infalible de la felicidad. Pero no cambiará ni mejorará nada en nuestra vida moral si no vivimos en la espera y con el deseo del mejoramiento, en el alma. Toda la moral, la ciencia de la justicia y de la felicidad debería ser una espera, una preparación tan vasta, experimentada y accesible como se pueda. Mientras alcanzamos todas las verdades científicas, nos es dado penetrar en una verdad más importante todavía: la verdad de nuestra alma y de nuestro carácter. Esta vida es posible aún en el seno de los más grandes errores materiales.
Los acontecimientos esenciales de nuestra vida física y de nuestra vida moral se efectúan en niveles superficiales y muy profundos de nuestro ser. En espera de la clave del enigma nos es preciso vivir, y viviendo lo más dichosamente, lo más noblemente que se pueda, será como se viva lo más poderosamente y se tenga más valor, independencia y perspicacia para desear y buscar la verdad. Suceda lo que suceda, el tiempo consagrado al estudio no será tiempo perdido.
Importa vivir como si se estuviera siempre es vísperas del gran acontecimiento y prepararse para recibirlo, lo más total, íntima y ardientemente posible que se pueda. Y la mejor manera de recogerlo un día, bajo cualquier forma que deba revelarse, es esperarlo desde ahora, tan vasto, tan perfecto, tan ennoblecedor como nos sea dado imaginarlo.
Es conveniente pensar y obrar como si todo lo que le acontece a la humanidad fuera indispensable. A menudo, lo que sucede nos parece erróneo; pero hasta ahora ¿qué ha hecho toda la razón humana que sea más útil que encontrar una razón superior a los errores de la naturaleza?. Todo lo que nos sostiene, todo lo que nos asiste, procede de una especie de justificación lenta y gradual de la fuerza desconocida que de pronto nos pareció despiadada.
En espera de que la realidad se manifieste, es tal vez saludable que se mantenga un ideal que se cree más hermoso que la realidad; pero después de que ésta se ha revelado al fin, se hace necesario que la flama ideal que alimentamos con nuestros mejores deseos, no sirva ya más que para alumbrar lealmente las bellezas menos frágiles y menos complacientes de la masa imponente que aplasta esos deseos. Y no creo que en esto haya aceptación servil, fatalismo torpe u optimismo pasivo.
No se permite a ninguna alma honrada ir a buscar energía, buena voluntad, ilusiones o ceguedad en una región inferior a la de los pensamientos de sus mejores horas. No se cumple verdaderamente el deber en la vida interior si no es cumpliéndolo siempre en lo más alto del alma, en lo más alto de su verdad propia. Y si a veces, en la existencia práctica y diaria es lícito transigir con las circunstancias, si no siempre es oportuno ir hasta los extremos de sí mismo. En la vida del pensamiento el deber es ir, en todo caso, hasta el extremo de nuestro pensamiento.
El pensamiento que se eleva alienta la vida. Quienes observan y piensan hacen cuanto pueden para mejorar lo que no está prohibido llamar la razón, la justicia, la belleza de la tierra, el instinto del planeta. Saben que esto no es más que descubrir, comprender y respetar. Ante todo, tienen confianza en la “idea del universo” y están persuadidos de que todo esfuerzo encaminado hacia lo mejor los acerca a la voluntad secreta de la vida; pero aprenden, al mismo tiempo, a sacar del fracaso de sus generosos esfuerzos y de la resistencia de este gran mundo, un alimento nuevo para su admiración, para su ardor, para su esperanza.
Hablemos del Idealismo Posible, de la Imaginación Pragmática. Se trata de rescatar, revalorar, promover y hablar de los conceptos y las leyes milenarias de la Humanidad. Hablar de sabiduría, de destino, de justicia, de felicidad y de amor. Acaso es el camino para el cumplimiento del mandato vital que la Naturaleza encomendó a nuestra especie. Curiosamente, en nuestros días, parece una ironía hablar de una dicha poco visible, en medio de infortunios muy reales; de una justicia ideal, en el seno de una injusticia demasiado material; de un amor difícilmente perceptible entre el odio o la indiferencia bien clara.
Pienso que, justamente ahora, en medio de tanta aridez, es necesario buscar con calma, entre pliegues ocultos en el fondo del corazón, algunos motivos de confianza o de serenidad, algunas ocasiones de sonreír, de alegrarse y de amar, algunas razones para agradecer y admirar; precisamente hoy que la mayor parte de la humanidad, tiranizada por el ritmo de la vida cotidiana, no puede detenerse en los goces interiores y en las consolaciones profundas, obtenidas con tanta pena y esfuerzo del alma.
Si se tuviera el valor de escuchar la voz más sencilla, cercana y apremiante de la conciencia, se encontraría que el único deber indudable sería el aliviar en torno de uno, en un círculo tan extenso como fuese posible, el mayor número de sufrimientos que se pudiera. Y aún así, tal obra caritativa no duraría mucho si nadie se tomara el tiempo necesario para callar y pensar. Mucho del bien que ahora se hace en torno nuestro, nació primero en el espíritu de uno de quienes quizá descuidaron más de un deber inmediato y urgente, para reflexionar, recapacitar y hablar. A los ojos de una alma humildemente honrada, como hay que esforzarse en serlo, lo mejor que se tiene que hacer es cumplir siempre el deber más sencillo y próximo. Y en todas las épocas ha habido seres convencidos de cumplir los deberes de la hora presente pensando en los deberes de la hora que iba a seguir.
Para rescatar las leyes milenarias de la humanidad es necesario partir de la idea de una alma dichosa o que, al menos, tenga lo que se necesita para serlo, salvo la conciencia suficiente. Vivimos en el seno de una gran injusticia. Pero no creo que haya indiferencia ni crueldad en hablar a veces como si esta injusticia no existiera, para salir del círculo vicioso. Es necesario que algunos se permitan pensar, hablar y obrar como si todos fueran felices; sino, ¿qué felicidad, amor y belleza encontrarían todos los demás cuando el destino les abra los jardines públicos de la tierra prometida?. Es indispensable retomar y hablar de lo posible. La humanidad ha sido hasta ahora como una enferma crónica; sin embargo, las únicas palabras verdaderamente consoladoras que ha escuchado han sido dichas por quienes le hablan como si nunca hubiera estado enferma.
Es porque la humanidad está hecha para ser dichosa, como lo son el hombre y la mujer para ser sanos, por lo que conviene hablarle como si siempre estuviera en vísperas de una gran felicidad o de una gran certidumbre. En realidad, así lo está por instinto, aunque no llegue a alcanzar nunca el mañana. Es bueno creer que un poco más de pensamiento, de valor, de amor, de curiosidad, un poco más de entusiasmo por vivir bastará algún día para abrirnos la puertas de la alegría y de la verdad. Esto no es del todo improbable. Puede esperarse que una mañana todo el mundo sea dichoso y sabio, y si ese mañana no llega, no es criminal haberla esperado.
Es útil hablar de la felicidad a los desdichados para enseñarles a conocerla. Si quienes se sienten dichosos explicaran de manera sencilla los motivos de su satisfacción, se vería que entre la tristeza y la alegría, sólo hay una diferencia entre la aceptación algo más sonriente e iluminada y una esclavitud hostil y sombría; entre una interpretación estrecha y obstinada y una interpretación armoniosa y amplia. Entonces se darán cuenta de que en su corazón poseen los elementos de esa felicidad y que, a no ser por grandes desgracias físicas, todos los poseemos.
El más feliz de los seres humanos es el que conoce mejor su felicidad, aquel que sabe más profundamente que la felicidad está separada de la aflicción por una idea alta, infatigable, humana y valerosa. De esta idea es saludable hablar lo más a menudo posible, no para imponer la que se tiene sino para hacer nacer poco a poco en el corazón de los demás el deseo de poseer una a su vez. Esta idea es diferente para cada uno de nosotros; pero sólo hablando de la tuya me ayudarás, sin saberlo, a adquirir la mía.
Es posible que mañana se nos revele la fórmula infalible de la felicidad. Pero no cambiará ni mejorará nada en nuestra vida moral si no vivimos en la espera y con el deseo del mejoramiento, en el alma. Toda la moral, la ciencia de la justicia y de la felicidad debería ser una espera, una preparación tan vasta, experimentada y accesible como se pueda. Mientras alcanzamos todas las verdades científicas, nos es dado penetrar en una verdad más importante todavía: la verdad de nuestra alma y de nuestro carácter. Esta vida es posible aún en el seno de los más grandes errores materiales.
Los acontecimientos esenciales de nuestra vida física y de nuestra vida moral se efectúan en niveles superficiales y muy profundos de nuestro ser. En espera de la clave del enigma nos es preciso vivir, y viviendo lo más dichosamente, lo más noblemente que se pueda, será como se viva lo más poderosamente y se tenga más valor, independencia y perspicacia para desear y buscar la verdad. Suceda lo que suceda, el tiempo consagrado al estudio no será tiempo perdido.
Importa vivir como si se estuviera siempre es vísperas del gran acontecimiento y prepararse para recibirlo, lo más total, íntima y ardientemente posible que se pueda. Y la mejor manera de recogerlo un día, bajo cualquier forma que deba revelarse, es esperarlo desde ahora, tan vasto, tan perfecto, tan ennoblecedor como nos sea dado imaginarlo.
Es conveniente pensar y obrar como si todo lo que le acontece a la humanidad fuera indispensable. A menudo, lo que sucede nos parece erróneo; pero hasta ahora ¿qué ha hecho toda la razón humana que sea más útil que encontrar una razón superior a los errores de la naturaleza?. Todo lo que nos sostiene, todo lo que nos asiste, procede de una especie de justificación lenta y gradual de la fuerza desconocida que de pronto nos pareció despiadada.
En espera de que la realidad se manifieste, es tal vez saludable que se mantenga un ideal que se cree más hermoso que la realidad; pero después de que ésta se ha revelado al fin, se hace necesario que la flama ideal que alimentamos con nuestros mejores deseos, no sirva ya más que para alumbrar lealmente las bellezas menos frágiles y menos complacientes de la masa imponente que aplasta esos deseos. Y no creo que en esto haya aceptación servil, fatalismo torpe u optimismo pasivo.
No se permite a ninguna alma honrada ir a buscar energía, buena voluntad, ilusiones o ceguedad en una región inferior a la de los pensamientos de sus mejores horas. No se cumple verdaderamente el deber en la vida interior si no es cumpliéndolo siempre en lo más alto del alma, en lo más alto de su verdad propia. Y si a veces, en la existencia práctica y diaria es lícito transigir con las circunstancias, si no siempre es oportuno ir hasta los extremos de sí mismo. En la vida del pensamiento el deber es ir, en todo caso, hasta el extremo de nuestro pensamiento.
El pensamiento que se eleva alienta la vida. Quienes observan y piensan hacen cuanto pueden para mejorar lo que no está prohibido llamar la razón, la justicia, la belleza de la tierra, el instinto del planeta. Saben que esto no es más que descubrir, comprender y respetar. Ante todo, tienen confianza en la “idea del universo” y están persuadidos de que todo esfuerzo encaminado hacia lo mejor los acerca a la voluntad secreta de la vida; pero aprenden, al mismo tiempo, a sacar del fracaso de sus generosos esfuerzos y de la resistencia de este gran mundo, un alimento nuevo para su admiración, para su ardor, para su esperanza.
La luz es el único elemento cosa que no pierde casi nada de su valor ante la inmensidad. Lo mismo ocurre con nuestras luces morales cuando miramos la vida desde un poco alto. Es bueno que la contemplación nos enseñe a desinteresarnos de todas nuestras pasiones inferiores; pero es preciso que no debilite ni desaliente el más humilde de nuestros deseos de verdad, de justicia y de amor.
1 comentario:
Sencillamente maravilloso. Te felicito.
Nunca se debe de perder la pasión por vivir,ni la esperanza, ni la capacidad de asombro, ya que esto alimenta cada uno de nuestros días.
Efectivamente el esperar aquello que deseamos, e imaginar el momento en el que lo recibiremos, hace que nuestros esfuerzoz valgan la pena. No se puede describir esa sensación de soñar e imaginar cuando llegue el suceso, creo que a todos nos ha pasado, y estarán de acuerdo que esa sensación es increible.
LA LUZ debe de estar presente en todos los momentos, no debemos permitir que entre la oscuridad, ya que esta sólo trae desolación, pesimismo y tristeza.
Debemos siempre decir "sólo en mi hogar entra la luz", "sólo en mi corazón existe luz", "a mi alrededor sólo hay luz" y creanme que con estos pensamientos, seremos capaces de visualizar aquellos valores esenciales y sublimes en la vida del ser humano.
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