lunes, 16 de enero de 2006

Ausencias.

Hay momentos en los que se vive un congestionamiento emocional: la cabeza da vueltas sin poder procesar con claridad las ideas que, algunas ausencias, nos arrancan de vez en cuando a lo largo de la vida; el corazón padece congoja y, en una baja intensidad, emite radiaciones de tristeza que simbran al alma y al ser completo.
Hoy quiero meditar un poco acerca de algunas ausencias que, como asientos libres, percibo en el horizonte de mi presente. Ausencias que van más allá del tiempo y la distancia, acaso son ausencias en la eternidad. ¿Nombres?, no, prefiero callarlos o mencionarlos en voz baja, en una secreta ceremonia a través de la cual les reitero mi afecto, la intensidad con la que pueblan mi pensamiento y el modo en cómo matizaron mi existencia mientras convivimos; me gusta pensar en las distintas configuraciones que una vida transcurre con las almas con las que va compartiendo parte del camino.
Pese a los temores, las sospechas o las súbitas sorpresas, confirmar su ausencia lo sume a uno en una especie de océano helado. Aún así, la respuesta siempre está endulzada por el cariño compartido y lo que, por duro que sea el golpe, pertenece a lo que podríamos llamar "las reglas del juego". ¿Acaso es esto lo que, pese a mi infinita tristeza y a la evocación que hago de algunas personalidades que de verdad extraño, mi reacción ahora sea la de una firme sonrisa?. Tiene gracia; sonrío y bebo otro trago de café.
Estoy asombrado de mí mismo. ¿Qué tiene de gracia el que en las últimas horas el pozo de la ausencia me haga sentir el vacío de algunas personas queridas?. Debería estar triste. Debería pestañear, apretar los dientes y decir alguna oración. Pero no puedo dejar de sonreír. ¿Qué es lo gracioso?. Debería estar triste. Debo estar impresionado. Debo lucir incrédulo. Pero no puedo dejar de sonreír, porque todo tiene su gracia.
Y sonrío. Yo no estoy loco, o alterado, o torcido, porque de vez en cuando he visto esa misma sonrisa en otros rostros que rememoran, cuando algún elemento del ambiente les hace recordar con calidez, con alegría mezclada de nostalgia, a sus compañeros, familiares y amigos idos. Sonríen, una pequeña sonrisa. Piensan en un amigo que ahora ya sabe lo que nos hemos preguntado desde que llegamos a la edad suficiente para meditarlo. ¿Qué es lo que hay del otro lado del telón?. ¿Qué hay después de este mundo?. Ellos lo saben. Y yo no. Mis amigos guardan un secreto. Un secreto que conocen y que no darán a conocer. Es como un juego. Lo sabré esta noche, o mañana, o el mes próximo, o e año próximo, pero no lo debo saber ahora. Un juego extraño. Un juego chistoso. Y sonrío.
Puedo saberlo en un minuto. Cualquier día en cualquier lugar. Con toda deliberación, puedo averiguarlo. El juego puede terminar en el momento en que yo lo decida. Pero hay otro juego que jugar, que es el más importante: el juego de vivir esta vida en la que tengo planes y conservarme vivo. Un día perderé en este juego, y sabré el secreto del otro; ¿por qué no he de tener paciencia y jugar sólo un juego a la vez?. Y eso hago.
Así que recuerdo a mis amigos. Sonrío agradecido de haberlos tenido conmigo. Y les deseo buena suerte. Tengo cosas por hacer.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hay que recordar a los que han compartido la vida con nosotros, pero sobre todo tenemos que estar con los que tenemos a lado.
Tal ves ellos nos extrañan más de lo que creemos porque nosotros estamos siempre en el pasado.

Anónimo dijo...

Algunos sentimos ausencias de los que aún están de este lado del telón, lo curioso es cuando somos nosotros mismos los que ponemos la distancia. Sentimos la ausencia porque la experiencia compartida nos llenó de conocimientos y cosas bellas, pero nos alejamos porque alguna de esas facetas de la comunicación (de las que hablas en otro mensaje) no permite que esta sea al 100 %. En la juventud, nos confunde. En la madurez, sonreímos y tomamos otro sorbo de café. Recibe abrazos
a. monroy