lunes, 1 de junio de 2009

Saber vivir.


El ser humano es una continua y desconcertante paradoja; y por lo difícil que resulta entender los motivos de su conducta, es por lo que debemos procurar encontrar la forma de un mejor vivir.

El problema de la vida no estriba en vivir, sino en saber vivir; y son la virtud, la ayuda mutua, la tolerancia y el sincero afecto de los humildes por lo que debemos vivir, y por lo que aprenderemos también la ciencia y el arte de vivir: ciencia y arte cuya posesión brinda al ser humano el precioso don de la eterna bienaventuranza.

El mundo está lleno de cosas buenas y malas, en proporción y equilibrio; todo consiste en saber elegir las buenas y rechazar las malas.

Las personas son mezcla de buenas y malas inclinaciones. Todo cuanto existe ha sido creado para un fin de utilidad y orden: la noche y el día, el canto melodioso y el ronco rugido, la injuria que deprime y la palabra de amor y de piedad que exalta. Dentro del orden, dentro de la ley de armonía, no es posible que la vida tenga sólo un aspecto, sólo una cara, sólo un color.

Requiere el contraste, la diversidad, lo aparentemente inútil y absurdo, lo que hiere y lo que restaña la herida, lo que es gesto irascible y actitud acogedora. Sin estos factores tan encontrados no se conocería la belleza, ni el equilibrio, ni la sabiduría, ni la energía de la Naturaleza.

Quienes reconocen todo esto son los que saben vivir. Son los que saben comprender que el Maestro por vocación y por temperamento enseña los grandes principios de la ciencia y de la moral, del arte y de la filosofía, con la santa simplicidad del que sólo sabe que no sabe nada.

Son quienes se acercan a la Naturaleza con la pureza y el recogimiento del alma deseosa de beber en la fuente de la sabiduría y la serenidad, para elevarse a los planos del conocimiento.

Forman parte de los que secan las lágrimas y cicatrizan las heridas sin más anhelo que cumplir un deber humano y acatar, al mismo tiempo, un precepto celestial.

En una palabra, vivir para amar cada día más, para rendir culto valiente a la verdad, para redimir a los ignorantes y levantar noblemente a los que caen en el camino, misión que no debe despreciarse, por ser un ejercicio que fortalece la voluntad y desarrolla el espíritu.

Observar al ser humano y procurar penetrar en las profundidades de su alma es el más atractivo y más provechoso de los estudios que hacen quienes se dan cuenta que son muchas las personas que no saben vivir.

Nunca ha habido mayor necesidad de cooperación y de buena voluntad que en los actuales tiempos. El egoísmo, la desconfianza y el temor, prevalecen como jamás se había visto entre la humanidad.

Debe buscarse la forma de ayudar positivamente al ser humano en la forma más excelsa de las artes, la de vivir en paz y armonía con sus semejantes. Caminos para hallar esta fórmula jamás los encontrarán quienes cometen los enormes despropósitos que observamos diariamente.

La tristeza de que siempre están poseídas muchas personas viene de la conciencia que no se esfuerza para dar al prójimo simpatía, confianza y contento. El dolor nace del corazón que no se abre a la fraternidad, al perdón y a la indulgencia. La zozobra, el miedo, la incertidumbre y la miseria, provienen de la mente que sólo engendra pensamientos de bajeza y de egoísmo.

Si la vida humana no fuese otra cosa que comer, dormir y perseguir con insensato afán los placeres fáciles, habría motivo suficiente para detestarla. Pero la vida es algo más útil; más limpio, más sano y más armonioso, más razonable y más justo.

La vida es verdad y virtud, aspectos que no saben comprender quienes tampoco saben vivir.

No saben buscarle a las cosas el lado hermoso, la parte atractiva y dulce. No alcanzan a saber rechazar lo negativo y agresivo, no evitan a los que poseen la oscuridad y la malignidad. No saben buscar en el hermano, en el semejante, en el prójimo el rostro risueño, el noble pensamiento, la actividad creadora, lo sonoro, radiante, lo que consuela, lo que despide efluvios de afecto y simpatía.

Son quienes tienden la mano al caído, tan sólo para que el mundo los contemple y les aplauda por su gesto de falsa e hipócrita caridad. Los que dicen profesar una fe jamás sentida hondamente. Olvidan la costumbre de ver en todo lo creado la mano de la Naturaleza, la que hace más bella y majestuosa la vida, multiplica nuestros poderes internos y derrama sobre nosotros torrentes de salud, de felicidad, de abundancia y de amor.

No saben comprender que las cosas y las personas son imperfectas. Pero la vida va siempre hacia arriba en una ascensión infalible hacia el desenvolvimiento y la plenitud.

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