lunes, 15 de junio de 2009

Felicidad: la Sencillez de la Vida


En una leyenda oriental, un poderoso Genio prometió a una hermosa joven un valioso regalo si, atravesando un plantío de maíz, sin detenerse, sin dejar de avanzar en línea recta y sin volverse hacia atrás, escogiera la más grande y la más madura de las mazorcas que encontrara. El valor del regalo sería en proporción de la mazorca que eligiera.

La muchacha inició su recorrido. En el camino encontró muchas y muy bellas mazorcas, dignas de ser elegidas, pero siguió adelante con la esperanza de encontrar una más perfecta. Siguió caminando, hasta llegar a una zona donde las cañas crecían pequeñas y raquíticas. Siguió caminando hasta que llegó al otro límite de la milpa, sin haber logrado escoger nada.

¿Cuántos millones de personas pasan a través del rico campo de la vida, cerca de mil probables oportunidades de éxito y de dicha, que no toman, en espera de algo mejor y más importante?

Todavía no hay nada que dé mayor y más completa satisfacción, felicidad verdadera, como un largo día de intenso y saludable trabajo; el trabajo realizado con nobles propósitos, parece ser el más alto estado de perfección posible de la humanidad. Estar constantemente ocupado útil y gratamente, es el mayor bien del ser humano, en la vida.

Una dificultad de muchos de nosotros es que tratamos de hacer de la felicidad algo muy complicado, cuando la felicidad huye de toda complicación, de toda ceremonia, de toda vanidad. La verdadera felicidad es tan sencilla que mucha gente no la reconoce a primera vista. Se piensa que está basada en grandes cosas; en reunir una gran fortuna, en realizar una gran obra; cuando que, de hecho, de hecho, se deriva de las más simples, de las más tranquilas y de las más humildes cosas de la existencia.

Nuestro gran problema se resuelve llenando de alegría y de sol cada día de la vida, de manera que no haya vulgaridad ni desdicha en él.

Pequeñas amabilidades, palabras gratas, insignificantes servicios hechos al pasar, mínimas cortesías, insignificantes palabras de aliento, cumplimiento de los deberes usuales, favores desinteresados, labor hecha con gusto, amistad mantenida, amor, afecto… todas estas son pequeñas cosas que constituyen la felicidad.

Pocas personas pueden aprender al arte de disfrutar de las pequeñas satisfacciones, conforme van viviendo. Y son precisamente estos pequeños goces los que más valen en el largo trayecto de toda una existencia.

Casi todas las personas viven por anticipado, no viven el momento actual. No viven en el presente la vida que esperaron vivir o que desearon vivir, sino que están preparándose siempre para disfrutar de ella cuando tenga un poco más de dinero, más salud, una casa mejor, mayores comodidades, mayor tiempo de que disponer, más libertad, menos responsabilidades. Para entonces sí que se disponen en verdad a gozar de “lo mejor de la vida”.

Y se pasan como la doncella de la leyenda, sin haber logrado cortar no ya la mejor, sino ni una sola de las mazorcas del campo que les ofrece la existencia.

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