Concepto e Idea de la Religión 1/3
Formalmente, una religión es un sistema independiente capaz de ofrecer una visión global de la vida. Se constituye de una serie de creencias y de un conjunto de normas, principalmente acerca de la divinidad. Por lo mismo, una religión es una ideología; una cosmovisión de la vida, del mundo y de la naturaleza. Atañe también las distintas relaciones y dependencias entre los seres vivos, los recursos y la naturaleza dentro de un sistema capaz de dar respuesta a todos los cuestionamientos acerca del sentido de la existencia.
Y de la misma manera, posee una interpretación única y particular sobre los hechos, las tramas y las especulaciones surgidas del hecho mismo de vivir y de las singulares formas de convivencia que se establecen dentro del marco evolutivo o histórico de la vida de los seres humanos.
Toda religión es una ideología, una filosofía, una manera de concebir, entender, interpretar e integrarse a la vida; en términos prácticos, constituye una forma de vivir, un orden que reglamenta la existencia. La religión implica una obligación de conciencia y el cumplimiento de un deber. Aunque existe también lo que se concibe como una religión natural, fundada únicamente en nuestra razón.
De cualquier modo, las filosofías son libres, son el derecho y el hermoso lujo del individuo. Al fin y al cabo, toda persona religiosa, sea cual sea su religión, reclama la paz.
Y es que incluso el hombre materialista, superficial y poco dado a pensar, siente la primitiva necesidad de conocer el sentido de su vida. Y cuando no lo consigue, la moral decae y la vida privada se sume en el más salvaje egoísmo y terror ante la muerte.
Toda persona reconoce la violencia como lo malo y la no violencia como el camino de la humana convivencia. Una verdadera postura y actitud personal, radica en servir incondicionalmente a su ideal, guardarle fidelidad hasta el sacrificio y no pedirle a los demás sacrificios ni obediencia; acaso intentar transformar al individuo en la vida interior de la sociedad.
Nuestra vida es una sucesión interminable de altibajos, de fracasos y resurgimientos, de decadencia y resurrección, y a las sombrías y lamentables épocas de decadencia de nuestra civilización suceden otros signos que indican un nuevo despertar de la necesidad metafísica, una nueva espiritualidad y un esfuerzo apasionado por dar un nuevo sentido a nuestra vida.
De ahí surge el hecho de que las religiones son, en parte, conocimientos sobre la naturaleza, la esencia humana, Dios y la personalidad, y en parte prácticas psíquicas, ejercicios para independizarse de los caprichos privados y acercarse a lo divino que hay en nosotros.
Una religión es más o menos igual a otra. No existe ninguna que convierta al hombre en un sabio, ninguna que no se pueda utilizar como la más necia idolatría. Pero en las religiones está compendiada casi toda la verdadera sabiduría, sobre todo en las mitologías. Toda mitología es “falsa” mientras no la consideremos a lo sumo como piadosa; pero cada una de ellas es una llave del corazón del mundo. Cada una de ellas conoce los caminos para hacer de la idolatría de la personalidad una adoración divina. Por lo que a lo divino únicamente podemos llegar a través de la entrega, la meditación, la veneración y la plegaria.
Todas las religiones, como todas las ideologías, todas las ideas sobre la religión, todas las doctrinas ayudan a los hombres a vivir, les ayudan no sólo a soportar la difícil y dudosa existencia, sino a valorarla y santificarla, y aunque no fueran más que un estimulante o un dulce narcótico, ya serían de no poca utilidad. Pero son más que eso, inconmensurablemente más. Son las escuelas por las que debe pasar la élite espiritual de nuestro tiempo, porque toda espiritualidad y civilización tiene dos misiones: dar seguridad e impulso a la mayoría, consolarles, proporcionar un sentido a su vida; después la segunda misión, más misteriosa y no menos importante: facilitar el desarrollo de los pocos grandes intelectos de mañana y pasado mañana, proteger y cuidar sus comienzos y ofrecerles aire para respirar.
El objetivo de toda creencia debe ser una alianza entre la fe y la razón. A partir de aquí, el camino conduce a las posibilidades de la humanidad, cuya realización aún no ha sido contemplada por ojos humanos. La aventura humana es, esencialmente, personal; las enseñanzas sirven de escasa ayuda. La verdadera sabiduría y las verdaderas posibilidades de liberación no pueden aprenderse ni enseñarse; son únicamente para aquellos que están a punto de ahogarse.
Por eso, el principal deseo de los pensadores y de las religiones es ejercer una dirección buena y eficaz para el bien de todos. Las virtudes del autodominio, la cortesía, la paciencia y la serenidad.
Pero no existe una categoría de las religiones. Un hecho igualmente cierto es que desde que la humanidad existe, casi ninguna de las Iglesias ha ofrecido un lugar ideal a la religión; en casi todas ha predominado la ambición, la vanidad, las divergencias y la lucha por el poder, y la vida religiosa se practica de manera clandestina.
De esto se deriva que el problema principal de las Iglesias ---de todo tipo---, al igual que los Estados, es que hablan de libertad, personalidad, dinámicas y que después, en la práctica, hacen del pastor, sacerdote o guía y de la Iglesia un complaciente instrumento del Estado, el capitalismo y la guerra.
A mí, todas las admirables iglesias sólo me parecen dignas de veneración cuando las veo a distancia, pues en cuanto me aproximo huelen, como toda configuración humana, a sangre, violencia, política y vulgaridad. Y pienso que eso se debe a la capacidad del hombre para cualquier maldad y su capacidad para justificarlas teológicamente.
La sabiduría de todos los pueblos es una y la misma; no hay dos o más, solamente una. Lo único que tengo contra las religiones e Iglesias es su inclinación a la intolerancia: ni cristiano ni mahometano admitirá de buen grado que su credo, además de bueno y santo, no es también el privilegiado y patentado, sino hermano de todos los otros credos en los que la verdad intenta hacerse visible.
Precisamente por esto no he podido pertenecer a ninguna Iglesia, porque en ellas falta la elevación y la libertad de espíritu, porque cada una se considera la mejor, la única y llama descarriados a cuantos no están acogidos a ella. Los frailes, sacerdotes guías y pastores son los responsables de esto, por eso me son antipáticos.
Formalmente, una religión es un sistema independiente capaz de ofrecer una visión global de la vida. Se constituye de una serie de creencias y de un conjunto de normas, principalmente acerca de la divinidad. Por lo mismo, una religión es una ideología; una cosmovisión de la vida, del mundo y de la naturaleza. Atañe también las distintas relaciones y dependencias entre los seres vivos, los recursos y la naturaleza dentro de un sistema capaz de dar respuesta a todos los cuestionamientos acerca del sentido de la existencia.
Y de la misma manera, posee una interpretación única y particular sobre los hechos, las tramas y las especulaciones surgidas del hecho mismo de vivir y de las singulares formas de convivencia que se establecen dentro del marco evolutivo o histórico de la vida de los seres humanos.
Toda religión es una ideología, una filosofía, una manera de concebir, entender, interpretar e integrarse a la vida; en términos prácticos, constituye una forma de vivir, un orden que reglamenta la existencia. La religión implica una obligación de conciencia y el cumplimiento de un deber. Aunque existe también lo que se concibe como una religión natural, fundada únicamente en nuestra razón.
De cualquier modo, las filosofías son libres, son el derecho y el hermoso lujo del individuo. Al fin y al cabo, toda persona religiosa, sea cual sea su religión, reclama la paz.
Y es que incluso el hombre materialista, superficial y poco dado a pensar, siente la primitiva necesidad de conocer el sentido de su vida. Y cuando no lo consigue, la moral decae y la vida privada se sume en el más salvaje egoísmo y terror ante la muerte.
Toda persona reconoce la violencia como lo malo y la no violencia como el camino de la humana convivencia. Una verdadera postura y actitud personal, radica en servir incondicionalmente a su ideal, guardarle fidelidad hasta el sacrificio y no pedirle a los demás sacrificios ni obediencia; acaso intentar transformar al individuo en la vida interior de la sociedad.
Nuestra vida es una sucesión interminable de altibajos, de fracasos y resurgimientos, de decadencia y resurrección, y a las sombrías y lamentables épocas de decadencia de nuestra civilización suceden otros signos que indican un nuevo despertar de la necesidad metafísica, una nueva espiritualidad y un esfuerzo apasionado por dar un nuevo sentido a nuestra vida.
De ahí surge el hecho de que las religiones son, en parte, conocimientos sobre la naturaleza, la esencia humana, Dios y la personalidad, y en parte prácticas psíquicas, ejercicios para independizarse de los caprichos privados y acercarse a lo divino que hay en nosotros.
Una religión es más o menos igual a otra. No existe ninguna que convierta al hombre en un sabio, ninguna que no se pueda utilizar como la más necia idolatría. Pero en las religiones está compendiada casi toda la verdadera sabiduría, sobre todo en las mitologías. Toda mitología es “falsa” mientras no la consideremos a lo sumo como piadosa; pero cada una de ellas es una llave del corazón del mundo. Cada una de ellas conoce los caminos para hacer de la idolatría de la personalidad una adoración divina. Por lo que a lo divino únicamente podemos llegar a través de la entrega, la meditación, la veneración y la plegaria.
Todas las religiones, como todas las ideologías, todas las ideas sobre la religión, todas las doctrinas ayudan a los hombres a vivir, les ayudan no sólo a soportar la difícil y dudosa existencia, sino a valorarla y santificarla, y aunque no fueran más que un estimulante o un dulce narcótico, ya serían de no poca utilidad. Pero son más que eso, inconmensurablemente más. Son las escuelas por las que debe pasar la élite espiritual de nuestro tiempo, porque toda espiritualidad y civilización tiene dos misiones: dar seguridad e impulso a la mayoría, consolarles, proporcionar un sentido a su vida; después la segunda misión, más misteriosa y no menos importante: facilitar el desarrollo de los pocos grandes intelectos de mañana y pasado mañana, proteger y cuidar sus comienzos y ofrecerles aire para respirar.
El objetivo de toda creencia debe ser una alianza entre la fe y la razón. A partir de aquí, el camino conduce a las posibilidades de la humanidad, cuya realización aún no ha sido contemplada por ojos humanos. La aventura humana es, esencialmente, personal; las enseñanzas sirven de escasa ayuda. La verdadera sabiduría y las verdaderas posibilidades de liberación no pueden aprenderse ni enseñarse; son únicamente para aquellos que están a punto de ahogarse.
Por eso, el principal deseo de los pensadores y de las religiones es ejercer una dirección buena y eficaz para el bien de todos. Las virtudes del autodominio, la cortesía, la paciencia y la serenidad.
Pero no existe una categoría de las religiones. Un hecho igualmente cierto es que desde que la humanidad existe, casi ninguna de las Iglesias ha ofrecido un lugar ideal a la religión; en casi todas ha predominado la ambición, la vanidad, las divergencias y la lucha por el poder, y la vida religiosa se practica de manera clandestina.
De esto se deriva que el problema principal de las Iglesias ---de todo tipo---, al igual que los Estados, es que hablan de libertad, personalidad, dinámicas y que después, en la práctica, hacen del pastor, sacerdote o guía y de la Iglesia un complaciente instrumento del Estado, el capitalismo y la guerra.
A mí, todas las admirables iglesias sólo me parecen dignas de veneración cuando las veo a distancia, pues en cuanto me aproximo huelen, como toda configuración humana, a sangre, violencia, política y vulgaridad. Y pienso que eso se debe a la capacidad del hombre para cualquier maldad y su capacidad para justificarlas teológicamente.
La sabiduría de todos los pueblos es una y la misma; no hay dos o más, solamente una. Lo único que tengo contra las religiones e Iglesias es su inclinación a la intolerancia: ni cristiano ni mahometano admitirá de buen grado que su credo, además de bueno y santo, no es también el privilegiado y patentado, sino hermano de todos los otros credos en los que la verdad intenta hacerse visible.
Precisamente por esto no he podido pertenecer a ninguna Iglesia, porque en ellas falta la elevación y la libertad de espíritu, porque cada una se considera la mejor, la única y llama descarriados a cuantos no están acogidos a ella. Los frailes, sacerdotes guías y pastores son los responsables de esto, por eso me son antipáticos.
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