Concepto e Idea de la Religión 2/3
Yo nunca he vivido sin religión, y no podría vivir sin ella un solo día, pero he podido pasar toda la vida sin ninguna Iglesia. Ciertamente, existe un credo, así como la fe, pero no la fe en una religión, en un determinado dogma religioso y, menos aún, en una Iglesia determinada.
Ese credo, y esa fe, persiguen otro fin: creer en los seres humanos ; creer en las leyes de la humanidad, que son milenarias; creer que, pese a su aparente absurdo, la vida tiene un sentido. Percibo este sentido en mi interior e intentaré realizar cuanto la vida exija de mí en tales momentos, incluso aunque vaya contra las modas y leyes establecidas.
Como ya afirmé antes, nunca he podido ser miembro de ningún grupo, asociación, club o congregación, ni partidario de uno u otro personaje. Para mí, la vida y la historia sólo tienen sentido y valor total en la diversidad con que la esencia humana, la naturaleza o Dios se presenta en inagotables configuraciones. Y por eso amo y respeto no sólo a Buda y a Jesús en el mismo templo, sino que puedo amar a tratar de comprender a Kant junto a Spinoza y a Nietzsche junto a Görres, no por ansia de cultura o pedantería, sino simplemente por el gozo de contemplar la diversidad del Ser Unico, la riqueza de colores que existe entre Aristóteles y Nietzsche, entre Palestina y Schubert, y que, cuando uno está seguro del Ser Unico, presta a la vida su conmovedora belleza y su variedad aparentemente irracional. Por esto, junto a los espíritus de la libertad y la libre investigación, nunca he podido prescindir de aquella silenciosa grandeza cuya libertad jamás estuvo al servicio de la inteligencia y cuya fe y subordinación de lo personal siempre fue, y es, una necesidad profunda del corazón.
Y es que ante la esencia humana, la naturaleza o Dios ---llámese como se quiera--- todo es lo mismo, se trata sólo de una diversidad aparente, las contradicciones no lo son más que en apariencia. Creo que la gracia, o el tao, o como queramos llamarla, está siempre a nuestro alrededor ; es la esencia humana, es la luz y es el mismo Dios, y cuando nos entregamos durante un solo instante, entra en nosotros, tanto en un niño como en un sabio. Tengo en gran estima la santidad, pero no soy un santo ni mucho menos, y todo cuanto sé sobre el misterio no lo sé por revelación, sino que lo he buscado y aprendido, ha entrado en mí, por el camino de la lectura, de la reflexión y del estudio.
Me gusta la diversidad, tanto de opiniones como de formas de fe. Esto me impide ser un cristiano verdadero, pues ni creo que Dios haya tenido un solo Hijo, ni que la fe en El sea el único camino hacia Dios o la bienaventuranza. La piedad me es siempre simpática, mientras que las teologías autoritarias, con su pretensión de ser las únicas válidas, me inspiran desconfianza y antipatía.
No creo en absoluto que exista una religión o doctrina mejor que las demás o que sea la única verdadera ---¿para qué, además ?---. El Budismo es muy bueno y el Nuevo Testamento también, cada uno en su momento y allí donde hace falta. Hay hombres que necesitan el ascetismo, y otros que necesitan otra cosa. E incluso, el mismo hombre no siempre necesita lo mismo, a veces quiere acción y dinamismo, a veces quiere reflexionar, otras juego y otras trabajo. Los seres humanos somos así, y los intentos de cambiarnos fracasan siempre.
Pero desconfío de los teólogos y demás especialistas en el enigma del universo cuando hacen de su doctrina religiosa o política una fe infantil en la verdadera exclusiva. Una religión es tan buena como cualquier otra, pues si algo es cierto, también puede ser cierto lo contrario.
Pero no es lo importante una Iglesia, sino la conciencia personal como única instancia, vivificada como la naturaleza o como Dios, que finalmente son una misma cosa : el simple instinto de vivir.
Porque la verdad tiene siempre dos caras y a todos les asiste la razón. No veo el ideal humano en ninguna virtud o credo determinado, y considero que lo más alto a que pueden aspirar los hombres es la armonía más perfecta posible en el alma del individuo. Quien alcanza esta armonía, consigue lo que el psicoanálisis llamaría la libre disponibilidad de la líbido, y de la cual el Nuevo Testamento dice : “Todo es vuestro”.
He encontrado el mismo significado de la existencia humana en hindúes, chinos y cristianos, expresado por doquier con símbolos análogos. Y nada me ha confirmado con tanta fuerza como estas experiencias el hecho de que los hombres tienen un destino, de que la desgracia y el anhelo de la humanidad ha sido una misma en todos los tiempos y en cualquier lugar.
Conozco los grados principales de la historia del alma, como los conocen todos cuantos han pasado por ellos; son realidades. Pero, por su esencia no pueden ser comunicados ni comprendidos por quien no los ha vivido. En cambio, cualquier persona reconoce inmediatamente las experiencias psíquicas que ella misma ha tenido, cuando las encuentra en relatos ajenos. Cualquier Cristo que realmente haya experimentado algo, reconoce las mismas experiencias en Pablo, Pascal, Lutero o Ignacio. Y cualquier Cristo que se haya acercado un poco más al centro de la fe y evolucionado así más allá de las meras experiencias “cristianas”, encuentra en los fieles de otras religiones, aunque hablen con otros símbolos, todas las experiencias fundamentales del alma con todas sus características.
La fuerza de la esencia humana, de la naturaleza o de Dios ---como se quiera llamar--- debería proteger al hombre que camina solo, amarle o hacerle resistente contra dogmas, recetas y programas; agudizar su conciencia y consolidar sus fuerzas espirituales.
Así es que no se debe desear una doctrina perfecta sino el perfeccionamiento de uno mismo. La divinidad está en uno mismo, no en conceptos y libros. Los principios talmúdicos, cristianos, islámicos, hinduistas y budistas son equivalentes. Y los numerosos métodos que ofrecen las religiones ---plegaria, meditación, contemplación, concentración, renuncia de sí mismo, examen de conciencia, paciencia, serenidad--- sólo demuestran que la acción y el cambio ocurren exclusivamente en el individuo, y no pueden tener lugar con ayuda de teoremas, sino mediante la propia experiencia.
Con esto se comprueba que el peor enemigo y corruptor de los seres humanos es la pereza mental y el ansia de tranquilidad que los conduce a lo colectivo, a las comunidades de dogmática fijamente establecida, ya sean religiosas o políticas.
Ahora bien, siempre que en tiempos de crisis faltan las directrices y las leyes, surge un escepticismo hacia dogmas e ideologías, hacia autoridades e instituciones, hacia la Iglesia y el Estado. Pero es muy hermoso, y en el fondo consolador, que todo cuanto en apariencia pertenece para siempre al pasado sea capaz de volver y comenzar una nueva vida.
Ese credo, y esa fe, persiguen otro fin: creer en los seres humanos ; creer en las leyes de la humanidad, que son milenarias; creer que, pese a su aparente absurdo, la vida tiene un sentido. Percibo este sentido en mi interior e intentaré realizar cuanto la vida exija de mí en tales momentos, incluso aunque vaya contra las modas y leyes establecidas.
Como ya afirmé antes, nunca he podido ser miembro de ningún grupo, asociación, club o congregación, ni partidario de uno u otro personaje. Para mí, la vida y la historia sólo tienen sentido y valor total en la diversidad con que la esencia humana, la naturaleza o Dios se presenta en inagotables configuraciones. Y por eso amo y respeto no sólo a Buda y a Jesús en el mismo templo, sino que puedo amar a tratar de comprender a Kant junto a Spinoza y a Nietzsche junto a Görres, no por ansia de cultura o pedantería, sino simplemente por el gozo de contemplar la diversidad del Ser Unico, la riqueza de colores que existe entre Aristóteles y Nietzsche, entre Palestina y Schubert, y que, cuando uno está seguro del Ser Unico, presta a la vida su conmovedora belleza y su variedad aparentemente irracional. Por esto, junto a los espíritus de la libertad y la libre investigación, nunca he podido prescindir de aquella silenciosa grandeza cuya libertad jamás estuvo al servicio de la inteligencia y cuya fe y subordinación de lo personal siempre fue, y es, una necesidad profunda del corazón.
Y es que ante la esencia humana, la naturaleza o Dios ---llámese como se quiera--- todo es lo mismo, se trata sólo de una diversidad aparente, las contradicciones no lo son más que en apariencia. Creo que la gracia, o el tao, o como queramos llamarla, está siempre a nuestro alrededor ; es la esencia humana, es la luz y es el mismo Dios, y cuando nos entregamos durante un solo instante, entra en nosotros, tanto en un niño como en un sabio. Tengo en gran estima la santidad, pero no soy un santo ni mucho menos, y todo cuanto sé sobre el misterio no lo sé por revelación, sino que lo he buscado y aprendido, ha entrado en mí, por el camino de la lectura, de la reflexión y del estudio.
Me gusta la diversidad, tanto de opiniones como de formas de fe. Esto me impide ser un cristiano verdadero, pues ni creo que Dios haya tenido un solo Hijo, ni que la fe en El sea el único camino hacia Dios o la bienaventuranza. La piedad me es siempre simpática, mientras que las teologías autoritarias, con su pretensión de ser las únicas válidas, me inspiran desconfianza y antipatía.
No creo en absoluto que exista una religión o doctrina mejor que las demás o que sea la única verdadera ---¿para qué, además ?---. El Budismo es muy bueno y el Nuevo Testamento también, cada uno en su momento y allí donde hace falta. Hay hombres que necesitan el ascetismo, y otros que necesitan otra cosa. E incluso, el mismo hombre no siempre necesita lo mismo, a veces quiere acción y dinamismo, a veces quiere reflexionar, otras juego y otras trabajo. Los seres humanos somos así, y los intentos de cambiarnos fracasan siempre.
Pero desconfío de los teólogos y demás especialistas en el enigma del universo cuando hacen de su doctrina religiosa o política una fe infantil en la verdadera exclusiva. Una religión es tan buena como cualquier otra, pues si algo es cierto, también puede ser cierto lo contrario.
Pero no es lo importante una Iglesia, sino la conciencia personal como única instancia, vivificada como la naturaleza o como Dios, que finalmente son una misma cosa : el simple instinto de vivir.
Porque la verdad tiene siempre dos caras y a todos les asiste la razón. No veo el ideal humano en ninguna virtud o credo determinado, y considero que lo más alto a que pueden aspirar los hombres es la armonía más perfecta posible en el alma del individuo. Quien alcanza esta armonía, consigue lo que el psicoanálisis llamaría la libre disponibilidad de la líbido, y de la cual el Nuevo Testamento dice : “Todo es vuestro”.
He encontrado el mismo significado de la existencia humana en hindúes, chinos y cristianos, expresado por doquier con símbolos análogos. Y nada me ha confirmado con tanta fuerza como estas experiencias el hecho de que los hombres tienen un destino, de que la desgracia y el anhelo de la humanidad ha sido una misma en todos los tiempos y en cualquier lugar.
Conozco los grados principales de la historia del alma, como los conocen todos cuantos han pasado por ellos; son realidades. Pero, por su esencia no pueden ser comunicados ni comprendidos por quien no los ha vivido. En cambio, cualquier persona reconoce inmediatamente las experiencias psíquicas que ella misma ha tenido, cuando las encuentra en relatos ajenos. Cualquier Cristo que realmente haya experimentado algo, reconoce las mismas experiencias en Pablo, Pascal, Lutero o Ignacio. Y cualquier Cristo que se haya acercado un poco más al centro de la fe y evolucionado así más allá de las meras experiencias “cristianas”, encuentra en los fieles de otras religiones, aunque hablen con otros símbolos, todas las experiencias fundamentales del alma con todas sus características.
La fuerza de la esencia humana, de la naturaleza o de Dios ---como se quiera llamar--- debería proteger al hombre que camina solo, amarle o hacerle resistente contra dogmas, recetas y programas; agudizar su conciencia y consolidar sus fuerzas espirituales.
Así es que no se debe desear una doctrina perfecta sino el perfeccionamiento de uno mismo. La divinidad está en uno mismo, no en conceptos y libros. Los principios talmúdicos, cristianos, islámicos, hinduistas y budistas son equivalentes. Y los numerosos métodos que ofrecen las religiones ---plegaria, meditación, contemplación, concentración, renuncia de sí mismo, examen de conciencia, paciencia, serenidad--- sólo demuestran que la acción y el cambio ocurren exclusivamente en el individuo, y no pueden tener lugar con ayuda de teoremas, sino mediante la propia experiencia.
Con esto se comprueba que el peor enemigo y corruptor de los seres humanos es la pereza mental y el ansia de tranquilidad que los conduce a lo colectivo, a las comunidades de dogmática fijamente establecida, ya sean religiosas o políticas.
Ahora bien, siempre que en tiempos de crisis faltan las directrices y las leyes, surge un escepticismo hacia dogmas e ideologías, hacia autoridades e instituciones, hacia la Iglesia y el Estado. Pero es muy hermoso, y en el fondo consolador, que todo cuanto en apariencia pertenece para siempre al pasado sea capaz de volver y comenzar una nueva vida.
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