He soñado largo rato bajo el claro de la luna que llena mi cuarto con sus pálidos rayos llenos de confuso misterio. El estado del alma en el que nos sume esta luz fantástica, es asimismo tan crepuscular, que el análisis balbucea y anda a tientas. Es un estado indefinible, inasible, algo semejante al ruido de las ondas formadas por mil sonidos mezclados y confundidos. Es el eco de todos los deseos insatisfechos del alma, de todas las penas sordas del corazón, unidos en una sonoridad vaga que se extingue en el vaporoso murmullo. Todas esas quejas imperceptibles, que no llegan a la conciencia, dan al adicionarse un resultado y traducen un sentimiento de vacío y de aspiración; suenan a melancolía. Estas vibraciones eólicas resuenan en la juventud como una esperanza; lo que prueba que las mil acciones indiscernibles componen perfectamente la nota fundamental de nuestro ser, y dan el timbre de nuestra situación de conjunto. Dime lo que experimentas en tu cuarto solitario, cuando tu lámpara se apaga y la luna te visita, y te diré tu edad y si eres dichoso.
Ese rayo lunar es como una sonda luminosa, lanzada en el pozo de nuestra vida interior, que nos deja ver sus ignoradas profundidades. Nos revela a nosotros mismos y nos hace sentir, no tanto nuestras deformidades, nuestros errores y faltas, como nuestras tristezas.
Quizá, para nosotros, lo que entonces se revela es el estado de su conciencia. Eso depende sin duda de la conducta y de las circunstancias. El enamorado, el pensador, el ambicioso, el culpable o el enfermo no se ven afectados de igual manera.
En cuanto a mí y actualmente, ¿qué me dice ese rayo nocturno?. Que no me encuentro de la norma y que gozo de verdadera paz; que mi alma es un abismo inquieto, a la vez tenebroso y devorador, y que me encuentro en regla con la vida y con la muerte.
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