domingo, 16 de febrero de 2014

El Imperio del Silencio.

Silencio. Habría que erigirle altares de adoración universal. El silencio es el elemento en que se forman las grandes cosas, para que al fin puedan surgir, perfectas y majestuosas, a la luz de la vida que van a dominar. No son sólo los seres considerables del arte, de la ciencia y del pensamiento, los que se abstienen de hablar de lo que proyectan y de lo que crean. Tú mismo, en tus pobres pequeñas perplejidades, intenta detener tu lengua durante un día; y al día siguiente verás cómo tus ideas y tus deberes serán más claros. Qué de restos y qué de escorias no han barrido en ti mismo esos mudos obreros, mientras no entraban los ruidos inútiles.

La palabra es, con sobrada frecuencia, el modo de ahogar y suspender al pensamiento, de suerte que ya no queda ninguno que ocultar. La palabra es grande; pero no es lo más grande que hay. La palabra es de plata, y el silencio es de oro. La palabra es tiempo, y el silencio eternidad. El pensamiento no trabaja más que en el silencio, y la virtud en el secreto.

No hay que creer que la palabra sirva siempre para la verdadera comunicación entre los seres. Pero desde el momento que tenemos verdaderamente algo que decirnos, nos vemos obligados a callar; y si en esos momentos, resistimos a las órdenes invisibles y apremiantes del silencio, hemos hecho una pérdida eterna que los más grandes tesoros de la sabiduría humana no podrán reparar, porque habremos perdido la ocasión de escuchar otra alma y de dar un instante de existencia a la nuestra; y hay muchas vidas en que tales ocasiones no se presentan dos veces.

No hablamos más que en las horas en que no vivimos, en los momentos en que no queremos conocer a nuestros hermanos y en que nos sentimos a gran distancia de la realidad. Y en cuanto hablamos, algo nos previene que hay puertas divinas que se cierran en alguna parte. Por esto somos muy avaros del silencio y los más imprudentes de entre nosotros no se callan con cualquiera. El instinto de las verdades sobrehumanas que todos poseemos nos advierte que es peligroso callar con alguien a quien no se quiere conocer o a quien no se ama; porque las palabras pasan entre los hombres, mientras que el silencio, si ha tenido un momento la ocasión de ser activo, no se borra jamás; y la vida verdadera, la única que deja alguna huella, es toda silencio. Hagan memoria, en este silencio a que hay que recurrir, a fin de que él mismo se explique por sí mismo; y si les es dado bajar un instante, en su alma, a las profundidades habituales de los ángeles, lo que ante todo recordarán de un ser amado profundamente, no serán las palabras que dejó o los gestos que hizo, sino los silencios que vivieron juntos; por que la calidad de esos silencios es la única que reveló la calidad de su amor y de sus almas.


Me refiero al silencio activo porque hay un silencio pasivo, que no es más que el reflejo del sueño, de la muerte o de la no existencia. El silencio que duerme; y mientras dormita, es menos temible la palabra; pero una circunstancia inesperada puede despertarlo de pronto, y entonces es su hermano, el gran silencio activo, el que participa.

Pónganse en guardia. Dos almas van a encontrarse; las paredes van a ceder, los diques van a romperse, y la vida ordinaria va a hacer espacio a una vida en la que todo adquiere mucha gravedad, en que ya nada se atreve a reír, en que ya nada obedece, en que ya nada se olvida.

Y como no ignoramos ese sombrío poder y esos juegos peligrosos, tenemos un miedo profundo al silencio. Soportamos en rigor el silencio aislado, nuestro propio silencio: pero el silencio de varios, el silencio multiplicado, y sobre todo el silencio de una multitud es una carga sobrenatural cuyo inexplicable peso temen hasta las almas más fuertes. Empleamos gran parte de nuestra vida en buscar los lugares en que el silencio no reina. Tan pronto como dos o tres hombres se encuentran, no piensan más que en apartar el invisible enemigo porque muchas amistades ordinarias no tienen más fundamento que el odio al silencio. Y si, a pesar de todos los esfuerzos, logra deslizarse entre dos seres semejantes, estos seres volverán la cabeza con inquietud, hacia el lado solemne de las cosas que no se ven, y se irán luego, cediendo el puesto a lo desconocido, y se evitarán en lo porvenir, porque temen que la lucha secular resulte vana una vez más, y que uno de ellos quizá sea de los que abren en secreto la puerta al adversario.

La mayor parte de las personas no comprenden ni admiten el silencio más que dos o tres veces en su vida. No se atreven a acoger a este huésped impenetrable sino en circunstancias solemnes, pero entonces casi todos los acogen dignamente, pues hasta los más míseros tienen en su existencia momentos en que saben obrar como si ya supiesen lo que saben los dioses. Recuerden el día en que encontraron sin terror su primer silencio. La hora espantosa había sonado, y él venía al encuentro de su alma. La vieron subir de los abismos de la vida de que no se habla, y de las profundidades del mar interior de belleza o de horror, y no huyeron. Era a un regreso, en el momento de una partida, en el curso de una gran alegría, al lado de un muerto o al borde mismo de una desgracia.

Acuérdense de aquellos minutos en que todas las pedrerías secretas se revelaron y en que todas las verdades dormidas despertaron con sobresalto; y díganme si el silencio no era entonces bueno y necesario, si las caricias del enemigo sin cesar perseguido no eran caricias divinas. Los besos del silencio desgraciado porque el Silencio nos besa sobre todo en la desgracia no pueden olvidarse nunca; por esto valen más los seres que con más frecuencia los han conocido. Quizá son los únicos que saben sobre qué aguas mudas y profundas descansa la débil corteza de la vida cotidiana, han ido más cerca de Dios, y los pasos que han dado hacia las luces son pasos que ya no se pierden, pues el alma es una cosa que puede no subir, pero que nunca puede descender.

El gran Imperio del Silencio. Más alto que las estrellas, más profundo que el reino de la Muerte. El silencio y los nobles hombres silenciosos. Se hallan diseminados, aquí y allá; cada uno en su provincia, pensando en silencio, trabajando en silencio, y los periódicos de la mañana no hablan de ellos. Son la sal misma de la tierra, y el país que no tiene personas de esa clase o que tiene demasiados pocos no van bien; es un bosque que no tiene raíces, que todo se ha convertido en hoja y en ramas, y que pronto debe marchitarse para dejar de ser un bosque.

Pero el silencio verdadero es aún más grande y de un acceso más difícil que el silencio material, pero no es uno de esos dioses que pueden abandonar a los seres humanos. Nos rodea por todas partes, es el fondo de nuestra vida sobrentendida, y cuando uno de nosotros llama temblando a una de las puertas del abismo, es siempre el mismo silencio atento el que abre esa puerta.

También aquí somos todos iguales ante la cosa sin medida; y el silencio del rey o del esclavo, en presencia de la muerte, del dolor o del amor, tiene el mismo aspecto, y oculta bajo su manto impenetrable tesoros idénticos. El secreto de ese silencio, que es el silencio esencial y el refugio inviolable de nuestras almas, no se perderá jamás, y si la primera persona que nació encontrase al último habitante de la tierra, callarían de la misma manera en los besos, los terrores o las lágrimas; callarían de la misma manera en todo lo que debe ser oído sin mentiras, y a pesar de tantos siglos transcurridos, comprenderían al mismo tiempo, como si hubiesen dormido en la misma cuna, lo que los labios no aprenderán a decir antes del fin del mundo.

Cuando los labios duermen, las almas despiertan y empiezan a obrar; porque el silencio es el elemento lleno de sorpresas, de peligros y de felicidad, en el cual las almas se poseen libremente. Si quieres confiarte verdaderamente a alguien, calla: y si tienes miedo de callar con él a menos de que ese temor sea el temor o la avaricia augusta del amor que espera prodigios evítalo, pues ya tu alma sabe a qué atenerse. Hay seres con quienes el más grande de los héroes no se atrevería a callar, y hay almas que, aunque nada tienen que temer, tiemblan de miedo de que ciertas almas las descubran. También los hay que no tienen silencio, y que matan al silencio en torno de ellos; y éstos son los únicos seres que pasan verdaderamente inadvertidos. No llegan a atravesar la zona reveladora, la gran zona de la luz firme y fiel. No podemos formarnos una idea exacta del que nunca calló. Diríase que su alma no tuvo fisonomía. "Aún no nos conocemos, me escribía alguien a quien yo quería en grado sumo, aún no nos hemos atrevido a callar juntos". Y era verdad; nos amábamos ya tan profundamente que teníamos miedo de la gran prueba sobrehumana.

Y cada vez que el silencio, ángel de las verdades supremas y mensajero de la incógnita especial de cada amor, descendía entre nosotros, nuestras almas parecían pedir gracia de hinojos e implorar algunas horas más de mentiras inocentes, algunas horas de ignorancia o algunas horas de infancia. Y sin embargo, es preciso que llegue su hora. Es el sol del amor y hace madurar los frutos del alma, como el otro sol los frutos de la tierra. Pero no sin razón las personas le temen, pues nunca se sabe cuál será la calidad del silencio que va a nacer. Si todas las palabras se parecen, todos los silencios difieren, y casi siempre todo un destino depende de la calidad de ese primer silencio que dos almas van a formar. Se efectúan mezclas, no se sabe dónde, porque los depósitos del silencio están situados muy por cima de los depósitos del pensamiento; y el brebaje imprevisto se vuelve siniestramente amargo o profundamente dulce. Dos almas admirables y de igual fuerza pueden crear un silencio hostil, y se harán en las tinieblas una guerra sin tregua, mientras que el alma de un presidiario vendrá a callar divinamente con el alma de una virgen.

No se sabe nada de antemano, y todo eso pasa en un cielo que nunca previene; por esto los seres que más se aman difieren con frecuencia, el mayor tiempo posible, la solemne entrada del gran revelador de las profundidades del alma.

Es que saben también porque el amor verdadero conduce a los más frívolos al centro de la vida que todo lo demás eran juegos de niños en torno del recinto, y que ahora es cuando las murallas caen y la existencia se abre. Su silencio valdrá lo que valen los dioses que encierran; y si no entienden en ese primer silencio, sus almas no podrán amarse, porque el silencio no se transforma. Puede subir o bajar entre dos almas; pero su naturaleza no cambiará jamás, y, hasta la muerte de los seres que se quieren, tendrá la actitud, la forma y la fuerza que tenía en el momento en que, por primera vez, entró en su estancia.

A medida que se avanza en la vida, se observa que todo acontece según no sé qué inteligencia previa de la cual no se habla una palabra, en la cual ni siquiera se piensa, pero de la cual se sabe, sin embargo, que existe en alguna parte, por encima de nuestras cabezas. El más infeliz de los seres humanos sonríe, a los primeros encuentros, como si fuera el antiguo cómplice del destino de sus hermanos. Y en el dominio en que nos hallamos, los mismos que más profundamente saben hablar, sienten mejor que las palabras no expresan jamás las relaciones reales y especiales que hay entre dos seres. Si les hablo en este momento de las cosas más graves, del amor, de la muerte o del destino, no alcanzo a la muerte, al amor o al destino y, a pesar de mis esfuerzos, subsistirá siempre entre nosotros una verdad que no se ha dicho, que no se tiene siquiera la idea de decir; y sin embargo esa verdad que no ha tenido voz será la única que habrá vivido un instante entre nosotros, y no hemos podido pensar en otra cosa. Esa verdad es nuestra verdad sobre la muerte, el destino o el amor; y no hemos podido entreverla sino en silencio. Y nada, a excepción del silencio, habrá tenido importancia.

Todos tenemos algo que todo el mundo quisiera conocer, pero se oculta mucho más alto que el pensamiento secreto; es nuestro silencio secreto. Mas las preguntas son inútiles. Toda agitación de un espíritu en guardia se convierte en un obstáculo para la segunda vida que vive en ese secreto; y para saber lo que existe realmente, hay que cultivar el silencio entre sí, pues sólo en él se entreabren un instante las flores inesperadas y eternas al lado de la cual uno se encuentra. Las almas se posan en el silencio, como el oro y la plata se posan en el agua pura, y las palabras que pronunciamos no tienen sentido sino gracias al silencio en que se bañan. Si digo a una persona que la amo, no comprenderá lo que quizá he dicho a otras mil; pero el silencio que siga, si la amo en efecto, mostrará hasta dónde penetraron hoy las raíces de esta palabra y hará nacer una certidumbre silenciosa a su vez, y ese silencio y esa certidumbre no serán dos veces los mismos en una vida.

¿No es el silencio el que determina y fija la sensación del amor?. Privado del silencio, el amor no tendría sabor ni perfumes eternos. No hay silencio más dócil que el del amor y es verdaderamente el único que nos pertenece.

Todos los demás grandes silencios, los de la muerte, del dolor o del destino no están a nuestra disposición; a la hora por ellos elegida, salen del fondo de los acontecimientos y avanzan hacia nosotros, y las personas a quienes no encuentran no tienen ningún reproche que hacerse. Pero podemos salir al encuentro de los silencios del amor. Gracias a éstos, los que casi no han llorado pueden vivir con las almas tan íntimamente como los que fueron muy desgraciados; por esto, los que amaron mucho saben secretos que otros ignoran; pues hay, en lo que callan los labios de la amistad y del amor profundos y verdaderos, millares y millares de cosas que otros labios nunca podrán callar.


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