martes, 24 de diciembre de 2013

Navidad 2013

Algunas personas han despertado en mí el noble deseo de mirar profundamente el alma del vasto mundo. Y sé que eso puede ocurrirle a toda la gente. Diríase que quien nos transmite la viva llama de la belleza, el afán de alcanzar lo inalcanzable, fue necesariamente inspirado por otro ser, por la gracia del mundo,  por la persona que amó.

Por la contemplación de ese cielo inmaculado o por el regalo prodigioso de un ser amado, sentimos el esplendor de la vida, advertimos la esencia escondida en las cosas: por el espíritu que, en los momentos más lúcidos parece corporeizarse; o por la carne, que en el amor parece iluminada.

Existen los grandes cantores del espíritu, los videntes apasionados, los que con sus palabras nos señalan una ruta mística que ha de conducirnos al pleno goce de la vida, y nos dejan también el recuerdo de un amor que, nacido en la sangre, creció hasta confundirse con las más profundas adivinaciones, hasta ser guía de su vida, musa de su inspiración.

Lo desconocido, lo incompleto, aquello de que sólo tenemos un indicio, es lo que despierta el ansia de totalidad y perfección, de plenitud; el ansia de una plenitud nunca alcanzada y, probablemente, inalcanzable. No nos engrandecemos sino engrandeciendo los misterios que nos abruman. Mi espíritu no se conforma con las apariencias: busca la desnudez del mundo. Engrandece los misterios para encontrar, en una atmósfera superior, las relaciones sorprendentes, las posibles analogías; los caminos redentores, esclarecedores. Un vivo afán desencadenar el alma, por poner en libertad al ser poderoso y mágico que llevamos dentro.

Esa pasión por romper la fría y endurecida cáscara del mundo para ver y sentir, tras las apariencias, el mundo fluyente es, en primer lugar, su pensamiento; ese es su punto de partida. Todos somos, en éste como en otros sentidos, hermanos. Pensamos lo mismo, aún sin saber que lo pensamos. Vivimos por lo mismo y para lo mismo. Una verdad escondida es lo que nos hace vivir. Aún la enfermedad, el mal, la aceptación del dolor, la nostalgia de infinito y lo que llamaríamos la luz de la voluptuosidad, son motivos de inspiración.

Constituyen un apasionado e indecible himno a la vida escondida y poderosa: a la vida no vivida. Son, al mismo tiempo, un camino de luz dentro de nuestra propia alma... Todo ello fluye en los arrebatos de nuestra esperanza y en las melancolías de nuestro desaliento. No importa que la verdad prevista no aparezca fácilmente; hay que buscarla eternamente,  peregrinar en su busca; existe, debe existir. Radica en la identidad absoluta de lo objetivo y lo subjetivo, y va marcando la lejanía del tiempo y la proximidad del corazón. Ese mundo espiritual y armonioso en el que se funden melancolía y esperanza; la ilusión, el mito y la nostalgia.

Lo verdaderamente humano son esos pensamientos impregnados de ese perfume especial de nuestra alma. Sin esfuerzo se reconoce ese perfume que ninguna lengua podrá definir jamás. Pero aún mi pensamiento lo intenta, vertido directa, nerviosa y casi ciegamente sobre el papel. Esta carta dedicada a todos ustedes es un ejercicio más del alma y del amor.

Os deseo a todos una celebración de Navidad santificada por la paz interior, la concordia, la convivencia, la reciprocidad de los buenos deseos y la mutualidad de la buena voluntad. A cada uno de ustedes os hago llegar mi amor, mi fuerte abrazo, mis mejores deseos y mis saludos cordiales. Levanto mi copa y brindo por su salud y la de sus seres queridos.
¡Feliz Navidad para todos!


No hay comentarios.: