Desesperamos por llegar a conocer el origen del universo, su fin, sus leyes y sus intenciones, y concluimos por dudar que las haya. Más sabio sería decirnos humildemente que aún no estamos en aptitud de concebir tales ideas. Es probable que si mañana se nos entregase la clave del enigma, nos sucedería lo que a un perro al que se le enseña la llave de un reloj de la que no comprenderá su uso. Revelándonos su gran secreto, no nos enseñaría gran cosa; o al menos, tal revelación, no tendría más que una influencia insignificante en nuestra vida y en nuestra moral; en nuestra felicidad, esfuerzos y esperanzas, porque al extender sus alas se cernería a tal altura que nadie la percibiría y sólo despejaría el cielo de nuestras ilusiones religiosas dejando en su lugar el vacío infinito del éter.
Por lo demás, nadie ha dicho que no seamos poseedores de esa revelación, porque es posible que las religiones de los pueblos desaparecidos, como Lemures, Atlántida y otros más la hayan conocido; y que nosotros descubramos los escombros en las tradiciones esotéricas llegadas a nuestro conocimiento. En efecto, no hay que olvidar, que al lado de la historia secreta de la humanidad que saca la sustancia de sus leyendas, de los mitos jeroglíficos y monumentos extraños; de escritos misteriosos y del sentido oculto de los libros primitivos. Es muy seguro que si la imaginación de los intérpretes de esta historia oculta es a menudo atrevida, todo lo que afirman no es desdeñable y merece ser examinado más seriamente de lo que ha sido hasta ahora.
Los iniciados siempre han considerado cada continente como un ser sometido a las mismas leyes que el ser humano. Para ellos, los minerales constituyen la osamenta; la flor, la carne; la fauna, las células nerviosas; y las razas humanas, la sustancia gris del cerebro. Este continente no sería más que un órgano de la Tierra del que cada ser humano sería una célula pensante y de los que la totalización de los pensamientos humanos expresarían el pensamiento general. La Tierra misma, no sería más que un órgano del sistema solar considerado a su vez como individuo, y nuestro sistema solar también no sería más que un órgano de otro ser del infinito, del que la estrella Alfa de la constelación de Aries vendría a ser el corazón. En fin, por una síntesis última, se llega al Cosmos, que expresa la totalización general de todo, en un ser del que el cuerpo es el mundo; y el pensamiento, la inteligencia universal, divinizada por la religiones.
La evolución universal es una cadena sin principio ni fin, en la que desaparecen los eslabones, uno a uno, en el campo de nuestra conciencia. No hay muerte ni disolución, más que desde el punto de vista individual. La oscuridad es la recompensa de la luz; la tarde compensa la mañana; la vejez es el precio de la juventud; y la muerte es el reverso de la vida. En realidad, sin embargo, toda evolución es continua al mismo tiempo que interrumpida. Es el acceso directo a la ley del Karma, la más admirable entre los descubrimientos morales, porque representa la libertad abstracta; y basta para libertar la voluntad humana de todo ser superior y del infinito. Somos nuestros propios creadores y únicos señores de nuestro destino: nadie más que nosotros se recompensa o se castiga; no hay pecado sino solamente consecuencias; no hay moral, sino únicamente responsabilidades. En virtud de esta ley soberana, el individuo debe renacer para cosechar lo que ha sembrado.
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