sábado, 6 de agosto de 2011

La Sabiduría de la mano de la Felicidad

Desconfiemos siempre de la sabiduría y de la felicidad fundadas en el desprecio de alguna cosa. El desprecio y el renunciamiento nos abren el asilo de los ancianos y de los débiles. Pero en tanto que el desprecio o el renunciamiento deban tomar la palabra o agitar un pensamiento amargo en nuestro corazón, la alegría que ya no queremos nos es todavía necesaria.

Evitemos introducir en nuestra alma ciertos parásitos de las virtudes. Y la renunciación es a menudo un parásito. Aunque no la debilite, inquieta nuestra vida interior. Cuando el desprecio o la renunciación entran en nuestra alma, todas sus potencias y virtudes abandonan su tarea para reunirse en torno al huésped que les trae el orgullo. Porque la felicidad del renunciamiento nace casi siempre del orgullo. Sin embargo, si hay empeño en renunciar a alguna cosa, conviene renunciar ante todo a las felicidades del orgullo, que son las más engañosas y las más vacías.

El sabio no está hecho para ser desgraciado, y es más glorioso y más humano también; no dejar de ser sabio permaneciendo feliz. El fin supremo de la sabiduría es precisamente encontrar el punto fijo de la felicidad en la vida. Pero buscar ese punto fijo en la renunciación y en el adiós a la alegría, es ir a buscarlo tontamente en la muerte. La sabiduría es la esposa respetada de nuestras pasiones, nuestros sentimientos, de todos nuestros pensamientos y todos nuestros deseos.

No es renunciando a felicidades que nos rodean como llegaremos a ser sabios. Llegando a ser sabios es como renunciaremos sin saberlo a las felicidades que no se elevan hasta nosotros. La sabiduría camina más de prisa en la felicidad que en la desgracia. Las lecciones de la desgracia sólo ilustran una parte de la moral, y la persona que es sabia porque ha sido desgraciada, se parece al ser que ha amado sin que le amasen. Ignorará siempre en la sabiduría lo que el otro ignorará en un amor al que el amor no respondió jamás.

La felicidad es más y menos envidiable porque es cosa muy distinta de lo que piensan los que no han sido completamente felices. Estar alegre, no es ser feliz, y ser feliz no es siempre estar alegre. No hay más que las pequeñas felicidades de un instante que sonríen y que cierran los ojos en el tiempo que tardan en sonreír. Pero, llegado a cierta altura, la felicidad permanente es tan grave como una noble tristeza.

Los pensadores que conocieron la felicidad aprendieron a amar la sabiduría mucho más íntimamente que los que fueron desgraciados. Hay una gran diferencia entre la sabiduría que crece en la desgracia y la que se desarrolla en la felicidad. La primera consuela hablando de la felicidad; pero la segunda no habla más que de ella misma. Al extremo de la sabiduría del desgraciado está la esperanza de la felicidad; al extremo de la del ser humano feliz, no hay más que la sabiduría. Si el fin de la sabiduría es encontrar la felicidad, sólo a fuerza de ser feliz se acaba por saber que ese fin no se encuentra sino en ella. 

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