domingo, 23 de agosto de 2009

Actitud


Somos seres de la misma especie. Y todos nosotros, que no pensamos únicamente en llenar el estómago y la billetera, ¿qué esperamos? Esperamos que las cosas vayan mejor, que nuestro país progrese, que los seres humanos –pocos o muchos— mejoren. En el fondo del gozo que construimos con la convivencia se encuentra algo más que una particular alegría, mutua y personal, que sólo somos capaces de otorgar, recibir y disfrutar en el ejercicio de la convivencia, como mecanismo para enriquecer la verdad y la esencia humanas.

¿Cómo entendemos ese mejoramiento de los seres humanos? Ante todo, como mejoramiento material. Que las personas estén más sanas, que no deban matarse o embrutecerse en el trabajo, que no empiecen a carecer de lo necesario y que dispongan de aquellas cosas superfluas que nosotros mismos poseemos o queremos poseer. ¿Y después? Mejoramiento moral también, e intelectual. Deseamos que las personas –todas— sepan leer y escribir, que lean buenos libros y que aprendan a razonar correctamente, con sofismas, con ilusiones.

¿Y luego? Aquí es donde se encuentra mucha de nuestra razón de ser y donde se explica gran parte de este modo de enfocar la vida. Esos seres humanos que tienen qué comer, que pueden reposar y que saben razonar, ¿deben detenerse ahí?; ¿no deben vivir mejor, de formas más racional, más semejante a lo que deseamos para nosotros mismos y que ya en parte intentamos realizar nosotros, que somos, hasta cierto punto privilegiados del espíritu?

Existen cosas que, en lo privado y en lo social, debemos perpetuar en y entre nosotros mismos. Cuanto hacemos para procurar que los demás vivan contentos y tranquilos lo hacemos para que las almas disfruten al fin de la libertad de vivir, de vivir por su cuenta y no solamente para ayudar –bajo formas de razón, juicio, ingenio, etc.--- al cuerpo a desembarazarse de pesadas cargas.

La filosofía consiste en un modo particular de contemplar y de sentir el mundo. Y es el único modo de verlo que puede hacerlo soportable y magnífico en todas sus partes. En esencia, nos une la misma filosofía, una fuerza básica de la que depende nuestra estabilidad más interna y que sólo podemos activar entre seres afines y que nos hace, más allá de nuestro público actuar, poetas y visionarios, guías mutuos y receptores de nuestra magia y sensibilidad.

¿Qué significa que veamos y sintamos poéticamente el mundo? Significa precisamente verlo como lo ve un espíritu desinteresado, que se siente en aquel momento libre y puro; es decir, únicamente espíritu, alejado de toda ocupación y preocupación material, corporal y social. Significa poder gozar sin prevenciones, de la belleza del mundo; saber ver la belleza hasta de lo que parece más mezquino, más ruin, más horrible; significa captar las relaciones, las armonías que no sean las acostumbradas concatenaciones de causa y efecto, de utilidad o perjuicio, a través de las cuales vemos de continuo la realidad para nuestras necesidades prácticas; significa, en suma, relajación y reposo, desahogo del ánimo y del corazón.

Es necesario saber ver poéticamente, de vez en cuando, cuanto nos rodea. El mundo es algo espléndido, magnífico, hasta en sus manifestaciones más horribles y dolorosas. Pero la vida ordinaria tiende a obligarnos a atravesar durante toda la existencia, camino adelante, sin mirarlo, sin sentirlo. Servirse de él pero sin gozarlo. El mundo se nos aparece como un bazar atestado de cosas excelentes, una reserva de fuerzas que pueden ser utilizadas en cualquier momento; pero nunca, o casi nunca, como un espectáculo digno de ser contemplado para alegría y consuelo nuestro. Vamos avanzando, encorvados bajo nuestra propia carga, excitados por nuestro propio trabajo.

Pero debería haber para todos momentos de tregua y de reposo, en los que la realidad no debería ser sencillamente un campo que ha de fructificar, sino de belleza multiforme que se ha de descubrir. Para esta tarea es que nos necesitamos los unos a los otros. Deseo solamente un poco de poesía cada día; una poesía llena de comunión en la palabra, los sentidos, la conversación de las ideas, las emociones y el amor bautizado por el cariño y la compañía; mi poesía cotidiana, necesaria al espíritu como el pan es necesario al cuerpo.

En contacto con algunas personas esenciales, siento líricamente cómo los pequeños objetos de la vida me hablan de los placeres vividos que ya pasaron, como todos los placeres, y con su armonía de tonos y de colores me consuelan del pensamiento del fluir inevitable de todas las cosas. ¿Ocio? De ningún modo. También esto es trabajo, y un trabajo nada fácil. Es un trabajo distinto. Un trabajo que descansa, un trabajo del espíritu para el espíritu, sin fines bastardos, físicos o comerciales. Es el trabajo al que aspira todo ser humano que quiere vivir verdaderamente y no solamente preparar los medios para vivir. Es uno de los poquísimos trabajos de los que se puede decir, sin hipocresías moralistas, que ennoblece al ser humano.

La esencia individual de cada uno se unifica con aquella incluyente de la especie: se trata de volver a amar todas las cosas más sencillas y primitivas, mucho más atrayentes y descansadas de los sistemas y las frases. No se trata de saber; se trata de sentir, de intuir, de gozar, de amar.

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