Esperanza 2/2
Hablen de aprecio, de respeto entre las personas. En este instante nada podrán decir que sea tan hermoso. Cuanto más negra es la noche, tanto más brillan sus estrellas. Que hable de amor ahora quien lleve paz en su interior, ahora que en la borrasca silban el odio y el rencor, ahora que el cielo está sombrío y más sombrío el corazón; que después... ya lo saben: cuando la tormenta pasa, hasta las charcas cenagosas del camino reflejan el cielo azul.
Como en un cuento de la niñez, que sin duda todos recuerdan, la senda larga es la buena senda. La senda del respeto y del honor. Quien vaya por ella, que no vacile, y que al avanzar recuerde que no se es bueno, ni se es justo por incapacidad de hacer daño. El bien se hace a sabiendas y a quien lo merece.
La venganza no es un remedio, pero la justicia es un deber. El que ha sufrido y el que ha hecho sufrir no pueden ser medidos con la misma vara. Lo bueno, cuando es justo, es dos veces bueno. Siendo injusto, hasta lo bueno se hace malo.
Vivimos juzgando obras ajenas y propias. Toda persona es un poco juez, y para serlo necesita, al mismo tiempo, fases suaves y filos cortantes, como una espada. La persona sin aristas es una piedra rodada, que sólo sirve para rodar. Para sentir repudio por la injusticia, no es necesario ser perfecto, basta con no ser perverso. No importa que procediendo así el camino se alargue. Algún día se llegará. No hay mar sin orillas, por grande que sea.
No lamentemos errores pasados, si ellos nos han enseñado algo útil para evitarlos mañana. El presente es la oportunidad de aprovechar el pasado en beneficio del porvenir. Pero no basta decir bien, es necesario proceder mejor. Las palabras nunca podrán sustituir a los hechos. Los brillantes, por más que brillan, no son estrellas, y las palabras, por muy sonoras que nos parezcan, no son acciones. Es necesario proceder bien y sin demora inútil.
Entre la idea que encierra una esperanza y el acto que quiere darle vida, nunca media el infinito. Si se mira, con mirar sereno, el cielo no está tan lejos de la tierra.
No importa que al pasar dejemos algo de lo que creemos que nos pertenece. Si bien se piensa, nada hay que sea realmente nuestro. Nuestro es aquello que nada ni nadie nos puede quitar, que retendremos siempre si esa es nuestra voluntad; aquello de que podemos disponer a nuestro antojo, que sólo de nosotros depende. Eso sí es nuestro, eso sí sería nuestro si hubiera algo de esas condiciones.
Es preciso convencerse de que no hay nada que nos pertenezca en esa forma. Todo es prestado, por un rato nada más. Todo es prestado, hasta lo que llamamos con orgullo nuestra propia vida. Pensando así, se ve que no es razonable querer sacar de las cosas un provecho tan grande como si la vida fuera eterna.
El usurero, que por guardar su oro, ni él mismo lo disfruta, por este falso concepto de propiedad, sin advertirlo, se refleja en nuestros actos, algunas veces. Por nuestra propia felicidad luchamos, por momentos, con tal violencia, que por pretender cada uno para sí toda la ventura, sólo alcanza la desdicha para todos. Un día ví a unos niños luchar por una flor. Todos hubieran podido, a un mismo tiempo, disfrutar con calma de su belleza, pero cada uno la quería sólo para sí. En el ansia de posesión entre tanta mano que quería tomarla, la flor se deshizo, no fue para nadie. Para todos, en cambio, hubo una desilusión. Y no sólo son los niños quienes proceden así.
Si el ser humano pensara siempre en dar algo de sí antes de quererlo todo para él... Dar de sí antes de pensar en sí.
Como en un cuento de la niñez, que sin duda todos recuerdan, la senda larga es la buena senda. La senda del respeto y del honor. Quien vaya por ella, que no vacile, y que al avanzar recuerde que no se es bueno, ni se es justo por incapacidad de hacer daño. El bien se hace a sabiendas y a quien lo merece.
La venganza no es un remedio, pero la justicia es un deber. El que ha sufrido y el que ha hecho sufrir no pueden ser medidos con la misma vara. Lo bueno, cuando es justo, es dos veces bueno. Siendo injusto, hasta lo bueno se hace malo.
Vivimos juzgando obras ajenas y propias. Toda persona es un poco juez, y para serlo necesita, al mismo tiempo, fases suaves y filos cortantes, como una espada. La persona sin aristas es una piedra rodada, que sólo sirve para rodar. Para sentir repudio por la injusticia, no es necesario ser perfecto, basta con no ser perverso. No importa que procediendo así el camino se alargue. Algún día se llegará. No hay mar sin orillas, por grande que sea.
No lamentemos errores pasados, si ellos nos han enseñado algo útil para evitarlos mañana. El presente es la oportunidad de aprovechar el pasado en beneficio del porvenir. Pero no basta decir bien, es necesario proceder mejor. Las palabras nunca podrán sustituir a los hechos. Los brillantes, por más que brillan, no son estrellas, y las palabras, por muy sonoras que nos parezcan, no son acciones. Es necesario proceder bien y sin demora inútil.
Entre la idea que encierra una esperanza y el acto que quiere darle vida, nunca media el infinito. Si se mira, con mirar sereno, el cielo no está tan lejos de la tierra.
No importa que al pasar dejemos algo de lo que creemos que nos pertenece. Si bien se piensa, nada hay que sea realmente nuestro. Nuestro es aquello que nada ni nadie nos puede quitar, que retendremos siempre si esa es nuestra voluntad; aquello de que podemos disponer a nuestro antojo, que sólo de nosotros depende. Eso sí es nuestro, eso sí sería nuestro si hubiera algo de esas condiciones.
Es preciso convencerse de que no hay nada que nos pertenezca en esa forma. Todo es prestado, por un rato nada más. Todo es prestado, hasta lo que llamamos con orgullo nuestra propia vida. Pensando así, se ve que no es razonable querer sacar de las cosas un provecho tan grande como si la vida fuera eterna.
El usurero, que por guardar su oro, ni él mismo lo disfruta, por este falso concepto de propiedad, sin advertirlo, se refleja en nuestros actos, algunas veces. Por nuestra propia felicidad luchamos, por momentos, con tal violencia, que por pretender cada uno para sí toda la ventura, sólo alcanza la desdicha para todos. Un día ví a unos niños luchar por una flor. Todos hubieran podido, a un mismo tiempo, disfrutar con calma de su belleza, pero cada uno la quería sólo para sí. En el ansia de posesión entre tanta mano que quería tomarla, la flor se deshizo, no fue para nadie. Para todos, en cambio, hubo una desilusión. Y no sólo son los niños quienes proceden así.
Si el ser humano pensara siempre en dar algo de sí antes de quererlo todo para él... Dar de sí antes de pensar en sí.
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