¿Se puede partir de cero después de haber invertido en una vivencia mucho tiempo, recursos, energía, expectativas y emociones? Sí, sí se puede; y además, se debe. El mundo tiene muchas voces y el alma tiene sus horas y momentos para cada cosa. En la vida, se da y se toma, se pelea y se disfruta, se ríe y se llora; y todo debe ser registrado. La existencia es producto de los valores y no de los sentimientos; es decir, es resultado de la responsabilidad personal y de las actitudes. Por eso es que se deben subordinar las emociones a la inteligencia.
Realizar pruebas piloto, a la hora de vivir, permite pequeños fracasos. Nuestra mayor debilidad consiste en rendirnos y la manera más segura de triunfar es tratar, siempre, sólo una vez más. La mayor experiencia espiritual de que somos capaces los seres humanos es siempre una reconciliación entre la razón y el respeto, un reconocimiento profundo de igualdad entre las grandes contradicciones. La acción y el cambio ocurren exclusivamente en el ser humano, y no pueden tener lugar con ayuda de teoremas, sino mediante la propia experiencia. Encarar la vida, tal cual es, es un buen camino para medir la propia personalidad y darse cuenta de las propias capacidades. Porque ante lo inevitable, están los valores de actitud. A todos nos toca experimentar etapas de vivir y etapas de sobrevivir.
Y aunque en el mundo actual reina una extraña confusión, una preocupación es como un sentido nuevo que se abre en nuestro espíritu y que nos permite percibir mil cosas, ignoradas para quien pasa distraído al lado del problema que nos obsesiona. Hay que aprender a apreciar las partes que la vida nos muestra; y, si es posible, apreciar el todo. En el momento en que uno comprende la conciencia, ésta surge. La ecuanimidad es la aceptación voluntaria de las cosas que nos son asignadas por la naturaleza global.
No podemos tener miedo a apostar por nuestra felicidad. Siempre se debe enriquecer nuestra propia verdad, porque hasta que la mente no sepa lo que es la felicidad, no podrá plantear objetivos claros. La felicidad es lo único que permite tener objetivos claros, y eso sólo se logra venciendo la negatividad.
Pero como la gente, en lugar de aprender de los golpes, llora por los golpes, nunca aprender a crecer. Sin embargo, ¿por qué, si en un momento se produce la desesperación, no debe darse en un momento la alegría? Comprender esto nos debe permitir vivir abiertos a todas las posibilidades. Esta conciencia genera e impulsa nuestro optimismo: la búsqueda de lo óptimo, de lo mejor, del desarrollo.
Uno tiene que saber quién es para poder construir; encontrar la esencia de nuestra vida para saber dirigir nuestros propios proyectos. Existe una actitud que consiste en descubrir en cada instante muchos aspectos de los objetos, lugares, personas y experiencias conocidas, en lugar de tenerlas por consabidas y de que la vista los relegue a la condición neutral; este hecho, esta actitud, se llama interiorizarse en las cosas y es una tarea de amor puro.
El espíritu, lo que es el espíritu, es como la luz; tan tranquilo y sensible, tan elástico y penetrante, tan poderoso e imperceptiblemente activo como este precioso elemento lumínico que se reparte sobre todas las cosas en la justa y exacta medida, y que las hace aparecer a todos con una encantadora variedad.
No debemos temer ni creer ilícito nada de lo que nuestra alma desea de nosotros. Nunca se debe perder la confianza en la vida; ella sabe lo que hace. Pero se necesita serenidad; es decir, control de las propias emociones. No es algo que esté fuera de nuestro control. Creo en el amor, en la paz, en el pensamiento positivo. Mientras hay vida hay esperanza. En mi caso, nacida del amor, la tristeza y los presentimientos, creció la conciencia.
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