miércoles, 26 de septiembre de 2012
Apuntes para una teoría de la Belleza.
Las modas sociales son parte de la cultura de los pueblos. Representan corrientes de reconocimiento e integración que influyen en distintos ámbitos de la organización social. Desde los usos del lenguaje y los modales, hasta la vestimenta y los hábitos alimenticios, las modas marcan épocas y determinan parte de la marcha de la humanidad. Los opulentos cuerpos de la posguerra, las largas cabelleras de los 60´s. y el culto al “fitness”, hace 20 años, son algunas de las modas que la sociedad ha adoptado en las últimas cinco décadas.
Actualmente, nos enfrentamos al terrorismo de la delgadez y del acercamiento a la naturaleza luego del terrorismo antinatural, abanderado por la comida chatarra cocinada en microondas. Detrás de todo esto hay una ideología. Nada escapa al movimiento global de la humanidad, ni escapa a los fenómenos políticos. El modelo propuesto de delgadez define el concepto actual de la belleza. Del mismo modo, los eventos que transforman la estructura social transforman la visión de la belleza. Como fenómeno social, la representación de lo bello cambia de acuerdo con los procesos que marcan la historia mundial, traducida en eventos culturales que validan su resultado.
En la sociedad actual, esa validación se efectúa a través de métodos audiovisuales, ya que la imagen populariza la ideología y carga con los prejuicios en uso. Cuando una sociedad quiere imponer un cambio, un modelo de vida a un conjunto de la población, la imagen reina.
La representación de la mujer a través de la historia ha sido siempre un asunto de hombres; se establece la imagen que el hombre define y que se trata, además, de la mujer de la clase dominante. Se hace menos una descripción que un modelo al cual hay que someterse, una especie de arquetipo estético: opulenta o delgada, seguida de una noción ética: bruja o santa; y el canon social: esclava o liberada, y el paradigma vestimentario: oculta o revelada.
Una vez que todo se ha desmoronado: las ideologías, los superhéroes, la lucha de clase, los valores, sólo queda un absoluto colectivo: la belleza. El cuerpo se ha vuelto un templo. Pero la representación de la belleza siempre ha sido coercitiva, una especie de cárcel. En estos términos, la gloria actual resulta superficial y vacía. Las mujeres “bellas” de hoy son huecas y sin personalidad: la imagen de la belleza del nuevo siglo no tiene nada.
¿Cómo soñar si el cine ya no produce mitos?. No importa el vacío sideral de las mujeres bellas de nuestros días, pero gravitan al encuentro de tres valores básicos de la globalidad: Belleza, Dinero, Éxito. El culto narcísico del cuerpo es uno de los rasgos esenciales de la postmodernidad en donde lo importante es parecer y seducir; en lo cual juega un papel trascendente el imaginario masculino. ¿Acaso ese mundo de mujeres bellas, ese pozo de deseos, los salva de su propia realidad?.
Las chicas bellas de hoy no son sólo modelos, se presentan como la punta de la civilización, la quintaesencia de nuestra sociedad de espectáculo y consumo. Frente a la realidad que es la muerte, el sufrimiento y la violencia, las mujeres bellas ocupan el lugar de lo imaginario, el reverso de la moneda. Son serenas, marmóreas; ninguna certeza puede ser contestada en ellas; son la manera fácil de huir de un mundo demasiado agresivo, de olvidar el desempleo, las preocupaciones, el Sida. Son un tipo de opio.
Lo que “fascina” de las mujeres bellas de hoy es el gran dinero que ganan. En estos tiempos de angustia profesional parecen ser un contra modelo; no tienen patrón, no tienen oficina, no tienen obra, parecen tener una formidable libertad. Y dado que el dinero está bien parado en la lista de los ideales colectivos, ¿acaso no es esto el “éxito” de la globalización?. Las mujeres bellas de hoy han guardado el gusto por el dinero, pero nada más. Su tiempo se mide en dólares y en el espacio mediático que ocupan, pero jamás por el nivel de emoción que suscitan en el imaginario; aquí no hay emoción, sino sugerencias absurdas. Dramáticamente, estas mujeres bellas se fabrican en serie y, una vez capturadas, hay que popularizarlas. Todo es falso en este universo pretendidamente artístico, donde hay que seguir las opiniones de otros, que se reproducen “ad infinitum”. Su característica es la finitud, todo se acaba pronto y hay que producir nuevos modelos sin cesar. Hay algo de trágico en ese mundo.
Nuestra civilización ha mantenido una relación muy ambigua con el entorno femenino; esa ambigüedad ha ido dando tumbos en esquemas de valoración, traducidos en modelos de aceptación y preferencia, lo cual aplica en una génesis de la vanidad y el reconocimiento, en ambos sexos, con un resultado que va del maquillaje a los adornos corporales. En la antigüedad, había que pintarse para ser reconocido; el que se quedaba en estado de naturaleza no se distinguía de la bestia. Aquí y hoy, como ayer y allá, hay que pintarse, remodelarse, mutilarse, tatuarse, torturarse; es decir, volverse monstruo para dejar de ser bestia. Los tratos que se infligen las personas, las mutilaciones, tatuajes, liposucciones, etc. son preocupaciones confundidas entre eróticas, fetichistas, estéticas, religiosas, jerárquicas; constituyen una obsesión de nuestros días que genera al cuerpo objeto, al cuerpo rompecabezas. Hay en todo esto como una negación de la muerte que cuestiona la memoria, cuestiona la vida y cuestiona la naturaleza. Es la emoción creada y la emoción negada.
Y sin embargo, al final, más allá de las consideraciones temporales, culturales, estéticas o sensacionalistas, de los rasgos, la complexión y la raza, hay una verdad innegable: No existe fealdad en un rostro cuyos rasgos expresan las posibilidades de la pasión y la imposibilidad de la mentira. Esta es la belleza verdadera y poco tiene que ver con la historia de las modas y sus fundamentos estéticos, ideológicos y comerciales.
martes, 25 de septiembre de 2012
Las letras: un regalo de ida y vuelta.
“Desde tierras distantes trajiste este cuaderno y desde tierras cercanas lo empiezo a llenar. Me gusta que las páginas vacías de este cuadernillo extranjero cobren vida con letras dirigidas e inspiradas por ti. Aunque aquí se desata una controversia: Un regalo es algo muy importante. Se regala algo con todo gusto y complacencia para que el beneficiario lo disfrute, lo use, lo incorpore a su actuar y, así, le dé sentido al obsequio. Asimismo, el destinatario se compromete a valorar el regalo, cuidarlo y tenerlo presente, ya sea atesorándolo o usándolo hasta que el regalo cumpla su vida útil. Yo soy partidario de esta última opción. Pero, ¿se debe devolver un regalo o a su vez volverse a regalar permitiéndole circular en un torrente de afectos, el cual es el flujo que inspira y da vida a los regalos?.
Existen muchos puntos de vista al respecto, basados en aspectos morales, educativos y materiales. Pero es aquí donde, en nuestro caso, existe la singularidad: Tú me obsequiaste este adorable cuadernillo y desde que lo ví, lo sopesé entre mis manos, aprecié la textura de sus hojas con las yemas de mis dedos, y observé tu rostro generoso, lleno de afecto y pasión por contribuir con material de escritura para mis ideas; supe que no podía escribir aquí, cualquier cosa. Al paso de los días, al apreciar sus bordes, en sus páginas vacías se acumulaban ya los recuerdos y las resonancias de nuestras charlas; entendí que las letras destinadas a este cuadernillo debían tener un sentido; ese sentido tenías que ser tú.
Lo demás ha sido dictado por mi intuición. Nunca he escrito un diario y tampoco tuve la intención esta vez. El corazón me dictó traer el cuadernillo conmigo todo el tiempo y prolongar en él mi diálogo contigo. ¿Qué escribiría aquí?. Algo muy similar al diálogo con mi conciencia y, tal vez, parecido a lo que plasmo en mi libreta de notas. Pero la libreta es como un careo conmigo mismo y el pensamiento en voz alta, mientras que en este cuaderno mis disertaciones estarán orientadas e inspiradas por ti.
Más allá de “las circunstancias mutuas, los caminos andados y el montón de historia que cada uno de nosotros lleva a sus espaldas”, que consignas en una de tus cartas, influyes y abarcas fibras vitales de mi persona, ocupas un lugar cercano regocijando a mi corazón y vibrando al unísono de mi mente; la encrucijada que nos mantiene unidos es especial y aún tiene mucho que dictar entre nosotros. No le temas, deja que el impulso te atrape y haz tu parte para enriquecer este puente, con los mismos elementos que has puesto para que surja.
Así es que y espero que no te enfades conmigo te regalaré a mi vez este cuadernillo extranjero, pero lleno de mis ideas, visiones y diálogos que mantengo contigo desde donde me encuentro. Este diálogo contigo inicia la vida de estas páginas y me acompaña con toda la intensidad de la memoria de mis sentidos y de mi alma.”
domingo, 23 de septiembre de 2012
Apuesta por la Felicidad
¿Se puede partir de cero después de haber invertido en una vivencia mucho tiempo, recursos, energía, expectativas y emociones? Sí, sí se puede; y además, se debe. El mundo tiene muchas voces y el alma tiene sus horas y momentos para cada cosa. En la vida, se da y se toma, se pelea y se disfruta, se ríe y se llora; y todo debe ser registrado. La existencia es producto de los valores y no de los sentimientos; es decir, es resultado de la responsabilidad personal y de las actitudes. Por eso es que se deben subordinar las emociones a la inteligencia.
Realizar pruebas piloto, a la hora de vivir, permite pequeños fracasos. Nuestra mayor debilidad consiste en rendirnos y la manera más segura de triunfar es tratar, siempre, sólo una vez más. La mayor experiencia espiritual de que somos capaces los seres humanos es siempre una reconciliación entre la razón y el respeto, un reconocimiento profundo de igualdad entre las grandes contradicciones. La acción y el cambio ocurren exclusivamente en el ser humano, y no pueden tener lugar con ayuda de teoremas, sino mediante la propia experiencia. Encarar la vida, tal cual es, es un buen camino para medir la propia personalidad y darse cuenta de las propias capacidades. Porque ante lo inevitable, están los valores de actitud. A todos nos toca experimentar etapas de vivir y etapas de sobrevivir.
Y aunque en el mundo actual reina una extraña confusión, una preocupación es como un sentido nuevo que se abre en nuestro espíritu y que nos permite percibir mil cosas, ignoradas para quien pasa distraído al lado del problema que nos obsesiona. Hay que aprender a apreciar las partes que la vida nos muestra; y, si es posible, apreciar el todo. En el momento en que uno comprende la conciencia, ésta surge. La ecuanimidad es la aceptación voluntaria de las cosas que nos son asignadas por la naturaleza global.
No podemos tener miedo a apostar por nuestra felicidad. Siempre se debe enriquecer nuestra propia verdad, porque hasta que la mente no sepa lo que es la felicidad, no podrá plantear objetivos claros. La felicidad es lo único que permite tener objetivos claros, y eso sólo se logra venciendo la negatividad.
Pero como la gente, en lugar de aprender de los golpes, llora por los golpes, nunca aprender a crecer. Sin embargo, ¿por qué, si en un momento se produce la desesperación, no debe darse en un momento la alegría? Comprender esto nos debe permitir vivir abiertos a todas las posibilidades. Esta conciencia genera e impulsa nuestro optimismo: la búsqueda de lo óptimo, de lo mejor, del desarrollo.
Uno tiene que saber quién es para poder construir; encontrar la esencia de nuestra vida para saber dirigir nuestros propios proyectos. Existe una actitud que consiste en descubrir en cada instante muchos aspectos de los objetos, lugares, personas y experiencias conocidas, en lugar de tenerlas por consabidas y de que la vista los relegue a la condición neutral; este hecho, esta actitud, se llama interiorizarse en las cosas y es una tarea de amor puro.
El espíritu, lo que es el espíritu, es como la luz; tan tranquilo y sensible, tan elástico y penetrante, tan poderoso e imperceptiblemente activo como este precioso elemento lumínico que se reparte sobre todas las cosas en la justa y exacta medida, y que las hace aparecer a todos con una encantadora variedad.
No debemos temer ni creer ilícito nada de lo que nuestra alma desea de nosotros. Nunca se debe perder la confianza en la vida; ella sabe lo que hace. Pero se necesita serenidad; es decir, control de las propias emociones. No es algo que esté fuera de nuestro control. Creo en el amor, en la paz, en el pensamiento positivo. Mientras hay vida hay esperanza. En mi caso, nacida del amor, la tristeza y los presentimientos, creció la conciencia.
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