Responsabilidad
Hay un tipo de persona que debería ser inmortalizada el bronce y su estatua colocada en todas las escuelas del país. No es erudición lo que necesitan la niñez y la juventud, ni enseñanza de tal o cual cosa, sino la inculcación del amor al deber y a la responsabilidad, la fidelidad a la confianza que se les deposita, el actuar con prontitud, el concentrar todas sus energías: hacer bien lo que se tiene que hacer… cumplir con su responsabilidad.
Toda persona que ha tratado de llevar a cabo una empresa, en la cual necesita la ayuda de muchos otros, con muchísima frecuencia se ha quedado azorada ante la estupidez de la generalidad de los demás, ante su incapacidad o falta de voluntad para concentrar sus facultades en una idea y ejecutarla.
Lo reglamentario parece ser la incuria, la negligencia, la indiferencia y la desgana en el trabajo. Y nadie triunfa a menos que los otros le ayuden; a menos que un hecho providencial ponga en el camino de algún afortunado a un ángel de la responsabilidad.
Esta incapacidad para actuar independientemente, esta torpeza moral, esta enfermedad de la voluntad, esta renuncia a hacerse cargo de las cosas y ejecutarlas es lo que ha relegado a un futuro lejano a la idea de una sociedad solidaria, responsable y en sintonía con el progreso. Si no mueve a las personas ni su propio interés, ¿cómo habrá de proceder cuando el producto de sus esfuerzos sea para todos, y deba repartirse?
Pareciera que hace falta un capataz armado de un pesado garrote. El temor de que su conducta influya sobre la nómina salarial retiene a muchos en su sitio. Pero si publicamos una anuncio solicitando una secretaria, nueve de la diez que se presenten no sabrán ortografía, ni la juzgarán necesaria. ¿Podría alguna de éstas cumplir con su responsabilidad?
Conozco a muy buenos contadores y otros profesionistas que, no obstante su preparación, si se les asigna alguna otra diligencia son incapaces de cumplir con ella sólo porque no está en su esfera de especialidad. ¿Se les puede confiar alguna verdadera responsabilidad?
Últimamente, entre los legítimos buscadores de empleo, está muy en boga una cierta autocompasión por los enternecedores lamentos de los desheredados esclavos del salario, que van en busca de empleo con ecos acompañados de maldiciones para los que están “arriba”. Y a la expresión de tales sentimientos suelen acompañarla duros ataques contra los que mandan.
Nadie compadece a muchos de los que intentan implementar ideas y proyectos. Muchos envejecen prematuramente esforzándose en vano para conseguir que algunos, aprendices chambones ejecuten bien un trabajo, ni a nadie le importan el tiempo y la paciencia que pierden en educar a sus empleados en sus quehaceres, empleados que flojean en cuanto en jefe vuelve la espalda.
Y en cada tienda, en cada oficina, en cada fábrica, es incesante el proceso de eliminación de los incompetentes. Se prescinde de quienes han demostrado su incapacidad, y se toman nuevos empleados. La selección continúa aún en épocas prósperas, pero si los tiempos son malos y el trabajo escasea, se hace más severa. Se trata de la supervivencia de los más aptos. Su propio interés induce al jefe a conservar a los mejores, a los capaces de cumplir su responsabilidad.
Conozco a un personaje dotado de brillantes cualidades, pero inepto para administrar cualquier negocio propio, y absolutamente inútil para los demás, porque no prescinde nunca de la insensata idea de que su jefe es dominante y pretende dominarlo. No sabe mandar, ni siquiera obedecer. No es una persona responsable. Ahora mismo recorre dicho personaje la calles en busca de trabajo. Nadie que lo conoce se atreve a emplearlo porque sabe que es un eterno descontento. No admite razones. Lo único que puede convencerlo es un buen puntapié.
Un individuo víctima de tal deformación moral merece, naturalmente, tanta compasión como quien padece deformaciones físicas. Pero que nuestra compasión alcance también a quien lucha por sacar adelante una idea, un proyecto, una empresa; a quien sus horas de trabajo no están limitadas por el horario de salida y cuyo cabello encanece rápidamente en su esfuerzo por mantener a raya la indiferencia, la ineptitud y la ingratitud de quienes, a no ser por el esfuerzo de ese personaje, carecerían de pan y techo.
¿Son demasiados severos estos términos? Tal vez sí. Pero cuando todo el mundo ha prodigado su compasión por el necesitado inepto, es necesario pronunciar una palabra de simpatía por quien ha triunfado luchando con grandes obstáculos, dirigiendo los esfuerzos de otros y, después de haber vencido, se encuentra con que lo que ha hecho no vale nada, sólo la satisfacción de haber ganado su pan.
La pobreza en sí no constituye una cualidad, los harapos no son recomendables, ni recomiendan por ningún motivo. No todos los jefes son rapaces ni tiranos, ni tampoco todos los pobres son virtuosos.
Admiro a la persona que cumple con su deber, tanto cuando está ausente su jefe como cuando se encuentra presente. Y a quien cumple su responsabilidad con toda calma, seguridad y temple, sin hacer preguntas ociosas, ni abrigar la intención de hacer todo al aventón; esta persona jamás encontrará una puerta cerrada, ni necesitará armar huelgas, marchas, protestas, plantones, ni arengas para procurarse un aumento de puesto o de sueldo.
Esta es la clase de personas que se necesitan y a las cuales nada puede negarse. Son tan escasas y valiosas, que ningún patrón consentirá en dejarlos ir.
La civilización está hecha de una anhelante y prolongada búsqueda de este tipo de individuos. Cuanto piden se les concede. Hay necesidad de ellos en cada ciudad y en cada oficina, taller o fábrica, incluso en cada hogar. El mundo clama por tales personas; se les necesita… se necesita apremiantemente al individuo capaz de cumplir sola y cabalmente con su responsabilidad.
Hay un tipo de persona que debería ser inmortalizada el bronce y su estatua colocada en todas las escuelas del país. No es erudición lo que necesitan la niñez y la juventud, ni enseñanza de tal o cual cosa, sino la inculcación del amor al deber y a la responsabilidad, la fidelidad a la confianza que se les deposita, el actuar con prontitud, el concentrar todas sus energías: hacer bien lo que se tiene que hacer… cumplir con su responsabilidad.
Toda persona que ha tratado de llevar a cabo una empresa, en la cual necesita la ayuda de muchos otros, con muchísima frecuencia se ha quedado azorada ante la estupidez de la generalidad de los demás, ante su incapacidad o falta de voluntad para concentrar sus facultades en una idea y ejecutarla.
Lo reglamentario parece ser la incuria, la negligencia, la indiferencia y la desgana en el trabajo. Y nadie triunfa a menos que los otros le ayuden; a menos que un hecho providencial ponga en el camino de algún afortunado a un ángel de la responsabilidad.
Esta incapacidad para actuar independientemente, esta torpeza moral, esta enfermedad de la voluntad, esta renuncia a hacerse cargo de las cosas y ejecutarlas es lo que ha relegado a un futuro lejano a la idea de una sociedad solidaria, responsable y en sintonía con el progreso. Si no mueve a las personas ni su propio interés, ¿cómo habrá de proceder cuando el producto de sus esfuerzos sea para todos, y deba repartirse?
Pareciera que hace falta un capataz armado de un pesado garrote. El temor de que su conducta influya sobre la nómina salarial retiene a muchos en su sitio. Pero si publicamos una anuncio solicitando una secretaria, nueve de la diez que se presenten no sabrán ortografía, ni la juzgarán necesaria. ¿Podría alguna de éstas cumplir con su responsabilidad?
Conozco a muy buenos contadores y otros profesionistas que, no obstante su preparación, si se les asigna alguna otra diligencia son incapaces de cumplir con ella sólo porque no está en su esfera de especialidad. ¿Se les puede confiar alguna verdadera responsabilidad?
Últimamente, entre los legítimos buscadores de empleo, está muy en boga una cierta autocompasión por los enternecedores lamentos de los desheredados esclavos del salario, que van en busca de empleo con ecos acompañados de maldiciones para los que están “arriba”. Y a la expresión de tales sentimientos suelen acompañarla duros ataques contra los que mandan.
Nadie compadece a muchos de los que intentan implementar ideas y proyectos. Muchos envejecen prematuramente esforzándose en vano para conseguir que algunos, aprendices chambones ejecuten bien un trabajo, ni a nadie le importan el tiempo y la paciencia que pierden en educar a sus empleados en sus quehaceres, empleados que flojean en cuanto en jefe vuelve la espalda.
Y en cada tienda, en cada oficina, en cada fábrica, es incesante el proceso de eliminación de los incompetentes. Se prescinde de quienes han demostrado su incapacidad, y se toman nuevos empleados. La selección continúa aún en épocas prósperas, pero si los tiempos son malos y el trabajo escasea, se hace más severa. Se trata de la supervivencia de los más aptos. Su propio interés induce al jefe a conservar a los mejores, a los capaces de cumplir su responsabilidad.
Conozco a un personaje dotado de brillantes cualidades, pero inepto para administrar cualquier negocio propio, y absolutamente inútil para los demás, porque no prescinde nunca de la insensata idea de que su jefe es dominante y pretende dominarlo. No sabe mandar, ni siquiera obedecer. No es una persona responsable. Ahora mismo recorre dicho personaje la calles en busca de trabajo. Nadie que lo conoce se atreve a emplearlo porque sabe que es un eterno descontento. No admite razones. Lo único que puede convencerlo es un buen puntapié.
Un individuo víctima de tal deformación moral merece, naturalmente, tanta compasión como quien padece deformaciones físicas. Pero que nuestra compasión alcance también a quien lucha por sacar adelante una idea, un proyecto, una empresa; a quien sus horas de trabajo no están limitadas por el horario de salida y cuyo cabello encanece rápidamente en su esfuerzo por mantener a raya la indiferencia, la ineptitud y la ingratitud de quienes, a no ser por el esfuerzo de ese personaje, carecerían de pan y techo.
¿Son demasiados severos estos términos? Tal vez sí. Pero cuando todo el mundo ha prodigado su compasión por el necesitado inepto, es necesario pronunciar una palabra de simpatía por quien ha triunfado luchando con grandes obstáculos, dirigiendo los esfuerzos de otros y, después de haber vencido, se encuentra con que lo que ha hecho no vale nada, sólo la satisfacción de haber ganado su pan.
La pobreza en sí no constituye una cualidad, los harapos no son recomendables, ni recomiendan por ningún motivo. No todos los jefes son rapaces ni tiranos, ni tampoco todos los pobres son virtuosos.
Admiro a la persona que cumple con su deber, tanto cuando está ausente su jefe como cuando se encuentra presente. Y a quien cumple su responsabilidad con toda calma, seguridad y temple, sin hacer preguntas ociosas, ni abrigar la intención de hacer todo al aventón; esta persona jamás encontrará una puerta cerrada, ni necesitará armar huelgas, marchas, protestas, plantones, ni arengas para procurarse un aumento de puesto o de sueldo.
Esta es la clase de personas que se necesitan y a las cuales nada puede negarse. Son tan escasas y valiosas, que ningún patrón consentirá en dejarlos ir.
La civilización está hecha de una anhelante y prolongada búsqueda de este tipo de individuos. Cuanto piden se les concede. Hay necesidad de ellos en cada ciudad y en cada oficina, taller o fábrica, incluso en cada hogar. El mundo clama por tales personas; se les necesita… se necesita apremiantemente al individuo capaz de cumplir sola y cabalmente con su responsabilidad.