lunes, 9 de febrero de 2009

Principios importantes para enriquecer la vida. 2/3
Aprender a sentirse satisfecho: Existe una excusa comprensible para estar descontento: cuando se ve negligencia, inmoralidad, descuido o incompetencia en alguien. Pero es completamente inútil estar descontento cuando no se puede modificar la situación, o cuando se ve bien que el descontento no sirve para nada. Vivir con un descontento crónico se parece tanto a vivir en el infierno como cualquier otra situación pueda parecerlo. La verdadera tragedia del caso está en que vivir así es completamente inútil e innecesario. El hábito del descontento lo adquiere, inocentemente, el niño que vive en una familia en la que el padre, la madre o ambos a la vez, están continuamente en pelea contra todos y contra todo. Otras personas adquieren un descontento crónico a causa de una serie de infortunios que les agrian el carácter y porque originariamente no estaban dotadas del temple necesario para resistir la adversidad. Es mucho más sencillo estar contento que descontento, y mucho más saludable. Cuán placentera y alegre puede vivir una familia cuando quienes la forman comprenden en valor que tiene cultivar tal estado de espíritu. Sentirse a gusto no es difícil. Es tan fácil y mucho más agradable encontrar motivos de contento que de descontento en el curso diario de los acontecimientos. No es necesaria sino la voluntad de sentirse satisfecho. La persona sensata sabe que si uno abre las puertas al desencanto, la vida se convierte en una cadena de desilusiones; pero que es asimismo una cadena de satisfacciones, si uno decide sentirse satisfecho. Los pesares están donde uno se los proporciona. Aprendiendo el arte de estar satisfecho contribuimos poderosamente a hacer de nosotros, personas bien equilibradas, eficientes, dichosas y poseedoras de una vida completa y generosa.

Amar al prójimo y participar en la empresa humana: En un mundo en el que la puerta de cada uno está junto a la del vecino, en que nos codeamos en el transporte público y casi tropezamos unos con otros por la calle, resulta desastroso para el equilibrio emotivo. Algunas personas aborrecen a todo el mundo. Al conocer a los que padecen enfermedades de origen emotivo, uno se sorprende de cuántas personas aborrecen a sus semejantes. No son capaces de pronunciar una sola palabra amable dedicada a ningún ser humano, y se muestran despectivas con todo el mundo. Su falta de madurez las ha encerrado en una concha. Y sin embargo, han de vivir en un mundo de seres humanos. Su cooperación en los negocios de la colectividad se limita a apoderarse de lo que ellos necesitan y la sociedad les proporciona. Muchas de las molestias que sufre la gente son una expresión de su desafecto hacia otras personas. Tales aversiones son esencialmente infantiles. La actitud egoísta y egocéntrica es característica de los niños. Esa gente no se culpa a sí misma, sino a los demás, a quienes considera incapaces de sentir amistad. Por otra parte, al encontrarse aislados, empiezan a compadecerse a sí mismos y a creerse perseguidos. Con ello se vuelven hipocondríacos, y arraigan profundamente en ellos los complejos de inferioridad. Todo lo cual, añadido a la simple irritación que le causan las otras personas, hace que lleven una vida desdichada. Una de las perspectivas más agradables de la vida la ofrece el amar al prójimo y participar activamente en la empresa humana, uniendo nuestro esfuerzo a la suma de esfuerzos que la especie realiza para salir del estado y del nivel mental del hombre salvaje. El mayor gozo se cosecha proporcionando gozo a los demás, a los compañeros de trabajo, al vecino de al lado, a los que viven bajo el mismo techo. Un factor importante de madurez se adquiere entrando conscientemente a participar en la empresa humana, sintiéndose parte de la comunidad y considerándose uno mismo como una comunidad individual.

Adquirir el hábito de decir la frase alegre, agradable: Un precioso recurso para ello consiste en mirar al ser amado, estando ya despiertos, y aunque sea una exageración, decirle: “Buen día, querida(o); esta mañana estás preciosa(o)”. Otra pequeña estratagema consiste en acercarse a la ventana, mirar al exterior y con voz clara decir en voz alta: “¡Qué hermosa mañana!” Aún siendo un día lluvioso, exclamarlo con entusiasmo; seguramente, la lluvia es buena para el campo. Parece una acción sencilla, y hasta tonta, pero recompensa. El recurso más positivo para levantar del fango al espíritu, consiste en soltar una serie de observaciones placenteras o, mejor aún, una historia buena y divertida. Cuando más aficionados nos volvamos a las bromas bien intencionadas, a los chistes y al humor, más fácil nos será liberarnos del decaimiento, de la desilusión y de la enfermedad de origen emotivo. Por añadidura, el buen humor es una cualidad que nos traerá el aprecio de los demás. Nadie ama a los aguafiestas; a todo el mundo nos gusta tener alguien al lado que posea el sentido de la alegría y del humor. El sentido del humor es un complemento inapreciable del sentido común.

Enfrentarse con la adversidad convirtiendo la derrota en victoria: Muchas personas contraen enfermedades de origen emotivo a causa de una adversidad. En un instante parece evaporarse todo lo que habían poseído y se encuentran sin saber qué camino tomar. Sobre el desastre se acumulan las sensaciones de inutilidad y desencanto. El fallo fundamental de los que se amilanan ante la adversidad, proviene de una falta de madurez, que se manifiesta en egoísmo y egocentrismo. Sin embargo, no es difícil, si uno conserva los pies sobre el suelo. Cuando hay algo que no se puede cambiar, es mejor aceptarlo y estudiar la manera de seguir viviendo del mejor modo posible.

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