De la Razón a la Sabiduría
Ser pensador es tener conciencia de sí mismo. Pero cuando una persona ha adquirido suficiente conciencia de su ser, percibe que la verdadera sabiduría es algo todavía más profundo que la conciencia. El agrandamiento de la conciencia no debe desearse sino por la inconciencia cada vez más alta que descubre; y sobre las alturas de esa inconciencia nueva es donde se encuentran las fuentes de la sabiduría más pura.
Si yo te amo y he adquirido de mi amor la conciencia más completa que el ser humano puede adquirir, este amor estará iluminado por una inconciencia de muy distinta naturaleza que la inconciencia que ensombrece los amores comunes.
La razón abre la puerta a la sabiduría, pero la sabiduría más viva no se encuentra en la razón. La razón cierra la puerta a los malos destinos, pero nuestra sabiduría es la que abre en el horizonte otras puertas a los destinos propicios. La razón se defiende, prohíbe, retrocede, elimina, destruye; la sabiduría ataca, ordena, avanza, agrega, aumenta y crea. La sabiduría es más bien cierto apetito de nuestra alma que un producto de nuestra razón. Vive encima de la razón. De ahí que lo propio de la verdadera sabiduría sea hacer mil cosas que la razón no aprueba, o que sólo aprueba a la larga.
Hay una gran diferencia entre decir: “Esto es razonable”, y decir: “Esto es sabio”. Lo que es razonable no es necesariamente sabio, y lo que es muy sabio casi nunca es razonable a los ojos de la razón demasiado fría. La razón, por ejemplo, engendra la justicia, y la sabiduría engendra la bondad. Podría decirse que la sabiduría es el sentimiento de lo infinito aplicado a nuestra vida moral.
La sabiduría es sabia en proporción del predominio activo que lo infinito adquiere sobre lo que emprende. No hay amor en la razón; en la sabiduría lo hay mucho; y la sabiduría más alta apenas se distingue de lo más puro que hay en el amor. Pero el amor es la forma más divina de lo infinito, y sin duda porque es la más divina, es al mismo tiempo la más profundamente humana. ¿No podría decirse que la sabiduría es la victoria de la razón divina sobre la razón humana?.
Sólo la sabiduría tiene derecho a apelar a la razón. No es sabio aquel cuya razón no ha aprendido a obedecer a la primera señal del amor. El amor es el que debe ser el vaso en el cual se cultive la sabiduría verdadera. La razón y el amor luchan primero con violencia en una alma que se eleva, pero la sabiduría nace de la paz que acaba por hacerse entre el amor y la razón. Y esta paz es tanto más profunda cuanto más derechos haya cedido la razón al amor.
La sabiduría es la luz del amor y el amor es el alimento de la luz. Mientras más profundo es el amor, más cuerdo se vuelve el amor; y mientras más se eleva la sabiduría, más se acerca al amor. Ama y serás más sabio; sé sabio y deberás amar. No se ama de verdad sino haciéndose mejor, y llegar a ser mejor es llegar a ser más sabio. No hay ser en el mundo que no mejore en algo su alma en cuanto ama a otro ser, aún cuando sólo se trate de un amor vulgar. El amor alimenta a la sabiduría y la sabiduría alimenta al amor; y es un círculo de claridad en cuyo centro los que aman abrazan a los que son sabios. La sabiduría y el amor no se pueden separar.
Ser pensador es tener conciencia de sí mismo. Pero cuando una persona ha adquirido suficiente conciencia de su ser, percibe que la verdadera sabiduría es algo todavía más profundo que la conciencia. El agrandamiento de la conciencia no debe desearse sino por la inconciencia cada vez más alta que descubre; y sobre las alturas de esa inconciencia nueva es donde se encuentran las fuentes de la sabiduría más pura.
Si yo te amo y he adquirido de mi amor la conciencia más completa que el ser humano puede adquirir, este amor estará iluminado por una inconciencia de muy distinta naturaleza que la inconciencia que ensombrece los amores comunes.
La razón abre la puerta a la sabiduría, pero la sabiduría más viva no se encuentra en la razón. La razón cierra la puerta a los malos destinos, pero nuestra sabiduría es la que abre en el horizonte otras puertas a los destinos propicios. La razón se defiende, prohíbe, retrocede, elimina, destruye; la sabiduría ataca, ordena, avanza, agrega, aumenta y crea. La sabiduría es más bien cierto apetito de nuestra alma que un producto de nuestra razón. Vive encima de la razón. De ahí que lo propio de la verdadera sabiduría sea hacer mil cosas que la razón no aprueba, o que sólo aprueba a la larga.
Hay una gran diferencia entre decir: “Esto es razonable”, y decir: “Esto es sabio”. Lo que es razonable no es necesariamente sabio, y lo que es muy sabio casi nunca es razonable a los ojos de la razón demasiado fría. La razón, por ejemplo, engendra la justicia, y la sabiduría engendra la bondad. Podría decirse que la sabiduría es el sentimiento de lo infinito aplicado a nuestra vida moral.
La sabiduría es sabia en proporción del predominio activo que lo infinito adquiere sobre lo que emprende. No hay amor en la razón; en la sabiduría lo hay mucho; y la sabiduría más alta apenas se distingue de lo más puro que hay en el amor. Pero el amor es la forma más divina de lo infinito, y sin duda porque es la más divina, es al mismo tiempo la más profundamente humana. ¿No podría decirse que la sabiduría es la victoria de la razón divina sobre la razón humana?.
Sólo la sabiduría tiene derecho a apelar a la razón. No es sabio aquel cuya razón no ha aprendido a obedecer a la primera señal del amor. El amor es el que debe ser el vaso en el cual se cultive la sabiduría verdadera. La razón y el amor luchan primero con violencia en una alma que se eleva, pero la sabiduría nace de la paz que acaba por hacerse entre el amor y la razón. Y esta paz es tanto más profunda cuanto más derechos haya cedido la razón al amor.
La sabiduría es la luz del amor y el amor es el alimento de la luz. Mientras más profundo es el amor, más cuerdo se vuelve el amor; y mientras más se eleva la sabiduría, más se acerca al amor. Ama y serás más sabio; sé sabio y deberás amar. No se ama de verdad sino haciéndose mejor, y llegar a ser mejor es llegar a ser más sabio. No hay ser en el mundo que no mejore en algo su alma en cuanto ama a otro ser, aún cuando sólo se trate de un amor vulgar. El amor alimenta a la sabiduría y la sabiduría alimenta al amor; y es un círculo de claridad en cuyo centro los que aman abrazan a los que son sabios. La sabiduría y el amor no se pueden separar.
2 comentarios:
Creo que el amor que propones es muy utópico. El amor necesita un agran dosis de instinto, de pasión y en los textos que he leido pones el amor como algo demaciado etereo y por lo tanto poco real. Es necesario desear y apasionarse, de lo contrario seríamos santos, olvidas la parte humana de las cosas...Eres un gran idealista.
"El amor tiene razones que la razón no entiende". Quizá por eso puede sonar a veces a utópica una idea del amor perfecto. Todo lo perfecto es utopía porque la perfección no existe, pero eso no es motivo para no considerarla como meta. No es necesaria la concepción de santidad, sí la de perfeccionamiento en cuanto a asumir el amor como algo superior a la pura parte instintiva, que es imprescindible y deseable, por supuesto. No creo que existan amores vulgares... desde el mismo momento en que un sentimiento se reconoce como AMOR deja a un lado cualquier toque de vulgaridad y se convierte en algo elevado. Todos necesitamos idealismos, sin ellos la humanidad pierde su esencia más íntima, su búsqueda de la trascendencia.
Publicar un comentario