viernes, 23 de marzo de 2012
Los Sentimientos: Valor y Luz de la Vida
Tenemos pensamientos que creemos muy profundos y mejores, y sobre los cuales establecemos nuestra felicidad moral y todas las certidumbres de nuestra vida. Sin embargo, lo que vale, lo que ennoblece e ilumina nuestra vida, es, más que nuestros pensamientos, los sentimientos que despiertan en nosotros. El pensamiento es, tal vez, el objeto; pero sucede con él como con el objeto de muchos viajes: el trayecto, las etapas, lo que se encuentra en el camino, lo imprevisto que nos acontece, es lo que nos interesa más. Lo que queda aquí, como en todo, es la sinceridad de un sentimiento humano. De una idea, nunca sabemos si nos engaña; pero el amor con que la hemos amado recaerá sobre nosotros sin que una sola gota de su claridad o de su fuerza se pierda en el error. Lo que constituye, lo que alimenta el ser ideal que cada uno de nosotros se esfuerza por formar en sí mismo, no es tanto el conjunto de las ideas que perfilan su contorno, sino, la pasión pura, la lealtad, el desinterés con que rodeamos esas ideas. La manera con que amamos lo que creemos ser una verdad, tiene más importancia que la verdad misma. ¿No nos hacemos mejores, más por el amor que por el pensamiento?. Amar lealmente un gran error vale más, a menudo, que servir bajamente a una gran verdad.
Esa pasión, ese amor, pueden encontrarse en la duda y en la fe. Lo mejor que hay en un pensamiento que nos parece muy alto, muy puro o profundamente incierto, es que nos ofrece la ocasión de amar alguna cosa sin reserva. El metal precioso que se encuentre un día en el fondo de las cenizas del amor no provendrá del objeto de ese amor sino del amor mismo. Lo que deja una huella que no se borra es la sencillez, al ardor, la firmeza de un afecto sincero. Todo pasa, se transforma, se pierde tal vez, menos la irradiación de esa profundidad, de esa firmeza, de esa fecundidad de nuestro corazón.
Los pensadores son quienes viven del lado de la fidelidad a los mejores pensamientos de la amistad, de la lealtad, del respeto a sí mismo y de la satisfacción interior; pasan bajo una luz sencilla y apacible entre las vanidades, las ambiciones, las mentiras y las traiciones. Son sabios; no salen de la vida; permanecen en la realidad. No basta amar a Dios ni servirle lo mejor que se pueda, para que el alma humana se fortalezca y se tranquilice. No se llega a amar a Dios sino con la inteligencia y con los sentimientos que se han adquirido y desarrollado con el contacto de las personas. El alma humana sigue siendo profundamente humana a pesar de todo. Se puede enseñarle a amar muchas cosas invisibles; pero una virtud, un sentimiento completa y simplemente humano la alimentará siempre más eficazmente que la pasión o la virtud más divinas. Cuando encontramos un alma en verdad tranquila y sana, estemos seguros de que debe su salud y su tranquilidad a virtudes humanas. Las llamas de todas las virtudes se albergan en el alma y en el corazón.
Tal vez se necesiten, en una hermosa vida, menos horas heroicas que semanas graves, uniformes y puras. Quizás una alma recta y absolutamente pura sea más preciosa que una alma tierna y abnegada. Si de ella se debe esperar un poco menos de abandono, un poco menos de entusiasmo en las aventuras excesivas de la existencia, se puede descansar en ella con más confianza y más certeza en las circunstancias ordinarias, ¿y qué persona, por extraña, por agitada, por gloriosa que sea su vida, no la pasa casi toda en circunstancias ordinarias?.
Hay que volver siempre a la vida normal; allí es donde se encuentra el suelo firme y la roca primitiva. Exige una fuerza más constante, no dejarse nunca tentar por un pensamiento inferior, y llevar una vida menos altiva, pero más igualmente segura. Nuestro deseo de perfección moral al nivel de la verdad cotidiana, para reconocer que más fácil es hacer por momentos un gran bien que no hacer nunca el menor mal, hacer sonreír algunas veces que no hacer llorar nunca.
En la vida, muchas felicidades, muchas desgracias sólo son debidas al azar; pero la paz interior no depende nunca de él. Para el instinto del alma, las vivencias y sus resultados siempre son útiles... Pensamientos, afectos, dolores, convicciones, decepciones, aún las dudas, todo les sirve, y lo que la tempestad destroza al arrancarlo, se hace más fácil de manejar para reconstruir algo más lejos un edificio menos orgulloso pero más apropiado para las exigencias de la vida.
Ocurre con las raíces de la felicidad interna lo que con las de los grandes árboles: las que más azota la tempestad son las que más a menudo acaban por tener más poderosas y más nutritivas raíces en el suelo eterno; y el destino que nos sacude injustamente sabe tanto de lo que ocurre en el alma como puede saber el viento de lo que sucede bajo tierra.
miércoles, 7 de marzo de 2012
El Alma, escenario del Destino
En el conjunto de las vivencias cotidianas, no es el destino, sino el alma la que debe tener elevación. Aquel para quien tales cosas representan el destino de un ser, no tiene la menor idea de lo que es un destino. ¿Por qué desdeñar el hoy?. Desdeñar el hoy es demostrar que no se ha comprendido el ayer. El hoy tiene sobre el ayer, que ya no es, la ventaja de existir y de estar hecho para nosotros. El hoy, cualquiera que sea, sabe más largo que el ayer, y por consecuencia es más vasto y más bello.
¿No puede un destino ser hermoso y completo por sí mismo?. Una alma verdaderamente fuerte que dirige una mirada hacia atrás, ¿se detendrá en los triunfos de que fue objeto, si tales triunfos no sirvieron para hacerla reflexionar acerca de la vida, para aumentar en ella la noble humildad de la existencia humana, para hacerla amar mucho más el silencio y la meditación en los que se recogen los frutos madurados en algunas horas al calor de las pasiones que la gloria, el amor, el entusiasmo ponen en efervescencia?. Al final de esas fiestas y de esas acciones heroicas, benéficas o armoniosas, ¿qué le quedará fuera de algunos pensamientos, de algunos recuerdos, de algún aumento de conciencia, en una palabra, y un sentimiento más tranquilo, más extenso también de la situación del humano sobre esta tierra?.
En el momento en que los deslumbradores ropajes del amor, del poder o de la gloria, caigan en torno nuestro para la hora del descanso. ¿Qué nos llevamos al retiro en donde la felicidad de cualquier vida acaba por pesarse por el peso del pensamiento, por el peso de la confianza adquirida, por el peso de la conciencia?. ¿Se encuentra nuestro verdadero destino en lo que ocurre en torno nuestro o en lo que vive en nuestra alma?. Por potentes que sean los rayos de la gloria o del poder de que disfruta una persona, su alma no tarda en justipreciar los sentimientos que le proporciona cualquier acción exterior, y se da pronto cuenta de su verdadera nulidad, al no encontrar nada cambiado, nada nuevo, nada más grande en el ejercicio de sus facultades físicas.
La felicidad depende de las impresiones personales que se experimentan y de las cuales se mantiene una memoria, ya que las almas de las que aquí hablamos no conservan recuerdo de todas las aventuras de su vida, sino de las que las hicieron un poco más grandes, un poco mejores.
Si un hermoso destino exterior no es indispensable, se necesita, sin embargo, esperarlo y hacer lo que se pueda para obtenerlo, como si se le concediera la mayor importancia. El gran deber del pensador es llamar a todos los templos, a todas las moradas de la gloria, de la actividad, de la dicha, del amor. Si nada se abre después de un serio esfuerzo, tras una larga espera, quizá haya encontrado en el esfuerzo y en la espera misma el equivalente de la claridad y de las emociones que buscaba.
Actuar es anexar a nuestra reflexión campos de experiencia más amplios. Obrar es pensar más pronto y más completamente de lo que el pensamiento puede hacerlo. Actuar, no es pensar ya sólo con el cerebro, es hacer pensar a todo el ser. Obrar, es cerrar en el sueño, para abrirlas en la realidad, las fuentes más profundas del pensamiento. Pero no es necesariamente triunfar. Actuar, es también ensayar, esperar, tener paciencia. Obrar, es también escuchar, recogerse, callarse.
El esfuerzo y el recuerdo de las acciones son fuerza viva y preciosa porque el esfuerzo que hacemos y el recuerdo de lo que hemos hecho, transforman en nosotros, muchas veces, más cosas que el pensamiento más alto que, moral e intelectualmente, valdría mil esfuerzos o recuerdos de esos. Sí, y esto es lo único que debería envidiarse de un destino agitado y brillante; a saber, que extiende y despierta cierto número de sentimientos y de energías que jamás habrían salido de su sueño o del encierro de una existencia demasiado apacible.
domingo, 4 de marzo de 2012
Editorial - Octavo aniversario
Hoy, la rueda del Tiempo nos pone frente al espejo de los hechos; nuestra conciencia exige un careo con la cosecha de modernidad y globalización que caracteriza el inicio de este tercer milenio, nuestro tiempo.
Desafortunadamente, en el patrimonio de las sociedades, el ejercicio de la reflexión ocupa sólo un lugar “honoris causa” contra la balanza de pragmatismo y rendimiento material en la que se pesa y se mide el reconocimiento y el éxito de individuos e instituciones.
Pensar. Reflexionar. Comprender es un trabajo difícil, triste y hasta peligroso a los ojos de muchos. Sin embargo, es la única actividad que, individual y compartida, es capaz de combatir al pesimismo, a la indiferencia y a la apatía general, resultantes de la impunidad, la decadencia, la inconsistencia, el cinismo y el egoísmo de las esferas políticas y empresariales. Un desgaste convertido en actitud es el que rige el comportamiento de la población.
Vivimos cambios, pero no todos los cambios son progresos. Es necesario establecer una actitud de respeto y responsabilidad individual. La urgencia no es forzosamente de “reformas estructurales” económicas, sino de una reforma ideológica, labor que depende de todos nosotros.
“La Narrativa del Conocimiento” cumple su octavo aniversario. Agradezco a todos la atención, el apoyo y el diálogo que han sostenido con mi boletín virtual durante ocho años de búsqueda, rescate y difusión de motivos para la reflexión, de elementos y razones para ejercer y sostener la fe, la inteligencia, la sonrisa, la comprensión, la esperanza y los distintos tesoros personales y colectivos, como un antídoto contra la apatía y el miedo.
Se trata de participar, de rescatar el optimismo y la buena voluntad. Creo en el diálogo. Le apuesto a la palabra, a la negociación; del otro lado, sólo queda la violencia o la resignación. Sólo con el Amor es posible el entendimiento. Y siempre debemos buscar, ver y destacar las distintas posibilidades del Paraíso.
...Les agradezco nuevamente su compañía y generosidad durante estos ocho años. Sigamos adelante, pues.
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