El poder y el atractivo misterioso de la verdadera Felicidad
Parece que por un momento se ponen a la altura normal de un alma tranquila y fuerte, las estériles vanidades, las satisfacciones brillantes pero provisorias, esas mentiras que hablan alto pero que tiemblan en la sombra. Acontece, más o menos, lo que sucede cuando los niños se divierten con juegos prohibidos, arrancan o aplastan flores, se preparan a robar frutas, o torturan a algún animal inofensivo, y pasan un sacerdote o un anciano que no piensan, sin embargo, en regañarlos... Los juegos se interrumpen bruscamente; hay un despertar de conciencia asustada, y las miradas temerosas se fijan a pesar suyo, en el deber, en la realidad y en la verdad.
Pero las personas, por lo común, no se detienen mucho más tiempo que los niños para seguir con la vista al anciano, al sacerdote o a la reflexión que se alejan. No importa: han visto; porque el alma humana, no obstante que los ojos se vuelvan o se cierren demasiado voluntariamente, es más noble de lo que, para su tranquilidad, lo desearían la mayor parte de las personas, y entrevé sin trabajo lo que es superior al instante inútil por el que se trata de interesarla. En vano es cuchichear a lo largo del camino del sabio que desaparece: ha trazado, sin saberlo, en los errores y en las vanidades, un surco que no se borrará tan pronto como se cree. Ese surco reverdecerá, sobre todo, a la hora inesperada de las lágrimas.
Apenas si nos interrogamos acerca de la felicidad en los días en que nos creemos dichosos; pero venga el instante del sufrimiento, y no tenemos dificultad en recordar el sitio donde se esconde una paz que no depende de un rayo de sol, de un beso rehusado o de una desaprobación real. Si quieres saber en dónde se esconde la felicidad más segura, no pierdas de vista las gestiones de los miserables en busca de consuelo. El dolor se parece a la varita adivinatoria de la que se servían antaño los buscadores de tesoros o de manantiales de agua; indica al que la lleva la entrada de la morada en donde se respira la paz más profunda.
Debemos discernir la presencia de una felicidad que no nace de la benevolencia o del brillo de una hora, sino de la aceptación amplificada de la vida.. El alma que llora definitivamente percibe la alegría que se esconde en el retiro o en el silencio más impenetrables. Y en cuanto la conciencia despierta y se pone a vivir en un ser, hay un destino que comienza. Se trata de la conciencia activa que acepta el acontecimiento, sea cual sea, como una reina, que, aunque se la haya arrojado a una cárcel, sabe aceptar una dádiva.