martes, 26 de septiembre de 2006

El Pensamiento traducido en Acción.

Un humilde pensamiento que liga una mirada satisfecha, un acto de bondad cotidiana o el más tranquilo, el más modesto de los minutos felices, o algo hermoso, estable y eterno, es más meritorio e infinitamente más difícil de arrancar a los misterios de la vida, que una grande y sombría meditación que liga un dolor, un amor, una desesperación, a la muerte, al destino o a las potencias indiferentes que rodean nuestra existencia. Es necesario mirar tranquilamente las mismas fuerzas, aceptarlas e interrogarlas con calma, en lugar de maldecirlas y de buscar en ellas motivos de pavor.

Hay, en el más pequeño pensamiento consolador, una fuerza que jamás se encuentra en la queja más grande, en la más hermosa idea melancólica. Una gran idea, profunda y triste, es energía que alumbra los muros de su prisión consumiendo sus alas en las tinieblas; pero el más tímido pensamiento de confianza, de alegre sumisión a leyes inevitables, es ya una acción que busca un punto de apoyo para levantar al fin su vuelo en la existencia. Un amplio y desinteresado pensamiento es cosa excelente, pero la realidad no comienza sino en la acción. Lo que propiamente hablando constituye todo nuestro destino, son aquellos pensamientos nuestros que han tenido la fuerza, o cedido, al fin, a la necesidad de transformarse en hechos, en gestos, en sentimientos, en hábitos.

Lo mismo sucede en nuestra vida moral. Los pensamientos que no han entrado en la realidad, no han sido del todo vanos; han empujado o sostenido a los demás; pero éstos son los únicos que han cumplido su misión hasta el fin. Tengamos siempre, bajo nuestras órdenes, delante de las filas compactas de nuestras ideas confusas y entristecidas, un grupo de pensamientos más confiados, más humanos, más sencillos y listos para penetrar audazmente en la vida.

Un pensamiento puede, hasta mi muerte, dejarme en el mismo lugar del universo; pero una acción me hará avanzar o retroceder una fila en la jerarquía de los seres. Un pensamiento es una fuerza aislada, errante y pasajera, que se adelanta hoy y que tal vez no vuelva a ver mañana; pero una acción supone un ejército permanente de ideas y de deseos, que ha sabido conquistar, después de largos esfuerzos, un punto de apoyo en la realidad.

El destino, comprendido como el camino que conduce a la muerte, apenas respeta la virtud; nos obliga a elegir entre la justificación y la sentencia del azar.

¿Qué importa que el cumplimiento del deber sea resultado del instinto o de la inteligencia?. Los gestos del instinto, como los gestos del niño, tienen comúnmente una belleza algo vaga, cándida, inesperada, que nos conmueve más; pero los de la buena voluntad reflexiva ¿no poseen una belleza más seria y más firme?. A pocos corazones les es dado el ser ingenuamente admirables.

La virtud suprema está en saber lo que hay que hacer, y aprender a escoger a qué se le puede dar la vida. Lo que cada uno de nosotros cree que es su deber, no es su deber sino provisionalmente. El primero de todos nuestros deberes es aclarar nuestra idea del deber.

martes, 12 de septiembre de 2006

El reto de la Felicidad


Un alma cualquiera no puede sostener la felicidad. Existe el valor de la felicidad, como hay el valor de la desgracia. Acaso se necesite más fuerza para seguir siendo feliz que para seguir siendo desgraciado, porque la espera de lo que aún no se tiene da más alegría al corazón que no es sabio que la plena posesión de todo lo que había deseado. Desde la cima de una felicidad permanente es de donde se ven mejor los deseos de ese corazón que parece no poder alimentarse más que de temor o de esperanza y al que tanto trabajo cuesta alimentarse con lo que tiene, no obstante que lo tiene todo.

Con frecuencia se ve a seres fuertes y llenos de prudencia moral vencidos por la felicidad. No encontrando en ella todo lo que en ella buscaban, no la defienden ni la retienen con la energía que se necesitaría desplegar siempre en la vida. ¡Ah, qué sabio se necesita ser para no asombrarse ya de que la felicidad traiga también tristeza y para que esta tristeza no nos incline a creer que no poseemos aún la felicidad verdadera!. Lo mejor que se encuentra en la felicidad es la certidumbre de que no es algo que embriaga, sino que hace reflexionar. Es más accesible y se hace menos extraña una vez que se ha aprendido que el único don que deja al alma que sabe aprovecharse de ella, es un ensanchamiento de conciencia que no habría encontrado en otra parte. Es más importante para el alma humana conocer el valor de una felicidad que disfrutar de ella. Es necesario saber muchas cosas para amar por largo tiempo a la felicidad; es indispensable saber muchas más todavía para convencerse de que en el seno de una dicha sin nubes la parte fija y estimable de toda felicidad se encuentra sólo en esa dureza que, muy en el fondo de nuestra conciencia, podría hacernos felices aún en el seno de la desgracia misma. No pueden llamarse felices sino cuando la felicidad les ha ayudado a trepar hasta alturas desde donde pueden perderla de vista, sin perder al mismo tiempo, su deseo de vivir.

El horizonte de la desgracia, contemplado desde lo alto de un pensamiento que no es ya instintivo, egoísta, mediocre, no difiere de manera sensible del horizonte de la misma naturaleza pero de otro origen. Una tempestad no debilita la vida de nuestra alma, como tampoco la debilita un día hermoso y tranquilo. Lo que la debilita es quedarse día y noche en el cuarto de nuestros mezquinos pensamientos sin generosidad, sin ardor, sin gravedad, cuando el océano ilumina el cielo en torno de nuestra morada.

Pero acaso hay una diferencia entre el pensador y el sabio: el pensador se entristece nada más sobre las cimas a las que ha subido, en tanto que el sabio trata de sonreír allí de buena fe y de manera tan natural y tan humana, que el más humilde de sus hermanos puede recoger y comprender esa sonrisa. El pensador abre el camino “que va de lo que se ve a lo que no se ve”; pero el sabio abre la vía que conduce de lo que se ama a lo que se amará, y los senderos que suben desde lo que no nos consuela ya a los que pueden consolarnos todavía mucho tiempo. Es necesario tener pensamientos vivientes y audaces. ¿Qué es un pensamiento que no trae ninguna confortación?.

Es más fácil afligirse y quedarse en la aflicción, que dar, en el acto, el paso que el tiempo acaba siempre por obligarnos a dar más allá de esa aflicción. Más fácil es parecer profundo en la desconfianza y en las tinieblas, que en la confianza y en la honrada claridad en la cual deben vivir los seres humanos.

¿Quién de nosotros no encuentra, sin buscarlas, mil y un razones de por qué no se es feliz?. Es útil, sin duda, que el sabio nos indique las más altas, porque las razones muy altas están muy cerca de transformarse en razones para ser feliz. Es necesario ser feliz para hacer felices a otros; es necesario hacer felices a otros para seguir siendo feliz. Tratemos primero de sonreír para que nuestros hermanos aprendan a sonreír, y luego sonreiremos mucho más realmente al verlos sonreír.